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jueves, 6 de enero de 2011

+ 06-01-11 + Tarragona: Ciudad abierta

Ha sido sorprendente. Después de tanto tiempo esperando, sufriendo penalidades por llegar a Reus, de hundirnos tras conocer la falsa noticia de que la ciudad había caído y la esperanzadora de que seguía intacta, hemos sido testigos de algo que nos ha dado la última inyección de moral, la cual necesitábamos en esta recta final hacía nuestro destino. Anoche, acampados en plena autovía que lleva a Tarragona y a escasos kilómetros de esta ciudad, en la lejanía la cual ya no nos es tan lejana, hemos sido testigos de la casi olvidada contaminación lumínica que prácticamente habíamos borrado de nuestras mentes. Como un eco del pasado y en profundo contraste con la apagada y muerta ciudad de Tarragona, imponente, con sus potentes luces alumbrando un horizonte oscuro, allí estaba Reus. ¿Os podéis creer que, cual hombres de las cavernas que hacen un viaje al futuro, nos hemos quedado embobados y maravillados durante minutos ante la fastuosa y radiante ciudad? Ha sido como si de un sueño se tratase. Todavía no me puedo creer que ya estamos a tan solo unos días de poner pie en tan ansiada ciudad. Hipnotizados por la ciudad, hemos comenzado a hablar y plantearnos preguntas de como sera todo allí, de si la vida continuara tal y como la conocíamos. Cuantas veces hemos hablado de esto y siempre parece que tratamos el tema por primera vez. Tan solo Iván, diciendo "Sí, no os preocupéis. Estará todo tan podrido y repugnante como lo conocíamos" nos ha amargado tan maravilloso momento. Después, he rebuscado en el maletero del vehículo y he sacado unos prismáticos que llevo siempre guardado entre mis pertenencias. Con estos, he oteado la ciudad, y aunque estos prismáticos no cuentan con muchos aumentos, he podido divisar las farolas, los edificios y unos potentes focos de luz que parecen ubicados a las afueras de la ciudad, por todo el perímetro de esta. La siguiente en hacer uso de estos ha sido Belén, la cual ha quedado más fascinada aun y me ha dado un abrazo sumida en una efusiva alegría. Después de ella, los binoculares han ido pasando de mano en mano y hasta Marta, la nena, ha mirado por ellos mientras Esther le decía "Ahí nos dirigimos, cariño. Ese será nuestro hogar, donde viviremos y podrás hacer nuevos amiguitos". La nena, con una mueca de alegría y sorpresa a la vez, ha contestado "¿Habrán más niños allí que han podido escapar de los monstruos?". Ha sido enternecedor ver de nuevo a la niña alegre y contenta, cargada de esperanzas, después de todo por lo que ha sufrido. No me cabe duda de que con el tiempo y esta nueva vida, logrará volver a ser feliz y retomar su infancia donde la dejo. Tras esta situación y una vez nos hemos cansado de deleitarnos con la visión de la ciudad, nos hemos metido al vehículo con la intención de descansar. A mi, personalmente, me ha costado dormirme. Sentado en el asiento del copiloto no he podido quitar ojo de ese punto lumínico que era Reus. Si bien esa ciudad significa para nosotros la esperanza, Tarragona, que se erguía frente a nosotros, silenciosa y oscura, me ha producido escalofríos y temor con solo pensar que al día siguiente teníamos que adentrarnos y cruzar toda la ciudad para poder llegar a nuestro destino. Y no estaba equivocado en mis temores.

Esta mañana, con las primeras luces del alba, me he despertado ante los insistentes zarandeos de Iván. Este, con su mano, que más que mano es una zarpa, me estaba dando empujones insistentes en el hombro mientras decía entre risas "Erik, despierta, no te pierdas esto". Yo, aturdido todavía por el sueño, le he contestado un "¿Que sucede?" y he abierto los ojos con dificultad. Iván, que se reía a pierna suelta, repetía una y otra vez "Que ridículo, mira, mira..." y ha sido cuando el sopor que me invadía se ha esfumado de golpe. Frente al vehículo, a unos cinco metros de nosotros, se encontraba plantado un merodeador. Este, un varón adulto y que no estaba en avanzado estado de descomposición, estaba allí parado, vestido con un estúpido pijama de osos, rasgado y cubierto de sangre seca, dando bocados al aire e intentando coger algo con las manos. Lo he observado detenidamente, extrañado por este comportamiento que nunca había visto hacer a un merodeador. Os juro que la mueca que tenía dibujada en la cara era totalmente ridícula, al igual que su aspecto y movimientos. Y no he comprendido que estaba haciendo hasta que Iván me lo ha dicho entre carcajadas y casi sin poder hablar: "Está cazando moscas". No me lo podía creer. He fijado la vista y casi estallo a reír yo también. Alrededor de su cabeza había un gran número de estos insectos revoloteando, mientras el merodeador intentaba cazarlos a mordiscos y con las manos. Iván, encanado a reír, ha comenzado a dar golpes en el volante. Belén y Esther se han despertado preguntando que pasa y cuando me disponía a explicárselo, casi se me para el corazón en seco al escuchar el claxon del coche. Por lo visto, en unos de esos golpes que Iván estaba dando al volante mientras reía, ha presionado el claxon. Automáticamente he dirigido la mirada hacía el merodeador. Este había dejado de cazar moscas y tenía su mirada carente de vida fija en nosotros. No ha tardado en levantar los brazos y dirigir su paso lento hacía nosotros. Iván, que ya había dejado de reír, ha arrancado el coche a toda prisa y de un brusco acelerón, ha puesto en movimiento el vehículo. En un primer momento he pensado que la maniobra que ha hecho era para esquivar al andante, pero no, me equivocaba. Ha buscado impactarle con el angulo derecho del coche para así evitar poner en peligro el parabrisas con un atropello frontal. Tras el impacto, el cual ha hecho que el coche se tambaleé violentamente, he podido ver por el retrovisor como el merodeador ha caído desplomado con una de las piernas destrozada. Marta, que dormía hasta el momento del impacto, se ha despertado asustada y llorando. Mientras las chicas la tranquilizaban, he retado a Iván por su acción y nos hemos visto enzarzados en una pequeña refriega. Habría aprobado su acción en un momento dado, en una situación de peligro, pero como han transcurrido las cosas, era evitable. La niña se ha dado un tremendo susto, por no hablar de que con ese golpe podía haber dañado el vehículo de mil formas. Podía haber evitado esa situación tan solo con haberse limitado a esquivarlo, pero no, él ha tenido que dejar su rubrica de esquizofrénico. Pero que más puedo esperar, si estamos hablando de Iván, que tiene sus cosas buenas y sus actos de trastornado...

Tras conducir durante 20 minutos aproximadamente, hemos llegado a las mismísimas puertas de Tarragona. En contraste con la vía que conduce a la ciudad, desértico y sin un coche, esta la vía de salida, con una impresionante caravana de vehículos abandonados. Parece ser que en el último momento, la gente intento marcharse de la ciudad desesperadamente. No me quiero ni imaginar que clase de infierno se desató aquí. La visión de los coches abandonados me ha recordado a cuando estábamos en mi urbanización y desde el ático pude ver como la autovía de salida de Valencia se encontraba en similares condiciones. Parece ser que en todas las ciudades ocurrió lo mismo, la gente, en un último y desesperado intento trato de huir en busca de un lugar seguro. Lo que no sabían es que fueran donde fueran, iban a encontrar el mismo caos. Circulando por este tramo de la vía no he podido de dejar de revivir en mi mente lo que debieron ver y padecer toda esa gente que intentaba huir. Me los he podido imaginar ahí, desesperados y confusos, tocando el claxon de los vehículos esperando salir de ese atasco mientras que la ciudad era un hervidero de muerte. Los coches repletos con los enseres más esenciales y de los cuales sus dueños no habían querido dejar atrás. Las madres en el interior de los vehículos consolando a sus hijos que lloraban asustados mientras que el padre gritaba e insultaba a los conductores de delante por no avanzar... mientras que por detrás y provenientes de la ciudad, una lenta pero segura horda de muertos avanzaba con paso firme sacando a los conductores y sus familias de los coches para devorarlos... Espero estar equivocado y que eso nunca haya ocurrido, que esa gente abandonara los coches y huyera campo a través. De todas formas, no creo que llegaran muy lejos si pudieron huir a pie...

Nada más entrar a la ciudad y dejar atrás el cartel de "¡Bienvenidos a Tarragona!" nos hemos percatado realmente del estado de la ciudad. "Tarragona es un infierno" fueron las palabras de Eusebio. Y esas mismas han sido las que han retumbado una y otra vez en mi cerebro esta mañana mientras observábamos el panorama que se extendía ante nuestros ojos. Creo que no hay palabras para describir toda aquella desolación. Lo primero que me ha llamado la atención ha sido una finca situada a la derecha de la avenida. La fachada de esta, a partir del cuarto piso hacía arriba, estaba completamente negra por lo que debió ser un antiguo incendio que calcino el edificio. La finca de al lado estaba en similares condiciones. Mientras observaba otros edificios me he percatado de que, colgando de las ventanas de al menos seis casas, habían sábanas roídas y desvencijadas con grandes letras que pedían ayuda. "S.O.S NECESITAMOS AYUDA", "AUXILIO, NO NOS QUEDAN VÍVERES" y "AYUDA, ENCERRADO EN MI HABITACIÓN. MI FAMILIA ESTA INFECTADA, NO PUEDO SALIR" eran algunos de los textos que estaban escritos. Mucho me temo que sus autores no han conseguido mucho con sus peticiones de ayuda. Lejos de las casas, en la carretera mismo, hemos comprobado el caos que se debió vivir en los últimos días de la ciudad. Si la autovía era un vertedero de vehículos, no podéis ni imaginaros como estaba este punto. Coches volcados, otros abandonados, colisiones múltiples, otros simplemente estampados contra arboles o escaparates... Y como no, cadáveres por todos los lados. Bajo los coches, en medio de la carretera, a los pies de los edificios... Esto es algo que me ha extrañado bastante, ya que si se supone que todos los seres humanos, al morir de la forma que sea, nos reanimamos, ¿que narices hacen todos esos cadáveres esqueléticos por ahí desperdigados? Supongo que la respuesta será que se trata de merodeadores abatidos por el ejercito o por otros grupos de sobrevivientes (he visto numerosos casquillos de bala tirados por el suelo), así como de atropellados el día que se desencadeno el caos y algún que otro pobre desdichado desesperado que se suicido arrojándose desde la terraza de su casa. Sea como fuere, no importa mucho a estas alturas, solo era una simple curiosidad. Lo que si ha importado e importa son el otro tipo de cadáveres, los que se mueven. Y si de los primeros había un gran número, de estos hay el doble. Vagando por todos los lados, entre los coches, por las aceras, por en medio de la carretera... por todos los lados. Y todos con un denominador común: su ansiedad al vernos. A nuestro paso, todos los merodeadores que se han percatado de nuestra presencia en el vehículo, han dirigido su rumbo hacia nosotros. Al principio, esto ha sido sostenible, ya que eran merodeadores aislados los que se han interesado por nosotros y circulando a poca velocidad los hemos podido dejar atrás, pero solo con el transcurso de los minutos y cuando uno salido de la nada se ha abalanzado sobre nuestro parabrisas, nos hemos percatado de la gravedad de la situación. Tras nuestro vehículo y como si siguieran una estela invisible dejada por este, decenas y decenas de merodeadores nos perseguían a paso lento pero seguro. Esto nos ha metido el nerviosismo en el cuerpo e Iván ha aligerado el paso. La desesperación no nos ha asaltado hasta que nuestro avance ha sido detenido por un amasijo de coches colisionados entre si y una gigantesca palmera derribada sobre el asfalto. Iván ha intentado corregir el rumbo dando marcha atrás en busca de una vía alternativa. Ha intentado meterse por una calle, pero nada más asomarnos por esta hemos visto que era intransitable. El motivo, el derrumbamiento de la fachada de una finca, que había llenado la calle de escombros, sepultando todo a su paso. A toda velocidad ha salido de esta y ha buscado otra calle, pero entre los coches abandonados, los derrumbes y el mobiliario destrozado nos ha sido imposible. Parados en plena avenida y extendiéndose ante nosotros esa gran cantidad de merodeadores, Iván ha dicho: "Dos opciones tenemos. Irnos por donde hemos venido o continuar a pie. Tú decides, Erik". Esther ha protestado ante estas palabras, diciendo que no es justo que esta decisión la tome yo solo. Yo apenas he prestado atención a su protesta, ya que en ese momento habían cosas más importantes que enzarzarnos en una absurda discusión con tantos merodeadores dirigiendo su rumbo hacía nosotros. He contestado lo siguiente: "Continuamos a pie". La segunda réplica de Esther no ha tardado en aparecer, la cual ha dicho "Me niego. La niña y yo no bajamos del coche. Continuar a pie es una locura", pero Belén la ha convencido diciendo "Esther, confiemos en Erik. Él sabe lo que se hace y lo ha demostrado hasta ahora. Tenemos armas y la experiencia suficiente para movernos sin llamar mucho la atención. Marta estará a salvo mientras permanezcamos unidos. No te preocupes". Esther, aunque algo reticente, ha aceptado y seguidamente se ha puesto a decirle a la niña "Cariño, pase lo que pase, no te asustes. No te separes de mi lado en ningún momento y no me sueltes del pantalón, ¿vale? Será como un juego. El juego consiste en hacer el menor ruido posible para que los monstruos no nos vean, y si lo hacen, no tengas miedo porque no te pueden hacer nada estando nosotros contigo...". Mientras Esther le explicaba, Iván me ha dicho "Bien, el plan es el siguiente. Sacáis los trastos más esenciales del maletero mientras yo me encargo de despistar a los merodeadores con un cebo que se me acaba de ocurrir. Después, saltamos la palmera, trepamos por encima los coches y continuamos a pie avenida arriba, hasta que la carretera este más despejada y podamos agenciarnos otro carro. Y todo esto sin disparar una bala, ¿seréis capaces?". Mi respuesta ha sido ponerme manos a la obra. He abierto la puerta del coche y empuñando mi arma me he dirigido al maletero. Esther con la niña y Belén me han seguido. Hemos abierto el maletero y comenzado a sacar los trastos más útiles. Los mapas, las mochilas con la munición y la de los víveres, los prismáticos, el walkie... Hemos dejado todo aquello que no nos era esencial y después de cargarnos con todos los trastos, hemos cerrado el maletero. La siguiente imagen que han visto mis ojos ha sido el reguero de merodeadores que se nos acercaba. Algunos de ellos ya estaban bastante cerca. Iván estaba de rodillas en el suelo con medio cuerpo en el interior del coche, para ser exactos, en el habitáculo del conductor. Al acercarme para ver que hacía he comprendido cual era el cebo del cual hablaba. Después de enderezar el volante, ha embragado con una mano y ha puesto primera en el cambio de marchas. Acto seguido, ha tumbado una gran y pesada piedra sobre el acelerador, la cual debió cogerla en el mismo momento que nosotros estábamos sacando las cosas del maletero, y el motor del vehículo se ha revolucionado. Tras hacer esto, se ha puesto de pie con todavía la mano pulsando el embrague y de un salto, se ha alejado del coche. Este ha salido de estampida hacía los merodeadores mientras incrementaba la velocidad por momentos. Cuando ha llegado a la altura de los primeros andantes, se ha llevado a uno por delante, a dos, a tres, a cinco, a ocho... y así hasta terminar desviándose a la derecha y estrellándose a toda velocidad contra otro vehículo. El ruido ha sido colosal y el coche ha terminado volcado de lateral mientras una densa humareda salía del motor. Lo mejor de todo, que el plan de Iván ha salido a la perfección. Todos los merodeadores que nos seguían, ahora habían cambiado su rumbo dirección al vehículo. Era como si pensaran que seguíamos en el interior y no allí plantados observando la situación. Iván ha dicho "Vamos, ahora que están distraídos es el momento. Son estúpidos pero no tardarán en darse cuenta de que allí dentro no hay nadie". Nada más terminar la frase, nos hemos puesto manos a la obra.

Tras saltar la palmera y sin parar de mirar atrás para ver si alguno nos seguía, hemos comenzado a trepar por la pequeña montaña de coches. Yo he sido el primero y he ayudado a Esther a subir a la niña. Después ha subido Belén, Esther y, por último, Iván. Se ha hecho difícil transitar por el techo de los vehículos cargados con las armas y las mochilas, pero lo hemos podido hacer sin perder el equilibrio. Hemos caminado sobre estos y cuando por fin hemos encontrado una zona despejada, hemos bajado sin dificultades. Lo hemos hecho en pleno de una rotonda con una gran estatua. Una farola de gran tamaño estaba tumbada sobre este gran monolito de arte moderno, el cual se había partido. Esquivando este destrozo, hemos bajado de nuevo a la calzada y comenzado a andar escondiéndonos entre los coches. No hemos parado a descansar hasta que no hemos llegado a una zona segura y lo suficiente escondida a los merodeadores como ha sido entre varios coches y un autobús de turistas. Mientras recobrábamos el aliento, Belén ha preguntado como pensábamos orientarnos para llegar hasta la salida Tarragona-Reus. Ha sido Iván quién ha contestado "Por instinto, no nos queda otra. No tenemos el puto mapa de las calles de Tarragona, solo sabemos que la salida esta situada al oeste de la ciudad. A pie será imposible llegar, tendremos que buscar un coche, pero con las calles así de colapsadas, tampoco podremos circular. Así que por el momento no nos queda otra que patear y no ser vistos". Esther, que estaba ubicada en un extremo del autobús, ha asomado la cabeza y se ha girado rápidamente con la cara desencajada. La niña ha intentado asomarse también, pero Esther se lo ha impedido. Esa cara solo podía significar una cosa. Nos hemos acercado rápidamente y asomado la cabeza a ver que había. Casi me quedo sin habla. En la gran avenida que se extendía y por la cual teníamos que transitar, entre un mar de más y más coches, se podían ver por todos los lados, vagando, centenares de merodeadores. Unos en grupos y otros solitarios, pero por todas partes. Me disponía a ocultarme de nuevo cuando he podido ver una pierna asomando desde detrás del autobús, tendida en el suelo. Al principio, he pensado que se trataba de un cadáver allí tirado, pero debía asegurarme y me he asomado sigilosamente. Muy equivocado estaba, ya que lo que pensaba que era un cadáver, sí, lo era, pero no de los inmóviles. Allí, sentado y apoyado en la carrocería trasera del autobús, con aspecto cadavérico y rodeado de moscas, había un merodeador. Este, moviendo ligeramente la cabeza y abriendo y cerrando la boca intermitentemente, yacía allí sin percatarse de nuestra presencia. Iván ha empuñado el hacha con intención de salir a por él, pero yo le he hecho un gesto de que no. Ha obedecido. Mientras les hacía un gesto de silencio con el dedo y otro de que me siguieran, me he tumbado en el suelo y he comenzado a reptar por debajo del autobús. Todos me han imitado. Cuando he llegado al otro lado y fuera del perímetro de visión del merodeador, he corrido hasta refugiarme entre dos vehículos. Desde ahí he vigilado empuñando mi arma que los demás no tuvieran problemas para seguirme. Tras esto hemos comenzado la ardua tarea de continuar la marcha bordeando la zona sin ser vistos. Solo hemos sido descubiertos por un merodeador, pero este no ha supuesto ningún peligro ya que estaba atrapado en un coche que permanecía con las ventanillas cerradas. Al pasar por al lado y mientras este arañaba los cristales, me ha impactado ver que en el asiento trasero habían dos cadáveres ya devorados e irreconocibles con el cinturón de seguridad todavía puesto. Lo peor, es que esos dos cadáveres debieron pertenecer... a dos niños.

La marcha ha continuado sin incidencias, ocultos entre los vehículos y ajenos a los ojos de los merodeadores. Pero la cosa se ha complicado en cuanto nos hemos desviado de la avenida para internarnos en una amplia calle. Esta, sin apenas vehículos, estaba desierta de merodeadores. Al menos, aparentemente. Tras comenzar a transitar esta y con todos los sentidos puestos en nuestro alrededor, ha tenido lugar el trágico fallo que casi nos lleva a la muerte. Ha sido cuando hemos pasado junto a un cadáver que permanecía tendido en medio de la calle. En un principio, este era uno más de tantos que hemos visto desperdigados por la ciudad. Quién iba a imaginar que solo estaba sumido en un letargo del que justo a despertado cuando hemos pasado junto a él. Este, al sentirnos cerca, ha levantado la cabeza tan rápido que ha parecido que se la ha propulsado un resorte. Emitiendo un seco gemido y con un movimiento fugaz, ha extendido el brazo y agarrado del tobillo a la persona que tenía más próxima: Marta. La niña, que en todo momento había comprendido el rol a seguir, lo ha olvidado por unos instantes y terriblemente asustada, ha emitido un grito tan sumamente estridente, que se debe de haber escuchado en toda Tarragona. Esther le ha tapado la boca a toda prisa mientras la niña luchaba por soltarse de la mano del merodeador. Iván ha sacado el hacha y ha dejado caer el filo de este sobre el brazo y la cabeza del infectado, en este mismo orden. La cabeza se le ha hecho trizas. Acto seguido, ha dedicado unas palabras sumamente esperanzadoras: "Estamos jodidos. Ahora ya saben cual es nuestra ubicación. Más nos vale desaparecer de aquí a toda prisa". Y lo peor es que ha tenido razón. No ha terminado la frase siquiera, cuando por delante nuestra, procedentes de una travesía, han aparecido varios merodeadores con paso tambaleante. Hemos intentado retroceder, pero apenas hemos transitado unos metros cuando han hecho aparición un buen número de merodeadores por este tramo también. Estábamos en una ratonera y no nos ha quedado más remedio que abandonar el plan de no disparar nuestras armas. Después de cotejar cual era el mejor camino a tomar, nos hemos decantado por retroceder rumbo a la avenida. El motivo, una diferencia de seis merodeadores y que más vale malo conocido. He ajustado el alza de mi arma y comenzado a hacer blancos. Con el arma en fuego semiautomático he derribado a la primera a tres merodeadores. El cuarto, un gordo vestido con uniforme de gasolinera, ha resistido más y ha caído al cuarto disparo. Mis compañeros se han ocupado mientras del resto. Tras esto, nos hemos lanzado a la carrera mientras Iván abría fuego contra los nuevos merodeadores que hacían aparición en la calle. Nada más salir a la avenida, nos ha golpeado la desalentadora situación. Desde todos los puntos, desde todos los rincones, habían merodeadores dirigiendo su paso hacia nosotros. Y algunos de ellos desde posiciones muy cercanas. Desesperado, he preguntado que opción teníamos. Iván, con una mueca de preocupación que nunca antes he visto en su rostro, ha exclamado "Correr. Correr y buscar refugio cuanto antes". Predicando con el ejemplo, ha salido de estampida. Belén y Esther, todavía quietas, permanecían horrorizadas contemplando la marea de merodeadores que se nos venían encima. Hasta que no he cogido a Marta en brazos y les he gritado que reaccionaran, no han emprendido la marcha. Encabezando la maratón y tan solo a unos metros de nosotros, iba Iván, mientras que yo, con la niña en brazos, me he mantenido detrás de Belén y Esther, en la retaguardia. La carrera no ha sido nada fácil, ya que no hemos parado de sortear coches y de saltar mobiliario urbano, mientras que abríamos fuego contra todo merodeador que se ha interpuesto en nuestro camino. En un abrir y cerrar de ojos nos hemos alejado de aquella zona, pero no hemos aminorado la marcha, ya que por todas partes habían nuevos merodeadores clavando sus ojos en nosotros. Y así iba a ser hasta que no desapareciéramos de la avenida. Mientras le hablaba a la niña para tranquilizarla, en mi cabeza no he parado de repetir "Iván, por lo que más quieras, sal de esta puta avenida YA". Ha sido como si me hubiese escuchado. Pero no ha hecho exactamente lo que deseaba en ese momento. De repente, ha frenado en seco y se ha ocultado agachándose tras un coche. Mientras nosotros llegábamos a su posición, nos ha comenzado a hacer gestos de que lo imitásemos. Así lo hemos hecho. Justo cuando he llegado a su lado, le he preguntado "¿Que intentas hacer...?". No me ha dejado terminar. Sin apenas hacerme caso, ha comenzado a andar de cuclillas en dirección a la fachada de la finca más próxima. Cuando ha llegado a esta, se ha dirigido a la puerta de un gran comercio allí ubicado. Un gran almacén-tienda de joyería. La puerta estaba entreabierta y solo le ha bastado empujarla levemente. Después, se ha internado en esta y se ha perdido en el umbral de la puerta. Yo he instigado a Belén y a Esther a hacer lo mismo y, tras entrar, he cerrado la puerta lentamente.

La joyería ha resultado ser inmensa. Una gran sala repleta de mostradores, estanterías de cristal blindado y expositores. El lugar estaba oscuro e iluminado solo por la luz que entraba por el escaparate y la puerta. A pesar de esto, me he percatado de algo curioso, y es que me ha llamado la atención que gran parte de la joyería, sobretodo por la zona central, el suelo estaba lleno de billetes desperdigados. A pocos metros de mi, dos cajas registradoras reventadas contra el suelo. Debieron saquear esta joyería hace tiempo. Se nota sobretodo porque la mayoría de las estanterías y expositores blindados están abiertos y vacíos. Algunos otros seguían cerrados pero con los cristales con evidentes signos de haber sido golpeados. Con la niña todavía en brazos, he andado unos pasos junto a Belén y he visto a Iván realizar un rápido movimiento seguido de un sonido seco y acuoso. Un cuerpo ha caído derribado. Por lo visto, había un merodeador que no hemos visto y del cual Iván se ha encargado haciendo uso del hacha. La voz de Esther nos ha terminado de alarmar. Asustada y en voz baja, nos ha dicho "Están en la puerta, ¡esconderos!". Ni siquiera me he girado para comprobarlo. Con la niña a cuestas he empujado a Belén y hemos corrido tras un mostrador. Iván, empuñando el hacha, se ha ocultado tras una estantería y Esther ha permanecido agazapada tras unas cajas. Oculto tras el mostrador y fatigado, le he pasado la niña a Belén y, empuñando el arma, he asomado ligeramente la cabeza temiendo lo peor. Y en efecto, ahí estaban. En el exterior, cerca de la puerta habían unos tres, y diseminados a lo largo de los escaparates, unos cinco merodeadores. En esos instantes me he consolado pensando en que la puerta estaba cerrada y que los cristales son blindados. Han comenzado a merodear por la acera del comercio. Era como si nos buscaran, como si intentarán averiguar que rumbo habíamos tomado. Tres de ellos han desaparecido de mi campo de visión, posiblemente han desistido en la búsqueda. Otro de ellos, ha permanecido quieto y tambaleante a un metro de la puerta. Los otros han seguido rondando y uno de ellos... ay ese hijo de la gran p... Este, un viejo escuálido y de gran estatura, se ha quedado mirando al interior del comercio. Ha permanecido así durante unos segundos que se me han hecho eternos. Después, ha dado un primer paso hacía la puerta. He empuñando fuertemente el arma mientras en mi cabeza he comenzado a tranquilizarme a mi mismo diciendo "Esta cerrada, no puede entrar. Es imposible que lo consiga". El merodeador ha dado un segundo paso. "Este va a ser quién nos descubra. Como siga, va a terminar delatando nuestra posición a todos los de la avenida". Tercero. "En el momento comience a golpear la puerta, todos los de su alrededor se interesarán y harán lo mismo". Cuarto y ya ante la puerta. "Estamos jodidos". En este momento ha sido cuando ha acercado la cabeza al cristal y ha comenzado a mirar detenidamente el interior. No he podido evitar agachar ligeramente la cabeza. He aguardado oculto unos segundos, pero no he podido resistir volver a asomarme. Este continuaba en la puerta y oteando el interior como si esperase descubrir el más mínimo movimiento para intentar entrar. Casi me da algo cuando ha separado la cabeza del cristal y lentamente ha subido las manos, para después, intentar empujar la puerta torpemente. El primer intento ha sido leve, con una mano y cuanto apenas ha golpeado la puerta. El siguiente, algo más fuerte. El tercero, con ambas manos y el golpe ha resonado hasta nuestra posición. He podido ver como Iván agarraba con dos manos el hacha, preparándose para recibirlo. Cuarto golpe. Este ha sido de la misma intensidad que el anterior. El otro merodeador que permanecía quieto y de espaldas se ha girado, interesándose por el ruido. Quinto golpe, más fuerte y ha hecho temblar la puerta. El otro merodeador se ha girado y ha comenzado a dirigir su rumbo hacía la puerta. Los demás merodeadores han comenzado a interesarse por la tarea de su "compañero". El corazón se me ha desbocado ante la situación. El merodeador ha retrocedido un paso y, tambaleándose, con las manos en alto, se ha preparado para arremeter el siguiente golpe con aun más fuerza. Pero ese instante ha sido decisivo. Un sonido lejano se ha dejado oír y el merodeador se ha frenado, girando la cabeza. Dicho sonido se ha repetido un par de veces más, esta vez más claros y cercanos. Eran unos ladridos. Había un perro en el exterior. Todos los merodeadores, incluido el que golpeaba la puerta, se han girado y han dirigido su rumbo hacía el mismo punto. A paso ligero y con los brazos extendidos, han desaparecido. Al escuchar los ladridos, no he podido evitar pensar en Thor. Ha sido, por unos instantes, como si el perro que ladraba fuera él, como si él hubiese hecho aparición para salvarnos el pellejo una vez más. Y encima, el tono del ladrido. Os juro que era idéntico. Sino fuese porque yo lo vi morir ante mis ojos, afirmaría que esos ladridos eran suyos y que nos ha seguido hasta Tarragona. Pero lamentablemente eso es imposible... Sea como fuere, un perro que ha pasado casualmente por ahí o bien Thor echándonos un último cable desde el más allá, hemos salido airosos por los pelos.

Hemos permanecido ocultos el resto del día. Después de cerciorarnos de que la trastienda estaba despejada de indeseables y de parapetar la puerta, nos hemos resguardado en esta primera. Aquí, por lo menos, estamos a salvo de más merodeadores curiosos. Iván se ha pasado prácticamente todo el santo día forzando las cerraduras de los expositores que aun conservaban joyas. Aunque sea uno más de nosotros, no olvidemos su pasado en el "Skull korps". Por aquel entonces debió ser muy dado al saqueo. El resultado es que ha abierto dos de los expositores y ha llenado su mochila de cadenas de oro y anillos. Ha querido compartir su botín con nosotros, pero lo hemos rechazado. ¿Para que narices quiero yo eso si hoy en día tiene el mismo valor que un trozo de papel? Por lo menos, ha tenido un pequeño detalle que me ha gustado. De entre las joyas de su mochila ha sacado una y con un intento de poner voz simpática, se ha dirigido a Marta, diciéndole: "Pequeñaja, tengo un regalo para ti. Ven". La niña nos ha mirado indecisa y no ha hecho caso a las palabras de Iván. Era como si le tuviese miedo. Nosotros la hemos animado a ir, diciéndole, entre risas: "Ves, cariño, que aunque lo veas tan grande y tan malo, en el fondo es un trozo de pan". Tras nuestro beneplácito, la niña se ha atrevido y ha avanzado a pequeños pasos. Iván le ha dicho "Más deprisa o ¡saldré fuera y le daré tu regalo al primer merodeador que vea!". La nena ha agilizado el paso y cuando ha llegado frente a Iván, este ha sacado de su mano una pequeña cadenita de oro con un colgante y se la ha puesto en el cuello a Marta. Esta ha cogido el colgante y después de observarlo, ha corrido a enseñárnoslo mientras sonreía. Sosteniéndolo con su pequeña manita, nos ha mostrado el colgante. Era un pequeño delfín de oro. La niña ha estado como loca con el regalo de Iván hasta que ha caído la noche y se ha dormido. Que fácil es a veces hacer olvidar por unos instantes a una niña todo lo malo que ha visto hasta el momento. ¡Quién fuese niño!

Nos hemos dormido pronto. Sobre las 22:00 y tras establecer las guardias, hemos caído rendidos. Iván ha sido el primero en realizar la primera guardia y yo he caído rendido en seguida. Estaba soñando, ¡por primera vez en mucho tiempo!, con algo normal. No habían merodeadores en mi sueño, ni muertos, ni nada semejante. En el sueño me encontraba sentado en una terraza de un bar, frente a mi querida playa de Valencia, tomándome una cerveza y viendo a la gente pasar, con sus toallas, sus sombrillas, con el sol brillando en lo alto... ¡Que bonito sueño! ¡Quién pudiera vivir en él y no en esta maldita realidad! De esto hace tan solo unas horas. Que pena que Iván, el cual me estaba llamando, me haya arrancado de este sueño. Al principio, me he despertado sobresaltado, pensando que el motivo de la llamada de Iván era que los merodeadores habían entrado a la joyería. Pero gracias a Dios, no era eso. Iván me ha puesto el walkie delante de mis morros y me ha dicho "Escucha. Al otro lado están los de la señal que captamos hace unos días". Del walkie ha salido una voz, diciendo: "¿Hola? ¿Quién esta al otro lado?". No he podido evitar incorporarme de un salto y decirle a Iván que contestará. Iván ha respondido a la llamada diciendo "¿Me escuchas? Identificate si me oyes". Una respuesta demasiado brusca a mi modo de ver. Pero que se puede esperar de Iván. A pesar de esto, la voz masculina ha contestado, identificándose. "¡Por fin! ¡Alguien al otro lado! No sabes cuanto tiempo llevo intentando ponerme en contacto con alguien mediante este viejo trasto. Me llamo Antonio Reverte. ¿Y tú? ¿Cuantos sois? ¿O estas solo?". Iván, en su linea: "Demasiadas preguntas haces para no conocernos. Creo que eso es una información que me voy a reservar. En los tiempos que corren, no es muy recomendable ir facilitando esa clase de información. Dime que quieres". El tal Antonio ha replicado "Vaya... Nunca me imaginé que cuando estableciera contacto con alguien sería así. No sé que decir... Quizá tengas razón y yo tampoco deba facilitarte más información de la que ya te he facilitado". He mirado a Iván y le he dicho "¿Que coño haces? Deja de tener esa actitud...". Este me ha hecho caso omiso y ha contestado a Antonio "Ok. Me parece justo. Suerte". Este chico, definitivamente, es tonto. Le he reprochado su actuación y Belén me ha apoyado. Su contestación: "No nos podemos arriesgar. No sabemos quién es y que quiere. Además, en el caso que quiera ayuda, nosotros no nos encontramos en el mejor momento". El walkie ha sonado de nuevo. "Mira, quizá esto sea una locura. Tú no tienes mucha pinta de mover un dedo por nosotros y quizá tampoco seas de fiar, pero haré caso a mi hija y aprovecharé esta última oportunidad que se nos ha presentado. No nos podemos permitir el lujo de seguir intentando buscar a otra persona con la que contactar. Te comento. Nos estamos quedando sin víveres. Apenas nos queda comida, pero aun nos queda menos agua. No sé cuantos días más podemos aguantar así. Necesitamos salir de aquí cuanto antes, pero no lo podemos hacer solos. Necesitamos ayuda para hacerlo. El problema reside que ante las puertas de nuestra finca, hay un gran número de esas cosas y es imposible salir. Solo necesitaríamos que tú, con un vehículo pesado, despejes la zona. ¿Qué me dices? Te lo puedo recompensar". Iván se ha dirigido el walkie a la boca y se ha preparado a soltar una sonora negativa. Pero yo le he mirado fijamente y he dicho entre dientes "Podemos intentarlo...". Ha permanecido durante unos segundos en silencio y sin quitarme la mirada. Al final, ha dicho "Pero que mierda eres, Erik. Sor Erik te voy a llamar a partir de hoy" y ha respondido finalmente por walkie "Veré que se puede hacer. Dime cual es tu posición". La efusiva contestación de Antonio no se ha hecho esperar "¡Perfecto! ¡Gracias, gracias! No sabes cuanto te lo agradezco. Mira, nos encontramos en un edificio llamado Gran Torre del Sol. Es un edificio bastante grande, el más alto de la zona. Esta situado al final de la gran avenida que hay nada más entrar a Tarragona por la autovía principal. De todas formas, aunque no sé en que posición te encuentras, voy a disparar una bengala desde la ventana. Si estas cerca, estate atento". Al escuchar esto, Iván y yo nos hemos levantado rápidamente y hemos salido de la trastienda dirección a la puerta de la joyería. Primero nos hemos cerciorado de que en la puerta no había ningún merodeador. Al comprobar que no había ninguno en la puerta, nos hemos acercado a esta, la hemos abierto muy despacio y hemos salido, agachados, al exterior. El aire fresco nocturno me ha acariciado la cara. Hemos aguardado unos segundos sin parar de vigilar nuestro alrededor. La esperada bengala no ha tardado en hacer aparición. Avenida abajo, en la lejanía, se ha erguido hacia el cielo una potente luz roja. Todos lo merodeadores que teníamos cerca de nuestra posición se han quedado observando la luz, como hipnotizados. Acto seguido, han comenzado a andar en dirección a esta. Nosotros no hemos tardado en ocultarnos de nuevo en el comercio. Me he dirigido a Iván, diciéndole "La puta bengala estará atrayendo a todos los merodeadores a la zona". Su respuesta "Es lo que hay, Sor Erik". Capullo.

Hace tan solo unas horas que hemos acordado con Antonio que mañana a primera hora iremos e intentaremos despejar la puerta principal de su edificio, que prepare todas sus pertenencias para salir pitando de la casa. Él ha recalcado que hagamos uso de un gran vehículo, que no utilicemos un utilitario común. ¿Tantos merodeadores hay en su zona? Que locura.


- Erik -

domingo, 2 de enero de 2011

+ 02-01-11 + Desolación y muerte

Hemos pasado por multitud de calamidades, pero ninguna se asemeja a esta. Este último varapalo nos ha dejado tambaleando. Con tres compañeros que nos han dejado y Eduardo en paradero desconocido, esto se esta haciendo insoportable. Después de todo lo que ha ocurrido, no me siento el mismo. Y eso que deje de ser yo mismo hace tiempo. Con el fuerte pilar a mi lado que simbolizaba Eduardo y con el pesar de ver morir, nuevamente, a unos compañeros, estoy totalmente fuera de mi, ausente, perdido. Belén no es una excepción. Esta derrumbada, hecha trizas. Esther, tres cuartos de lo mismo. Yo intento centrarme, ya que no nos podemos permitir el lujo de bajar la guardia. Pero aún así, siendo consciente de esto, me resulta imposible. Iván no para de pedirme que me centre, que vuelva a ser yo. Aun con sus reproches, no lo consigo. Ahora me estoy dando cuenta de que todo el peso del grupo ha caído sobre él. Él es quién esta decidiendo las rutas a seguir, que carreteras tomar y cuales no, donde hacer noche y, como no, dirigir el filo de su hacha en beneficio de todos. Esta mañana, si no llega a ser por él y por su rápida reacción, ahora mismo tendría la garganta arrancada por un mordisco de merodeador. La verdad, esto es un verdadero desastre. Si al menos estuviera Eduardo aquí para ayudar a Iván a llevar las riendas... todo sería más llevadero. Pero no, no esta y no me hago la idea de que posiblemente jamás volveremos a verlo. Eduardo siempre ha sido un tío sensato y precavido, por lo que aún a estas alturas de su ausencia, me cuesta pensar que su desaparición se deba a que esta muerto. Conociéndolo como lo conozco, se que allá a donde se ha dirigido, lo ha hecho tomando rutas seguras y evitando a cualquier grupo numeroso de merodeadores. Entonces, ¿en que ha podido fallar? ¿por qué no ha vuelto cuando tocaba? Creo que lo mejor es que me termine de hacer la idea de que jamás lo volveremos a ver. Es duro, sobretodo porque se trata de un buen amigo que lo hemos perdido por mi culpa y, por lo cual, me siento más hundido todavía. Pero después de perder a María, Hans y Elena, no me queda más remedio que añadir a la lista a Eduardo. Con todo el dolor de mi corazón...

Hoy mismo y por el calendario del pc, me he enterado de que hemos entrado en el 2011. Para ser exactos, día 2 de Enero. Algo que tiempo atrás no habría pasado desapercibido, ahora nos la suda por todo lo alto. Curioso. Y ahora me pregunto yo, ¿habrá algún lugar en el mundo ajeno a todo esto? ¿algún lugar donde se haya podido celebrar el fin de año como lo hacíamos en el pasado? Es una pregunta chorra, lo reconozco, pero es lo primero que me ha venido a la mente nada más ver la fecha en el calendario. He pensado en Reus, pero no creo que los que allí resistan tengan muchas ganas de celebrar nada. Yo tengo una opinión al respecto, y es que estoy casi seguro de que en algún lugar, no me preguntéis donde, toda esta mierda no ha llegado. Una isla alejada, un país que ha podido resistir y cerrar sus fronteras a cal y canto. No sé, algún sitio tiene que haber. O al menos, eso quiero pensar.

Volviendo al tema, hoy ha ocurrido algo que destacar. Y es que los problemas siempre vienen precedidos de más problemas y así sucesivamente. No sé que hora sería, las 13:00 más o menos, cuando nos encontrábamos circulando con el vehículo con Iván al volante. Este ha decidido hacer una parada para descansar y revisar la ruta en los mapas. Hemos salido del vehículo a estirar las piernas y, mientras Iván buscaba la ruta a seguir en el mapa, yo me he sentado encima del capó del vehículo y me he sumergido en pensamientos. He permanecido así unos escasos minutos, ya que cuando me he dado cuenta de en donde tenía clavada la mirada he despertado automáticamente. A varios metros de nosotros había un gran cartel de autovía en el que se señalizaba la próxima salida: Mont-Roig del Camp. Yo ya había estado aquí. No sé si recordaréis que el refugio del fallecido Eusebio y su familia se encuentra por esta zona. Se nos estaba presentando la oportunidad de conseguir armas y algo de víveres, una oportunidad que no se presenta siempre. Cuando se lo he comentado a Iván, este casi me da un abrazo de lo contento que se ha puesto. Después de darme una palmada y felicitarme, no hemos tardado nada en subir al vehículo y ponernos en marcha por esta salida. Como la última vez que transité por esta carretera, hemos llegado a la glorieta de la estatua, donde se encontraba el merodeador atado. Este aun se encontraba allí, inmovilizado por su ataduras. A diferencia de cuando llegué yo, esta vez se encontraba despierto y atento a todo lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. No nos ha quitado ojo en todo el rato que hemos permanecido allí. La moto que utilicé para llegar hasta aquí todavía sigue donde yo la dejé, con la pequeña diferencia que se encuentra cubierta de polvo. Después de observar la zona desde dentro del coche, le he dicho a Iván que apagase el motor ya que la otra parte del camino la íbamos a realizar a pie. Cuando me ha hecho caso y ha parado el vehículo, hemos bajado de este. Después de sortear los parapetos que Eusebio puso en su día y dirigirnos hasta la fábrica donde me asaltaron los niños, he comenzado la ardua tarea de recordar el camino exacto al 'bunker' de la familia de Eusebio. Ha sido algo difícil, ya que él me condujo desde aquí con los ojos tapados, pero fijándome en los parajes y recordando algunas partes del camino que transité cuando me marché de allí, he conseguido ubicar el refugio. En cuanto he divisado la zona y he ubicado la casa que se encuentra junto al refugio, Iván se ha puesto en la vanguardia empuñando el hacha y a paso ligero nos hemos dirigido hacia allí. En la lejanía y dispersos por diferentes zonas del campo se encontraban algunos merodeadores. La mayoría de estos no se han percatado de nuestra presencia, por lo cual han seguido merodeando tambaleantes, sin rumbo. En cuanto hemos llegado a la puerta del refugio, he llamado tres veces a esta y he dicho "¡Andrés! ¡Soy Erik! ¡He vuelto con mis compañeros y necesitamos que nos ayudéis!". La respuesta ha sido muy clara: un rotundo silencio. He repetido la misma operación al menos dos veces más, pero la respuesta ha sido la misma. Esto me ha escamado. Iván ha abierto la puerta y una tremenda corriente de aire con olor a viciado ha salido de estampida. Ha sido entonces cuando le he dicho a Iván "¿Qué hacemos? Esto no me huele nada bien". Su respuesta, además de tajante, ha sido razonable "¿Tú que crees? Entrar. Necesitamos armas desesperadamente. Solo necesito que me acompañe uno de vosotros para ayudarme a cargar con las armas, los otros dos pueden esperar aquí si quieren". Ese 'uno de vosotros' estaba más que claro que se refería a mi y 'los otros dos' a Belén y Esther. Tan locura era entrar como dejar a Belén y Esther solas y sin armas, por lo tanto, han decidido acompañarnos. Iván ha sido el primero en descender por la puerta y yo le he seguido. Las chicas han hecho lo mismo e Iván les ha dicho que cerrasen la entrada para evitar que entraran merodeadores. Esther ha hecho esto y ha cerrado la puerta metálica, dejándonos en la más absoluta penumbra, ya que las bombillas del refugio estaban apagadas. Iván no ha tardado en encender su mechero Zippo y comenzar a bajar por la estrecha escalinata. Todos, en fila india, le hemos seguido. Empuñando fuertemente su hacha con la mano derecha, se ha detenido bruscamente y ha dicho "Silencio. Escuchar, tenemos compañía". Provenientes del oscuro pasillo que se erguía frente a nosotros, provenía una serie de múltiples gemidos agonizantes. Creo que no hace falta más descripción al respecto. Iván ha continuado andando, esta vez con paso más cauteloso. A cada paso que yo daba y rebuscando desesperadamente en la oscuridad, intentaba encontrar cualquier cosa que me pudiese servir de arma. Mientras tanto, Belén estaba pegada a mi, agarrada del brazo y Esther haciendo lo mismo con Belén. Después de transitar varios metros, la tenue llama anaranjada del mechero a alumbrado bruscamente el rostro decrépito de un merodeador. El susto ha sido generalizado y Esther ha proferido un tremendo grito el cual seguro ha alertado a todos los merodeadores allí presentes. Iván ha asestado un fuerte golpe de hacha a este merodeador destrozándole el cráneo y lo ha derribado. Una vez en el suelo, he podido reconocer de quién se trataba. Era la madre de Eusebio. La pobre anciana llevaba el cuerpo mutilado a mordiscos. En ese momento, en mi cabeza solo pensaba en los niños. "Ojala los hayan sacado de aquí a tiempo..." pensaba una y otra vez, una y otra vez. Pero no, no los habían sacado de allí a tiempo. Emergiendo de la oscuridad a galope han aparecido tres de los niños. Iván, en primera línea, solo ha podido rechazar a uno de ellos de una fuerte patada, la cual ha devuelto al primer niño a la oscuridad, pero los otros dos se le han abalanzado encima derribandolo, completamente poseídos. Mientras se revolvía en el suelo intentando quitárselos de encima, yo he agarrado al más cercano y lo he levantado en el aire. Este ha girado su cabeza y, mostrándome su boca abierta, he podido ver su rostro totalmente descarnado. Hacía tiempo que había dejado de ser un niño. Mientras lo sujetaba del pelo, he golpeado fuertemente su cabeza contra la pared repetidas veces hasta que ha dejado de moverse. Sin tiempo que perder, he golpeado con el puño al segundo e Iván a conseguido zafarse y partirlo por la mitad de un hachazo. Lo he ayudado a levantarse y, conteniendo la respiración, le he preguntado si le había mordido. He respirado tranquilo cuando me ha contestado no. Hemos continuado hacía delante y hemos pasado junto al tercer niño, el cual yacía en el suelo con la cabeza prácticamente arrancada a causa de la patada que le ha propinado Iván.

Cuando hemos llegado a la sala principal, he podido ver que la puerta que protegía esta estaba hecha trizas. Y aun más me he sorprendido cuando hemos visto el interior. Campando a sus anchas y por todas partes habían varios merodeadores. Estos, al vernos, han extendido sus brazos y han dirigido su rumbo hacía nosotros. Yo he mandado recular a Belén y Esther mientras del suelo he cogido una sarten que había allí tirada. Iván me ha dicho "Ocúpate de los que me intenten atacar por los laterales que yo me encargo de despejar la sala". Como el día que hizo aparición en la iglesia, se ha abalanzado sobre la horda de merodeadores a hachazo limpio. La sangre coagulada y los miembros amputados saltaban por todas partes mientras yo me he dedicado a quitarle de encima con mi arma improvisada a todo merodeador que le intentaba atacar por los laterales o por la espalda. Ha sido una tarea peligrosa, ya que en más de una ocasión, su hacha me ha pasado rozando el cuerpo. Iván no ha tardado en hacer justicia con su hacha y hemos podido proseguir la marcha por el siguiente pasillo. Mientras pasábamos junto a las habitaciones e iluminados por la llama del mechero, la cual se apaga una y otra vez, yo he intentado recordar en que habitación se encontraban las armas. No hemos transitado ni la mitad del angosto pasillo cuando nuevos gemidos nos han alertado. Nos hemos detenido temiendo lo peor y la siguiente visión ha sido tan aterradora o más que las anteriores. Tropezando y cayéndose los unos sobre los otros han hecho aparición otra nueva y numerosa horda. Estos apenas podían circular por el estrecho pasillo. La primera reacción de Iván ha sido bloquearlos de un empujón con el mango del hacha, conteniendolos. Yo he gritado que reculáramos, pero Esther me ha respondido gritando "¡Por detrás! ¡Vienen más por detrás!". Iván ha comenzado a dar hachazos mientras reculaba y ha dicho "¡Tenemos que abrirnos paso por aquí o nos vamos a ver taponados!". Inmersos en esta situación desesperada, no nos ha quedado otra que hacer caso a Iván. Mientras el resistía el embiste de la horda, yo, como podía, golpeaba con la sartén a todo podrido que se ponía a mi alcance. Tras nosotros se podía escuchar a la horda que se nos aproximaba. Íbamos perdiendo terreno e Iván ha gritado "¡No cedamos terreno! ¡¡Empujar!! ¡¡Empujar con todas vuestras fuerzas!!". Desesperados, hemos obedecido y devuelto el embiste mientras golpeaba a la vanguardia de los merodeadores. Mientras, Iván hacía lo mismo con su hacha. Por si fuese poco, el mechero se ha apagado y hemos quedado en la más absoluta oscuridad. Decenas de manos me agarraban y yo, por instinto, golpeaba mandobles en la oscuridad. En mi espalda notaba como Belén y Esther se agarraban mientras gritaban desconcertadas. Iván ha prendido de nuevo el mechero y la luz ha iluminado el pasillo. El suelo estaba plagado de cadáveres de los merodeadores abatidos, mientras que los que aun se mantenían en pie transitaban por encima de estos. Al final hemos podido controlar la situación y despejado el camino. Nada más conseguirlo, hemos continuado a toda prisa, abriendo todas las puertas a nuestro paso. Justo cuando hemos llegado a una de las puertas, algo ha llamado nuestra atención. Frente a esta y tendido boca arriba, yacía un cadáver mutilado, al cual le faltaban las piernas. No he tardado en reconocer de quién se trataba. Era Andrés. Al lado del cadáver había un fusil de asalto. Parece ser que murió defendiendo el refugio. Mientras Iván abría la puerta, yo me he agachado a coger el arma. Casi me da un infarto cuando el cadáver de Andrés ha abierto los ojos y ha proferido un grito apagado. De forma automática, he respondido dándole varios fuertes culatazos en la cabeza hasta que ha dejado de moverse. He sentido una profunda pena tras hacer esto. Me he sentido culpable de tener que ser yo quién haya hecho esto. Y sobretodo, me apena que él y su familia hayan encontrado este terrible final que no se lo merece nadie.

Nada más abrir la puerta, Iván me ha dicho "Bingo. Aquí tenemos lo que estábamos buscando". Al adentrarse en la sala e iluminarse esta, he podido ver todas las armas apiladas, tal cual estaban la última vez que las vi. En cuanto hemos entrado a la sala, hemos cerrado la puerta y parapetado esta. Esto significaba meternos en una ratonera, pero comenzar a armarnos a toda prisa con la puerta abierta no era nada recomendable. Además, con semejante polvorín podíamos permitirnos el lujo de encerrarnos y, después de equiparnos tranquilamente, salir abriéndonos paso. Lo primero que hemos hecho ha sido buscar alguna linterna o algo parecido para iluminarnos. En una de las cajas hemos encontrado dos linternas que funcionaban y hemos hecho uso de ellas. Después, hemos comenzado a buscar armas adecuadas y munición. Belén y yo estábamos apartando unas cajas, ¿cuando sabéis que? Detrás de estas, acurrucada y llorando, ¡estaba la hija de Andrés! ¡un milagro entre tanta desolación! La niña, totalmente asustada, nos ha mirado uno por uno y en cuanto me ha visto, me ha reconocido. Se ha levantado y llorando, mientras se abrazaba a mi, me ha dicho "Mi papá, mi papá... Lo han cogido los monstruos". Yo la he consolado diciéndole que su papá había escapado. Que le iba a decir a la niña sino esto. Mientras lloraba abrazada a mi, he podido ver que tras su espalda portaba una pequeña mochilita rosa, la cual estaba entre abierta y dejaba al descubierto una gran cantidad de paquetes de insulina. Ahora ya entiendo porque la niña ha sobrevivido. Andrés, su padre, la trajo a toda prisa hasta aquí con su medicación y la encerró para aislarla de los merodeadores mientras él intentaba resistir el ataque. Le he preguntado que había ocurrido y cuando. La respuesta de la niña ha sido "Los monstruos entraron y mordieron a la abuela...". Ayudado por Belén y Esther, hemos consolado a la niña. Le he dicho "Tranquila... Vamos a salir de aquí y te vamos a llevar a un sitio seguro, ¿vale?". Iván nos ha metido prisa diciéndonos "Como no nos demos prisa en armarnos y salir de aquí, no vamos a llegar a ningún sitio seguro. No perdáis el tiempo". He dejado a la niña con Esther y me he puesto a buscar armas junto con Iván. Mientras sacaba de una caja cuatro pistolas Heckler & Koch USP y todos los cargadores repletos de munición que podíamos llevar, Iván ha seleccionado una escopeta Franchi SPAS 12, un subfusil Star Modelo Z-84 y dos fusiles de asalto Heckler & Koch G36. Después, ha llenado dos mochilas que habían tiradas en una esquina con munición suelta y cargadores y se ha hecho con un par de cananas con cartuchos de escopeta, las cuales se ha colgado en el torso. He repartido las pistolas y él ha hecho lo mismo con las otras armas. Él se ha quedado con la escopeta, mientras que a mi y a Belén nos ha entregado los dos fusiles de asalto. El subfusil ha sido para Esther. Junto a las armas nos ha entregado unos cuantos cargadores sueltos. Ha sido entonces cuando los merodeadores han comenzado a golpear la puerta y nos hemos lanzado entre nosotros una mirada de nerviosismo. Linterna en mano, Iván se ha situado junto a la puerta y ha dicho "A la de tres, abro. Abrir fuego en cuanto la puerta este abierta". Los golpes de los podridos hacían temblar la puerta. A mi izquierda, sosteniendo a la niña en brazos y con su mano derecha el subfusil, estaba Esther, la cual le decía a la niña "Cariño, vamos a jugar a un juego, ¿vale? Tienes que cerrar los ojos y no abrirlos hasta que yo te diga, mientras te tapas los oídos y cantas con todas tus fuerzas la canción que más te guste, ¿ok?". La niña ha asentido con la cabeza y haciendo caso a Esther, ha cerrado los ojos, se ha tapado los oídos y ha empezado a cantar una canción. Mientras la niña cantaba "La pequeña araña subió, subió, subió, vino la lluvia y se la llevó...", Iván ha contado hasta tres y ha abierto la puerta de par en par. Prácticamente cayendo de bruces al interior, han irrumpido todos los merodeadores que se agolpaban en la puerta. Todos hemos abierto fuego y la lluvia de balas y postas han comenzado a caer sobre los merodeadores. Sin dejarlos ganar terreno, hemos abatido a todos y cambiado los cargadores. Iván, escopeta en mano y el primero, ha salido al pasillo y ha seguido disparando su escopeta. Seguidamente, ha salido Belén y Esther con la niña en brazos, siendo yo el último y cubriendo la retaguardia. Sorteando cadáveres hemos transitado por el pasillo mientras Iván abría paso a escopetazo limpio y yo mantenía a raya a los que intentaban atacarnos por la retaguardia. Ha sido una situación enfermiza. Mientras los tiros resonaban por el angosto pasillo iluminado por las linternas y los merodeadores caían abatidos, desmembrados, la niña cantaba a todo pulmón una y otra vez la misma canción. Cuando Iván o yo teníamos que recargar, Belén y Esther se encargaban de mantener el fuego de cobertura. La cosa se ha complicado cuando la horda que avanzaba por retaguardia ha comenzado a ganarnos terreno y nos hemos visto obligado a aligerar el paso más aun. Aunque nos ha costado, hemos conseguido llegar hasta la puerta por la cual habíamos entrado. Pero lo que aquí nos esperaba no era nada esperanzador. Agolpándose en las puertas de la entrada, las cuales no sé como han conseguido abrir, e inundando la escalinata, habían decenas de andantes. Las balas impactaban por todas partes. En los merodeadores, en las paredes, en el techo, en las puertas... Eso parecía una guerra. Mientras tanto, yo contenía desesperadamente a los que avanzaban por retaguardia. Era cuestión de tiempo que nos alcanzaran por este sector. Avanzando sobre la pila de cadáveres y perdiendo el equilibrio, hemos conseguido llegar hasta la salida. Iván ha asomado la cabeza al exterior y con medio cuerpo fuera, ha seguido disparando hacía el exterior. Esto solo significaba que las cosas no pintaban mejor fuera. Cuando he podido salir, lo he comprobado muy a mi pesar. Estaban por todas partes. Por todas. Y nos estaban desbordando. En ese mismo instante, la niña ha abierto los ojos y, al ver el panorama, ha dejado de cantar y se ha puesto a gritar y a llorar desconsoladamente. Sin poder hacer nada por consolarla, hemos seguido disparando mientras de la puerta del refugio comenzaban a emerger los merodeadores que había en el interior. Como hemos podido, nos hemos abierto paso peligrosamente, disparando y aprovechando los huecos, consiguiendo avanzar. Una locura, pero nos ha salido bien. Corriendo a toda prisa, nos hemos alejado de la horda, la cual nos ha seguido a paso lento y tambaleante. Hemos tardado unos 15 minutos en llegar a donde hemos dejado el coche. Aun no me puedo creer que hayamos escapado de ese infierno.

Nada más llegar al coche, lo primero que hemos hecho ha sido cargar las mochilas y las armas en el vehículo. Mientras tanto, Esther y Belén se han afanado en consolar a la nena. Esta, sin parar de llorar, repetía una y otra vez "Mi papá, quiero que venga mi papá...". Si la pobre supiera la suerte que ha corrido su papá...
Estábamos subiendo al coche cuando un sonido proveniente de la guantera nos ha alertado. Cuando he abierto esta, ha caído el walkie-talkie. Un sonido entrecortado ha sonado de nuevo. Sorprendido, he respondido a la señal diciendo un "¿Hola? ¿hay alguien ahí?". La respuesta ha tardado unos segundos en escucharse. O la señal es muy débil o este cacharro no funciona nada bien, ya que el mensaje ha sonado entrecortado. Lo que hemos podido captar ha sido lo siguiente (los asteriscos son las partes inteligibles del mensaje): "Necesitamos ayuda, ******* Tarragona, edificio Gran *******, se nos acaba el agua y la *******, ******* por todas partes, no podemos ******* tiempo ******* ayuda". He pedido que repita el mensaje, pero no ha contestado. He repetido varias veces lo mismo, pero nada. Las palabras de Iván, el cual ya estaba arrancando el motor del vehículo, han sido "Pues lo lleva claro. Esta perdiendo el tiempo. Pobre desgraciado...".

Hace unas horas que ha caído la noche y estamos estacionados al borde de la autovía. Estoy realizando la primera guardia desde el asiento del copiloto y todo esta tranquilo, sin rastro de merodeadores por la zona. A mi izquierda, en el asiento del conductor está Iván roncando a pierna suelta. En el asiento de atrás, entre Belén y Esther, las cuales duermen o al menos eso parece, esta la niña. Entre los brazos de Esther, apoyada en su regazo y abrazada al peluche que un día ella me regaló (se lo he devuelto para ver si jugando se consigue evadir un poco), la puedo ver con los ojos abiertos. Parece que no puede conciliar el sueño, lo cual es lógico. Si para un adulto, perder a alguien cercano es un tremendo shock, no quiero ni imaginar lo que presupone perder a toda tu familia siendo un niño. Por más que lo pienso, no logro comprender que fallo han cometido Andrés y los suyos para que los merodeadores los hayan descubierto y asaltado su refugio. Tenían todos los factores a su favor: un refugio subterráneo, comida y agua, luz eléctrica, armas... ¿en que han errado? Solo sé que lo siento terriblemente por ellos. Me trataron muy bien durante la estancia que pasé allí. La verdad, considero que yo les pagué su posterior hospitalidad con creces en la ayuda que les presté durante el asalto al campamento chabolero. Andrés, a pesar de que al principio parecía un ser antipático e irascible, me demostró ser una gran persona, un hombre agradecido que cuidaba de su gente. Lamento mucho no haber podido darles sepultura a él y a su familia. Pero que podía hacer, si ya nos vino grande el poder salir de allí. Lo último que puedo hacer por él es cuidar de Marta, su hija. Me gustaría que allá donde se encuentre, sepa que su hija no ha quedado abandonada a su suerte, como pensaría momentos antes de morir, que se encuentra con nosotros, bajo nuestra custodia. Creo que hoy por hoy no puede estar en mejores manos, ya que pienso cuidar de ella como si se tratara de mi propia hija. Si bien ha sido un tremendo golpe de mala suerte el habernos metido en la ratonera que ha supuesto ser el refugio, no me arrepiento de ello, pues encontrar a la niña ha sido un verdadero milagro el cual ha compensado todo lo mal que lo hemos pasado ahí abajo.


- Erik -


martes, 28 de diciembre de 2010

+ 28-12-10 + El día del juicio final: Los 7 pecados capitales

Continuo relatándoos:

Después de haberme enfrentado con toda esa cantidad de sectarios, agotado, acorralado y desesperado, no pude hacer más. Como ya os he contado, prácticamente toda la comunidad nos llevó a la fuerza, atados, a uno de los cobertizos. Mientras nos llevaban de camino, la muchedumbre nos insultó y hasta nos intentó agredir. Pese a todo esto, Esther no cesó de intentar mediar con ellos, pidiéndoles que no escucharan a Miguel, que todo era una mentira. Yo ni lo intente. Estaban cegados por el fanatismo y solo escuchaban a su líder, que gritaba "¡No la escuchéis! ¡Es Satán quién habla por su boca!". Una vez nos llevaron al cobertizo, nos ataron con gruesas cuerdas y cerraron el cobertizo con llave. A partir de ese instante, comencé una desesperada batalla por soltarme de las ataduras. Mis compañeros hicieron lo mismo. Fue inútil. Las cuerdas eran resistentes y estaban bien ligadas. No fue hasta la semana cuando perdimos toda esperanza de escapar. Cada hora venía alguien de la comunidad a echarnos un vistazo, para ver si seguíamos atados o si habíamos escapado. Y lo que es peor, una vez al día hacía aparición Miguel con un séquito de tres sectarios y este comenzaba a leernos la biblia mientras que sus acompañantes rezaban. Esto era lo peor de todo, más aun que estar atados. No sé a santo de que hacían esto. Supongo que tendría algo que ver con lo que pensaban que éramos enviados del maligno. Nos trataron como animales, como a bestias salvajes. Nos daban de comer dos veces al día. Para esto, nos desataban las manos y nos vigilaban en gran número. Si veían que intentábamos aprovechar la oportunidad para desatarnos los pies, nos volvían a atar y nos dejaban todo el día sin comida ni agua. Fueron varios días los que no comimos, sobretodo por mi culpa. También, una vez cada dos días, nos desataban por turnos y nos sacaban literalmente a pasear, totalmente custodiados. Así durante dos meses. Esto ha sido el peor infierno que he padecido en toda mi vida. Os lo aseguro. Jamás he experimentado algo similar.

Recuerdo en una de las ocasiones que vino Miguel a soltarnos el sermón que, ante mis constantes gritos de que hablase conmigo por unos minutos, accedió. La conversación no fue demasiado fructífera, por no decir nada. Lo primero fue pedirle que nos dejaran en libertad y nos iríamos sin causar problemas. Su respuesta fue un no rotundo acompañado de una de sus habituales monsergas. No recuerdo que fue lo que dijo, aunque os lo podéis imaginar, algo como "Sois los enviados del maligno, el juicio final, bla bla bla...". Esther y Elena se lo llegaron hasta suplicar, pero fue en vano. Intente negociar lo siguiente con él. Mis palabras fueron "Perfecto. Si no lo quieres así, te mejoro la oferta. Tú dices que Dios te ha dicho que somos enviados de Satán. Yo he sido quién ha traído al grupo aquí. Ellos no querían venir y yo los convencí. Por lo tanto, yo soy ese enviado. Yo soy el títere de quién tú llamas el maligno, por lo tanto, suelta a mis compañeros y quédate conmigo si quieres, pero a ellos déjalos, que no tienen nada que ver con mi decisión...". Esta respuesta si que la recuerdo. Más que nada, por el odio que sentí en mi interior. Con su odiosa sonrisa dibujada en su rostro, me contestó "Buen truco, Erik. Pero es inútil. No me vas a engañar con tu lengua de serpiente. No a mi, el enviado de Dios". Mi réplica fue "Tremendo hijo de la gran puta... Acuérdate, en el momento que tenga ocasión, te voy a enviar con tu Dios". En aquellos momentos, no tenía ni idea para que nos querían retener. Si querían acabar con nosotros, ¿por qué nos seguían alimentando y complicándose la vida vigilandonos? Pasaban los días y nuestra única esperanza era que apareciera Eduardo y nos sacase de allí. Pero eso no ocurría. Es más, no ocurrió. Yo estaba atado en un viejo arado situado en la esquina del cobertizo de madera. Desde allí y sin poder moverme mucho, miraba al exterior desde un agujero que había en la pared de madera. Desde allí, vigilaba todo lo que ocurría en la comunidad. Todos los días veía a la comunidad realizar las tareas del campo, también veía como llevaban a la iglesia materiales de construcción y sacaban los escombros. Así, día tras día, semana tras semana. Hasta que llegó el gran día.

El día 25, o sea, hace tres días, amaneció lluvioso. Los truenos sonaban con fuerza y un torrente de agua caía con fuerza, golpeando el techo de la caseta. Seguíamos tal cual hacía unos meses, retenidos en el dichoso cobertizo. A estas alturas y con el tiempo que había transcurrido, estábamos exhaustos en todos los aspectos. Yo apenas tenía fuerzas para moverme y era notable el cambio que había experimentado mi cuerpo. Prácticamente estaba en los huesos. Observando, como siempre, desde el agujero de la pared, pude ver algo que llamó mi atención. Una gran cantidad de sectarios de la comunidad, acompañados por Miguel, salieron del edificio principal. Iban todos armados con los lazos de perrera. Por unos instantes pensé que se dirigían a por nosotros, pero no, me equivocaba. Se dirigieron hacía la granja de los merodeadores. Esta estaba fuera de mi perímetro de visión, pero no tardé en adivinar cuales eran sus intenciones. Minutos más tarde hicieron aparición en grupos de cuatro, portando atrapados en sus lazos a un merodeador cada uno. Los merodeadores fueron conduciendo hasta la iglesia. Esto solo significaba una cosa: estaban llenando el foso. Así se pasaron gran parte del día, trayendo merodeadores de uno en uno. Yo se lo comuniqué a mis compañeros, les dije lo que estaban haciendo y que muy posiblemente, fuese lo que fuese por lo que nos estaban reteniendo, iba a ser hoy cuando lo íbamos a descubrir. Aproveché y les dí ordenes de que hacer en cuanto vinieran a desatarnos. A Belén, Elena y Esther les dije que, en cuanto tuviesen ocasión, salieran huyendo e intentasen dirigirse a los coches. A María y Hans les pedí que, en cuanto les soltasen, intentasen montar un tumulto en el cual yo también participaría. Busqué por el suelo cualquier cosa que me fuera útil para atacarlos. Solo encontré un clavo oxidado. Aunque no era muy grande, de algo me podría servir. Con el pie lo acerqué hasta mi posición. Como tenía las manos atadas, situé el clavo entre mis piernas, para que en cuanto me liberasen las manos, pudiese cogerlo. Pasaron las horas. La tormenta seguía azotando el lugar con casi más fuerza que antes. No sé que hora sería, solo se que estaba anocheciendo, cuando pude ver que del edificio salía un grupo entre los cuales se encontraba Juanca. Iban todos ataviados con túnicas y portaban los lazos. Venían hacía nuestra posición. Avisé de esto a Belén y los demás para que estuvieran preparados. Cuando llegaron al cobertizo, abrieron la puerta y entraron dentro. Sentí un escalofrió cuando oí que estaban cantando. Más que cantando, estaban orando en voz baja. Juanca, al verme, sonrió y me dijo "Ya ha llegado el gran día y vais a pagar por todos vuestros pecados". No le contesté y esperé a que empezaran a desatarnos. Uno de los sectarios se me acercó y clavó sus ojos en los míos mientras recitaba su oración. Comenzó a desatarme las manos. Cuando terminó y antes de levantarme, cogí disimuladamente el clavo y lo sujete con fuerza con mi mano derecha. Fue entonces cuando Hans le propinó un puñetazo a uno de los sectarios, derribandolo en el suelo. Juanca y los demás se giraron para ver que ocurría y fue entonces cuando yo entré en acción. De un rápido movimiento, dirigí el clavo con un golpe seco a la cabeza del que me había soltado. Se lo clavé en la sien y este no tuvo tiempo de reacción. Cayó abatido al instante. Nuestros captores se vieron inmersos en la confusión mientras Hans y María les atacaban. Entonces les grité a Belén, Esther y Elena "¡¡Ahora!! ¡¡Corred!!". Mientras cogía de la chaqueta a unos de los sectarios y lo golpeaba, pude ver como Belén y Esther, ya con los pies desatados, salían corriendo por la puerta, mientras Elena era arrinconada y retenida por dos individuos. En ese mismo instante, por el rabillo del ojo vi a Juanca. Estaba al lado mio y cuando intente reaccionar, me propinó un fuerte golpe con algo en la cabeza. Fue cuestión de segundos lo que tarde en caer derribado al suelo y perder el conocimiento. Ya en el suelo y antes de perder totalmente el conocimiento, con la visión desenfocada, pude ver como reducían a Hans y María. Esa fue la última imagen que pude ver antes de desvanecerme por completo.

No sé cuanto tiempo estuve desmayado. Si no me equivoco, unos cuantos minutos, ya que cuando desperté, nos estaban sacando del cobertizo. Si desperté fue gracias a los estridentes gritos de Elena y por la fuerte lluvia que golpeaba mi cara. Aturdido, observé mi alrededor. No tardé en percatarme de que estaba atado de pies y manos, siendo transportado en alto por la muchedumbre. Decenas de manos me agarraban. Comencé a gritar e insultar, pero era como si no me escucharan, estaban absortos en sus cánticos. A pocos metros de mi, a mi derecha, pude ver a Belén siendo transportada igual que yo. En su rostro pude ver una mueca de terror. Busqué a los demás y no tardé en encontrarlos. Hans y Elena estaban delante nuestra, siendo transportados también en volandas. A mi izquierda y luchando desesperadamente por escapar, María. Nos conducían a la iglesia. Las cosas pintaban horriblemente feas y solo nos quedaba esperar un milagro que nos sacara de esa situación.
Cuando llegamos a la puerta de la iglesia, Juanca abrió los portones y una potente luz escapó de dentro. Cuando nos metieron en el interior, pude ver todo con más lujo de detalle. Colgando de la pared habían decenas de potentes antorchas que ardían emitiendo una fuerte luz. El ambiente estaba cargado con un fuerte olor a incienso, el cual creo que provenía de una especie de lámpara que ardía en vivo fuego, la cual descendía del techo y quedaba a pocos metros del altar. Sentados en los bancos, se encontraba todos los miembros de la iglesia que no habían participado en nuestro transporte. Todos vestían las túnicas y entonaban el mismo cántico siniestro que los que nos transportaban. Ahora, el canto era más fuerte y resonaba por toda la iglesia. Al fondo de la sala y subido al altar, se encontraba Miguel. Este nos miraba con expresión de odio mientras aguardaba nuestra llegada. Cuando nos transportaban hacía el altar, pasamos junto al foso. Fue entonces cuando miré al interior y se me estremeció el alma de espanto. Allí dentro, hacinados a decenas, se encontraban los merodeadores. Estos, sin la posibilidad de poder escapar, alzaban sus brazos hacía nosotros y nos miraban mientras proferían gemidos que eran ahogados por los cánticos de la multitud. Estaban ansiosos y algunos parecían que expulsaban espumarajos por la boca. Al parecer, el estar tan cerca de tanta gente los alteraba. Me llamó la atención uno de los merodeadores, ya que llevaba túnica. Tenía la cara hinchada a causa de la putrefacción y parecía que sus ojos blanquecinos se salían de las cuencas. He deducido que este sería uno de los sectarios que fue muerto en los ataques que sufrimos tiempo atrás por parte de los merodeadores. No tardaron en subirnos al altar, situándonos detrás de Miguel. Este, con una sonrisa casi maquiavélica, nos miró uno a uno mientras que con un gesto con los dedos indice y corazón nos dibujaba una cruz en la frente. Cuando llegó mi turno, le escupí a los pies en símbolo de desprecio. Después, volvió a la posición inicial, cara a la comunidad. Desde nuestra posición podíamos ver parte del foso y a toda la comunidad sentada en los bancos. Tras nosotros, como custodiandonos para que no intentáramos escapar, se situaron varios individuos ensotanados, entre los que se encontraba Juanca. Miguel, con un gesto de mano, hizo callar a toda la multitud, la cual cantaba. Transcurrieron unos largos segundos de silencio, en los cuales solo se oía a Elena llorar y a mi insultar a Miguel. Haciendo caso omiso, Miguel comenzó a soltar un discurso. No lo recuerdo bien, ya que en esos momentos tenía preocupaciones más grandes que captar y recordar sus palabras. Pero si no recuerdo mal, venía a decir esto:

"¡Hermanos! ¡Hermanas! ¡El gran día ha llegado! ¡El fin de los tiempos están aquí! Sentiros felices de esto, pues somos los elegidos. Pero antes de abandonar este mundo terrenal, nos queda una última misión, que es acabar con los últimos impuros sobre la tierra. Dios nos pide su sangre y estamos obligados a dársela. Cuando hayamos terminado esto, será entonces cuando estaremos preparados para acudir a su llamada y presentarnos ante él. No debemos flaquear en este momento, no debemos temer nada, pues Dios es misericordioso y nos premiara con la vida eterna. No temáis, hermanos, ¡Ser fuertes y rezar! ¡Aclamaros a Dios pidiendo misericordia por vuestras almas y castigo para la de estos impuros!"

En ese instante, los cánticos se alzaron inundando toda la sala. Fue entonces cuando Miguel se giró hacía nosotros. A paso lento, se acercó y situó frente a nosotros. Desfiló delante de nosotros, parándose frente a cada uno y observándonos detenidamente. Cuando llegó frente a Elena, la señaló con el dedo y dirigió la mirada a los que estaban tras de nosotros. Juanca y otro individuo se dirigieron rápidamente a por Elena y la agarraron, levantándola, mientras esta pasaba de dibujar en su rostro una mueca de que no comprendía nada a gritar y patalear. Mientras Juanca y el otro se la llevaban, Miguel se dirigió a los tres que quedaban tras de nosotros, diciéndole: "Hermanos, traer el séptimo pecado y abrir las puertas de la granja. Ha llegado el momento de que dejéis libres a los reanimados que allí quedan. Antes de todo, no olvidéis encender las piras de madera que rodean el edificio para atraerlos". ¿El séptimo pecado? ¿Soltar a los merodeadores? Si bien no comprendía que quería decir con el séptimo pecado, entendía perfectamente lo de abrir las puertas de la granja. Ya sabía que estaban planeando. Querían matarnos uno a uno y culminar su orgía de locura suicidándose soltando a los merodeadores. Mientras estos tres personajes se dirigían al exterior, yo comencé a intentar soltar las ataduras de mis muñecas. Vi como Belén, a mi lado, intentaba hacer lo mismo. El tiempo corría en nuestra contra, pero más aun lo hacía en la contra de Elena. A esta la habían conducido al borde del foso y Miguel ya estaba a su lado. Sosteniéndola del pelo, levantó su voz por encima de los cánticos, diciendo "¡Dios todopoderoso! ¡Aquí va el primer impuro! ¡El que representa a la lujuria! ¡No tengas piedad con su alma!". De un rápido movimiento, Miguel empujó a Elena hacía el foso y esta se precipitó al interior. Fue horroroso contemplar esto y sentí un tremendo vuelco al corazón al escuchar sus últimas palabras. Justo en el mismo momento que Elena era empujada, gritó entre sollozos "¡No! ¡Por favor, no! ¡Erik! ¡Ayudame, Erik!". Yo, atado, no pude hacer nada. Aunque Elena nunca fue santa de mi devoción, la habría ayudado sin pensar. Pero no pude. Allí, atado e inmovilizado, solo pude escuchar los gritos de dolor de Elena mientras la devoraban. Fue terrible. Y más aun lo fue ver como la sangre y trozos de carne saltaban del interior del foso... Espantoso... Vi como mis compañeros me miraban horrorizados, como Esther lloraba desconsoladamente, como María gritaba como una poseída maldiciéndolos a todos. Eran gritos de impotencia. Mientras tanto, la comunidad seguía sumida en sus cánticos, como si ignoraran el horror que allí estaba aconteciendo y Miguel, impasible ante lo que acababa de hacer, se volvía a dirigir a nosotros. Los gritos de Elena ya no se escuchaban. Le había ocurrido lo mejor que le podía pasar en esa situación: morir lo antes posible y dejar de sufrir el dolor que presupone que la devoraran viva. Miguel acompañado de sus dos secuaces ya estaba frente a nosotros y buscando quien sería el siguiente. Yo no podía parar de insultarle, pero él, ignorándome, señaló a su nueva victima y se me cayó el mundo a los pies cuando vi de quien se trataba. Había escogido a María. Fue entonces cuando me terminé de trastornar y comencé a gritar con todas mis fuerzas que la dejaran. Mientras arrastraban a María hacía el foso, esta se revolvía con una fuerza sobre humana, creándole serios problemas a sus captores. Mientras, iba profiriendo insultos. Pero de nada sirvió. La situaron al borde del foso, sujetada porJuanca y el otro, y Miguel alzó la voz: ¡Señor! ¡Aquí te enviamos al segundo de los hijos del maligno! ¡Representa a la soberbia! ¡Envía su alma las profundidades del infierno y que se ahogue en azufre!". El instante en el que Miguel empujaba a María se hizo eterno. Fue como si este transcurriera a cámara lenta. Vi como María se precipitaba al foso y, junto a ella, también caía uno de sus captores. Por desgracia, ese no era Juanca. No sé como fue, pero ese individuo cayó al interior casi al mismo tiempo que ella. Quizás, María pudo agarrarle de alguna forma en el último instante o se cayó por un descuido, no lo sé. Solo sé que en ese mismo instante grité desesperado mientras los gritos de María emergían del foso. Entré en una especie de shock, en el cual dejé de percibir la realidad tal como era. Mi visión se volvió distorsionada, mis oídos percibían los sonidos alterados y distorsionados, mezclando los cánticos y los gritos de María en un mismo sonido. No sé que me ocurrió. Lo que si sé que acababa de morir una buena amiga que me había acompañado todo este tiempo, desde el principio. Ella era la única que había sobrevivido de mi grupo original. Primero murió Alicia en la urbanización, los primeros días que todo esto empezó. Después José, en el hospital, seguido de Raúl, que murió camino del puerto. Y ahora María. Los he perdido a todos y ya nunca jamás volverán a mi lado. Me siento destrozado por esta última perdida y no levanto cabeza desde entonces... La echaré de menos, a ella como amiga y a ella como valiente superviviente...

Como os decía, dejé de percibir la realidad tal cual era. Solo desperté del shock cuando tenía a Miguel frente a nosotros de nuevo y escogió a su nueva victima: Belén. Belén comenzó a llorar y yo a gritar que la dejara y que me cogiese a mi primero. Miguel no me hizo caso y, ayudado por Juanca, se llevaron a Belén. Mientras se la llevaban, ella me miró con el rostro lleno de lágrimas y me dijo "Te amo, Erik". Me sentía tan bloqueado que no le pude contestar, solo me centre en gritar que la soltaran. La habían arrastrado hasta mitad de camino cuando un grito sonó en la sala. Los cánticos cesaron y yo tuve la esperanza de que fuese el milagro que esperaba. Miguel se detuvo y dirigió la mirada hacía donde procedía el grito. Había gritado una señora, la cual estaba en un extremo de los bancos de la izquierda. Esta tenía la mirada clavada en una de las ventanas. Miguel se pronunció, diciendo "¿Que ocurre, hermana?". Ella contestó "¡Hay reanimados en la ventana, hermano Miguel!". De repente, toda la sala dirigieron las miradas a las ventanas más cercanas y varias voces se pronunciaron diciendo "¡Aquí también!". Miguel contestó "Sí, hermana. No temas, todo esta en los planes del altísimo. Seguir rezando, no podemos perder tiempo". Fue entonces cuando unos golpes insistentes comenzaron a sonar en el portón de entrada. Eran más merodeadores. La gente se giró. La gente se estaba empezando a percatar de que iba la cosa y se estaban asustando. Esa era nuestra única esperanza, una rebelión en masa contra toda esta locura. Pero Miguel alzó de nuevo la voz, esta vez con tono autoritario, diciendo "¡No podemos abandonar ahora! ¡No podemos dejarnos llevar por el miedo o Satán habrá triunfado! ¡Tener fe! ¡Esa es la llave del reino de los cielos! ¡¡Continuar rezando, que Dios oiga de que lado estamos!!". Para mi asombro, ¡la gente le hizo caso y volvieron a entonar sus rezos! Se me cayó el mundo a los pies. Ya no había nada que hacer, esa gente estaba tan loca como su líder. Impotente, vi como llevaron a Belén hasta el borde del foso y Miguel se pronunció: "¡Yahveh! ¡Aquí te enviamos al tercer impuro! ¡La esposa del líder de los enviados de aquel que renegó de ti! ¡Guardale un puesto entre las brasas más ardientes del infierno! ¡Representa a la avaricia!". Mi mundo se detuvo en ese instante. En ese mismo en el que el único lazo que me ataba a esta tierra iba a ser sacrificado. Y yo, allí, atado y sin poder hacer nada más que ver morir a Belén. Mi Belén... Mi pobre Belén...

Necesito juntar fuerzas para continuar con la última parte del relato. Lo siento. Darme solo un día más. Espero que lo comprendáis, todo esto no es fácil para mi.


- Erik -


lunes, 27 de diciembre de 2010

+ 27-12-10 + El día del juicio final: Enviados por el maligno

Antes de nada, quiero decir que los hechos que os voy a relatar van a estar divididos. Es decir, os lo voy a relatar en al menos dos entradas, ya que os tengo que contar muchas cosas y con una entrada no será suficiente.

En esta ocasión, no hemos pecado de confiados, ni de ignorantes, ni de poco precavidos... Nos la han clavado porque así estaba escrito, porque así tenía que pasar... Quizás se podía haber evitado si hubiéramos salido de aquí al poco de acabar la entrada anterior, pero si no lo hemos hecho no ha sido por capricho, sino por necesidad. Movernos significa planificar las rutas, recoger nuestras pertenencias, encontrar vehículos para movernos más seguros... Son muchas cosas que nos han impedido ser más rápidos de lo que hemos sido y por lo cual nos hemos visto en esta situación. Es tontería buscar culpables o errores. Como ya he dicho, lo que ha ocurrido a ocurrido porque tenía que pasar y nada más.

El día 19 nos levantamos temprano. Más que de costumbre. Desde que ocurrieron los últimos acontecimientos, dejamos de consumir alimentos manipulados por los miembros de la comunidad. De todas formas, no creo que nos hubieran servido nada. Ya habíamos dejado de ser bienvenidos y los feligreses pasaron de ignorarnos a mirarnos mal, hasta nos insultaban en nuestra cara. Si dejamos de comer de sus alimentos no fue por esto, sino porque no nos fiábamos de que estos envenenarán nuestra comida para acabar con nosotros. Por lo cual, todas las mañanas, un grupo de dos de nosotros salíamos a los campos cercanos a recoger alimentos para ese día. Frutas, verduras, algún animal de la comunidad... Sí, hemos estado robando a la comunidad y ellos conocían esto. Que se jodan. Dicho día, después de realizar esta tarea y de desayunar unas cuantas naranjas y manzanas, nos pusimos a terminar de recoger nuestros enseres y prepararlos para nuestra partida. Ese día era nuestro último día en la comunidad de tarados. No sabéis el tremendo pesar que llevaba en mi interior. El pensar que teníamos que dejar a Eduardo atrás me estaba comiendo la conciencia. Pero que podíamos hacer si él no había vuelto. Mi única esperanza en ese momento era consolarme pensando que de camino a Reus tendríamos la oportunidad de seguir su rastro.
Bien, después de desayunar, marché con María para buscar dos vehículos. Teníamos la oportunidad de coger uno de los del aparcamiento, pero hacer esto significaba llamar la atención de la comunidad y, por lo tanto, darles a conocer nuestra intención de marcharnos ese mismo día. Y eso no era prudente. Debíamos marcharnos sin que se enteraran de que lo habíamos hecho. Así no tendrían oportunidad de intentar impedírnoslo. No recuerdo a que hora salí con María, pero lo que si que recuerdo es que la tarea de encontrar dos vehículos adecuados nos llevó horas. No nos fue fácil por diversos motivos. Los coches que encontrábamos en la autovía, o bien estaban muy destrozados o bien no arrancaban. Y no hablemos de los problemas que nos dieron lo merodeadores. Mira que he transitado esta autovía veces en los últimos meses y os puedo decir que nunca la había visto tan plagada de merodeadores. No supe a que se debía, aunque supongo que es cuestión de azar, ya que esos seres no tienen otra faena que deambular y, quieras que no, siempre se terminar juntando en manada en un mismo punto en concreto. La verdad, nuestra tarea fue muy entorpecida por estos. Teníamos menos de cinco minutos por cada coche. Es decir, si en cinco minutos no habíamos puenteado el coche con éxito, teníamos que salir por piernas porque los merodeadores estaban alcanzando nuestra posición. También cabe destacar un pequeño percance. María se metió en un vehículo para intentar arrancarlo mientras yo me quedé fuera. Estaba vigilando la posición cuando me alertaron los gritos de María. Miré al interior del vehículo y me vi a María forcejeando con un merodeador. Este, totalmente escuálido y con la cabeza totalmente despellejada, la cual era toda hueso, había salido del asiento trasero del coche y estaba agarrando a María, sentada en el asiento del piloto, e intentandole morder, mientras ella lo sujetaba del huesudo cuello y me gritaba que se lo quitara de encima. Rápidamente, dejé mi rifle en el suelo y cogí la escopeta de María. Con sumo cuidado pero sin perder tiempo, le acerqué el cañón a la cabeza y apreté el gatillo. La cabeza de este explotó en mil pedazos y la masa pútrida de su cabeza nos embadurno por completo. Después de esto, nos marchamos corriendo a toda prisa ya que los merodeadores ya habían llegado a nuestra posición.

Al final, nos hicimos con dos vehículos. Nos costó pero por fin teníamos dos utilitarios en perfectas condiciones. Lo siguiente fue dirigirnos a la comunidad pero sin entrar al aparcamiento con los vehículos. Estos los dejamos en el borde del camino y realizamos la parte del otro trayecto a pie. Cuando llegamos a la comunidad fue como llegar a esta por primera vez. Al ver el edificio ante nosotros, me invadieron los recuerdos de cuando llegamos aquí aquel 4 de Junio. Sentí nostalgia, ya que las cosas habían cambiado tanto...
Lo primero que hicimos fue buscar a los demás y avisarles de que teníamos los coches y había llegado la hora de marcharnos. Tuvimos suerte, ya que todos los miembros de la comunidad estaban en una de sus tediosas y enfermizas misas, así que era cuestión de recoger nuestras cosas, llevarlas a los coches y marcharnos de aquí pitando. Yo propuse lo siguiente: me quedaría en las inmediaciones de la iglesia con la intención de avisar a todos si los sectarios terminaban la misa mientras los demás llevaban los trastos a los coches. Recalco que nuestra intención era marcharnos del lugar sin que se enterara la comunidad. Pues bien, me dirigí a la iglesia y me situé cerca de la puerta. Desde aquí podía oír a Miguel soltar su sermón. Este era muy diferente a todos los que habíamos oído tiempo atrás. Su voz, siempre tranquila y pacifica, se había convertido en agresiva y cargada de odio. No estaba hablando en voz alta como siempre lo hacía, estaba gritando, vociferando. Y sus palabras... me pusieron los pelos de punta. Hablaba de nosotros:

"...Ellos, ellos son el maligno encarnado. Por culpa de gente como ellos Dios nos ha enviado a su ejercito divino. Su ejercito ha arrasado la tierra y ha acabado con todos los impuros de este mundo. Dios los ha aplastado aunque muchos se escondieran. Se escondieron pero no les sirvió de nada, ¡porque nadie se puede esconder de Dios todopoderoso! Sin embargo, este grupo de infieles, que han escupido sobre nuestra fe, ¡sobre nuestro Dios!, han logrado escapar de su destino. ¿Y por qué? ¡Porque el mismísimo Satán esta de su parte! Sí, hermanos, el ángel caído, la bestia, el repudiado de Dios... ¡Él esta ayudándolos! Él les guía, los maneja a su antojo. Por ello vinieron aquí, ¡el maligno los envió con la misión de corrompernos! Lo ha hecho porque nosotros somos el único bastión puro del mundo, ¡somos los únicos supervivientes! ¡y él quiere sacarnos de nuestra senda! Por ello este grupo de malditos a los ojos de Dios ha sobrevivido tanto tiempo vagando por la tierra... ¡Porque Satán les ayuda! Dios me avisó de ello, él me dijo 'Vendrá un grupo de sobrevivientes liderados por un chico joven. Ellos te pedirán hospitalidad, os intentarán engañar con buenas palabras y se harán pasar por uno más entre vosotros. Pero ellos no serán quienes dicen ser. Ellos son enviados por aquel que renegó de mi y fue expulsado de mi reino. Su misión será corromper vuestra pureza, desviaros del camino que yo os he marcado. Pero no los repudiéis. Darles vuestra mejor hospitalidad, acogerlos en el terreno sagrado que yo os he dado y compartir vuestros alimentos con ellos, tratarlos como a hermanos, pero manteneros firmes en vuestra fe y no escuchéis sus palabras. Cuando vean que es imposible quebrantar vuestras almas, ellos intentarán escapar. Lo harán una y otra vez, pero yo se lo impediré, haciéndoles volver siempre que intenten escapar. Entonces vosotros, hijos míos, habréis conseguido frustrar los planes del maligno. Sus enviados estarán a la merced divina. Solo tendréis que esperar al gran día y será entonces cuando me tendréis que enviar las últimas almas impuras sobre la tierra. Entonces, todo acabará, el día del juicio final habrá llegado'. Ese fue su mensaje y yo he llevado a cabo su voluntad. Les he ofrecido nuestro techo, nuestra hospitalidad, nuestros alimentos... y ellos, tras varios intentos de acabar con nuestra fe, han intentado huir. Pero Dios se lo ha impedido. Entonces, muchos de vosotros comenzasteis a dudar y a dejaros seducir por ellos. ¿Recordáis que fuimos atacados por hordas del ejercito divino? ¡Eso fue un castigo de Dios! ¡El todopoderoso estaba enojado porque muchos de vosotros estabais comenzando a perder vuestra fe por este grupo de infieles! ¡Os estabais dejando engañar por sus palabras que hablaban de una ciudad segura! ¡Por ello nos envió ese castigo y dejó de hacerme revelaciones! ¡Pero conseguimos enmendar el error y ahora más que nunca debemos demostrarle a nuestro Señor que seguimos su palabra sagrada! ¡Él quiere que le entreguemos las almas de esos impuros en el gran día y así lo haremos!".

En este punto, la gente enfervorizó y comenzó a gritar "¡Eterna gloria a nuestro Señor todopoderoso" y lanzar otras alabanzas a su Dios mientras otros muchos gritaban "¡Abajo los infieles!" y "¡Que la ira divina caiga sobre los enemigos de nuestro Señor!". Me sentía horrorizado y me estaban invadiendo unas tremendas ganas de salir corriendo para avisar a los demás. Lo que temíamos se había iniciado. Miguel estaba pidiendo nuestra cabeza y la gente encolerizada lo aclamaba. Miguel continuó con unas breves palabras, las cuales me hicieron salir de estampida de allí: "¡Hermanos! ¡Vayamos a por ellos ahora mismo! ¡Cumplamos la orden divina!". Automáticamente después de oír esto, salí corriendo hacía el edificio principal mientras desenfundaba mi pistola. Corrí todo lo aprisa que pude y no tardé en llegar a la puerta principal. Allí me encontré a Hans, cargado con varios enseres. Prácticamente sin aliento, le dije "¡¿Donde están todos?¡ ¡¿Donde esta Belén?!". Hans, sin entender nada, me dijo "Pues supongo que dentro, recogiendo. ¿Que ocurre?". Mientras abría la puerta principal, le dije "¡Vienen a por nosotros! ¡Corre y pon en marcha los vehículos! ¡Rápido!". A mis espaldas pude oír a la muchedumbre y cuando giré la cabeza, pude ver a varios de ellos con Miguel a la cabeza. Este, al vernos, gritó "¡Ahí están! ¡A por ellos!". Hans lanzó las cosas al suelo y salió corriendo mientras yo me metí en el interior del edificio. Corrí en busca de Belén mientras todos los sectarios entraban en el edificio. Mientras corría por los pasillos, iba llamando a Belén a gritos. Esta no me contestaba. Nadie lo hacía. Nada más llegar a la habitación la abrí prácticamente de un golpe esperando encontrarla allí. Pero no, no estaba. Intenté salir de esta y huir, pero por el pasillo pude ver a la turba de gente, corriendo y gritando "¡Infiel!". Estos me vieron y yo cerré la puerta de la habitación y la bloqueé como pude con la cama. Desesperadamente busqué alguna de las armas que dejamos en la habitación días anteriores, pero no estaban. Es más, no había nada de nuestras pertenencias. Al parecer, Belén ya las había recogido y llevado al coche. No me quedaba otra opción que defenderme con la pistola, pero con un cargador de 17 balas no sería suficiente para disuadir a la turba. Los primeros golpes a la puerta sonaron. Poco a poco, estos se hicieron más insistentes y violentos, mientras la frágil puerta temblaba por cada enviste. No tenía escapatoria. Permanecí quieto apuntando mi arma mientras les gritaba que estaba armado. Pero ellos ni siquiera me escuchaban y mi voz era eclipsada por sus gritos y golpes. Al final, la puerta cedió y una gran brecha se abrió en el centro. La cama se desplazó y la puerta quedó abierta. Comenzaron entrar. Los primeros fueron dos individuos ataviados con túnicas. Estos me lanzaron una mirada de odio y comenzaron a acercarse a mi. Yo les grité "¡No deis ni un paso más o disparo!", pero no me hicieron caso. Intentaron lanzarse sobre mi pero les disparé antes. Efectué tres disparos. Al primero le alcancé en la cabeza y al segundo en hombro y pecho. Estos cayeron abatidos pero cuando me di cuenta ya habían entrado cuatro más. Y seguían entrando. La voz de Miguel sonó de entre la turba que había en el pasillo, diciéndome "¡Es inútil, Erik! ¡¿Cuantas balas puedes utilizar contra nosotros?¡ ¡Somos más y tus balas no nos frenarán! ¡Rindete, hijo del maligno!". Disparé nuevamente y acabé con los que se me intentaron acercar. La situación me desbordaba y solo podía recular disparando. A pesar de que veían que les apuntaba y no dudaba en disparar, ellos no se amedrentaban y seguían intentando atraparme. Estaban poseídos por una fe fanática que los lanzaba a la muerte sin pensarlo. De repente, Juanca apareció de entre la multitud. Este iba vestido con túnica y me miró mientras me sonreía. Lo encañoné y apreté el gatillo. Pero el arma martilleó en vació. Había vaciado el cargador. Y este era el único que tenía. Los otros estaban en mi mochila la cual no llevaba encima. Juanca y varios más comenzaron a acercarse. Yo, arrinconado en la pared, desenfundé el machete y me puse en guardia. El primero que se lanzó sobre mi recibió por mi parte una estocada en el abdomen que lo hizo desplomarse. Al segundo le alcancé en el cuello antes de que se me acercara. Fue desagradable ver como caía de rodillas profiriendo un grito ahogado y la sangre brotando de su cuello como una fuente...
La habitación estaba llena de sectarios y era imposible abrirme paso entre ellos con un simple machete. Era cuestión de tiempo que me redujeran. Por eso tomé la solución más drástica y de la única que disponía en ese momento. Salté por la ventana. No era la primera vez que hacía esto. No se cuanta distancia habría, solo puedo decir que no era pequeña. Atravesé el cristal de la ventana y caí en picado hasta aterrizar en el suelo.

El golpe fue violento e intente amortiguarlo lo mejor que pude. Un terrible dolor me recorrió desde los pies hasta la columna vertebral, pero no podía pararme a esperar a que este desapareciera. Encorvado, me puse en pie y levanté la cabeza para mirar a la ventana. Allí habían varias cabezas asomadas, entre ellas, la de Juanca. Acto seguido, un individuo saltó por esta y cayó a mi lado. Todos comenzaron a hacer lo mismo y yo solo pude salir corriendo. Corrí y corrí hasta bordear el edificio y llegar al aparcamiento. Mi sorpresa fue que, al llegar a este punto, vi a un grupo de sectarios en el centro del aparcamiento. Estaban en circulo. Intenté evitarlos hasta que vi que en el centro, atados, tenían a Belén, Esther, Hans y Elena. Un sentimiento de rabia y odio me recorrió el cuerpo y, cegado por estos sentimientos, corrí hacía sus captores con el puñal en mi mano. Belén, al verme, gritó "¡No! ¡Huye!" y los cinco captores se giraron, descubriéndome. Estos llevaban lazos de perrera y uno de ellos, una horca de granero. Cuando llegué hasta su posición, salté sobre el primero y comencé a clavarle el machete una y otra vez. No podía parar de hacerlo y la sangre me salpicaba empapándome. Uno de ellos intentó golpearme con el lazo, pero yo esquivé el golpe y le lancé un tajo a su pierna. Le corté a la altura del muslo superior. Podía oír de fondo los gritos de Belén, pero en ese momento, mi mente estaba cegada y solo deseaba matarlos a todos. Una chica de mediana edad que no vestía túnica, me golpeó con el palo de su lazo en el hombro. Me recuperé del golpe y dirigí mi machete hacía su pecho. Le asesté una estocada en el centro de su caja torácica y esta cayó desplomada en el acto. Fue entonces cuando acabó la batalla. A mi espalda, uno de los individuos consiguió atraparme con el lazo. Me capturó del cuello como hacían con los merodeadores y me inmovilizó. Yo, machete en mano intenté soltarme, pero era imposible. Este comenzó a zarandearme hasta que me hizo perder el equilibrio y caí al suelo. Tumbado sobre el asfalto y fatigado, pude ver a Belén, Esther, Hans y Elena, que me miraban con cara de horrorizados. Volví a intentar rehacerme, pero fue imposible. Me tenían bien cogido. Uno de ellos me pisó la mano y me quitó el machete. Yo, derrumbado, me dirigí a Belén. Le dije "Lo siento... Os he fallado... Os he fallado...". Al poco, vinieron cuatro individuos más. Traían a María, también del cuello con uno de esos lazos. Nos retuvieron hasta que vino Miguel seguido de toda la comunidad. Este, al verme, gritó "¡Oh, hermanos! ¡Miradlo! ¡Observar como es la bestia encarnada! ¡Esta cubierto de la sangre de nuestros hermanos!". Yo miré mi cuerpo y vi, asombrado, que estaba empapado de sangre. Parecía que me había lanzado en una bañera llena de fluido vital. Al ver esto, no pude evitar ponerme a vomitar. Fue entonces cuando, como salido de la nada, hizo aparición Thor. Nadie lo vio correr hacia nosotros y se percataron cuando este se lanzó sobre uno de lo sectarios. Lo agarró del cuello e hizo presa con sus mandíbulas. Todos los allí presentes recularon horrorizados y solo Miguel se quedó quieto e impasible. Thor asfixio a su victima y Miguel gritó "¡No tengáis miedo! ¡Dios nos protege ante esa bestia de los infiernos!". Al pronunciar estas palabras, Thor levantó la cabeza y centró su atención en Miguel. De un rápido movimiento comenzó a correr y brincó en dirección a su cuello. Pero... pero... ocurrió lo que nunca debió ocurrir. El individuo de la horca atravesó a Thor con esta y lo derribó antes de que llegara a Miguel. Hijos de puta... No os podéis ni imaginar lo que le he llorado todo este tiempo. No puedo borrar de mi mente la imagen de Thor en el suelo con la horca clavada en su costado. Aun puedo verlo allí tirado, respirando dificultosamente y sus ojos clavados en mi. Malditos. Yo, ante esa escena, solo pude gritar de rabia. Nada más pude hacer. Nada más...

Con todos nosotros allí inmovilizados, estábamos a su merced. Esperaba que nos ejecutaran allí mismo, pero no. Miguel dio orden de que me ataran de pies y manos y nos llevaran a uno de los cobertizos. Así lo hicieron. Nos arrastraron hasta uno de los cobertizos y allí, en la más absoluta oscuridad, nos ataron a cada uno en una esquina. Allí hemos permanecido poco más de dos meses. Dos meses de tormento y cautiverio en los cuales llegamos a ansiar que nos ejecutaran lo antes posible. Pero no lo hicieron. No. Nos tenían preparados otro destino...

Hoy no tengo más fuerzas para seguir escribiendo. Mañana continuaré. Os pido disculpas por ello.


- Erik -