Mostrando entradas con la etiqueta religión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta religión. Mostrar todas las entradas

sábado, 8 de enero de 2011

+ 08-01-11 + Historias paralelas

Me he despertado con las primeras luces del alba. El aire fresco de la mañana se ha hecho notar mientras, desconcertado y desubicado, me he percatado de que he pasado la noche durmiendo en la terraza. Por lo visto, tras terminar de escribir la entrada anoche, apoyé la cabeza en la mesa de la terraza y me quedé 'out'. Nada más despertarme, me he levantado de la silla totalmente acartonado y me he desperezado. Mientras realizaba esto, mi atención se ha centrado en un par de gaviotas que, entre sonoros graznidos, planeaban surcando el viento. Ha sido maravilloso ver durante unos instantes la danza de esas dos aves. Una pena que los gemidos de los de ahí abajo hayan desviado mi atención de tan curioso espectáculo. Ha sido como si accionasen un interruptor en mi cabeza, permitiéndome así poder escuchar a los merodeadores que se agolpan alrededor del edificio, ya que unos segundos antes los gemidos estaban pasando desapercibidos para mis oídos. Será que ya estoy demasiado acostumbrado a escuchar los lamentos de estos seres... si se puede acostumbrar uno a esto.
Bien. Estaba observando el panorama cuando he notado que había alguien a mi espalda. Haciendo uso de ese sistema natural de defensa que hemos desarrollado en todo este tiempo, me he girado automáticamente echando mano a desenfundar la pistola. La voz de Eduardo ha resonado, diciendo "Tranquilo, tranquilo. Soy yo". He respirado aliviado. Eduardo me ha dado una palmadita en la espalda y se ha situado a mi lado, apoyándose en la barandilla. "Quién iba a decir que el destino nos iba a juntar de nuevo, ¿eh?". La verdad es que es curioso. Ha continuado diciendo "Según he podido deducir, las cosas no acabaron muy bien con los de la 'Iglesia', ¿no?". No me había percatado hasta ese preciso momento de que todavía no le habíamos contado todo lo ocurrido. Le he recomendado que tome asiento ya que la historia era larga. He comenzado desde el principio, desde el día que decidí partir en busca de Iván. No he escatimado en detalles. Teníais que haber visto la cara que se le ha quedado a Eduardo en cuanto he llegado a la parte de Miguel y de como llevó a toda su comunidad a una psicosis colectiva en la que intentaron sacrificarnos como animales. Y en cierto modo, parte de su cometido consiguieron, ya que María y Elena no han tenido tanta suerte como hemos tenido nosotros. Eduardo se ha puesto las manos en la cabeza y ha exclamado "Y pensar que al principio vi a Miguel como un puritano inofensivo...". Igual que todos. Yo creo que al principio todos tuvimos esa impresión, dejando a un lado la desconfianza habitual que le profesamos a los extraños. He continuado narrándole mis peripecias en solitario y mi estancia en el refugio de Eusebio, así como también mi descubrimiento de que Reus sigue siendo zona segura. Sus palabras "Sí, cierto. Reus nunca ha caído, te lo puedo asegurar". Me he quedado un poco sorprendido ante esta respuesta. Le he preguntado que como sabe esto. Su respuesta me ha dejado más helado aún "Porque he estado allí". ¿Qué? ¿como? Eso mismo le he dicho. Aquí es cuando a comenzado a contarme su historia:

"Lo que oyes. A ver, la historia es algo larga, igual o más que la tuya, pero ya que veo que no tenemos nada mejor que hacer, te cuento. No sé si te habrá dicho algo Belén, supongo que sí, pero tras tu partida de la iglesia de Miguel, ella cayó sumida en una depresión. Andaba de allá para acá, llorando por las esquinas, sin comer, sin apenas relacionarse con nosotros... Había días en los que ni siquiera salía de su habitación y teníamos que ir nosotros a intentar que comiera algo. Bueno, viendo su estado y que tan solo había una cosa que podía hacer por ella, decidí salir en tu busca. Era algo que había estado barajando y así lo hice. Llené una mochila con provisiones, busqué un vehículo y espada en mano, salí rumbo a buscarte. Durante un tiempo estuve siguiendo tu rastro, ya que déjame que te diga, eres un descuidado, Erik. Vas dejando pistas haya por donde pasas. Pero un día, no sé si es que te volviste más precavido o yo cometí un descuido, perdí tu rastro. Y fue entonces cuando me vi vagando sin rumbo. Pensé en más de una ocasión en desistir y volver sobre mis pasos, pero imagina el mazazo que habría supuesto para Belén el verme volver sin ti. Así que no había otra opción que seguir hacía delante. Me metí en algún que otro embrollo con los merodeadores, de los cuales en dos ocasiones no salgo con vida para contarlo. Un buen día me quedé sin combustible en el vehículo y tuve que seguir a pie. Dudé si en seguir por la autovía o tomar una vía secundaría que llevaba a un pueblo, el cual no me preguntes el nombre porque ya ni me acuerdo. Tomé la segunda opción. Te lo digo, habría sido mejor tomar la primera. Tardé una hora en llegar a dicho pueblo. Se trataba de un pequeño pueblecito rural, de esos con cuatro calles y un bar en la plaza. Me sorprendí, ya que no encontré ni tan solo un merodeador por la zona. Deambulé por este, bebí agua de una fuente que había en la plaza y me dispuse a entrar al bar. No hubo problema para esto, ya que la puerta estaba abierta. Ya bien por costumbre o bien por lógica, esperaba toparme algún merodeador aquí dentro, pero la realidad fue otra. Ni uno. Esta ausencia de engendros me estaba mosqueando. Rebusqué por todo el establecimiento a ver si había algo de víveres, pero estaba más que saqueado. Estaba apunto de desistir en la búsqueda, cuando al entrar en el almacén hice un hallazgo escalofriante. Entre unas cajas, atada y amordazada, se encontraba una joven de unos 25 años. Esta, al verme, se asustó y comenzó a intentar soltarse de las ataduras. La tranquilicé como pude y lo primero que hice fue quitarle la mordaza. La joven, que apenas la entendía porque no dejaba de tartamudear, comenzó a decirme que por favor la desatará, que no tardarían en venir. Yo al principió no entendí nada y comencé a hacerle preguntas. No debí hacer eso, lo acertado habría sido desatarla y salir de allí a toda prisa. Pero no me percaté de esto hasta que el ruido de unos vehículos resonaron en la puerta. Rápidamente me asomé por la puerta del almacén y a través de los cristales de la entrada vi como acababan de aparcar dos vehículos justo en la puerta. De esté bajaron unos cinco individuos. Iban armados y, créeme, a estas alturas solo me basta una mirada para saber quienes tienen buenas o malas intenciones. Y estos no tenían pinta de llevar buenas. Empuñando la espada, corrí a esconderme tras unas cajas mientras escuché como abrían la puerta del bar. Iban riéndose a carcajadas y hablando entre ellos. La joven, al escucharlos, se puso a llorar y a gritar desesperada. En ese momento no tenía ni idea de como salir airoso de esa. Estaba bien escondido y, si la chica no se chivaba, podría esperar oculto hasta que se volvieran a ir. Pero como ya te habrás dado cuenta, Erik, las cosas no siempre salen como uno quieren. Los cinco personajes entraron al almacén. Yo los podía ver por una rendija que había entre las cajas. Estos iban completamente beodos y comenzaron a decirle a la chica cosas como '¿Nos has echado de menos, zorra?' mientras reían. Uno de ellos comenzó a derramarle sobre la cabeza una botella de whisky mientras le gritaba '¡Bebe, mala puta!'. Te puedes hacer una idea de lo que me costó aguantar mi posición y no salir a rebanarles el pescuezo. La gota que colmo el vaso fue cuando uno de ellos le dijo 'Cogerla y sujetarla sobre la mesa, que esta quiere más' o algo así. La chica se puso a gritar '¡No! ¡No, por favor! ¡Ayúdame!' y entre dos la levantaron y la tumbaron sobre la mesa mientras otro le bajaba la ropa. El otro se bajó los pantalones e imagínate lo que se sacó. Pues aquí fue cuando tuve que saltar, porque como comprenderás, no me iba a quedar quieto a esperar a que la violaran. Salí de detrás de las cajas y me lancé sobre ellos. De un mandoble le corté el miembro al jodido violador. Mientras caía al suelo gritando, dirigí mi espada al segundo, que era uno de los que sujetaban a la chica. De un tajo le corté la yugular. No tuve tiempo para más, ya que uno de ellos, una verdadera bestia de dos metros, me dio un puñetazo que me dejo inconsciente. No sé cuanto tiempo debí estar sin conocimiento, solo sé que cuando desperté estaba atado de pies y manos. Tres de estos individuos estaban de pie frente a mi, el cuarto en un rincón, gritando de dolor y sujetándose lo poco que le quedaba de miembro y el quinto muerto en el suelo sobre un charco de sangre. No me cabía duda, de esta no escapaba, me iban a despellejar como a un cerdo. Uno de ellos se agachó y cogió algo del suelo. Acto seguido me lo lanzó con fuerza y esto me impacto en el pecho. Cuando cayó al suelo y rodó pude ver que se trataba de la cabeza cercenada de la chica. Comencé a gritarles y estos me contestaron con patadas e insultos. Mi intención era cabrearlos lo suficiente para que en un arrebato de ira me dieran un tiro y así evitar que me torturaran. Una solución muy drástica, ¿verdad? Total, me iban a matar, lo suyo es que lo hicieran de la forma más rápida e indolora. Pero no fue así y decidieron mantenerme con vida un tiempo con la finalidad de hacerme pagar lo que les había hecho a sus amigotes. Así que imagina, me convirtieron en su mascota con la única diferencia de que se entretenían conmigo torturándome. Mira...". Eduardo se ha levantado la camiseta y me ha enseñado el pecho y la espalda. Tiene el pecho y parte del abdomen plagado de múltiples cicatrices circulares y profundas y la espalda cruzada de cicatrices rectas. Ha continuado "...las heridas de delante me las hicieron con unas tenazas. Me arrancaron la carne hasta que se cansaron...". Me he quedado horrorizado cuando me ha dicho esto. "...las de la espalda, a latigazos con un cable de una aspiradora. Esto (me ha enseñado la mano toda magullada y ¡sin uñas!) me lo hicieron también con las tenazas. Me arrancaron las uñas una a una...". Debe de haberse percatado de lo mal que lo estaba pasando escuchando las torturas que le infringieron, porque no ha continuado con estas y ha cambiado de tema diciendo: "...bueno, que me voy por las ramas. Lo dicho, los desgraciados se lo estuvieron pasando bien a mi costa. No sé cuanto tiempo me tuvieron retenido, pero fue lo suficiente como para conocer su modo de vida. Todos los días realizaban incursiones de las cuales siempre volvían cargados de víveres, bienes saqueados, alcohol y drogas, y muy de vez en cuando, de algún pobre desgraciado o desgraciada. Con los primeros jugaban a un juego que solo podía nacer de una mente enferma como las suyas. Lo hacían correr por una explanada para ver quien era el primero en acertarle de un balazo. Si el rehén se trataba de una mujer, la retenían un tiempo usándola solo para desahogarse sexualmente. Cuando se cansaban, le cortaban el cuello y a por otra. Yo tuve la suerte de que cometieron el error de dejarme el suficiente tiempo con vida para ver como obtenían su merecido. Un buen día, tras una de sus expediciones, volvieron muy nerviosos. Apuntalaron la puerta, sacaron varias cajas de munición y se apostaron en las ventanas del comercio. Desde mi posición pude ver todo lo que ocurrió. Los tres, porque ya solo eran tres, ya que al que le corte sus partes murió desangrado el mismo día que me apresaron, comenzaron a abrir fuego hacia el exterior. En un primer momento pensé que se trataba de un ataque de una horda de merodeadores. Pero no era así, ya que un disparo atravesó un ventanal y le acertó en la cabeza a uno de esos perros. Aquello parecía una guerra, las balas entraban al bar rebotando por las paredes mientras que estos devolvían los disparos. Apenas transcurrieron 10 minutos de tiroteo cuando los tres ya yacían en el suelo sin vida. Atado en el almacén pude escuchar como se abrían las puertas del bar y varios individuos entraban. Cual fue mi sorpresa al ver que se trataba de militares. Estos me soltaron y tras un breve interrogatorio, me llevaron con ellos. Me sacaron al exterior y me montaron en uno de los jeep's. Intenté recuperar mi katana, pero no me lo permitieron. Ya en el vehículo, se pusieron en marcha. De camino, tuve oportunidad de dialogar con uno de los militares. A la pregunta de que a donde me llevaban, ¿sabes que me respondió? ¡A Reus! ¡Imagina la cara que se me quedó al escuchar esto, Erik! Me contó que llevaban un tiempo tras estos individuos, que les estaban siguiendo la pista desde que comenzaron a saquear zonas cercanas a Reus. Reus por aquí, Reus por allá... no podía creer que estaban escuchando mis oídos. Y mucho menos pude creer lo que estaban viendo mis ojos al llegar a dicha ciudad. Los tres jeep's que formaban el convoy se pusieron en fila frente a una gran puerta metálica, rodeada toda esta por una verja de varios metros de altura. Unos militares abrieron la puerta y pasaron los vehículos. Estos militares corrieron a abrir una segunda puerta. Realizaron este modus operandi al menos con dos puertas más, siendo la última de una especie de hangar. Al entrar a este, nos recibió un grupo de militares con trajes de protección bacteriológica los cuales se encargaron de mi. Me montaron en una camilla y me condujeron a una sala por la cual me hicieron pasar por una especie de ducha a presión. Me explicaron que se trataba de una ducha desinfectante con líquidos especiales. Tras esto, me llevaron por unos pasillos hasta llegar a una especie de hospital. Me internaron en una habitación, donde curaron mis heridas y me dejaron en observación. Parece ser que más que por mi estado de salud, esto lo hicieron para mantenerme vigilado por si acaso estaba infectado. Allí permanecí al menos durante dos semanas. Al poco recibí el alta y me obligaron a presentarme en unas oficinas del ejército, en donde llevan todo el tema de administración. Bien, tras un breve interrogatorio, en el cual tuve la oportunidad de explicarles que no tenía intención de quedarme mucho tiempo, me expidieron un permiso de residencia en Reus que me permitía estar allí durante una semana. De quedarme más tenía que renovarlo o pedir un permiso de residencia sin límite de fecha. Sí, como lo oyes. Allí las cosas funcionan prácticamente igual que como lo hacían antes. No te puedes ni imaginar como controlan todo. Y espera, que me queda por contarte lo mejor. Dentro del perímetro seguro, en donde se concentra toda la población, ¡cada persona tiene su oficio! No es nada raro ver a hombres y mujeres con maletines que van al trabajo, a personas tomando café en una terraza, a alguien leyendo un libro en un parque o a mujeres que vienen con bolsas de comida, las cuales reparten en el centro de alimentos. Se respira normalidad en todos los aspectos, es como viajar al pasado. Eso sí, los militares están presentes en cada rincón de la ciudad, en cada esquina. Y si te alejas del núcleo de la población, es fácil perderse por barriadas desiertas y deshabitadas, a pesar de que están dentro del perímetro de las vallas. Aun así, no hay peligro de toparse con merodeadores, ni dentro ni fuera de las casas. Todo ha sido concienzudamente limpiado. Y siguen trabajando en ello, ya que la ciudad esta en continua expansión. Un día antes de irme, se declaró zona segura el sector K. Según me puede enterar, en la limpieza y anexión de ese sector perdieron la vida cuatro militares...". Supongo que os haréis una idea de la cara que se me ha quedado al escuchar esta parte del relato. A pesar de escucharlo, me es imposible hacerme la idea de que haya un sitio en el mundo donde impere el orden. Le he pedido que me cuente más al respecto. Ha continuado: "Pues al parecer, la ciudad se rige por un comité de gobierno formado por algunos miembros del antiguo gobierno de España y de otros muchos de la oposición. Los peces gordos se marcharon del país al poco de comenzar esta hecatombe y los pocos políticos que quedaron en la península se establecieron en Reus, formando una variopinto grupo de gobierno que es el que gobierna en estos momentos. No sé nada más al respecto, ni siquiera te puedo decir nombres porque no tengo ni idea de quienes están al mando. Lo que si te puedo decir que el espíritu de la democracia se fue al garete en cuando comenzó todo esto y si bien se conservan bastantes cosas de este sistema, como ciertos estatutos y leyes, muchas de las cosas se hacen sin votación ni consentimiento del pueblo. Allí hay una ley, si te gusta bien, si no te gusta ya sabes donde esta la puerta. No sé, lo veo lógico en cierto modo. Hay que reconstruir la sociedad poco a poco, no se puede hacer de golpe...". De todas formas, impera el orden y eso es algo preciado en estos momentos. Tampoco me preocupa mucho esto. Algo que no entiendo es porque Eduardo ha abandonado la ciudad si ya había conseguido algo que ansiamos todos nosotros. Su respuesta, contundente y razonable: "¿Esa es la imagen que tienes de mi? ¿Un cabronazo ruin que deja atrás a sus amigos en cuanto se le presentan las cosas bien? ¿Que acaso tu lo habrías hecho en mi situación?". Por supuesto que no. Esa ha sido mi respuesta. "Pues ya esta. Después de todo lo que hemos pasado juntos no me iba a quedar tranquilo abandonando al grupo. El mismo día que caducó mi permiso, me hice con algo de comida, un arma, que fue este bate de béisbol y abandoné la ciudad. Los militares me abrieron las puertas y sin vehículo comencé a abrirme camino de vuelta a la iglesia. Ya no sabía por donde buscarte y solo me quedaba la esperanza de que hubieses vuelto tu solo a la iglesia, pues yo poco más podía hacer. A los días de partir me agencié un coche y con este me dispuse a cruzar Tarragona. Cometí el fallo de no calcular para cuanto me daba la gasolina y sucedió lo que te imaginas, que me quedé tirado en pleno centro y ya ves como esta esto de transitado, que te voy a contar. Así que no tuve más remedio de seguir a pie. Un día, justo pasaba por esta calle, cuando me vi enfrascado en una pequeña refriega con un grupo numeroso de merodeadores. Por aquel entonces no habían tantos por la zona como los hay ahora. Si hay tantos es en parte por mi culpa. Me estaban rodeando, ya que con el bate no es lo mismo que con mi antigua espada, entonces apareció Antonio. Éste, desde dentro del portal, me gritó que pasara. Si no hubiese hecho esto, quizás no estaría vivo en estos momentos. Desde entonces, han ido llegando más y más merodeadores a las puertas de la finca, todos atraídos por los merodeadores que me vieron entrar y han permanecido día y noche golpeando las puertas. La suerte que hemos tenido hasta que habéis llegado vosotros es que las puertas de ahí abajo eran de un cristal doble y muy robusto, por eso no han podido entrar hasta la fecha...". Le he preguntado que me cuente cosas sobre Antonio. Eduardo se ha quedado en silencio unos segundos, cavilando, y ha contestado: "Pues es un tipo normal. Bastante cobarde, eso sí. ¿Por qué crees que me tendió ayuda? Porque vio en mi el pasaporte de salir de estas cuatro paredes. Se ve que pensó que alguien que habría sobrevivido tanto tiempo ahí fuera podría sacarlo a él y a su hija de esta cárcel de pladur. ¿Por qué crees que contactó con vosotros? Cosa que hizo sin saber yo, ya que si me llego a enterar, ya me habría encargado de haceros saber la verdadera situación de la zona. Pues bien, os hizo venir con intención de que los saquéis de aquí. Por eso os oculto como estaba la situación aquí. Es algo interesado, pero no lo culpo, ya que tiene que mirar por el bien de su hija. Sí lo culpo es por su forma de actuar. En eso sí. Pero bueno, que vamos a hacer. Tenemos que convivir y salir de aquí todos juntos. Mientras no perjudique a los demás todo ira bien...".

De repente, una serie de gritos han resonado en la casa. Era la voz de Susana, la hija de Antonio. Entonces, Eduardo me ha dicho "Esa es otra. Padre e hija se pelean a todas horas". Bien que se hayan entretenido todo este tiempo discutiendo y vociferando con los merodeadores en la calle, pero no ahora con estos distribuidos por toda la escalera de la finca. Llamar la atención de estos iba a presuponer tener a toda la horda echando la puerta abajo. Me he levantado y en cuatro zancadas me he presentado en la habitación de Antonio y su hija. Esta estaba de pie junto a la puerta, señalando y gritándole al padre, que estaba sentado en la cama: "¡Se acabó! ¡Te lo he dicho millones de veces, padre! ¡Basta! ¡¡Basta ya de la misma vieja canción!! ¡¡Ya me he cansado!! ¡¡Ya no soy la niña que era antes!!". Me ha salido del alma decirles "¿Pero en que coño estáis pensando, joder? Tenemos a media Tarragona en la escalera y os atrevéis a armar este escándalo. ¿Estáis locos? Hacer el favor de ser más cuidadosos y guardar vuestros problemas para cuando salgamos de aquí". Ambos se han quedado atónitos mirándome. Tras esto, me he dirigido a la puerta de la casa y por la mirilla de esta he observado el panorama. Los tragaluces de la finca iluminaban el rellano entero y he podido ver con claridad la situación. El rellano estaba repleto de merodeadores. He contado al menos unos 11 diseminados por toda la estancia más los que subían y bajaban la escalera. Por suerte, ninguno se ha percatado de los gritos y no nos han ubicado. Un verdadero alivio. Pero algo me ha sobresaltado y me ha hecho apartarme de la puerta como si me hubiesen propinado un empujón, y es que el merodeador más cercano a la puerta, el cual estaba de espaldas, se ha girado de golpe y ha clavado sus ojos sin vida en el visor de la puerta. ¿Como podía ser? ¡Si no he hecho ni el más leve ruido! Temeroso, me he acercado a la puerta y acercando la cabeza he vuelto a mirar. He respirado aliviado. Dicho merodeador volvía a estar de espaldas a la puerta. Debe haber sido casualidad que se haya girado... o quizá no. No sé, la cuestión es que siguen sin saber donde nos escondemos y eso nos da tiempo para idear un plan de escape.

Al poco se han levantado todos. Belén y Marta han sido los primeros acompañados de Esther. La niña, ajena a la situación y en su mundo infantil, se ha puesto a jugar con unas muñecas que le ha regalado Susana. Esta última no le ha dirigido la palabra a su padre en todo el día. Antonio, por el contrario, ha intentado acercarse a ella hablándole con normalidad. Me da la sensación que nos quiere vender una imagen de normalidad con su hija. Pero los desprecios de Susana muestran la realidad, que es que se llevan fatal. Iván ha permanecido todo el día en silencio, andando de aquí para allá, pensativo. En cuanto he tenido oportunidad, me he acercado a él y le he dicho "Nos comportamos como verdaderos idiotas en el furgón, ¿no crees?". Su respuesta "Sin rencores, Erik. No pierdas el tiempo dándole vueltas a lo que pasó o no pasó. Céntrate en encontrar como salir de aquí". Cierto. A mi pregunta de "¿Se te ocurre algo?" ha respondido "Ocurrirse se me ocurren muchas cosas, pero ninguna rápida y sin hacer el suficiente ruido para que se enteren los podridos de que estamos aquí. He ahí el problema, que en cuanto hagamos el más mínimo jaleo esos perros van a tirar la puerta abajo". En ese mismo instante, un relámpago ha iluminado toda la casa seguido de un estrepitoso trueno. No hemos tardado en salir a la terraza. Por lo visto, en cuestión de minutos se ha formado una tormenta sobre nuestras cabezas. El cielo estaba negro y era cuestión de tiempo que comenzase a llover. Iván me ha dicho "¿Sabes lo que significa eso? Nuestro pasaporte". Se nos estaba presentando una oportunidad de oro. Antonio ha salido a la terraza a toda prisa y ha comenzado a descolgar por la terraza unos cubos. Los ha ido dejando uno a uno suspendidos en el vació con la intención de recoger el mayor número de litros de agua. Iván me ha mirado y me ha dicho "Déjalo que recoja agua, la va a necesitar. Nosotros vamos a salir de aquí hoy mismo. Vamos a preparar las armas, las vamos a necesitar". Al entrar de nuevo en la casa, hemos dado a conocer nuestra intención a todos. Eduardo ya se había percatado de esto. Hemos sacado todas las armas y hemos comenzado a rellenar cargadores. También hemos hecho recuento de munición. Nada más terminar con esto, hemos dejado los petates preparados y hemos salido a la terraza a esperar la señal que nos iba a permitir comenzar la operación. Sentados en la terraza, he comentado "En el momento comencé a llover, los de ahí abajo se van a quedar como estatuas, pero los que están por toda la finca no les va a afectar la lluvia. Sois conscientes de esto, ¿verdad?". Iván ha replicado "Si no lo fuéramos no habríamos preparado las armas. Esta claro que no va a ser un camino de rosas como te gustaría, pero es la única oportunidad que nos queda". Odio tener que darle la razón en este aspecto. No nos podemos permitir el lujo de quedarnos sentados a esperar una segunda oportunidad que quizá no llegue nunca. Además, esto es algo que hemos hecho innumerables veces. Ayer mismo, por ejemplo.

Apenas han pasado unos 10 minutos de esta conversación cuando han comenzado a caer las primeras gotas de lluvia. Eduardo ha asomado la mano y ha dicho "Va a ser una tormenta muy fuerte. La lluvia va a ser torrencial". Tras sus palabras, un rayo ha surcado el cielo y como si le hubiesen escuchado ahí arriba, ha comenzado a caer una cortina de agua que apenas dejaba ver más allá de cinco metros. Nos hemos mirado y entrado a la casa a toda prisa. En cuanto lo hemos hecho, he informado a todos de que salíamos ya. Mientras, Eduardo le ha pedido el hacha a Iván, el cual se la ha dado sin poner peros. Antonio, al escuchar mis palabras de que nos íbamos, ha dicho "¿Qué? ¿Como? ¿Nos vamos ahora? Si esta toda la finca llena de esas cosas". Susana, en tono agresivo, le ha replicado "Pues quédate si es lo que quieres, padre. Yo me pienso marchar con ellos. Tú haz lo que quieras". Antonio se ha quedado callado durante unos segundos y luego se ha levantado a coger algunos enseres. Eduardo ha continuado "El plan es el siguiente. Como ya sabéis, esas cosas, con la lluvia se quedan fuera de cobertura. O sea, que la parte más difícil la tenemos hecha, que es abrirnos paso entre los miles que se agolpan ahí afuera. Pero para llegar hasta ahí tenemos que abrirnos paso por la escalera. Y esto no va a ser fácil, ya que estos no estarán afectados por la lluvia. Sabemos que hay un gran número campando a sus anchas por la finca y en cuanto abramos la puerta van a venir a por nosotros. Así que tenemos que actuar rápido. Iván, Erik y yo vamos a ir en primera linea y vamos a ser la avanzadilla. Antonio y Susana, vosotros os vais a situar en el centro. Solo tenéis que encargaros de la niña y bajo ningún concepto separaros de nosotros. Esther y Belén, cubrir la retaguardia y los que nos vengan por los laterales. ¿Os ha quedado claro?". Tras las palabras de Eduardo, nos hemos situado frente a la puerta de la casa y tras quitar el mueble que parapetaba la puerta, Eduardo ha contado hasta tres y ha abierto de golpe. Todos los merodeadores allí presentes se han girado rápidamente al escuchar la puerta y Eduardo ha 'saludado' al más cercano con su hacha. Le ha partido la cabeza en dos como si se tratase de un melón. Ha seguido dirigiendo mandobles mientras Iván y yo hemos sido los siguientes en salir. Hemos abierto fuego automático sobre todos los merodeadores que inundaban el rellano. Nos ha costado casi un cargador barrerlos a todos. Por precaución, hemos cambiado el cargador a pesar de que aun conservaba algo de munición. Tras salir todos y andando sobre los cadáveres allí esparramados, hemos dirigido nuestro rumbo escaleras abajo. Antonio ha cerrado la puerta de la casa y se nos ha unido de nuevo. He girado la cabeza para ver la situación de mis compañeros. En el centro estaba Susana agarrando con fuerza a Marta. Mientras, Belén y Esther mantenían a raya a los merodeadores que bajaban las escaleras procedentes del piso superior. Nosotros tres nos hemos centrado en los situados en las escaleras que bajaban al piso de abajo. Esta estaba repleta de andantes, pero los hemos eliminado prácticamente sin esfuerzo. Al llegar al rellano de abajo, nos hemos tenido que enfrentar a un nuevo reducto de merodeadores. A nuestra espalda, Belén y Esther seguían con su tarea y abrían ráfagas con los merodeadores que hacían aparición. Así hemos continuado, rellano por rellano, escalera por escalera. Íbamos ya por el tercer piso cuando Eduardo se ha asomado por el hueco de la escalera. Tras esto, se ha vuelto hacía mi y ha dicho "El rellano de la entrada esta repleto de ellos. Y todos están subiendo. Voy a tomar una medida drástica...". Ha echado mano a el bolsillo de su chaqueta y ha sacado algo. Me lo ha enseñado y ha dicho "...la estaba reservando para una situación como esta". Era una granada. Le ha quitado la anilla y la ha dejado caer por el hueco de la escalera. Hemos podido escuchar como esta ha aterrizado en el suelo y, prácticamente al momento, ha estallado. La explosión ha retumbado con fuerza, haciendo temblar el suelo y las paredes. Uno de los cristales del tragaluz se ha hecho añicos. Una pequeña nube de humo y polvo ha ascendido hasta nuestra posición. Nosotros hemos continuado descendiendo y sin cesar en la lucha. A duras penas hemos llegado a la planta baja y hemos visto el panorama. En donde ha caído la granada había un tremendo circulo negro y todas las baldosas de mármol que enlosaban la pared estaban en el suelo hechas añicos. El perímetro de la explosión estaba lleno de miembros, torsos y masas de carne sanguinolentas. A pesar de que la detonación había despejado parte de la sala, esta es muy grande y aún quedaban demasiados en pie. Eduardo ha gritado "¡Eliminemos solo a los que se pongan en nuestro camino, los que no presupongan un peligro, dejemoslos que nos sigan hasta el exterior!". Así lo hemos hecho. Hemos eliminado a los que se nos acercaban y hemos ignorado a los más alejados. Al llegar a la puerta de entrada hemos comprobado que seguía lloviendo con fuerza. A pesar de que los merodeadores estaban como habíamos previsto, 'desconectados', la visión era terrorífica. Una muchedumbre de miles y miles se extendía frente a nosotros. Eduardo e Iván han sido quienes han dado el primer paso. Entre hachazos y empujones han comenzado a abrir camino. Yo he hecho lo mismo haciendo uso de la culata de mi arma. A pesar de esto, los golpeados no respondían a estos estímulos. Todo estaba saliendo según lo previsto. Mientras tanto, la lluvia ya nos había empapado de arriba abajo. Parecía que acabábamos de salir de una piscina. He vuelto mi mirada y he comprobado que todo estaba correctamente a mi espalda. Susana seguía llevando a Marta, la cual se estaba tapando los ojos. Tras ellas, Antonio. Su cara era un poema, una mezcla de horror y pánico. Las chicas seguían en la retaguardia. Todo correcto. Quién nos iba a decir que la cosa iba a cambiar para mal de forma drástica. No sé cuantos metros habíamos transitado, pero estábamos lo suficiente alejados de la finca. Tras nosotros habíamos dejado labrado una senda entre toda la multitud. La cosa se ha puesto fea en el momento que la lluvia se ha transformado de torrencial a simple lluvia, y de lluvia a llovizna. Ha sido así, de repente, como si hubiesen disminuido la potencia cerrando un grifo. Eduardo se ha parado en seco y todos lo hemos imitado. Tras quedarse unos segundos dirigiendo la mirada al cielo, se ha girado y ha gritado "¡Esta escampando! ¡Tenemos que volver! ¡Vamos!". Se me ha encogido el corazón al escuchar esto. Iván ha replicado "¡Y una mierda! ¡Sigamos! ¡Nos da tiempo! ¡No podemos volver ahora!". Eduardo le ha gritado "¡Iván, continua tú si quieres! ¡Yo me vuelvo! ¡Quién esté conmigo que me siga, el que se quiera suicidar que continúe!". Unos gritos a mi espalda me han sobresaltado. Al girarme, he descubierto que quienes gritaban eran Susana y Marta. La mano de un merodeador estaba aprisionando el brazo de Marta. Eduardo, de un rápido movimiento, ha cercenado el brazo del merodeador con su hacha. Los merodeadores comenzaban a activarse de nuevo mientras la llovizna comenzaba a cesar. Trasladándome a la primera línea, que antes era la retaguardia, he gritado "¡¡Rápido!! ¡¡No tenemos tiempo que perder!!" y he comenzado a correr. A mi paso notaba como manos y brazos se interponían en mi camino. Era cuestión de tiempo que los merodeadores estuvieran al 100% de su actividad. Y así ha sido. Apenas a unos metros de la finca, el camino se ha cerrado y me he visto obligado a lanzarme en placaje contra los que cerraban el paso. Eduardo, a mi lado, ha ordenado "¡¡En circulo!! ¡¡Manteneros en circulo!! ¡¡Los desarmados al centro y los demás no cedáis terreno!! ¡¡Solo quedan unos metros!!". Abrirse paso entre la multitud se estaba volviendo cada vez más y más difícil. Yo ya estaba esperando el fatídico y desgarrador dolor de una dentellada. El simple pensamiento de esta posibilidad me horrorizaba. Casi preferiría morir ahí mismo que ser infectado y pasar mis últimas horas de vida esperando a transformarme. Pero a Dios gracias, la cosa no fue así. Entre culatazos, disparos y hachazos, hemos hecho brecha entre la multitud de cadáveres andantes que gemían e intentaban agarrarnos, hasta conseguir llegar a las puertas de la finca. Una vez más, la suerte ha estado de nuestro lado.

Al entrar en esta, hemos contemplado que el patio estaba prácticamente lleno de nuevo de merodeadores procedentes de los pisos superiores. Y ha esto hay que sumarle el embiste por retaguardia de los que estaban entrando desde el exterior. No podíamos perder tiempo. Si habíamos salido airosos de la anterior situación, de esta teníamos más posibilidades. Sin tiempo que perder, nos hemos lanzado al ataque contra los que teníamos delante. Poco a poco nos hemos abierto paso escaleras arriba. Habían merodeadores, pero nada que ver con la cantidad que había nada más salir de la casa. Esto estaba siendo un paseo. Lo malo es que el edificio se estaba llenando de nuevo. Cuando hemos llegado al noveno piso, le he dicho a Antonio que abriese la puerta. Mientras él buscaba las llaves en los bolsillos, nosotros hemos permanecido despachando a los andantes que subían o bajaban al rellano. Se me ha caído el alma a los pies cuando Antonio ha dicho que no encontraba las llaves y no sabía si las había cogido antes de salir. Su hija ha comenzado a increparle y a llamarle inútil. He visto como Iván se estaba poniendo de los nervios y temía que golpease a Antonio. Este, tras buscar en sus bolsillos, ha vaciado su mochila en el suelo y ha empezado a apartar trastos. La hija seguía diciéndole de todo y él ha replicado "¡¡Basta ya, Susana!! ¡¡Hago lo que puedo!!". Yo he intervenido diciendo "¡Pues lo que puedes no es suficiente! ¡¿Las tienes o no las tienes?!". Su respuesta "¡Sí! ¡Por fin! ¡Aquí están!". He podido ver como de entre los enseres de su mochila ha sacado las llaves y he podido respirar tranquilo. No ha tardado en abrir la puerta y al hacerlo, nos hemos asegurado de que no había ningún merodeador que nos viese entrar. Acto seguido, hemos entrado de estampida. Nervioso, he preguntado si alguien ha sido mordido. La respuesta, un unánime "No". Menos mal. Hemos parapetado la puerta y nos hemos sentado a descansar en el salón. Segundo día de emociones fuertes. Y nuevamente aquí enclaustrados.

Nuestra única oportunidad de escapar hasta el momento, y me da que no vamos a tener una mejor, se nos ha ido por el retrete. Ya no sé que podemos hacer. Quizá podemos esperar a una nueva tormenta que sea más duradera, pero a saber cuando cae una nueva. De todas formas, hoy hemos comprobado que dicho plan es arriesgado, ya que estamos a merced del tiempo. No quiero ni pensar que habría ocurrido si la lluvia hubiese tardado un poco más en escampar y nos hubiese pillado dicha situación lo suficientemente lejos como para poder volver. Nos habrían devorado a todos.
Apenas tenemos tiempo, los víveres ya están prácticamente acabados. Se nos comienza a plantear una dura situación: O morir devorados intentando escapar o morir lentamente de inanición en esta casa.

Sinceramente, no sé que es peor...


- Erik -

jueves, 6 de enero de 2011

+ 06-01-11 + Tarragona: Ciudad abierta

Ha sido sorprendente. Después de tanto tiempo esperando, sufriendo penalidades por llegar a Reus, de hundirnos tras conocer la falsa noticia de que la ciudad había caído y la esperanzadora de que seguía intacta, hemos sido testigos de algo que nos ha dado la última inyección de moral, la cual necesitábamos en esta recta final hacía nuestro destino. Anoche, acampados en plena autovía que lleva a Tarragona y a escasos kilómetros de esta ciudad, en la lejanía la cual ya no nos es tan lejana, hemos sido testigos de la casi olvidada contaminación lumínica que prácticamente habíamos borrado de nuestras mentes. Como un eco del pasado y en profundo contraste con la apagada y muerta ciudad de Tarragona, imponente, con sus potentes luces alumbrando un horizonte oscuro, allí estaba Reus. ¿Os podéis creer que, cual hombres de las cavernas que hacen un viaje al futuro, nos hemos quedado embobados y maravillados durante minutos ante la fastuosa y radiante ciudad? Ha sido como si de un sueño se tratase. Todavía no me puedo creer que ya estamos a tan solo unos días de poner pie en tan ansiada ciudad. Hipnotizados por la ciudad, hemos comenzado a hablar y plantearnos preguntas de como sera todo allí, de si la vida continuara tal y como la conocíamos. Cuantas veces hemos hablado de esto y siempre parece que tratamos el tema por primera vez. Tan solo Iván, diciendo "Sí, no os preocupéis. Estará todo tan podrido y repugnante como lo conocíamos" nos ha amargado tan maravilloso momento. Después, he rebuscado en el maletero del vehículo y he sacado unos prismáticos que llevo siempre guardado entre mis pertenencias. Con estos, he oteado la ciudad, y aunque estos prismáticos no cuentan con muchos aumentos, he podido divisar las farolas, los edificios y unos potentes focos de luz que parecen ubicados a las afueras de la ciudad, por todo el perímetro de esta. La siguiente en hacer uso de estos ha sido Belén, la cual ha quedado más fascinada aun y me ha dado un abrazo sumida en una efusiva alegría. Después de ella, los binoculares han ido pasando de mano en mano y hasta Marta, la nena, ha mirado por ellos mientras Esther le decía "Ahí nos dirigimos, cariño. Ese será nuestro hogar, donde viviremos y podrás hacer nuevos amiguitos". La nena, con una mueca de alegría y sorpresa a la vez, ha contestado "¿Habrán más niños allí que han podido escapar de los monstruos?". Ha sido enternecedor ver de nuevo a la niña alegre y contenta, cargada de esperanzas, después de todo por lo que ha sufrido. No me cabe duda de que con el tiempo y esta nueva vida, logrará volver a ser feliz y retomar su infancia donde la dejo. Tras esta situación y una vez nos hemos cansado de deleitarnos con la visión de la ciudad, nos hemos metido al vehículo con la intención de descansar. A mi, personalmente, me ha costado dormirme. Sentado en el asiento del copiloto no he podido quitar ojo de ese punto lumínico que era Reus. Si bien esa ciudad significa para nosotros la esperanza, Tarragona, que se erguía frente a nosotros, silenciosa y oscura, me ha producido escalofríos y temor con solo pensar que al día siguiente teníamos que adentrarnos y cruzar toda la ciudad para poder llegar a nuestro destino. Y no estaba equivocado en mis temores.

Esta mañana, con las primeras luces del alba, me he despertado ante los insistentes zarandeos de Iván. Este, con su mano, que más que mano es una zarpa, me estaba dando empujones insistentes en el hombro mientras decía entre risas "Erik, despierta, no te pierdas esto". Yo, aturdido todavía por el sueño, le he contestado un "¿Que sucede?" y he abierto los ojos con dificultad. Iván, que se reía a pierna suelta, repetía una y otra vez "Que ridículo, mira, mira..." y ha sido cuando el sopor que me invadía se ha esfumado de golpe. Frente al vehículo, a unos cinco metros de nosotros, se encontraba plantado un merodeador. Este, un varón adulto y que no estaba en avanzado estado de descomposición, estaba allí parado, vestido con un estúpido pijama de osos, rasgado y cubierto de sangre seca, dando bocados al aire e intentando coger algo con las manos. Lo he observado detenidamente, extrañado por este comportamiento que nunca había visto hacer a un merodeador. Os juro que la mueca que tenía dibujada en la cara era totalmente ridícula, al igual que su aspecto y movimientos. Y no he comprendido que estaba haciendo hasta que Iván me lo ha dicho entre carcajadas y casi sin poder hablar: "Está cazando moscas". No me lo podía creer. He fijado la vista y casi estallo a reír yo también. Alrededor de su cabeza había un gran número de estos insectos revoloteando, mientras el merodeador intentaba cazarlos a mordiscos y con las manos. Iván, encanado a reír, ha comenzado a dar golpes en el volante. Belén y Esther se han despertado preguntando que pasa y cuando me disponía a explicárselo, casi se me para el corazón en seco al escuchar el claxon del coche. Por lo visto, en unos de esos golpes que Iván estaba dando al volante mientras reía, ha presionado el claxon. Automáticamente he dirigido la mirada hacía el merodeador. Este había dejado de cazar moscas y tenía su mirada carente de vida fija en nosotros. No ha tardado en levantar los brazos y dirigir su paso lento hacía nosotros. Iván, que ya había dejado de reír, ha arrancado el coche a toda prisa y de un brusco acelerón, ha puesto en movimiento el vehículo. En un primer momento he pensado que la maniobra que ha hecho era para esquivar al andante, pero no, me equivocaba. Ha buscado impactarle con el angulo derecho del coche para así evitar poner en peligro el parabrisas con un atropello frontal. Tras el impacto, el cual ha hecho que el coche se tambaleé violentamente, he podido ver por el retrovisor como el merodeador ha caído desplomado con una de las piernas destrozada. Marta, que dormía hasta el momento del impacto, se ha despertado asustada y llorando. Mientras las chicas la tranquilizaban, he retado a Iván por su acción y nos hemos visto enzarzados en una pequeña refriega. Habría aprobado su acción en un momento dado, en una situación de peligro, pero como han transcurrido las cosas, era evitable. La niña se ha dado un tremendo susto, por no hablar de que con ese golpe podía haber dañado el vehículo de mil formas. Podía haber evitado esa situación tan solo con haberse limitado a esquivarlo, pero no, él ha tenido que dejar su rubrica de esquizofrénico. Pero que más puedo esperar, si estamos hablando de Iván, que tiene sus cosas buenas y sus actos de trastornado...

Tras conducir durante 20 minutos aproximadamente, hemos llegado a las mismísimas puertas de Tarragona. En contraste con la vía que conduce a la ciudad, desértico y sin un coche, esta la vía de salida, con una impresionante caravana de vehículos abandonados. Parece ser que en el último momento, la gente intento marcharse de la ciudad desesperadamente. No me quiero ni imaginar que clase de infierno se desató aquí. La visión de los coches abandonados me ha recordado a cuando estábamos en mi urbanización y desde el ático pude ver como la autovía de salida de Valencia se encontraba en similares condiciones. Parece ser que en todas las ciudades ocurrió lo mismo, la gente, en un último y desesperado intento trato de huir en busca de un lugar seguro. Lo que no sabían es que fueran donde fueran, iban a encontrar el mismo caos. Circulando por este tramo de la vía no he podido de dejar de revivir en mi mente lo que debieron ver y padecer toda esa gente que intentaba huir. Me los he podido imaginar ahí, desesperados y confusos, tocando el claxon de los vehículos esperando salir de ese atasco mientras que la ciudad era un hervidero de muerte. Los coches repletos con los enseres más esenciales y de los cuales sus dueños no habían querido dejar atrás. Las madres en el interior de los vehículos consolando a sus hijos que lloraban asustados mientras que el padre gritaba e insultaba a los conductores de delante por no avanzar... mientras que por detrás y provenientes de la ciudad, una lenta pero segura horda de muertos avanzaba con paso firme sacando a los conductores y sus familias de los coches para devorarlos... Espero estar equivocado y que eso nunca haya ocurrido, que esa gente abandonara los coches y huyera campo a través. De todas formas, no creo que llegaran muy lejos si pudieron huir a pie...

Nada más entrar a la ciudad y dejar atrás el cartel de "¡Bienvenidos a Tarragona!" nos hemos percatado realmente del estado de la ciudad. "Tarragona es un infierno" fueron las palabras de Eusebio. Y esas mismas han sido las que han retumbado una y otra vez en mi cerebro esta mañana mientras observábamos el panorama que se extendía ante nuestros ojos. Creo que no hay palabras para describir toda aquella desolación. Lo primero que me ha llamado la atención ha sido una finca situada a la derecha de la avenida. La fachada de esta, a partir del cuarto piso hacía arriba, estaba completamente negra por lo que debió ser un antiguo incendio que calcino el edificio. La finca de al lado estaba en similares condiciones. Mientras observaba otros edificios me he percatado de que, colgando de las ventanas de al menos seis casas, habían sábanas roídas y desvencijadas con grandes letras que pedían ayuda. "S.O.S NECESITAMOS AYUDA", "AUXILIO, NO NOS QUEDAN VÍVERES" y "AYUDA, ENCERRADO EN MI HABITACIÓN. MI FAMILIA ESTA INFECTADA, NO PUEDO SALIR" eran algunos de los textos que estaban escritos. Mucho me temo que sus autores no han conseguido mucho con sus peticiones de ayuda. Lejos de las casas, en la carretera mismo, hemos comprobado el caos que se debió vivir en los últimos días de la ciudad. Si la autovía era un vertedero de vehículos, no podéis ni imaginaros como estaba este punto. Coches volcados, otros abandonados, colisiones múltiples, otros simplemente estampados contra arboles o escaparates... Y como no, cadáveres por todos los lados. Bajo los coches, en medio de la carretera, a los pies de los edificios... Esto es algo que me ha extrañado bastante, ya que si se supone que todos los seres humanos, al morir de la forma que sea, nos reanimamos, ¿que narices hacen todos esos cadáveres esqueléticos por ahí desperdigados? Supongo que la respuesta será que se trata de merodeadores abatidos por el ejercito o por otros grupos de sobrevivientes (he visto numerosos casquillos de bala tirados por el suelo), así como de atropellados el día que se desencadeno el caos y algún que otro pobre desdichado desesperado que se suicido arrojándose desde la terraza de su casa. Sea como fuere, no importa mucho a estas alturas, solo era una simple curiosidad. Lo que si ha importado e importa son el otro tipo de cadáveres, los que se mueven. Y si de los primeros había un gran número, de estos hay el doble. Vagando por todos los lados, entre los coches, por las aceras, por en medio de la carretera... por todos los lados. Y todos con un denominador común: su ansiedad al vernos. A nuestro paso, todos los merodeadores que se han percatado de nuestra presencia en el vehículo, han dirigido su rumbo hacia nosotros. Al principio, esto ha sido sostenible, ya que eran merodeadores aislados los que se han interesado por nosotros y circulando a poca velocidad los hemos podido dejar atrás, pero solo con el transcurso de los minutos y cuando uno salido de la nada se ha abalanzado sobre nuestro parabrisas, nos hemos percatado de la gravedad de la situación. Tras nuestro vehículo y como si siguieran una estela invisible dejada por este, decenas y decenas de merodeadores nos perseguían a paso lento pero seguro. Esto nos ha metido el nerviosismo en el cuerpo e Iván ha aligerado el paso. La desesperación no nos ha asaltado hasta que nuestro avance ha sido detenido por un amasijo de coches colisionados entre si y una gigantesca palmera derribada sobre el asfalto. Iván ha intentado corregir el rumbo dando marcha atrás en busca de una vía alternativa. Ha intentado meterse por una calle, pero nada más asomarnos por esta hemos visto que era intransitable. El motivo, el derrumbamiento de la fachada de una finca, que había llenado la calle de escombros, sepultando todo a su paso. A toda velocidad ha salido de esta y ha buscado otra calle, pero entre los coches abandonados, los derrumbes y el mobiliario destrozado nos ha sido imposible. Parados en plena avenida y extendiéndose ante nosotros esa gran cantidad de merodeadores, Iván ha dicho: "Dos opciones tenemos. Irnos por donde hemos venido o continuar a pie. Tú decides, Erik". Esther ha protestado ante estas palabras, diciendo que no es justo que esta decisión la tome yo solo. Yo apenas he prestado atención a su protesta, ya que en ese momento habían cosas más importantes que enzarzarnos en una absurda discusión con tantos merodeadores dirigiendo su rumbo hacía nosotros. He contestado lo siguiente: "Continuamos a pie". La segunda réplica de Esther no ha tardado en aparecer, la cual ha dicho "Me niego. La niña y yo no bajamos del coche. Continuar a pie es una locura", pero Belén la ha convencido diciendo "Esther, confiemos en Erik. Él sabe lo que se hace y lo ha demostrado hasta ahora. Tenemos armas y la experiencia suficiente para movernos sin llamar mucho la atención. Marta estará a salvo mientras permanezcamos unidos. No te preocupes". Esther, aunque algo reticente, ha aceptado y seguidamente se ha puesto a decirle a la niña "Cariño, pase lo que pase, no te asustes. No te separes de mi lado en ningún momento y no me sueltes del pantalón, ¿vale? Será como un juego. El juego consiste en hacer el menor ruido posible para que los monstruos no nos vean, y si lo hacen, no tengas miedo porque no te pueden hacer nada estando nosotros contigo...". Mientras Esther le explicaba, Iván me ha dicho "Bien, el plan es el siguiente. Sacáis los trastos más esenciales del maletero mientras yo me encargo de despistar a los merodeadores con un cebo que se me acaba de ocurrir. Después, saltamos la palmera, trepamos por encima los coches y continuamos a pie avenida arriba, hasta que la carretera este más despejada y podamos agenciarnos otro carro. Y todo esto sin disparar una bala, ¿seréis capaces?". Mi respuesta ha sido ponerme manos a la obra. He abierto la puerta del coche y empuñando mi arma me he dirigido al maletero. Esther con la niña y Belén me han seguido. Hemos abierto el maletero y comenzado a sacar los trastos más útiles. Los mapas, las mochilas con la munición y la de los víveres, los prismáticos, el walkie... Hemos dejado todo aquello que no nos era esencial y después de cargarnos con todos los trastos, hemos cerrado el maletero. La siguiente imagen que han visto mis ojos ha sido el reguero de merodeadores que se nos acercaba. Algunos de ellos ya estaban bastante cerca. Iván estaba de rodillas en el suelo con medio cuerpo en el interior del coche, para ser exactos, en el habitáculo del conductor. Al acercarme para ver que hacía he comprendido cual era el cebo del cual hablaba. Después de enderezar el volante, ha embragado con una mano y ha puesto primera en el cambio de marchas. Acto seguido, ha tumbado una gran y pesada piedra sobre el acelerador, la cual debió cogerla en el mismo momento que nosotros estábamos sacando las cosas del maletero, y el motor del vehículo se ha revolucionado. Tras hacer esto, se ha puesto de pie con todavía la mano pulsando el embrague y de un salto, se ha alejado del coche. Este ha salido de estampida hacía los merodeadores mientras incrementaba la velocidad por momentos. Cuando ha llegado a la altura de los primeros andantes, se ha llevado a uno por delante, a dos, a tres, a cinco, a ocho... y así hasta terminar desviándose a la derecha y estrellándose a toda velocidad contra otro vehículo. El ruido ha sido colosal y el coche ha terminado volcado de lateral mientras una densa humareda salía del motor. Lo mejor de todo, que el plan de Iván ha salido a la perfección. Todos los merodeadores que nos seguían, ahora habían cambiado su rumbo dirección al vehículo. Era como si pensaran que seguíamos en el interior y no allí plantados observando la situación. Iván ha dicho "Vamos, ahora que están distraídos es el momento. Son estúpidos pero no tardarán en darse cuenta de que allí dentro no hay nadie". Nada más terminar la frase, nos hemos puesto manos a la obra.

Tras saltar la palmera y sin parar de mirar atrás para ver si alguno nos seguía, hemos comenzado a trepar por la pequeña montaña de coches. Yo he sido el primero y he ayudado a Esther a subir a la niña. Después ha subido Belén, Esther y, por último, Iván. Se ha hecho difícil transitar por el techo de los vehículos cargados con las armas y las mochilas, pero lo hemos podido hacer sin perder el equilibrio. Hemos caminado sobre estos y cuando por fin hemos encontrado una zona despejada, hemos bajado sin dificultades. Lo hemos hecho en pleno de una rotonda con una gran estatua. Una farola de gran tamaño estaba tumbada sobre este gran monolito de arte moderno, el cual se había partido. Esquivando este destrozo, hemos bajado de nuevo a la calzada y comenzado a andar escondiéndonos entre los coches. No hemos parado a descansar hasta que no hemos llegado a una zona segura y lo suficiente escondida a los merodeadores como ha sido entre varios coches y un autobús de turistas. Mientras recobrábamos el aliento, Belén ha preguntado como pensábamos orientarnos para llegar hasta la salida Tarragona-Reus. Ha sido Iván quién ha contestado "Por instinto, no nos queda otra. No tenemos el puto mapa de las calles de Tarragona, solo sabemos que la salida esta situada al oeste de la ciudad. A pie será imposible llegar, tendremos que buscar un coche, pero con las calles así de colapsadas, tampoco podremos circular. Así que por el momento no nos queda otra que patear y no ser vistos". Esther, que estaba ubicada en un extremo del autobús, ha asomado la cabeza y se ha girado rápidamente con la cara desencajada. La niña ha intentado asomarse también, pero Esther se lo ha impedido. Esa cara solo podía significar una cosa. Nos hemos acercado rápidamente y asomado la cabeza a ver que había. Casi me quedo sin habla. En la gran avenida que se extendía y por la cual teníamos que transitar, entre un mar de más y más coches, se podían ver por todos los lados, vagando, centenares de merodeadores. Unos en grupos y otros solitarios, pero por todas partes. Me disponía a ocultarme de nuevo cuando he podido ver una pierna asomando desde detrás del autobús, tendida en el suelo. Al principio, he pensado que se trataba de un cadáver allí tirado, pero debía asegurarme y me he asomado sigilosamente. Muy equivocado estaba, ya que lo que pensaba que era un cadáver, sí, lo era, pero no de los inmóviles. Allí, sentado y apoyado en la carrocería trasera del autobús, con aspecto cadavérico y rodeado de moscas, había un merodeador. Este, moviendo ligeramente la cabeza y abriendo y cerrando la boca intermitentemente, yacía allí sin percatarse de nuestra presencia. Iván ha empuñado el hacha con intención de salir a por él, pero yo le he hecho un gesto de que no. Ha obedecido. Mientras les hacía un gesto de silencio con el dedo y otro de que me siguieran, me he tumbado en el suelo y he comenzado a reptar por debajo del autobús. Todos me han imitado. Cuando he llegado al otro lado y fuera del perímetro de visión del merodeador, he corrido hasta refugiarme entre dos vehículos. Desde ahí he vigilado empuñando mi arma que los demás no tuvieran problemas para seguirme. Tras esto hemos comenzado la ardua tarea de continuar la marcha bordeando la zona sin ser vistos. Solo hemos sido descubiertos por un merodeador, pero este no ha supuesto ningún peligro ya que estaba atrapado en un coche que permanecía con las ventanillas cerradas. Al pasar por al lado y mientras este arañaba los cristales, me ha impactado ver que en el asiento trasero habían dos cadáveres ya devorados e irreconocibles con el cinturón de seguridad todavía puesto. Lo peor, es que esos dos cadáveres debieron pertenecer... a dos niños.

La marcha ha continuado sin incidencias, ocultos entre los vehículos y ajenos a los ojos de los merodeadores. Pero la cosa se ha complicado en cuanto nos hemos desviado de la avenida para internarnos en una amplia calle. Esta, sin apenas vehículos, estaba desierta de merodeadores. Al menos, aparentemente. Tras comenzar a transitar esta y con todos los sentidos puestos en nuestro alrededor, ha tenido lugar el trágico fallo que casi nos lleva a la muerte. Ha sido cuando hemos pasado junto a un cadáver que permanecía tendido en medio de la calle. En un principio, este era uno más de tantos que hemos visto desperdigados por la ciudad. Quién iba a imaginar que solo estaba sumido en un letargo del que justo a despertado cuando hemos pasado junto a él. Este, al sentirnos cerca, ha levantado la cabeza tan rápido que ha parecido que se la ha propulsado un resorte. Emitiendo un seco gemido y con un movimiento fugaz, ha extendido el brazo y agarrado del tobillo a la persona que tenía más próxima: Marta. La niña, que en todo momento había comprendido el rol a seguir, lo ha olvidado por unos instantes y terriblemente asustada, ha emitido un grito tan sumamente estridente, que se debe de haber escuchado en toda Tarragona. Esther le ha tapado la boca a toda prisa mientras la niña luchaba por soltarse de la mano del merodeador. Iván ha sacado el hacha y ha dejado caer el filo de este sobre el brazo y la cabeza del infectado, en este mismo orden. La cabeza se le ha hecho trizas. Acto seguido, ha dedicado unas palabras sumamente esperanzadoras: "Estamos jodidos. Ahora ya saben cual es nuestra ubicación. Más nos vale desaparecer de aquí a toda prisa". Y lo peor es que ha tenido razón. No ha terminado la frase siquiera, cuando por delante nuestra, procedentes de una travesía, han aparecido varios merodeadores con paso tambaleante. Hemos intentado retroceder, pero apenas hemos transitado unos metros cuando han hecho aparición un buen número de merodeadores por este tramo también. Estábamos en una ratonera y no nos ha quedado más remedio que abandonar el plan de no disparar nuestras armas. Después de cotejar cual era el mejor camino a tomar, nos hemos decantado por retroceder rumbo a la avenida. El motivo, una diferencia de seis merodeadores y que más vale malo conocido. He ajustado el alza de mi arma y comenzado a hacer blancos. Con el arma en fuego semiautomático he derribado a la primera a tres merodeadores. El cuarto, un gordo vestido con uniforme de gasolinera, ha resistido más y ha caído al cuarto disparo. Mis compañeros se han ocupado mientras del resto. Tras esto, nos hemos lanzado a la carrera mientras Iván abría fuego contra los nuevos merodeadores que hacían aparición en la calle. Nada más salir a la avenida, nos ha golpeado la desalentadora situación. Desde todos los puntos, desde todos los rincones, habían merodeadores dirigiendo su paso hacia nosotros. Y algunos de ellos desde posiciones muy cercanas. Desesperado, he preguntado que opción teníamos. Iván, con una mueca de preocupación que nunca antes he visto en su rostro, ha exclamado "Correr. Correr y buscar refugio cuanto antes". Predicando con el ejemplo, ha salido de estampida. Belén y Esther, todavía quietas, permanecían horrorizadas contemplando la marea de merodeadores que se nos venían encima. Hasta que no he cogido a Marta en brazos y les he gritado que reaccionaran, no han emprendido la marcha. Encabezando la maratón y tan solo a unos metros de nosotros, iba Iván, mientras que yo, con la niña en brazos, me he mantenido detrás de Belén y Esther, en la retaguardia. La carrera no ha sido nada fácil, ya que no hemos parado de sortear coches y de saltar mobiliario urbano, mientras que abríamos fuego contra todo merodeador que se ha interpuesto en nuestro camino. En un abrir y cerrar de ojos nos hemos alejado de aquella zona, pero no hemos aminorado la marcha, ya que por todas partes habían nuevos merodeadores clavando sus ojos en nosotros. Y así iba a ser hasta que no desapareciéramos de la avenida. Mientras le hablaba a la niña para tranquilizarla, en mi cabeza no he parado de repetir "Iván, por lo que más quieras, sal de esta puta avenida YA". Ha sido como si me hubiese escuchado. Pero no ha hecho exactamente lo que deseaba en ese momento. De repente, ha frenado en seco y se ha ocultado agachándose tras un coche. Mientras nosotros llegábamos a su posición, nos ha comenzado a hacer gestos de que lo imitásemos. Así lo hemos hecho. Justo cuando he llegado a su lado, le he preguntado "¿Que intentas hacer...?". No me ha dejado terminar. Sin apenas hacerme caso, ha comenzado a andar de cuclillas en dirección a la fachada de la finca más próxima. Cuando ha llegado a esta, se ha dirigido a la puerta de un gran comercio allí ubicado. Un gran almacén-tienda de joyería. La puerta estaba entreabierta y solo le ha bastado empujarla levemente. Después, se ha internado en esta y se ha perdido en el umbral de la puerta. Yo he instigado a Belén y a Esther a hacer lo mismo y, tras entrar, he cerrado la puerta lentamente.

La joyería ha resultado ser inmensa. Una gran sala repleta de mostradores, estanterías de cristal blindado y expositores. El lugar estaba oscuro e iluminado solo por la luz que entraba por el escaparate y la puerta. A pesar de esto, me he percatado de algo curioso, y es que me ha llamado la atención que gran parte de la joyería, sobretodo por la zona central, el suelo estaba lleno de billetes desperdigados. A pocos metros de mi, dos cajas registradoras reventadas contra el suelo. Debieron saquear esta joyería hace tiempo. Se nota sobretodo porque la mayoría de las estanterías y expositores blindados están abiertos y vacíos. Algunos otros seguían cerrados pero con los cristales con evidentes signos de haber sido golpeados. Con la niña todavía en brazos, he andado unos pasos junto a Belén y he visto a Iván realizar un rápido movimiento seguido de un sonido seco y acuoso. Un cuerpo ha caído derribado. Por lo visto, había un merodeador que no hemos visto y del cual Iván se ha encargado haciendo uso del hacha. La voz de Esther nos ha terminado de alarmar. Asustada y en voz baja, nos ha dicho "Están en la puerta, ¡esconderos!". Ni siquiera me he girado para comprobarlo. Con la niña a cuestas he empujado a Belén y hemos corrido tras un mostrador. Iván, empuñando el hacha, se ha ocultado tras una estantería y Esther ha permanecido agazapada tras unas cajas. Oculto tras el mostrador y fatigado, le he pasado la niña a Belén y, empuñando el arma, he asomado ligeramente la cabeza temiendo lo peor. Y en efecto, ahí estaban. En el exterior, cerca de la puerta habían unos tres, y diseminados a lo largo de los escaparates, unos cinco merodeadores. En esos instantes me he consolado pensando en que la puerta estaba cerrada y que los cristales son blindados. Han comenzado a merodear por la acera del comercio. Era como si nos buscaran, como si intentarán averiguar que rumbo habíamos tomado. Tres de ellos han desaparecido de mi campo de visión, posiblemente han desistido en la búsqueda. Otro de ellos, ha permanecido quieto y tambaleante a un metro de la puerta. Los otros han seguido rondando y uno de ellos... ay ese hijo de la gran p... Este, un viejo escuálido y de gran estatura, se ha quedado mirando al interior del comercio. Ha permanecido así durante unos segundos que se me han hecho eternos. Después, ha dado un primer paso hacía la puerta. He empuñando fuertemente el arma mientras en mi cabeza he comenzado a tranquilizarme a mi mismo diciendo "Esta cerrada, no puede entrar. Es imposible que lo consiga". El merodeador ha dado un segundo paso. "Este va a ser quién nos descubra. Como siga, va a terminar delatando nuestra posición a todos los de la avenida". Tercero. "En el momento comience a golpear la puerta, todos los de su alrededor se interesarán y harán lo mismo". Cuarto y ya ante la puerta. "Estamos jodidos". En este momento ha sido cuando ha acercado la cabeza al cristal y ha comenzado a mirar detenidamente el interior. No he podido evitar agachar ligeramente la cabeza. He aguardado oculto unos segundos, pero no he podido resistir volver a asomarme. Este continuaba en la puerta y oteando el interior como si esperase descubrir el más mínimo movimiento para intentar entrar. Casi me da algo cuando ha separado la cabeza del cristal y lentamente ha subido las manos, para después, intentar empujar la puerta torpemente. El primer intento ha sido leve, con una mano y cuanto apenas ha golpeado la puerta. El siguiente, algo más fuerte. El tercero, con ambas manos y el golpe ha resonado hasta nuestra posición. He podido ver como Iván agarraba con dos manos el hacha, preparándose para recibirlo. Cuarto golpe. Este ha sido de la misma intensidad que el anterior. El otro merodeador que permanecía quieto y de espaldas se ha girado, interesándose por el ruido. Quinto golpe, más fuerte y ha hecho temblar la puerta. El otro merodeador se ha girado y ha comenzado a dirigir su rumbo hacía la puerta. Los demás merodeadores han comenzado a interesarse por la tarea de su "compañero". El corazón se me ha desbocado ante la situación. El merodeador ha retrocedido un paso y, tambaleándose, con las manos en alto, se ha preparado para arremeter el siguiente golpe con aun más fuerza. Pero ese instante ha sido decisivo. Un sonido lejano se ha dejado oír y el merodeador se ha frenado, girando la cabeza. Dicho sonido se ha repetido un par de veces más, esta vez más claros y cercanos. Eran unos ladridos. Había un perro en el exterior. Todos los merodeadores, incluido el que golpeaba la puerta, se han girado y han dirigido su rumbo hacía el mismo punto. A paso ligero y con los brazos extendidos, han desaparecido. Al escuchar los ladridos, no he podido evitar pensar en Thor. Ha sido, por unos instantes, como si el perro que ladraba fuera él, como si él hubiese hecho aparición para salvarnos el pellejo una vez más. Y encima, el tono del ladrido. Os juro que era idéntico. Sino fuese porque yo lo vi morir ante mis ojos, afirmaría que esos ladridos eran suyos y que nos ha seguido hasta Tarragona. Pero lamentablemente eso es imposible... Sea como fuere, un perro que ha pasado casualmente por ahí o bien Thor echándonos un último cable desde el más allá, hemos salido airosos por los pelos.

Hemos permanecido ocultos el resto del día. Después de cerciorarnos de que la trastienda estaba despejada de indeseables y de parapetar la puerta, nos hemos resguardado en esta primera. Aquí, por lo menos, estamos a salvo de más merodeadores curiosos. Iván se ha pasado prácticamente todo el santo día forzando las cerraduras de los expositores que aun conservaban joyas. Aunque sea uno más de nosotros, no olvidemos su pasado en el "Skull korps". Por aquel entonces debió ser muy dado al saqueo. El resultado es que ha abierto dos de los expositores y ha llenado su mochila de cadenas de oro y anillos. Ha querido compartir su botín con nosotros, pero lo hemos rechazado. ¿Para que narices quiero yo eso si hoy en día tiene el mismo valor que un trozo de papel? Por lo menos, ha tenido un pequeño detalle que me ha gustado. De entre las joyas de su mochila ha sacado una y con un intento de poner voz simpática, se ha dirigido a Marta, diciéndole: "Pequeñaja, tengo un regalo para ti. Ven". La niña nos ha mirado indecisa y no ha hecho caso a las palabras de Iván. Era como si le tuviese miedo. Nosotros la hemos animado a ir, diciéndole, entre risas: "Ves, cariño, que aunque lo veas tan grande y tan malo, en el fondo es un trozo de pan". Tras nuestro beneplácito, la niña se ha atrevido y ha avanzado a pequeños pasos. Iván le ha dicho "Más deprisa o ¡saldré fuera y le daré tu regalo al primer merodeador que vea!". La nena ha agilizado el paso y cuando ha llegado frente a Iván, este ha sacado de su mano una pequeña cadenita de oro con un colgante y se la ha puesto en el cuello a Marta. Esta ha cogido el colgante y después de observarlo, ha corrido a enseñárnoslo mientras sonreía. Sosteniéndolo con su pequeña manita, nos ha mostrado el colgante. Era un pequeño delfín de oro. La niña ha estado como loca con el regalo de Iván hasta que ha caído la noche y se ha dormido. Que fácil es a veces hacer olvidar por unos instantes a una niña todo lo malo que ha visto hasta el momento. ¡Quién fuese niño!

Nos hemos dormido pronto. Sobre las 22:00 y tras establecer las guardias, hemos caído rendidos. Iván ha sido el primero en realizar la primera guardia y yo he caído rendido en seguida. Estaba soñando, ¡por primera vez en mucho tiempo!, con algo normal. No habían merodeadores en mi sueño, ni muertos, ni nada semejante. En el sueño me encontraba sentado en una terraza de un bar, frente a mi querida playa de Valencia, tomándome una cerveza y viendo a la gente pasar, con sus toallas, sus sombrillas, con el sol brillando en lo alto... ¡Que bonito sueño! ¡Quién pudiera vivir en él y no en esta maldita realidad! De esto hace tan solo unas horas. Que pena que Iván, el cual me estaba llamando, me haya arrancado de este sueño. Al principio, me he despertado sobresaltado, pensando que el motivo de la llamada de Iván era que los merodeadores habían entrado a la joyería. Pero gracias a Dios, no era eso. Iván me ha puesto el walkie delante de mis morros y me ha dicho "Escucha. Al otro lado están los de la señal que captamos hace unos días". Del walkie ha salido una voz, diciendo: "¿Hola? ¿Quién esta al otro lado?". No he podido evitar incorporarme de un salto y decirle a Iván que contestará. Iván ha respondido a la llamada diciendo "¿Me escuchas? Identificate si me oyes". Una respuesta demasiado brusca a mi modo de ver. Pero que se puede esperar de Iván. A pesar de esto, la voz masculina ha contestado, identificándose. "¡Por fin! ¡Alguien al otro lado! No sabes cuanto tiempo llevo intentando ponerme en contacto con alguien mediante este viejo trasto. Me llamo Antonio Reverte. ¿Y tú? ¿Cuantos sois? ¿O estas solo?". Iván, en su linea: "Demasiadas preguntas haces para no conocernos. Creo que eso es una información que me voy a reservar. En los tiempos que corren, no es muy recomendable ir facilitando esa clase de información. Dime que quieres". El tal Antonio ha replicado "Vaya... Nunca me imaginé que cuando estableciera contacto con alguien sería así. No sé que decir... Quizá tengas razón y yo tampoco deba facilitarte más información de la que ya te he facilitado". He mirado a Iván y le he dicho "¿Que coño haces? Deja de tener esa actitud...". Este me ha hecho caso omiso y ha contestado a Antonio "Ok. Me parece justo. Suerte". Este chico, definitivamente, es tonto. Le he reprochado su actuación y Belén me ha apoyado. Su contestación: "No nos podemos arriesgar. No sabemos quién es y que quiere. Además, en el caso que quiera ayuda, nosotros no nos encontramos en el mejor momento". El walkie ha sonado de nuevo. "Mira, quizá esto sea una locura. Tú no tienes mucha pinta de mover un dedo por nosotros y quizá tampoco seas de fiar, pero haré caso a mi hija y aprovecharé esta última oportunidad que se nos ha presentado. No nos podemos permitir el lujo de seguir intentando buscar a otra persona con la que contactar. Te comento. Nos estamos quedando sin víveres. Apenas nos queda comida, pero aun nos queda menos agua. No sé cuantos días más podemos aguantar así. Necesitamos salir de aquí cuanto antes, pero no lo podemos hacer solos. Necesitamos ayuda para hacerlo. El problema reside que ante las puertas de nuestra finca, hay un gran número de esas cosas y es imposible salir. Solo necesitaríamos que tú, con un vehículo pesado, despejes la zona. ¿Qué me dices? Te lo puedo recompensar". Iván se ha dirigido el walkie a la boca y se ha preparado a soltar una sonora negativa. Pero yo le he mirado fijamente y he dicho entre dientes "Podemos intentarlo...". Ha permanecido durante unos segundos en silencio y sin quitarme la mirada. Al final, ha dicho "Pero que mierda eres, Erik. Sor Erik te voy a llamar a partir de hoy" y ha respondido finalmente por walkie "Veré que se puede hacer. Dime cual es tu posición". La efusiva contestación de Antonio no se ha hecho esperar "¡Perfecto! ¡Gracias, gracias! No sabes cuanto te lo agradezco. Mira, nos encontramos en un edificio llamado Gran Torre del Sol. Es un edificio bastante grande, el más alto de la zona. Esta situado al final de la gran avenida que hay nada más entrar a Tarragona por la autovía principal. De todas formas, aunque no sé en que posición te encuentras, voy a disparar una bengala desde la ventana. Si estas cerca, estate atento". Al escuchar esto, Iván y yo nos hemos levantado rápidamente y hemos salido de la trastienda dirección a la puerta de la joyería. Primero nos hemos cerciorado de que en la puerta no había ningún merodeador. Al comprobar que no había ninguno en la puerta, nos hemos acercado a esta, la hemos abierto muy despacio y hemos salido, agachados, al exterior. El aire fresco nocturno me ha acariciado la cara. Hemos aguardado unos segundos sin parar de vigilar nuestro alrededor. La esperada bengala no ha tardado en hacer aparición. Avenida abajo, en la lejanía, se ha erguido hacia el cielo una potente luz roja. Todos lo merodeadores que teníamos cerca de nuestra posición se han quedado observando la luz, como hipnotizados. Acto seguido, han comenzado a andar en dirección a esta. Nosotros no hemos tardado en ocultarnos de nuevo en el comercio. Me he dirigido a Iván, diciéndole "La puta bengala estará atrayendo a todos los merodeadores a la zona". Su respuesta "Es lo que hay, Sor Erik". Capullo.

Hace tan solo unas horas que hemos acordado con Antonio que mañana a primera hora iremos e intentaremos despejar la puerta principal de su edificio, que prepare todas sus pertenencias para salir pitando de la casa. Él ha recalcado que hagamos uso de un gran vehículo, que no utilicemos un utilitario común. ¿Tantos merodeadores hay en su zona? Que locura.


- Erik -

domingo, 2 de enero de 2011

+ 02-01-11 + Desolación y muerte

Hemos pasado por multitud de calamidades, pero ninguna se asemeja a esta. Este último varapalo nos ha dejado tambaleando. Con tres compañeros que nos han dejado y Eduardo en paradero desconocido, esto se esta haciendo insoportable. Después de todo lo que ha ocurrido, no me siento el mismo. Y eso que deje de ser yo mismo hace tiempo. Con el fuerte pilar a mi lado que simbolizaba Eduardo y con el pesar de ver morir, nuevamente, a unos compañeros, estoy totalmente fuera de mi, ausente, perdido. Belén no es una excepción. Esta derrumbada, hecha trizas. Esther, tres cuartos de lo mismo. Yo intento centrarme, ya que no nos podemos permitir el lujo de bajar la guardia. Pero aún así, siendo consciente de esto, me resulta imposible. Iván no para de pedirme que me centre, que vuelva a ser yo. Aun con sus reproches, no lo consigo. Ahora me estoy dando cuenta de que todo el peso del grupo ha caído sobre él. Él es quién esta decidiendo las rutas a seguir, que carreteras tomar y cuales no, donde hacer noche y, como no, dirigir el filo de su hacha en beneficio de todos. Esta mañana, si no llega a ser por él y por su rápida reacción, ahora mismo tendría la garganta arrancada por un mordisco de merodeador. La verdad, esto es un verdadero desastre. Si al menos estuviera Eduardo aquí para ayudar a Iván a llevar las riendas... todo sería más llevadero. Pero no, no esta y no me hago la idea de que posiblemente jamás volveremos a verlo. Eduardo siempre ha sido un tío sensato y precavido, por lo que aún a estas alturas de su ausencia, me cuesta pensar que su desaparición se deba a que esta muerto. Conociéndolo como lo conozco, se que allá a donde se ha dirigido, lo ha hecho tomando rutas seguras y evitando a cualquier grupo numeroso de merodeadores. Entonces, ¿en que ha podido fallar? ¿por qué no ha vuelto cuando tocaba? Creo que lo mejor es que me termine de hacer la idea de que jamás lo volveremos a ver. Es duro, sobretodo porque se trata de un buen amigo que lo hemos perdido por mi culpa y, por lo cual, me siento más hundido todavía. Pero después de perder a María, Hans y Elena, no me queda más remedio que añadir a la lista a Eduardo. Con todo el dolor de mi corazón...

Hoy mismo y por el calendario del pc, me he enterado de que hemos entrado en el 2011. Para ser exactos, día 2 de Enero. Algo que tiempo atrás no habría pasado desapercibido, ahora nos la suda por todo lo alto. Curioso. Y ahora me pregunto yo, ¿habrá algún lugar en el mundo ajeno a todo esto? ¿algún lugar donde se haya podido celebrar el fin de año como lo hacíamos en el pasado? Es una pregunta chorra, lo reconozco, pero es lo primero que me ha venido a la mente nada más ver la fecha en el calendario. He pensado en Reus, pero no creo que los que allí resistan tengan muchas ganas de celebrar nada. Yo tengo una opinión al respecto, y es que estoy casi seguro de que en algún lugar, no me preguntéis donde, toda esta mierda no ha llegado. Una isla alejada, un país que ha podido resistir y cerrar sus fronteras a cal y canto. No sé, algún sitio tiene que haber. O al menos, eso quiero pensar.

Volviendo al tema, hoy ha ocurrido algo que destacar. Y es que los problemas siempre vienen precedidos de más problemas y así sucesivamente. No sé que hora sería, las 13:00 más o menos, cuando nos encontrábamos circulando con el vehículo con Iván al volante. Este ha decidido hacer una parada para descansar y revisar la ruta en los mapas. Hemos salido del vehículo a estirar las piernas y, mientras Iván buscaba la ruta a seguir en el mapa, yo me he sentado encima del capó del vehículo y me he sumergido en pensamientos. He permanecido así unos escasos minutos, ya que cuando me he dado cuenta de en donde tenía clavada la mirada he despertado automáticamente. A varios metros de nosotros había un gran cartel de autovía en el que se señalizaba la próxima salida: Mont-Roig del Camp. Yo ya había estado aquí. No sé si recordaréis que el refugio del fallecido Eusebio y su familia se encuentra por esta zona. Se nos estaba presentando la oportunidad de conseguir armas y algo de víveres, una oportunidad que no se presenta siempre. Cuando se lo he comentado a Iván, este casi me da un abrazo de lo contento que se ha puesto. Después de darme una palmada y felicitarme, no hemos tardado nada en subir al vehículo y ponernos en marcha por esta salida. Como la última vez que transité por esta carretera, hemos llegado a la glorieta de la estatua, donde se encontraba el merodeador atado. Este aun se encontraba allí, inmovilizado por su ataduras. A diferencia de cuando llegué yo, esta vez se encontraba despierto y atento a todo lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. No nos ha quitado ojo en todo el rato que hemos permanecido allí. La moto que utilicé para llegar hasta aquí todavía sigue donde yo la dejé, con la pequeña diferencia que se encuentra cubierta de polvo. Después de observar la zona desde dentro del coche, le he dicho a Iván que apagase el motor ya que la otra parte del camino la íbamos a realizar a pie. Cuando me ha hecho caso y ha parado el vehículo, hemos bajado de este. Después de sortear los parapetos que Eusebio puso en su día y dirigirnos hasta la fábrica donde me asaltaron los niños, he comenzado la ardua tarea de recordar el camino exacto al 'bunker' de la familia de Eusebio. Ha sido algo difícil, ya que él me condujo desde aquí con los ojos tapados, pero fijándome en los parajes y recordando algunas partes del camino que transité cuando me marché de allí, he conseguido ubicar el refugio. En cuanto he divisado la zona y he ubicado la casa que se encuentra junto al refugio, Iván se ha puesto en la vanguardia empuñando el hacha y a paso ligero nos hemos dirigido hacia allí. En la lejanía y dispersos por diferentes zonas del campo se encontraban algunos merodeadores. La mayoría de estos no se han percatado de nuestra presencia, por lo cual han seguido merodeando tambaleantes, sin rumbo. En cuanto hemos llegado a la puerta del refugio, he llamado tres veces a esta y he dicho "¡Andrés! ¡Soy Erik! ¡He vuelto con mis compañeros y necesitamos que nos ayudéis!". La respuesta ha sido muy clara: un rotundo silencio. He repetido la misma operación al menos dos veces más, pero la respuesta ha sido la misma. Esto me ha escamado. Iván ha abierto la puerta y una tremenda corriente de aire con olor a viciado ha salido de estampida. Ha sido entonces cuando le he dicho a Iván "¿Qué hacemos? Esto no me huele nada bien". Su respuesta, además de tajante, ha sido razonable "¿Tú que crees? Entrar. Necesitamos armas desesperadamente. Solo necesito que me acompañe uno de vosotros para ayudarme a cargar con las armas, los otros dos pueden esperar aquí si quieren". Ese 'uno de vosotros' estaba más que claro que se refería a mi y 'los otros dos' a Belén y Esther. Tan locura era entrar como dejar a Belén y Esther solas y sin armas, por lo tanto, han decidido acompañarnos. Iván ha sido el primero en descender por la puerta y yo le he seguido. Las chicas han hecho lo mismo e Iván les ha dicho que cerrasen la entrada para evitar que entraran merodeadores. Esther ha hecho esto y ha cerrado la puerta metálica, dejándonos en la más absoluta penumbra, ya que las bombillas del refugio estaban apagadas. Iván no ha tardado en encender su mechero Zippo y comenzar a bajar por la estrecha escalinata. Todos, en fila india, le hemos seguido. Empuñando fuertemente su hacha con la mano derecha, se ha detenido bruscamente y ha dicho "Silencio. Escuchar, tenemos compañía". Provenientes del oscuro pasillo que se erguía frente a nosotros, provenía una serie de múltiples gemidos agonizantes. Creo que no hace falta más descripción al respecto. Iván ha continuado andando, esta vez con paso más cauteloso. A cada paso que yo daba y rebuscando desesperadamente en la oscuridad, intentaba encontrar cualquier cosa que me pudiese servir de arma. Mientras tanto, Belén estaba pegada a mi, agarrada del brazo y Esther haciendo lo mismo con Belén. Después de transitar varios metros, la tenue llama anaranjada del mechero a alumbrado bruscamente el rostro decrépito de un merodeador. El susto ha sido generalizado y Esther ha proferido un tremendo grito el cual seguro ha alertado a todos los merodeadores allí presentes. Iván ha asestado un fuerte golpe de hacha a este merodeador destrozándole el cráneo y lo ha derribado. Una vez en el suelo, he podido reconocer de quién se trataba. Era la madre de Eusebio. La pobre anciana llevaba el cuerpo mutilado a mordiscos. En ese momento, en mi cabeza solo pensaba en los niños. "Ojala los hayan sacado de aquí a tiempo..." pensaba una y otra vez, una y otra vez. Pero no, no los habían sacado de allí a tiempo. Emergiendo de la oscuridad a galope han aparecido tres de los niños. Iván, en primera línea, solo ha podido rechazar a uno de ellos de una fuerte patada, la cual ha devuelto al primer niño a la oscuridad, pero los otros dos se le han abalanzado encima derribandolo, completamente poseídos. Mientras se revolvía en el suelo intentando quitárselos de encima, yo he agarrado al más cercano y lo he levantado en el aire. Este ha girado su cabeza y, mostrándome su boca abierta, he podido ver su rostro totalmente descarnado. Hacía tiempo que había dejado de ser un niño. Mientras lo sujetaba del pelo, he golpeado fuertemente su cabeza contra la pared repetidas veces hasta que ha dejado de moverse. Sin tiempo que perder, he golpeado con el puño al segundo e Iván a conseguido zafarse y partirlo por la mitad de un hachazo. Lo he ayudado a levantarse y, conteniendo la respiración, le he preguntado si le había mordido. He respirado tranquilo cuando me ha contestado no. Hemos continuado hacía delante y hemos pasado junto al tercer niño, el cual yacía en el suelo con la cabeza prácticamente arrancada a causa de la patada que le ha propinado Iván.

Cuando hemos llegado a la sala principal, he podido ver que la puerta que protegía esta estaba hecha trizas. Y aun más me he sorprendido cuando hemos visto el interior. Campando a sus anchas y por todas partes habían varios merodeadores. Estos, al vernos, han extendido sus brazos y han dirigido su rumbo hacía nosotros. Yo he mandado recular a Belén y Esther mientras del suelo he cogido una sarten que había allí tirada. Iván me ha dicho "Ocúpate de los que me intenten atacar por los laterales que yo me encargo de despejar la sala". Como el día que hizo aparición en la iglesia, se ha abalanzado sobre la horda de merodeadores a hachazo limpio. La sangre coagulada y los miembros amputados saltaban por todas partes mientras yo me he dedicado a quitarle de encima con mi arma improvisada a todo merodeador que le intentaba atacar por los laterales o por la espalda. Ha sido una tarea peligrosa, ya que en más de una ocasión, su hacha me ha pasado rozando el cuerpo. Iván no ha tardado en hacer justicia con su hacha y hemos podido proseguir la marcha por el siguiente pasillo. Mientras pasábamos junto a las habitaciones e iluminados por la llama del mechero, la cual se apaga una y otra vez, yo he intentado recordar en que habitación se encontraban las armas. No hemos transitado ni la mitad del angosto pasillo cuando nuevos gemidos nos han alertado. Nos hemos detenido temiendo lo peor y la siguiente visión ha sido tan aterradora o más que las anteriores. Tropezando y cayéndose los unos sobre los otros han hecho aparición otra nueva y numerosa horda. Estos apenas podían circular por el estrecho pasillo. La primera reacción de Iván ha sido bloquearlos de un empujón con el mango del hacha, conteniendolos. Yo he gritado que reculáramos, pero Esther me ha respondido gritando "¡Por detrás! ¡Vienen más por detrás!". Iván ha comenzado a dar hachazos mientras reculaba y ha dicho "¡Tenemos que abrirnos paso por aquí o nos vamos a ver taponados!". Inmersos en esta situación desesperada, no nos ha quedado otra que hacer caso a Iván. Mientras el resistía el embiste de la horda, yo, como podía, golpeaba con la sartén a todo podrido que se ponía a mi alcance. Tras nosotros se podía escuchar a la horda que se nos aproximaba. Íbamos perdiendo terreno e Iván ha gritado "¡No cedamos terreno! ¡¡Empujar!! ¡¡Empujar con todas vuestras fuerzas!!". Desesperados, hemos obedecido y devuelto el embiste mientras golpeaba a la vanguardia de los merodeadores. Mientras, Iván hacía lo mismo con su hacha. Por si fuese poco, el mechero se ha apagado y hemos quedado en la más absoluta oscuridad. Decenas de manos me agarraban y yo, por instinto, golpeaba mandobles en la oscuridad. En mi espalda notaba como Belén y Esther se agarraban mientras gritaban desconcertadas. Iván ha prendido de nuevo el mechero y la luz ha iluminado el pasillo. El suelo estaba plagado de cadáveres de los merodeadores abatidos, mientras que los que aun se mantenían en pie transitaban por encima de estos. Al final hemos podido controlar la situación y despejado el camino. Nada más conseguirlo, hemos continuado a toda prisa, abriendo todas las puertas a nuestro paso. Justo cuando hemos llegado a una de las puertas, algo ha llamado nuestra atención. Frente a esta y tendido boca arriba, yacía un cadáver mutilado, al cual le faltaban las piernas. No he tardado en reconocer de quién se trataba. Era Andrés. Al lado del cadáver había un fusil de asalto. Parece ser que murió defendiendo el refugio. Mientras Iván abría la puerta, yo me he agachado a coger el arma. Casi me da un infarto cuando el cadáver de Andrés ha abierto los ojos y ha proferido un grito apagado. De forma automática, he respondido dándole varios fuertes culatazos en la cabeza hasta que ha dejado de moverse. He sentido una profunda pena tras hacer esto. Me he sentido culpable de tener que ser yo quién haya hecho esto. Y sobretodo, me apena que él y su familia hayan encontrado este terrible final que no se lo merece nadie.

Nada más abrir la puerta, Iván me ha dicho "Bingo. Aquí tenemos lo que estábamos buscando". Al adentrarse en la sala e iluminarse esta, he podido ver todas las armas apiladas, tal cual estaban la última vez que las vi. En cuanto hemos entrado a la sala, hemos cerrado la puerta y parapetado esta. Esto significaba meternos en una ratonera, pero comenzar a armarnos a toda prisa con la puerta abierta no era nada recomendable. Además, con semejante polvorín podíamos permitirnos el lujo de encerrarnos y, después de equiparnos tranquilamente, salir abriéndonos paso. Lo primero que hemos hecho ha sido buscar alguna linterna o algo parecido para iluminarnos. En una de las cajas hemos encontrado dos linternas que funcionaban y hemos hecho uso de ellas. Después, hemos comenzado a buscar armas adecuadas y munición. Belén y yo estábamos apartando unas cajas, ¿cuando sabéis que? Detrás de estas, acurrucada y llorando, ¡estaba la hija de Andrés! ¡un milagro entre tanta desolación! La niña, totalmente asustada, nos ha mirado uno por uno y en cuanto me ha visto, me ha reconocido. Se ha levantado y llorando, mientras se abrazaba a mi, me ha dicho "Mi papá, mi papá... Lo han cogido los monstruos". Yo la he consolado diciéndole que su papá había escapado. Que le iba a decir a la niña sino esto. Mientras lloraba abrazada a mi, he podido ver que tras su espalda portaba una pequeña mochilita rosa, la cual estaba entre abierta y dejaba al descubierto una gran cantidad de paquetes de insulina. Ahora ya entiendo porque la niña ha sobrevivido. Andrés, su padre, la trajo a toda prisa hasta aquí con su medicación y la encerró para aislarla de los merodeadores mientras él intentaba resistir el ataque. Le he preguntado que había ocurrido y cuando. La respuesta de la niña ha sido "Los monstruos entraron y mordieron a la abuela...". Ayudado por Belén y Esther, hemos consolado a la niña. Le he dicho "Tranquila... Vamos a salir de aquí y te vamos a llevar a un sitio seguro, ¿vale?". Iván nos ha metido prisa diciéndonos "Como no nos demos prisa en armarnos y salir de aquí, no vamos a llegar a ningún sitio seguro. No perdáis el tiempo". He dejado a la niña con Esther y me he puesto a buscar armas junto con Iván. Mientras sacaba de una caja cuatro pistolas Heckler & Koch USP y todos los cargadores repletos de munición que podíamos llevar, Iván ha seleccionado una escopeta Franchi SPAS 12, un subfusil Star Modelo Z-84 y dos fusiles de asalto Heckler & Koch G36. Después, ha llenado dos mochilas que habían tiradas en una esquina con munición suelta y cargadores y se ha hecho con un par de cananas con cartuchos de escopeta, las cuales se ha colgado en el torso. He repartido las pistolas y él ha hecho lo mismo con las otras armas. Él se ha quedado con la escopeta, mientras que a mi y a Belén nos ha entregado los dos fusiles de asalto. El subfusil ha sido para Esther. Junto a las armas nos ha entregado unos cuantos cargadores sueltos. Ha sido entonces cuando los merodeadores han comenzado a golpear la puerta y nos hemos lanzado entre nosotros una mirada de nerviosismo. Linterna en mano, Iván se ha situado junto a la puerta y ha dicho "A la de tres, abro. Abrir fuego en cuanto la puerta este abierta". Los golpes de los podridos hacían temblar la puerta. A mi izquierda, sosteniendo a la niña en brazos y con su mano derecha el subfusil, estaba Esther, la cual le decía a la niña "Cariño, vamos a jugar a un juego, ¿vale? Tienes que cerrar los ojos y no abrirlos hasta que yo te diga, mientras te tapas los oídos y cantas con todas tus fuerzas la canción que más te guste, ¿ok?". La niña ha asentido con la cabeza y haciendo caso a Esther, ha cerrado los ojos, se ha tapado los oídos y ha empezado a cantar una canción. Mientras la niña cantaba "La pequeña araña subió, subió, subió, vino la lluvia y se la llevó...", Iván ha contado hasta tres y ha abierto la puerta de par en par. Prácticamente cayendo de bruces al interior, han irrumpido todos los merodeadores que se agolpaban en la puerta. Todos hemos abierto fuego y la lluvia de balas y postas han comenzado a caer sobre los merodeadores. Sin dejarlos ganar terreno, hemos abatido a todos y cambiado los cargadores. Iván, escopeta en mano y el primero, ha salido al pasillo y ha seguido disparando su escopeta. Seguidamente, ha salido Belén y Esther con la niña en brazos, siendo yo el último y cubriendo la retaguardia. Sorteando cadáveres hemos transitado por el pasillo mientras Iván abría paso a escopetazo limpio y yo mantenía a raya a los que intentaban atacarnos por la retaguardia. Ha sido una situación enfermiza. Mientras los tiros resonaban por el angosto pasillo iluminado por las linternas y los merodeadores caían abatidos, desmembrados, la niña cantaba a todo pulmón una y otra vez la misma canción. Cuando Iván o yo teníamos que recargar, Belén y Esther se encargaban de mantener el fuego de cobertura. La cosa se ha complicado cuando la horda que avanzaba por retaguardia ha comenzado a ganarnos terreno y nos hemos visto obligado a aligerar el paso más aun. Aunque nos ha costado, hemos conseguido llegar hasta la puerta por la cual habíamos entrado. Pero lo que aquí nos esperaba no era nada esperanzador. Agolpándose en las puertas de la entrada, las cuales no sé como han conseguido abrir, e inundando la escalinata, habían decenas de andantes. Las balas impactaban por todas partes. En los merodeadores, en las paredes, en el techo, en las puertas... Eso parecía una guerra. Mientras tanto, yo contenía desesperadamente a los que avanzaban por retaguardia. Era cuestión de tiempo que nos alcanzaran por este sector. Avanzando sobre la pila de cadáveres y perdiendo el equilibrio, hemos conseguido llegar hasta la salida. Iván ha asomado la cabeza al exterior y con medio cuerpo fuera, ha seguido disparando hacía el exterior. Esto solo significaba que las cosas no pintaban mejor fuera. Cuando he podido salir, lo he comprobado muy a mi pesar. Estaban por todas partes. Por todas. Y nos estaban desbordando. En ese mismo instante, la niña ha abierto los ojos y, al ver el panorama, ha dejado de cantar y se ha puesto a gritar y a llorar desconsoladamente. Sin poder hacer nada por consolarla, hemos seguido disparando mientras de la puerta del refugio comenzaban a emerger los merodeadores que había en el interior. Como hemos podido, nos hemos abierto paso peligrosamente, disparando y aprovechando los huecos, consiguiendo avanzar. Una locura, pero nos ha salido bien. Corriendo a toda prisa, nos hemos alejado de la horda, la cual nos ha seguido a paso lento y tambaleante. Hemos tardado unos 15 minutos en llegar a donde hemos dejado el coche. Aun no me puedo creer que hayamos escapado de ese infierno.

Nada más llegar al coche, lo primero que hemos hecho ha sido cargar las mochilas y las armas en el vehículo. Mientras tanto, Esther y Belén se han afanado en consolar a la nena. Esta, sin parar de llorar, repetía una y otra vez "Mi papá, quiero que venga mi papá...". Si la pobre supiera la suerte que ha corrido su papá...
Estábamos subiendo al coche cuando un sonido proveniente de la guantera nos ha alertado. Cuando he abierto esta, ha caído el walkie-talkie. Un sonido entrecortado ha sonado de nuevo. Sorprendido, he respondido a la señal diciendo un "¿Hola? ¿hay alguien ahí?". La respuesta ha tardado unos segundos en escucharse. O la señal es muy débil o este cacharro no funciona nada bien, ya que el mensaje ha sonado entrecortado. Lo que hemos podido captar ha sido lo siguiente (los asteriscos son las partes inteligibles del mensaje): "Necesitamos ayuda, ******* Tarragona, edificio Gran *******, se nos acaba el agua y la *******, ******* por todas partes, no podemos ******* tiempo ******* ayuda". He pedido que repita el mensaje, pero no ha contestado. He repetido varias veces lo mismo, pero nada. Las palabras de Iván, el cual ya estaba arrancando el motor del vehículo, han sido "Pues lo lleva claro. Esta perdiendo el tiempo. Pobre desgraciado...".

Hace unas horas que ha caído la noche y estamos estacionados al borde de la autovía. Estoy realizando la primera guardia desde el asiento del copiloto y todo esta tranquilo, sin rastro de merodeadores por la zona. A mi izquierda, en el asiento del conductor está Iván roncando a pierna suelta. En el asiento de atrás, entre Belén y Esther, las cuales duermen o al menos eso parece, esta la niña. Entre los brazos de Esther, apoyada en su regazo y abrazada al peluche que un día ella me regaló (se lo he devuelto para ver si jugando se consigue evadir un poco), la puedo ver con los ojos abiertos. Parece que no puede conciliar el sueño, lo cual es lógico. Si para un adulto, perder a alguien cercano es un tremendo shock, no quiero ni imaginar lo que presupone perder a toda tu familia siendo un niño. Por más que lo pienso, no logro comprender que fallo han cometido Andrés y los suyos para que los merodeadores los hayan descubierto y asaltado su refugio. Tenían todos los factores a su favor: un refugio subterráneo, comida y agua, luz eléctrica, armas... ¿en que han errado? Solo sé que lo siento terriblemente por ellos. Me trataron muy bien durante la estancia que pasé allí. La verdad, considero que yo les pagué su posterior hospitalidad con creces en la ayuda que les presté durante el asalto al campamento chabolero. Andrés, a pesar de que al principio parecía un ser antipático e irascible, me demostró ser una gran persona, un hombre agradecido que cuidaba de su gente. Lamento mucho no haber podido darles sepultura a él y a su familia. Pero que podía hacer, si ya nos vino grande el poder salir de allí. Lo último que puedo hacer por él es cuidar de Marta, su hija. Me gustaría que allá donde se encuentre, sepa que su hija no ha quedado abandonada a su suerte, como pensaría momentos antes de morir, que se encuentra con nosotros, bajo nuestra custodia. Creo que hoy por hoy no puede estar en mejores manos, ya que pienso cuidar de ella como si se tratara de mi propia hija. Si bien ha sido un tremendo golpe de mala suerte el habernos metido en la ratonera que ha supuesto ser el refugio, no me arrepiento de ello, pues encontrar a la niña ha sido un verdadero milagro el cual ha compensado todo lo mal que lo hemos pasado ahí abajo.


- Erik -