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viernes, 7 de enero de 2011

+ 07-01-11 + Desbordados y encerrados

Esta mañana, recién nos hemos levantado, nos hemos puesto manos a la obra. Lo primero que hemos hecho ha sido contactar por walkie con Antonio. Este, al escuchar la llamada, se ha puesto extremadamente contento a la vez de nervioso. Iván lo ha puesto al corriente y le ha dado instrucciones de lo que debe de hacer. Ante la respuesta de que no cuenta con ningún arma de fuego, le ha pedido que permanezca en la ventana atento a nuestra llegada, que cuando vea que hemos despejado la entrada, coja a su hija y baje a toda prisa sin detenerse un segundo. Tras estas instrucciones, hemos cortado la comunicación y salido de la trastienda del comercio directos a la puerta. Una vez hemos llegado a esta y tras comprobar por los cristales de que todo estaba "despejado", hemos abierto la puerta y salido de uno en uno. Agazapados y tras los vehículos, como ya viene siendo habitual, ha comenzado nuestra nueva andadura. Sorteando coches y merodeadores, de los cuales alguno se ha percatado de nuestra presencia, hemos ido buscando un vehículo adecuado que reuniese los requisitos que buscábamos. El más parecido, una gran furgoneta de ocho plazas. El problema, estaba volcada de lateral sobre el asfalto. Imposible ponerla de pie. Iván ha planteado el problema que me rondaba la cabeza desde hacía un rato "Lo jodido no va a ser encontrar el vehículo, sino transitar con él entre todo este desastre. Imposible. Y no podemos permitirnos el lujo de vernos atascados con el trasto, ya que en el momento lo arranquemos, seremos el centro de atención de toda esta basura andante...". Cuanta razón. Pero como si el de allá arriba nos hubiese escuchado, tras andar unos cuantos metros, hemos comenzado a ver nuestro camino más espaciado, mucho más despejado. Ojo, no del todo, pero por cada paso nuestro, poco a poco íbamos saliendo de ese puñetero embotellamiento. Uno de los motivos, a parte de que ya estábamos muy alejados de la autovía, hacía donde se supone que la gente se dio de tortas por llegar, ha sido que la avenida se ha ensanchado ligeramente. Ahora sí que sí podíamos movernos con libertad con un vehículo. La contra, ahora si que no nos podíamos ocultar tan fácilmente. Eramos blanco fácil para los merodeadores. Ante la imposibilidad de ocultarnos con facilidad ha surgido el plan b, correr a paso ligero. Sin necesidad de esprintar pero sin ir andando, hemos comenzado a movernos. Como siempre, Iván se ha situado en la cabeza del grupo y yo a la retaguardia. Belén y Esther, esta última cargando en brazos con Marta, en el centro. A nuestro paso y evitando abrir fuego a menos que fuese necesario, nos hemos dedicado a esquivar ágilmente a todo merodeador que se nos ha intentado tirar encima. Yo no se si esto tendrá que ver, pero que estos cabrones hayan estado tan sumamente rápidos en sus movimientos me hace pensar que llevan bastante tiempo sin pegar bocado. Ya os digo que esto solo son tribulaciones mías que no puedo afirmar. El mantenernos alejados todo este tiempo de ellos para sobrevivir, si bien sirve para mantenernos con vida no sirve para un profundo estudio sobre su mentalidad y costumbres. Mientras corría y esquivaba, no he podido evitar pensar en si habría alguien viéndonos, desde su casa, correr por la ancha avenida. Si alguien lo ha hecho, no se si nos ha envidiado o nos ha compadecido, lo que si que se que debe de haber sido una imagen de lo más ridícula. Cuatro individuos haciendo footing en pleno apocalipsis y esquivando a muertos andantes que les intentan dar caza a su paso. No sé si es para echarse a reír o a llorar.

El sudor me empapaba la frente y el fresco viento mañanero me estaba calando los huesos, cuando Belén ha dado la señal que andábamos esperando. "¡Allí, junto al semáforo!" y todos hemos girado la cabeza automáticamente. Aquello a lo que se ha referido Belén ha resultado ser un bendito furgón blindado, uno de esos que eran usados por empresas de seguridad para recaudar el dinero de los bancos. No hemos tardado en correr como posesos hacía el vehículo. He tenido un leve incidente con un merodeador, y es que este, salido de unos matorrales de un parque y vistiendo un uniforme militar, se me ha abalanzado. Menos mal que he sido lo bastante rápido como para propinarle un codazo en el pecho evitando así que me acercara sus fauces a mi cuerpo. Este ha caído derribado y restandole importancia a la preocupación de mis compañeros, hemos seguido corriendo. Lo primero que he hecho nada más llegar al furgón ha sido apoyarme y jadear fatigado. Joder, casi tiro el corazón por la boca... Mientras Belén comprobaba si la puerta del conductor estaba abierta, que si lo estaba, Iván ha comenzado a forzar los portones traseros. Sin abrir estos iba a ser imposible ir todos en el furgón. Justo cuando Iván ha podido abrir las puertas, Belén ha salido pitando de la cabina gritando "¡No¡ ¡No abráis las...!". No ha hecho falta que terminase la frase para comprender que quería decir, ya que como cuando se abre un armario y te caen todas las cajas de dentro encima, Iván ha abierto las puertas y se le han venido encima tres merodeadores ataviados con uniforme de seguridad. Al intentar esquivar a estos reculando ha terminado tropezando y ha caído de espaldas en el suelo. Esther, con la niña en brazos, se ha quedado pálida mientras que Marta se le ha abrazado al cuello gritando. La situación requería una rápida actuación o Iván iba a ser mordido, así que he hecho lo más efectivo pero menos apropiado. En ese momento no estaba empuñando mi fusil, el cual colgaba de mi hombro por la correa, e intentar hacer uso de él iba a ser perder unos segundos decisivos, por lo cual, he tirado mano a la pistola que la tenía guardada en el pantalón. De un rápido movimiento, he desenfundado y descerrajado tres disparos sobre los merodeadores. Los tres disparos han acertado en la cabeza de estos, cayendo desplomados al instante para suerte de Iván, que ya tenía encima de él a uno. He ayudado a Iván a incorporarse mientras le preguntaba si le han mordido. Este, cabreado no, cabreadísimo, me ha empujando apartándome la mano y ha dicho "¡Joder, Erik! ¡Tus putos disparos ya habrán alertado a todos los jodidos podridos! ¡No me hacía falta ayuda, lo tenía todo controlado!". La próxima vez le va a salvar la vida su madre por jodido arrogante. De un salto se ha puesto en pie y ha corrido al asiento del conductor. Por lo visto, las llaves del vehículo estaban puestas y tras unos intentos de arrancar girando el contacto, el furgón se ha puesto en marcha. He ayudado a subir a la parte trasera a las chicas y tras dar un beso a Belén, que me ha dicho que tenga cuidado ahí delante, he cerrado las puertas y he corrido a ocupar mi puesto en el asiento del copiloto. No hemos tardado en ponernos en movimiento de un brusco acelerón.

Con Iván al volante, algo más tranquilo tras el pequeño incidente, me he puesto a buscar por toda la cabina cualquier cosa que nos sirviera de utilidad. No he encontrado nada, ni siquiera en la guantera. Al menos, en mi breve inspección he descubierto un pequeño ventanuco que comunicaba con la parte trasera. Me he asomado por este y he visto a las chicas sentadas en unos asientos soldados a las paredes del furgón. Marta me ha mirado y sonriéndome, me ha saludado con la mano. Yo le he devuelto la sonrisa y me he vuelto a sentar en mi asiento. Iván estaba muy concentrado en la carretera y manteniendo la velocidad sin bajar de los 80 km/h. Aunque no es una velocidad muy elevada, esta sí se notaba por cada volantazo que daba Iván para esquivar a los vehículos. Lo que no se ha esmerado en esquivar ha sido a los merodeadores. Es más, yo creo que se ha afanado en llevarse por delante a todos los que le ha sido posible. Estos, cuales insectos que se revientan contra el parabrisas de un vehículo, se han ido estampando, tintando de rojo los cristales, hasta tal punto que Iván ha tenido que accionar el limpiaparabrisas para quitar los manchurrones de sangre y los tropezones. No me he molestado en decirle nada como hice ayer, ya que este vehículo es blindado y muy difícilmente va a romper los cristales con los impactos. Lo he dejado divertirse con su juego de perturbados. Con el transcurso de los minutos me ido percatando de algo, y es que la actividad de merodeadores era cada vez más alta. Si antes, cada cinco segundos Iván atropellaba a un merodeador, ahora era cada uno o dos segundos. Me he comenzado a alarmar. Empezaban a ser muchos y por todas partes. Iván ha tenido que aminorar algo la velocidad. Allá donde mirara habían merodeadores. Mujeres, hombres, niños, militares... todos con aspecto cadavérico y abalanzándose sobre el furgón. Los golpes que propinaban al vehículo sonaban como si sobre el coche estuviese cayendo una lluvia de piedras. Belén, desde atrás, no paraba de preguntar si todo estaba bien. Yo, para no alarmarla, le he dicho que sí. Pero de nada ha servido, ya que por lo visto Esther se ha asomado por una de las ventanas de las puertas traseras y ha descubierto el panorama, ya que ha gritado un sonoro "¡Dios mio!". Pero la cosa estaba por complicarse más. Al final, nos hemos visto envueltos en el medio de una inmensa muchedumbre de merodeadores que zarandeaban el furgón a nuestro paso. Los teníamos por todas partes, ¡por todos los lados! Era como una antigua y popular manifestación. La velocidad del vehículo ya era de 20 km/h, ya que ni siquiera se podía ver el asfalto por donde transitábamos. Algunos merodeadores ya habían comenzado a trepar por la parte delantera del vehículo e Iván los quitaba de encima frenando en seco. En esos momentos, si nos llegamos a quedar sin gasolina, el furgón habría sido nuestra tumba, ya que no habríamos podido salir aunque quisiéramos. Para abrirnos paso con las armas habríamos necesitados toneladas de munición, ya que sin exagerar, ¡habían miles! Es una de las peores situaciones en las que me he visto envuelto, y como ya sabéis, no han sido pocas. Iván estaba maldiciendo a todo lo habido y por haber, mientras que conducía abriéndose paso sobre los merodeadores. El furgón avanzaba sobre estos, pasando sus ruedas sobre ellos y produciendo un crujido espantoso al triturar los huesos de los andantes. De repente, el walkie ha sonado. Era Antonio, diciendo "¡Os veo! ¡Estáis casi debajo de nosotros! Es la finca que tenéis justo enfrente a la derecha". Rápidamente la he buscado con la mirada. No he tardado en divisar un gran edificio con grandes letras injertadas en el ladrillo, en las que ponía 'Gran Torre del Sol'. Me disponía a responder a Antonio cuando Iván me ha quitado el aparato de las manos y ha comenzado a gritar "¡¡Grandisimo hijo de puta!! ¡¡¿Donde nos has metido?!! ¡¡Te ha salido bien el callarte el número de merodeadores, ¿verdad?!! ¡¡Ojala te pudras ahí solo como la rata mentirosa que eres, bastardo!!". Me he quedado alucinado ante el ataque de ira de Iván. No he sabido como actuar. La voz de Antonio ha tardado en volver a pronunciarse para hacerlo de forma cautelosa: "Lo siento si no he sido más especifico, pero quiero que comprendas que si no llego a hacerlo de esta forma... nunca habríais accedido a ayudarnos". Iván me ha mirado con los ojos desorbitados y me ha dicho "Encima tiene la gran cara de reconocerlo. Será..." y ha pulsado el botón del walkie diciendo "¡¡Maldito perro...!!". No ha terminado la frase. Le he arrancado el aparato de las manos gritándole un "¡Basta! ¡Céntrate en conducir, joder!". Iván, sorprendido por mi actuación, me ha gritado "¡¿Pero ahora tú de que coño vas?! ¡Devuélveme el walkie!". Mientras le he respondido un sonoro NO me he percatado de lo violentos que se estaban volviendo los zarandeos al furgón. A este paso nos iban a hacer volcar. Iván ha repetido de nuevo "¡Erik, no me toques los cojones! ¡No te lo voy a repetir más veces! ¡Devuélveme el jodido walkie!". Mi respuesta, la misma, un sonoro NO acompañado de un CÉNTRATE EN CONDUCIR. Este ha sido el detonante de la debacle. Iván ha soltado una mano del volante y la ha dirigido sobre mi en forma de zarpazo. Agarrándome de la chaqueta me ha arrastrado e intentado quitar el walkie. De un golpe he intentado repeler su brazo, pero Iván ha perdido más aun los estribos y al ver que le he salido respondón, me ha propinado un fuerte derechazo en la mandíbula. Desde la parte trasera podía escuchar a Belén gritar "¡Chicos, basta ya! ¡Parar! ¡Nos están desbordando los merodeadores! ¡Centraros, por favor!". Pero se me ha nublado la mente hasta tal punto que solo me he centrado en devolverle el golpe a Iván. Y vaya si lo he hecho. Le he dado un buen puñetazo en el pómulo que le ha hecho temblar la cabeza. Aquí la cosa ha terminado de irse de madre, ya que este ha soltado el volante y lleno de ira ha comenzado a propinarme golpes. Apenas he recibido el primero cuando he empezado a devolvérselos mientras me cubría la cara con el antebrazo izquierdo. Tras esto y para bloquear sus golpes, me he lanzado sobre él agarrándole por el cuello. Los gritos de desesperación e impotencia de Belén y Esther eran ensordecedores mientras yo golpeaba una y otra vez, contra el cristal de la ventanilla, la cabeza de Iván. Este, con su brazo derecho me intentaba separar de él mientras que con el izquierdo me golpeaba. La cuestión es que entre tanto dar y recibir y cegado por la pelea, Iván ha apretado más de la cuenta el pedal del acelerador y sin nadie dirigiendo el volante, el furgón se ha puesto a gran velocidad sin rumbo fijo. Los golpes de los merodeadores contra el morro del vehículo y el parabrisas eran constantes, mientras el furgón circulaba a toda velocidad dando botes sobre el asfalto. Solo cuando he visto que el velocímetro marcaba 90 km/h he entrado en razón y me he apartado de Iván. Este ha tardado un poco más en percatarse y cuando ha intentado ponerse al volante ha sido demasiado tarde. El furgón ya estaba despedido y volando por los aires.

Solo nosotros somos tan estúpidos de enzarzarnos en una pelea en pleno corazón de una muchedumbre de miles de merodeadores. Tan culpable Iván por comenzar la pelea como yo por continuarla. Hemos sido unos inconscientes arriesgando la vida de todos por semejante estupidez. La cuestión es que, como iba diciendo, cuando Iván ha intentado hacerse con el volante para controlar la situación, el furgón ya iba por los aires. ¿Por qué? Ni idea. Supongo que a esa velocidad y entre tanto merodeador, hemos debido chafar algún montículo o saliente del asfalto que nos ha hecho salir despedidos. El aterrizaje ha sido brutal y el furgón ha dado varias vueltas de campana para terminar derrapando a gran velocidad. Mientras todo esto ocurría, Iván y yo parecía que estábamos dentro de una lavadora. Mientras el coche derrapaba de lateral, yo he podido ver a través del agrietado parabrisas como iban cayendo todos los merodeadores que se encontraban en la trayectoria del vehículo. Al final, hemos colisionado contra algo y el furgón se ha parado en seco. Dolorido, me he incorporado dificultosamente y me he dirigido al ventanuco que comunica con la parte trasera. Al asomarme me he tranquilizado, ya que he visto a Belén incorporarse y a Esther poner en pie a Marta. Luego me he dirigido hacía Iván. Este, hecho un ovillo bajo el volante y con una brecha en la frente, se ha levantado como ha podido. Rápidamente ha buscado su escopeta. Yo he hecho lo mismo con mi arma. Mientras buscaba el fusil, he descubierto todo mi brazo y parte de la mano en carne viva y con algo de sangre. Desde atrás, Belén ha gritado "¿Como pensáis salir de aquí?". Cuando me disponía a responder me he percatado de la gravedad de la situación. Un tumulto de merodeadores rodeaba el furgón. Estos golpeaban y empujaban la carrocería y los cristales. Iván se ha pronunciado, diciendo "¿Como pensamos salir? ¡Por la puerta!". Levantando el brazo, ha tirado de la manivela de la puerta y la ha empujado, abriendo esta de par en par. Después de esto y con la mochila cargada a su espalda, ha trepado por los asientos y ha sacado medio cuerpo fuera. Acto seguido y mientras terminaba de salir, ha comenzado a disparar la escopeta. Era una locura, pero que otra opción nos quedaba. He cargado la mochila a mi espalda y he imitado a Iván. Trepando por los asientos, he sacado medio cuerpo fuera y la visión ha sido horrenda. Los merodeadores se extendían desde nuestra posición hasta donde se perdía la vista. Y todos se concentraban hacía un punto: nuestra posición. Era imposible salir de ahí. O al menos, imposible sin un golpe de suerte. Irguiéndome sobre la carrocería de la volcada furgona, he empuñado mi fusil y he comenzado a abrir fuego sobre todos los merodeadores que intentaban trepar. Las detonaciones de la escopeta de Iván solo cesaban cuando este recargaba nuevos cartuchos en la recámara. Era inútil disparar y disparar, jamás podríamos acabar con todos los merodeadores. Iván me ha gritado "¡Dile a las chicas que abran la puerta y vayan subiendo mientras nosotros las cubrimos!". Le he contestado "¿Subir? ¿Para qué? ¡Si no tenemos escapatoria! ¡Para eso merece la pena que continúen seguras en el interior!". Él ha replicado "¡Pues dime tú que hacemos entonces!". Mientras le propinaba una patada en la cabeza a un merodeador que estaba trepando, he comenzado a buscar desesperadamente la forma de salir de ahí. Ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que apenas a unos seis metros de nosotros, estaban las puertas del edificio de Antonio. Pero, ¿como íbamos a llegar hasta allí con tantos y tantos merodeadores rodeándonos? Jugandonos el todo por el todo. Me he dirigido a Belén, diciéndole "¡Cuando dé un golpe a la carrocería, abrir las puertas y disparar sin cesar! ¡Cuando hayáis vaciado los cargadores, recargar y mientras bajaremos nosotros manteniendo el fuego! ¡Después, seguirnos!". Ella me ha respondido un fuerte "¡Entendido!". Tras esto, me he dirigido a Iván y le he explicado el plan. Este se ha puesto ansioso por llevarlo a cabo. Cuando hemos cambiado los cargadores y ya preparados, he dado un fuerte golpe sobre la carrocería del furgón y las puertas traseras de este han comenzado a chirriar para terminar abriéndose de par en par. Todos los merodeadores allí apelotonados han comenzado a intentar entrar, pero una lluvia de disparos procedente del interior ha comenzado a barrerlos y desmembrarlos. Nosotros no hemos apoyado el fuego para conservar intactos los cargadores y así mantenerlos llenos hasta la hora de entrar nosotros en acción. No ha pasado mucho tiempo hasta que Belén y Esther han vaciado sus cargadores. La brecha que han abierto ha sido considerable y más que suficiente para bajar sin peligro. Pero no podíamos tardar mucho, ya que el hueco se estaba tapando con nuevos merodeadores. Sin pensar, hemos dado un salto y aterrizado sobre una alfombra de cadáveres. Acto seguido, nuestras armas han comenzado a escupir plomo. A nuestra espalda, las chicas han recargado y comenzado a apoyar el fuego. Poco a poco, nos hemos ido abriendo paso. Los merodeadores se nos intentaban aproximar desde todos los ángulos, pero los hemos ido rechazando a plomazo limpio. Cuando Iván ha agotado los cartuchos cargados, ha colgado el arma en su hombro y ha sacado el hacha. Con esta en una mano y la pistola en la otra, ha comenzado a arremeter contra la horda. Lentamente y con el ritmo de dispara, carga y vuelve a disparar, hemos abierto pasillo hasta las puertas del edificio. Menos mal, ¡ya que solo me quedaba un cargador lleno! Iván, de un fuerte golpe con el hacha, ha roto el cristal de una de las puertas. Este se ha hecho añicos y de un salto nos hemos metido en el interior.

El patio era bastante grande y dividido en dos sectores: escalera izquierda y escalera derecha. He comenzado a buscar en la mochila el walkie, que momentos antes de salir del furgón había guardado aquí. Apenas lo he encontrado cuando de nuevo nos ha tocado salir corriendo. Un gran número de merodeadores ya estaba dentro y otros muchos estaban entrando ya. Sin poder contactar con Antonio para preguntarle que escalera debíamos tomar para llegar a su casa, hemos salido a toda prisa y tomado el camino más cercano, el izquierdo. Hemos comenzado a subir por las escaleras y nos hemos detenido al llegar al quinto piso. El motivo, Esther y la niña no estaban con nosotros. Belén se ha puesto a llamarla a voces, pero ella no ha contestado. He intentado volver a bajar, pero Iván me ha detenido, diciendo "No seas ignorante. No vas a conseguir nada bajando. Si se han quedado abajo, ya estarán muertas. Es inútil". Belén se ha puesto a llorar y yo no he tenido tiempo ni para lamentarme. He sacado el walkie y he dicho "Antonio, rápido, tenemos problemas. Necesitamos saber cual es tu piso y puerta". La respuesta no se ha hecho esperar: "¡Dios bendito! Os había dado por muertos. Noveno piso, puerta 36, escalera derecha. ¿Por qué?". Al escuchar 'escalera derecha' se me ha caído el mundo encima. Vuelta otra vez para abajo. Y esta vez con el agravante de todo el patio infestado de merodeadores. Estos ya habían subido hasta el segundo piso. Hemos tenido que tirar de arma nuevamente. Sin cargadores disponibles, me he visto obligado a utilizar la pistola. La horda se aglomeraba por las escaleras y esto me ha recordado a aquel fatídico día en el hospital Clínico de Valencia. Hemos podido hacer recular a la horda hasta el primer piso y una vez aquí, nos hemos descolgado por el hueco de las escaleras. A pesar de que la altura era considerable, hemos aterrizado sin problemas. No ha habido tregua, ya que el número de merodeadores aquí no era inferior, sino todo lo contrario. Solo poniendo toda la carne en el asador y haciendo de tripas corazón, nos hemos abierto camino. Yo ya ni siquiera disparaba mi arma, sino que cogiéndola del cañón la he utilizado como si de un garrote se tratara. A golpe limpio y sin perder de vista a Belén, hemos conseguido llegar a la escalera derecha. Corriendo, hemos ido subiendo los peldaños de tres en tres. Por esta escalera también habían subido bastantes merodeadores, aunque muchos menos. Golpeando y lanzando por el hueco de la escalera a todo merodeador, nos hemos ido deshaciendo de todos los que se interponían en nuestro camino. Justo cuando hemos llegado al tercer piso, he levantado la culata de mi arma y cuando me disponía a asestar un nuevo golpe contra otro merodeador, este no ha resultado ser tal y me he quedado petrificado. Estaba sorprendido ante lo que estaban viendo mis ojos. No podía ser cierto. Tenía que ser un espejismo. Me he llevado las manos a la cara y, frotándome los ojos, he vuelto a mirar. No era una visión producto de mi mente. Esto se ha confirmado cuando la persona que tenía delante ha exclamado "¡Lo sabía! ¡Sois vosotros! ¡Lo he sabido en cuanto te he escuchado por el walkie!". Era Eduardo. Sí, habéis leído bien. El mismísimo Eduardo, mi fiel amigo y por el cual me he preocupado tanto. En su mano portaba un bate de béisbol completamente ensangrentado. No he podido evitar darle un fuerte abrazo el cual me ha correspondido y le he dicho "Me alegro de volver a verte, amigo". Su respuesta "Y yo también a vosotros, compañeros. Ya habrá tiempo de hablar, ahora debemos subir antes de que nos alcancen los merodeadores. Arriba esta Esther y la niña que le acompaña. ¡Vamos!". Segunda buena noticia. Esther y la niña están sanas y salvas. A fin de cuentas, ha valido la pena tanto sufrimiento.

Nada más llegar al noveno piso, Eduardo ha abierto la puerta y hemos entrado rápidamente a la casa. Después, ha echado el cerrojo y parapetado la puerta con un mueble. Hemos seguido a Eduardo por un largo y ancho pasillo hasta llegar al salón. Cuando hemos llegado a este, un comedor tremendamente espacioso e iluminado por la luz que entra a través de las grandes ventanas, he visto a Esther y Marta sentadas en un sofá. De pie, junto a estas, estaba un hombre de mediana edad, rechoncho y con bigote, que ha resultado ser Antonio. Junto a Antonio, una joven de unos 17 años, de larga melena rubia que he supuesto que sería la hija de este. Antonio, al vernos, se ha acercado a nosotros y justo cuando ha comenzado a decir "Me alegro de que estéis bien...", Iván le ha propinado un fuerte empujón, gritándole "¡Nos has enviado directos al matadero, cabrón!". Antonio ha caído derribado sobre el sofá. Eduardo y yo nos hemos metido por medio mientras separábamos a Iván, que intentaba encararse con Antonio. Este se ha levantado torpemente y más blanco que la pared. Casi tartamudeando ha dicho "Yo... yo... lo siento, de verás. No era mi intención...". Eduardo ha tranquilizado a Iván a duras penas, pero lo ha conseguido. Tras este incidente, me he sentado en el sofá y me he puesto a rellenar los cargadores que he vaciado en el trascurso del día. Marta se ha sentado a mi lado y me ha ido ayudando, pasándome balas sueltas. He escuchado como Esther le contaba a Belén lo siguiente: "Me he temido lo peor, Belén. Por momentos lo he visto todo perdido. Cuando me he dado cuenta estabais subiendo por la escalera izquierda y la niña, asustada, ha salido corriendo por la escalera contraria. La he tenido que perseguir y cuando me he hecho con ella, ya era demasiado tarde para bajar y seguiros. Estaban por todas partes. Creía que íbamos a morir hasta que ha aparecido Eduardo...". Le he preguntado a Antonio si tenían electricidad y agua corriente. La respuesta ha sido negativa, como me temía. Me ha llevado a la cocina y me ha mostrado varias garrafas que han llenado con agua de las escasas lluvias. Luego me ha mostrado los pocos víveres con los que cuentan: una pata de jamón prácticamente acabada. Me ha dicho "Con esto hemos estado subsistiendo este último mes. Apenas queda ya, así que veremos como nos la ideamos para alimentar cinco bocas más. No contaba con este desenlace, así que veremos como lo hacemos...". Cierto que con la carne que queda en la pata poco vamos a hacer. Lo que esta claro es que tenemos que idear un plan para salir de aquí lo antes posible. Despues y junto a Eduardo e Iván, he salido a la terraza. La visión de la ciudad desde esta altura ha sido más que aterradora. La devastación se extiende por todos los rincones y la ancha avenida esta completamente infestada de merodeadores, todos ellos dirigiéndose y agolpándose ante las puertas del edificio. Saben que dentro hay 'comida'. Viendo todo desde esta panorámica no sé como hemos sido capaces de meternos hasta aquí con el furgón, por muy blindado que fuese. Es una locura. Y doy la razón a Iván en su opinión de que Antonio ha sido un insensato al ocultarnos con su silencio la gravedad del asunto. Sea como fuere, ya estamos aquí y tenemos que dar gracias de que no hemos tenido que lamentar ninguna baja. Ahora solo debemos centrarnos en escapar de este piso. Desde la terraza, he barajado la posibilidad de trepar a pisos superiores. He calculado la distancia entre pisos, pero Eduardo me ha dicho "Ni te molestes. Cuando el patio era seguro, subí hasta el último piso... y nada. No hay terraza por la que se pueda huir a fincas colindantes. No quiero desalentarte, pero creo que en todo el tiempo que llevo en esta casa, he barajado y probado todas las opciones posibles". No ha querido desalentarme, pero lo ha conseguido. De todas formas, alguna forma de salir de aquí tiene que haber, alguna que haya pasado por alto Eduardo.

He pasado el resto del día quebrandome la cabeza buscando una forma. Mientras, Eduardo e Iván han estado conversando y la hija de Antonio, Susana se llama, junto a Esther, han estado jugando con Marta. Yo he hecho varios viajes a la puerta de la casa para mirar por la mirilla de esta. Muy a mi pesar, he podido comprobar que el rellano y, supongo, todo el edificio, esta infestado de andantes. Por lo menos todavía no saben a que puerta deben golpear, por ello, le he dicho a los demás que hablen lo más bajo posible y que no hagan ruido. También he cerrado la puerta del salón para aislar nuestras voces.
Hace tan solo unas horas que ha caído la noche. A pesar que estamos en el noveno piso, se hacen insoportables los gemidos de la horda de ahí abajo. También se oyen a los que están en la escalera. Antonio me ha dicho que ellos ya están acostumbrados a esto. Este nos ha conducido a una de las habitaciones en la que hay dos camas. La casa consta de tres habitaciones. La grande la utiliza Antonio con su hija, la segunda Eduardo y ahora Iván, y la tercera es para mi, Belén, Esther y la niña.

No creo que hoy pueda pegar ojo. Lo he intentado y como no he podido conciliar el sueño (y eso que estoy cansado), me he levantado y me encuentro en la terraza, sentado y escribiendo esta entrada. Hace frío y la horda de aquí abajo me pone de los nervios, pero aparte de que no quiero despertar a Belén y compañía con la luz del pc y el sonido de las teclas, he decidido salir para que me de el aire. No sé, puede sonar estúpido, pero quiero sentirme lo menos encerrado posible. Es como si sintiera claustrofobia ante la situación que nos encontramos. También parece ser que no soy él único que no puede dormir, ya que antes, cuando he salido de la habitación y he pasado junto a la de Antonio y su hija, he podido ver que por la junta de la puerta escapa un hilo de luz de una vela.

Bueno, creo que voy a cerrar la entrada por hoy. Ha sido un día duro y quiero ahorrar la energía de las baterías del portátil. No sé cuanto tiempo vamos a estar aquí y sin poder recargar estas. Mañana tengo muchas cosas de las que hablar con Eduardo y, porque no, con Antonio. Y también quebrarme la cabeza buscando la forma de salir de aquí.


- Erik -


domingo, 2 de enero de 2011

+ 02-01-11 + Desolación y muerte

Hemos pasado por multitud de calamidades, pero ninguna se asemeja a esta. Este último varapalo nos ha dejado tambaleando. Con tres compañeros que nos han dejado y Eduardo en paradero desconocido, esto se esta haciendo insoportable. Después de todo lo que ha ocurrido, no me siento el mismo. Y eso que deje de ser yo mismo hace tiempo. Con el fuerte pilar a mi lado que simbolizaba Eduardo y con el pesar de ver morir, nuevamente, a unos compañeros, estoy totalmente fuera de mi, ausente, perdido. Belén no es una excepción. Esta derrumbada, hecha trizas. Esther, tres cuartos de lo mismo. Yo intento centrarme, ya que no nos podemos permitir el lujo de bajar la guardia. Pero aún así, siendo consciente de esto, me resulta imposible. Iván no para de pedirme que me centre, que vuelva a ser yo. Aun con sus reproches, no lo consigo. Ahora me estoy dando cuenta de que todo el peso del grupo ha caído sobre él. Él es quién esta decidiendo las rutas a seguir, que carreteras tomar y cuales no, donde hacer noche y, como no, dirigir el filo de su hacha en beneficio de todos. Esta mañana, si no llega a ser por él y por su rápida reacción, ahora mismo tendría la garganta arrancada por un mordisco de merodeador. La verdad, esto es un verdadero desastre. Si al menos estuviera Eduardo aquí para ayudar a Iván a llevar las riendas... todo sería más llevadero. Pero no, no esta y no me hago la idea de que posiblemente jamás volveremos a verlo. Eduardo siempre ha sido un tío sensato y precavido, por lo que aún a estas alturas de su ausencia, me cuesta pensar que su desaparición se deba a que esta muerto. Conociéndolo como lo conozco, se que allá a donde se ha dirigido, lo ha hecho tomando rutas seguras y evitando a cualquier grupo numeroso de merodeadores. Entonces, ¿en que ha podido fallar? ¿por qué no ha vuelto cuando tocaba? Creo que lo mejor es que me termine de hacer la idea de que jamás lo volveremos a ver. Es duro, sobretodo porque se trata de un buen amigo que lo hemos perdido por mi culpa y, por lo cual, me siento más hundido todavía. Pero después de perder a María, Hans y Elena, no me queda más remedio que añadir a la lista a Eduardo. Con todo el dolor de mi corazón...

Hoy mismo y por el calendario del pc, me he enterado de que hemos entrado en el 2011. Para ser exactos, día 2 de Enero. Algo que tiempo atrás no habría pasado desapercibido, ahora nos la suda por todo lo alto. Curioso. Y ahora me pregunto yo, ¿habrá algún lugar en el mundo ajeno a todo esto? ¿algún lugar donde se haya podido celebrar el fin de año como lo hacíamos en el pasado? Es una pregunta chorra, lo reconozco, pero es lo primero que me ha venido a la mente nada más ver la fecha en el calendario. He pensado en Reus, pero no creo que los que allí resistan tengan muchas ganas de celebrar nada. Yo tengo una opinión al respecto, y es que estoy casi seguro de que en algún lugar, no me preguntéis donde, toda esta mierda no ha llegado. Una isla alejada, un país que ha podido resistir y cerrar sus fronteras a cal y canto. No sé, algún sitio tiene que haber. O al menos, eso quiero pensar.

Volviendo al tema, hoy ha ocurrido algo que destacar. Y es que los problemas siempre vienen precedidos de más problemas y así sucesivamente. No sé que hora sería, las 13:00 más o menos, cuando nos encontrábamos circulando con el vehículo con Iván al volante. Este ha decidido hacer una parada para descansar y revisar la ruta en los mapas. Hemos salido del vehículo a estirar las piernas y, mientras Iván buscaba la ruta a seguir en el mapa, yo me he sentado encima del capó del vehículo y me he sumergido en pensamientos. He permanecido así unos escasos minutos, ya que cuando me he dado cuenta de en donde tenía clavada la mirada he despertado automáticamente. A varios metros de nosotros había un gran cartel de autovía en el que se señalizaba la próxima salida: Mont-Roig del Camp. Yo ya había estado aquí. No sé si recordaréis que el refugio del fallecido Eusebio y su familia se encuentra por esta zona. Se nos estaba presentando la oportunidad de conseguir armas y algo de víveres, una oportunidad que no se presenta siempre. Cuando se lo he comentado a Iván, este casi me da un abrazo de lo contento que se ha puesto. Después de darme una palmada y felicitarme, no hemos tardado nada en subir al vehículo y ponernos en marcha por esta salida. Como la última vez que transité por esta carretera, hemos llegado a la glorieta de la estatua, donde se encontraba el merodeador atado. Este aun se encontraba allí, inmovilizado por su ataduras. A diferencia de cuando llegué yo, esta vez se encontraba despierto y atento a todo lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. No nos ha quitado ojo en todo el rato que hemos permanecido allí. La moto que utilicé para llegar hasta aquí todavía sigue donde yo la dejé, con la pequeña diferencia que se encuentra cubierta de polvo. Después de observar la zona desde dentro del coche, le he dicho a Iván que apagase el motor ya que la otra parte del camino la íbamos a realizar a pie. Cuando me ha hecho caso y ha parado el vehículo, hemos bajado de este. Después de sortear los parapetos que Eusebio puso en su día y dirigirnos hasta la fábrica donde me asaltaron los niños, he comenzado la ardua tarea de recordar el camino exacto al 'bunker' de la familia de Eusebio. Ha sido algo difícil, ya que él me condujo desde aquí con los ojos tapados, pero fijándome en los parajes y recordando algunas partes del camino que transité cuando me marché de allí, he conseguido ubicar el refugio. En cuanto he divisado la zona y he ubicado la casa que se encuentra junto al refugio, Iván se ha puesto en la vanguardia empuñando el hacha y a paso ligero nos hemos dirigido hacia allí. En la lejanía y dispersos por diferentes zonas del campo se encontraban algunos merodeadores. La mayoría de estos no se han percatado de nuestra presencia, por lo cual han seguido merodeando tambaleantes, sin rumbo. En cuanto hemos llegado a la puerta del refugio, he llamado tres veces a esta y he dicho "¡Andrés! ¡Soy Erik! ¡He vuelto con mis compañeros y necesitamos que nos ayudéis!". La respuesta ha sido muy clara: un rotundo silencio. He repetido la misma operación al menos dos veces más, pero la respuesta ha sido la misma. Esto me ha escamado. Iván ha abierto la puerta y una tremenda corriente de aire con olor a viciado ha salido de estampida. Ha sido entonces cuando le he dicho a Iván "¿Qué hacemos? Esto no me huele nada bien". Su respuesta, además de tajante, ha sido razonable "¿Tú que crees? Entrar. Necesitamos armas desesperadamente. Solo necesito que me acompañe uno de vosotros para ayudarme a cargar con las armas, los otros dos pueden esperar aquí si quieren". Ese 'uno de vosotros' estaba más que claro que se refería a mi y 'los otros dos' a Belén y Esther. Tan locura era entrar como dejar a Belén y Esther solas y sin armas, por lo tanto, han decidido acompañarnos. Iván ha sido el primero en descender por la puerta y yo le he seguido. Las chicas han hecho lo mismo e Iván les ha dicho que cerrasen la entrada para evitar que entraran merodeadores. Esther ha hecho esto y ha cerrado la puerta metálica, dejándonos en la más absoluta penumbra, ya que las bombillas del refugio estaban apagadas. Iván no ha tardado en encender su mechero Zippo y comenzar a bajar por la estrecha escalinata. Todos, en fila india, le hemos seguido. Empuñando fuertemente su hacha con la mano derecha, se ha detenido bruscamente y ha dicho "Silencio. Escuchar, tenemos compañía". Provenientes del oscuro pasillo que se erguía frente a nosotros, provenía una serie de múltiples gemidos agonizantes. Creo que no hace falta más descripción al respecto. Iván ha continuado andando, esta vez con paso más cauteloso. A cada paso que yo daba y rebuscando desesperadamente en la oscuridad, intentaba encontrar cualquier cosa que me pudiese servir de arma. Mientras tanto, Belén estaba pegada a mi, agarrada del brazo y Esther haciendo lo mismo con Belén. Después de transitar varios metros, la tenue llama anaranjada del mechero a alumbrado bruscamente el rostro decrépito de un merodeador. El susto ha sido generalizado y Esther ha proferido un tremendo grito el cual seguro ha alertado a todos los merodeadores allí presentes. Iván ha asestado un fuerte golpe de hacha a este merodeador destrozándole el cráneo y lo ha derribado. Una vez en el suelo, he podido reconocer de quién se trataba. Era la madre de Eusebio. La pobre anciana llevaba el cuerpo mutilado a mordiscos. En ese momento, en mi cabeza solo pensaba en los niños. "Ojala los hayan sacado de aquí a tiempo..." pensaba una y otra vez, una y otra vez. Pero no, no los habían sacado de allí a tiempo. Emergiendo de la oscuridad a galope han aparecido tres de los niños. Iván, en primera línea, solo ha podido rechazar a uno de ellos de una fuerte patada, la cual ha devuelto al primer niño a la oscuridad, pero los otros dos se le han abalanzado encima derribandolo, completamente poseídos. Mientras se revolvía en el suelo intentando quitárselos de encima, yo he agarrado al más cercano y lo he levantado en el aire. Este ha girado su cabeza y, mostrándome su boca abierta, he podido ver su rostro totalmente descarnado. Hacía tiempo que había dejado de ser un niño. Mientras lo sujetaba del pelo, he golpeado fuertemente su cabeza contra la pared repetidas veces hasta que ha dejado de moverse. Sin tiempo que perder, he golpeado con el puño al segundo e Iván a conseguido zafarse y partirlo por la mitad de un hachazo. Lo he ayudado a levantarse y, conteniendo la respiración, le he preguntado si le había mordido. He respirado tranquilo cuando me ha contestado no. Hemos continuado hacía delante y hemos pasado junto al tercer niño, el cual yacía en el suelo con la cabeza prácticamente arrancada a causa de la patada que le ha propinado Iván.

Cuando hemos llegado a la sala principal, he podido ver que la puerta que protegía esta estaba hecha trizas. Y aun más me he sorprendido cuando hemos visto el interior. Campando a sus anchas y por todas partes habían varios merodeadores. Estos, al vernos, han extendido sus brazos y han dirigido su rumbo hacía nosotros. Yo he mandado recular a Belén y Esther mientras del suelo he cogido una sarten que había allí tirada. Iván me ha dicho "Ocúpate de los que me intenten atacar por los laterales que yo me encargo de despejar la sala". Como el día que hizo aparición en la iglesia, se ha abalanzado sobre la horda de merodeadores a hachazo limpio. La sangre coagulada y los miembros amputados saltaban por todas partes mientras yo me he dedicado a quitarle de encima con mi arma improvisada a todo merodeador que le intentaba atacar por los laterales o por la espalda. Ha sido una tarea peligrosa, ya que en más de una ocasión, su hacha me ha pasado rozando el cuerpo. Iván no ha tardado en hacer justicia con su hacha y hemos podido proseguir la marcha por el siguiente pasillo. Mientras pasábamos junto a las habitaciones e iluminados por la llama del mechero, la cual se apaga una y otra vez, yo he intentado recordar en que habitación se encontraban las armas. No hemos transitado ni la mitad del angosto pasillo cuando nuevos gemidos nos han alertado. Nos hemos detenido temiendo lo peor y la siguiente visión ha sido tan aterradora o más que las anteriores. Tropezando y cayéndose los unos sobre los otros han hecho aparición otra nueva y numerosa horda. Estos apenas podían circular por el estrecho pasillo. La primera reacción de Iván ha sido bloquearlos de un empujón con el mango del hacha, conteniendolos. Yo he gritado que reculáramos, pero Esther me ha respondido gritando "¡Por detrás! ¡Vienen más por detrás!". Iván ha comenzado a dar hachazos mientras reculaba y ha dicho "¡Tenemos que abrirnos paso por aquí o nos vamos a ver taponados!". Inmersos en esta situación desesperada, no nos ha quedado otra que hacer caso a Iván. Mientras el resistía el embiste de la horda, yo, como podía, golpeaba con la sartén a todo podrido que se ponía a mi alcance. Tras nosotros se podía escuchar a la horda que se nos aproximaba. Íbamos perdiendo terreno e Iván ha gritado "¡No cedamos terreno! ¡¡Empujar!! ¡¡Empujar con todas vuestras fuerzas!!". Desesperados, hemos obedecido y devuelto el embiste mientras golpeaba a la vanguardia de los merodeadores. Mientras, Iván hacía lo mismo con su hacha. Por si fuese poco, el mechero se ha apagado y hemos quedado en la más absoluta oscuridad. Decenas de manos me agarraban y yo, por instinto, golpeaba mandobles en la oscuridad. En mi espalda notaba como Belén y Esther se agarraban mientras gritaban desconcertadas. Iván ha prendido de nuevo el mechero y la luz ha iluminado el pasillo. El suelo estaba plagado de cadáveres de los merodeadores abatidos, mientras que los que aun se mantenían en pie transitaban por encima de estos. Al final hemos podido controlar la situación y despejado el camino. Nada más conseguirlo, hemos continuado a toda prisa, abriendo todas las puertas a nuestro paso. Justo cuando hemos llegado a una de las puertas, algo ha llamado nuestra atención. Frente a esta y tendido boca arriba, yacía un cadáver mutilado, al cual le faltaban las piernas. No he tardado en reconocer de quién se trataba. Era Andrés. Al lado del cadáver había un fusil de asalto. Parece ser que murió defendiendo el refugio. Mientras Iván abría la puerta, yo me he agachado a coger el arma. Casi me da un infarto cuando el cadáver de Andrés ha abierto los ojos y ha proferido un grito apagado. De forma automática, he respondido dándole varios fuertes culatazos en la cabeza hasta que ha dejado de moverse. He sentido una profunda pena tras hacer esto. Me he sentido culpable de tener que ser yo quién haya hecho esto. Y sobretodo, me apena que él y su familia hayan encontrado este terrible final que no se lo merece nadie.

Nada más abrir la puerta, Iván me ha dicho "Bingo. Aquí tenemos lo que estábamos buscando". Al adentrarse en la sala e iluminarse esta, he podido ver todas las armas apiladas, tal cual estaban la última vez que las vi. En cuanto hemos entrado a la sala, hemos cerrado la puerta y parapetado esta. Esto significaba meternos en una ratonera, pero comenzar a armarnos a toda prisa con la puerta abierta no era nada recomendable. Además, con semejante polvorín podíamos permitirnos el lujo de encerrarnos y, después de equiparnos tranquilamente, salir abriéndonos paso. Lo primero que hemos hecho ha sido buscar alguna linterna o algo parecido para iluminarnos. En una de las cajas hemos encontrado dos linternas que funcionaban y hemos hecho uso de ellas. Después, hemos comenzado a buscar armas adecuadas y munición. Belén y yo estábamos apartando unas cajas, ¿cuando sabéis que? Detrás de estas, acurrucada y llorando, ¡estaba la hija de Andrés! ¡un milagro entre tanta desolación! La niña, totalmente asustada, nos ha mirado uno por uno y en cuanto me ha visto, me ha reconocido. Se ha levantado y llorando, mientras se abrazaba a mi, me ha dicho "Mi papá, mi papá... Lo han cogido los monstruos". Yo la he consolado diciéndole que su papá había escapado. Que le iba a decir a la niña sino esto. Mientras lloraba abrazada a mi, he podido ver que tras su espalda portaba una pequeña mochilita rosa, la cual estaba entre abierta y dejaba al descubierto una gran cantidad de paquetes de insulina. Ahora ya entiendo porque la niña ha sobrevivido. Andrés, su padre, la trajo a toda prisa hasta aquí con su medicación y la encerró para aislarla de los merodeadores mientras él intentaba resistir el ataque. Le he preguntado que había ocurrido y cuando. La respuesta de la niña ha sido "Los monstruos entraron y mordieron a la abuela...". Ayudado por Belén y Esther, hemos consolado a la niña. Le he dicho "Tranquila... Vamos a salir de aquí y te vamos a llevar a un sitio seguro, ¿vale?". Iván nos ha metido prisa diciéndonos "Como no nos demos prisa en armarnos y salir de aquí, no vamos a llegar a ningún sitio seguro. No perdáis el tiempo". He dejado a la niña con Esther y me he puesto a buscar armas junto con Iván. Mientras sacaba de una caja cuatro pistolas Heckler & Koch USP y todos los cargadores repletos de munición que podíamos llevar, Iván ha seleccionado una escopeta Franchi SPAS 12, un subfusil Star Modelo Z-84 y dos fusiles de asalto Heckler & Koch G36. Después, ha llenado dos mochilas que habían tiradas en una esquina con munición suelta y cargadores y se ha hecho con un par de cananas con cartuchos de escopeta, las cuales se ha colgado en el torso. He repartido las pistolas y él ha hecho lo mismo con las otras armas. Él se ha quedado con la escopeta, mientras que a mi y a Belén nos ha entregado los dos fusiles de asalto. El subfusil ha sido para Esther. Junto a las armas nos ha entregado unos cuantos cargadores sueltos. Ha sido entonces cuando los merodeadores han comenzado a golpear la puerta y nos hemos lanzado entre nosotros una mirada de nerviosismo. Linterna en mano, Iván se ha situado junto a la puerta y ha dicho "A la de tres, abro. Abrir fuego en cuanto la puerta este abierta". Los golpes de los podridos hacían temblar la puerta. A mi izquierda, sosteniendo a la niña en brazos y con su mano derecha el subfusil, estaba Esther, la cual le decía a la niña "Cariño, vamos a jugar a un juego, ¿vale? Tienes que cerrar los ojos y no abrirlos hasta que yo te diga, mientras te tapas los oídos y cantas con todas tus fuerzas la canción que más te guste, ¿ok?". La niña ha asentido con la cabeza y haciendo caso a Esther, ha cerrado los ojos, se ha tapado los oídos y ha empezado a cantar una canción. Mientras la niña cantaba "La pequeña araña subió, subió, subió, vino la lluvia y se la llevó...", Iván ha contado hasta tres y ha abierto la puerta de par en par. Prácticamente cayendo de bruces al interior, han irrumpido todos los merodeadores que se agolpaban en la puerta. Todos hemos abierto fuego y la lluvia de balas y postas han comenzado a caer sobre los merodeadores. Sin dejarlos ganar terreno, hemos abatido a todos y cambiado los cargadores. Iván, escopeta en mano y el primero, ha salido al pasillo y ha seguido disparando su escopeta. Seguidamente, ha salido Belén y Esther con la niña en brazos, siendo yo el último y cubriendo la retaguardia. Sorteando cadáveres hemos transitado por el pasillo mientras Iván abría paso a escopetazo limpio y yo mantenía a raya a los que intentaban atacarnos por la retaguardia. Ha sido una situación enfermiza. Mientras los tiros resonaban por el angosto pasillo iluminado por las linternas y los merodeadores caían abatidos, desmembrados, la niña cantaba a todo pulmón una y otra vez la misma canción. Cuando Iván o yo teníamos que recargar, Belén y Esther se encargaban de mantener el fuego de cobertura. La cosa se ha complicado cuando la horda que avanzaba por retaguardia ha comenzado a ganarnos terreno y nos hemos visto obligado a aligerar el paso más aun. Aunque nos ha costado, hemos conseguido llegar hasta la puerta por la cual habíamos entrado. Pero lo que aquí nos esperaba no era nada esperanzador. Agolpándose en las puertas de la entrada, las cuales no sé como han conseguido abrir, e inundando la escalinata, habían decenas de andantes. Las balas impactaban por todas partes. En los merodeadores, en las paredes, en el techo, en las puertas... Eso parecía una guerra. Mientras tanto, yo contenía desesperadamente a los que avanzaban por retaguardia. Era cuestión de tiempo que nos alcanzaran por este sector. Avanzando sobre la pila de cadáveres y perdiendo el equilibrio, hemos conseguido llegar hasta la salida. Iván ha asomado la cabeza al exterior y con medio cuerpo fuera, ha seguido disparando hacía el exterior. Esto solo significaba que las cosas no pintaban mejor fuera. Cuando he podido salir, lo he comprobado muy a mi pesar. Estaban por todas partes. Por todas. Y nos estaban desbordando. En ese mismo instante, la niña ha abierto los ojos y, al ver el panorama, ha dejado de cantar y se ha puesto a gritar y a llorar desconsoladamente. Sin poder hacer nada por consolarla, hemos seguido disparando mientras de la puerta del refugio comenzaban a emerger los merodeadores que había en el interior. Como hemos podido, nos hemos abierto paso peligrosamente, disparando y aprovechando los huecos, consiguiendo avanzar. Una locura, pero nos ha salido bien. Corriendo a toda prisa, nos hemos alejado de la horda, la cual nos ha seguido a paso lento y tambaleante. Hemos tardado unos 15 minutos en llegar a donde hemos dejado el coche. Aun no me puedo creer que hayamos escapado de ese infierno.

Nada más llegar al coche, lo primero que hemos hecho ha sido cargar las mochilas y las armas en el vehículo. Mientras tanto, Esther y Belén se han afanado en consolar a la nena. Esta, sin parar de llorar, repetía una y otra vez "Mi papá, quiero que venga mi papá...". Si la pobre supiera la suerte que ha corrido su papá...
Estábamos subiendo al coche cuando un sonido proveniente de la guantera nos ha alertado. Cuando he abierto esta, ha caído el walkie-talkie. Un sonido entrecortado ha sonado de nuevo. Sorprendido, he respondido a la señal diciendo un "¿Hola? ¿hay alguien ahí?". La respuesta ha tardado unos segundos en escucharse. O la señal es muy débil o este cacharro no funciona nada bien, ya que el mensaje ha sonado entrecortado. Lo que hemos podido captar ha sido lo siguiente (los asteriscos son las partes inteligibles del mensaje): "Necesitamos ayuda, ******* Tarragona, edificio Gran *******, se nos acaba el agua y la *******, ******* por todas partes, no podemos ******* tiempo ******* ayuda". He pedido que repita el mensaje, pero no ha contestado. He repetido varias veces lo mismo, pero nada. Las palabras de Iván, el cual ya estaba arrancando el motor del vehículo, han sido "Pues lo lleva claro. Esta perdiendo el tiempo. Pobre desgraciado...".

Hace unas horas que ha caído la noche y estamos estacionados al borde de la autovía. Estoy realizando la primera guardia desde el asiento del copiloto y todo esta tranquilo, sin rastro de merodeadores por la zona. A mi izquierda, en el asiento del conductor está Iván roncando a pierna suelta. En el asiento de atrás, entre Belén y Esther, las cuales duermen o al menos eso parece, esta la niña. Entre los brazos de Esther, apoyada en su regazo y abrazada al peluche que un día ella me regaló (se lo he devuelto para ver si jugando se consigue evadir un poco), la puedo ver con los ojos abiertos. Parece que no puede conciliar el sueño, lo cual es lógico. Si para un adulto, perder a alguien cercano es un tremendo shock, no quiero ni imaginar lo que presupone perder a toda tu familia siendo un niño. Por más que lo pienso, no logro comprender que fallo han cometido Andrés y los suyos para que los merodeadores los hayan descubierto y asaltado su refugio. Tenían todos los factores a su favor: un refugio subterráneo, comida y agua, luz eléctrica, armas... ¿en que han errado? Solo sé que lo siento terriblemente por ellos. Me trataron muy bien durante la estancia que pasé allí. La verdad, considero que yo les pagué su posterior hospitalidad con creces en la ayuda que les presté durante el asalto al campamento chabolero. Andrés, a pesar de que al principio parecía un ser antipático e irascible, me demostró ser una gran persona, un hombre agradecido que cuidaba de su gente. Lamento mucho no haber podido darles sepultura a él y a su familia. Pero que podía hacer, si ya nos vino grande el poder salir de allí. Lo último que puedo hacer por él es cuidar de Marta, su hija. Me gustaría que allá donde se encuentre, sepa que su hija no ha quedado abandonada a su suerte, como pensaría momentos antes de morir, que se encuentra con nosotros, bajo nuestra custodia. Creo que hoy por hoy no puede estar en mejores manos, ya que pienso cuidar de ella como si se tratara de mi propia hija. Si bien ha sido un tremendo golpe de mala suerte el habernos metido en la ratonera que ha supuesto ser el refugio, no me arrepiento de ello, pues encontrar a la niña ha sido un verdadero milagro el cual ha compensado todo lo mal que lo hemos pasado ahí abajo.


- Erik -


miércoles, 29 de diciembre de 2010

+ 29-12-10 + El día del juicio final: Y la ira hizo aparición

Como os contaba ayer, la situación fue la siguiente. Belén estaba a punto de ser lanzada al foso mientras yo me encontraba maniatado e inmovilizado en el fondo del altar. La rabia e impotencia me consumía y yo solo podía gritar. Por mi cabeza pasaba todo tipo de cosas, todo tipo de recuerdos junto a Belén y, por momentos, me venía abajo. Las fuerzas me abandonaban y comenzaba a sentir que perdía el control de mis actos, los cuales no concordaban con las acciones que mandaba mi cerebro. Solo se que gritaba, chillaba con rabia, pero no sé ni que decía, ni siquiera sé de que servía hacerlo. Estaba todo perdido. Belén iba a ser asesinada y, acto seguido, nosotros seríamos los siguientes. Sinceramente, si Belén moría, yo tenía que hacerlo tras ella o mi vida se convertiría en un tormento. Fuese el desenlace que fuese, yo ya estaría condenado. Asesinado por ellos o muerto por un acto de desesperación mio. Pero lo que allí ocurrió fue algo que jamás habría imaginado. Algo lo cual ha cambiado el rumbo de lo que allí estaba sucediendo.

Miguel estaba a punto de empujar a Belén al foso, cuando los cánticos de la comunidad cesaron, dando paso al sonido que producen miles de cristales aterrizando en el suelo. Miguel y Juanca levantaron la cabeza rápidamente y frenaron la acción de lanzar a Belén al pozo. Yo, sin saber a que se debía aquel sonido, hice los mismo. Allí, en medio de aquel silencio sepulcral, roto solo por los gemidos guturales de los merodeadores que rodeaban el edificio, sonó un golpe seco. Había aterrizado algo en medio de la sala, en el pasillo central que había entre las dos hileras de bancos. Algo que rebotó dos veces y rodó unos metros hasta detenerse por completo. En un primer momento, no supe identificar de que clase de objeto se trataba, ya que me encontraba bastante alejado y la anaranjada luz de las antorchas no era suficiente. Descubrí de que se trataba cuando del público allí presente, se escuchó una voz, precedida de un grito, que dijo "¡Dios misericordioso! ¡Es la cabeza del hermano Martin!". No había terminado de pronunciar la frase, cuando otra de las ventanas del mismo lado del edificio estalló en mil pedazos. Por esta también entró otro objeto, el cual era más grande. Este, que si que lo pude identificar, aterrizó sobre la tercera hilera de bancos, en medio de los que allí habían sentados. Era un torso humano, seccionado desde la cintura y sin cabeza. La gente comenzó a gritar y todos los de ese lugar se levantaron de los bancos, huyendo del torso. La gente había entrado en estado de pánico y la confusión reinaba, mientras que Miguel gritaba a su gente para tranquilizarlos. Recuerdo que decía "¡¡Hermanos, tranquilizaos!! ¡¡Esta es la casa del señor, aquí nadie os podrá hacer daño!!". Como si de un aviso de tratara, un tercer objeto entró por la misma ventana. Pero esta vez no era parte de un cadáver, sino un objeto llameante, lo que parecían varios troncos en llamas. Estos aterrizaron sobre la gente, impactando de pleno sobre individuos que todavía seguían sentados y sobre algunos otros que se habían levantado con anterioridad. Ahora si que la situación era incontrolable. Toda la comunidad estaba en pie, gritando y moviéndose por toda la iglesia. Algunos intentaban buscar seguridad debajo de los bancos, otros se movían desesperados de un lado a otro. Vi como un hombre abrazaba a una mujer en símbolo de protección, mientras esta gritaba asustada. Vi a otros, un grupo de tres individuos, como se arrodillaban y comenzaban a rezar. Todo aquello era un caos y el pánico fluía de persona a persona, contagiandolos a todos. Yo, viendo aquella escena, me dejé llevar por una especie de ataque de histeria, supongo que a causa de los nervios de la situación anterior, y comencé a reír compulsivamente. Poco a poco, me reía más y más fuerte, hasta tal punto, que mis compañeros, atados a mi lado me comenzaron a mirar y a preguntarme que me ocurría. Pero yo continué riéndome y observando a Miguel dirigirse a la gente sin poder calmarlos. Fue entonces cuando le grité "¡Miguel! ¡Hijo de la gran puta! ¡¿Donde esta tu Dios ahora, eh?! ¡¿Donde?! ¡¡Ha llegado la hora de que te reúnas con él!!". Este, al escuchar mis palabras, se giró y me lanzó una mirada la cual me habría fulminado si hubiese podido. Vio como yo me reía a carcajadas y levantó su mano señalándome con el dedo indice. Entonces, exclamó "¡¡Hijo de Satán!! ¡¡Yo te maldigo!! ¡¡Que la ira de Dios caiga sobre ti y se torne maldito todo lo que este a tu lado!!". Estaba colérico, pero yo, a pesar de sus maldiciones, me reía más. Y esto lo trastornaba más. Pero fue entonces cuando ocurrió el milagro. Aquel que tanto y tanto esperaba. La gran vidriera que había tras nosotros estalló produciendo un fuerte sonido. Acto seguido, una serie de pequeñas explosiones inundaron la sala, ensordeciendome. Eran disparos de fusil de asalto. En el transcurso que tardé en girar la cabeza para ver que estaba ocurriendo, vi como un gran bulto aterrizaba en el suelo, a pocos metros de mi, mientras los disparos dejaban de oirse. Dicho bulto era una persona, la cual se puso en pie rápidamente. Al principio, no supe de quién se trataba, pero al oír su voz y las palabras que me dirigió, que fueron "Llego justo a tiempo, ¿verdad?", no tardé en reconocerlo. Se trataba de ¡Iván!. En esos instantes, comencé a creer que todo lo que estaba sucediendo se trataba de un sueño o de algún tipo de delirio. ¡Si lo había dado por muerto! ¡Era prácticamente imposible que estuviese allí después de tanto tiempo! ¿Como podía ser que casualmente aparecía ahí, en ese justo momento? Todo ello tiene una explicación, pero yo, en ese momento, creía que todo eso no estaba sucediendo y era irreal, producto de mi mente. La visión de Iván era tan imponente como agresiva. Estaba a poca distancia de nosotros, erguido y sosteniendo un fusil de asalto con las dos manos. Tenía un aspecto algo demacrado, como más delgado, pero aun así, seguía siendo un individuo terriblemente grande. La sala estaba en silencio, salvo algunos gritos aislados. Todo el mundo, incluido Miguel, estaba observando a Iván. Miguel lo miraba con cara de sorprendido, como si no comprendiese que hacía él ahí. Entoces rompió el silencio, gritando "¡¡Maldito!! ¡¡Has escapado!! ¡¡El pecado de la ira ha escapado!!". Iván, haciendo caso omiso, sacó un machete de su cinturón y se me acercó. Mientras cortaba las cuerdas que ataban mis manos, me dijo "Suéltalos a todos. Yo me encargo de estos. Cuando hayas terminado, coge a Belén y salir de aquí. Dirigiros a los coches y cuidado, los exteriores están llenos de podridos". Entonces me entregó el cuchillo y comenzó la orgía de sangre.

Mientras yo soltaba a mis compañeros y bajo la atónita mirada de todos, Iván alzó su fusil y gritó "¡¡Hijos de la gran puta!! ¡¡Aquí esta la ira, el enviado de Satán, quién os va a joder a todos, sectarios!!". El cañón de su arma comenzó a escupir fuego mientras Iván gritaba como un loco. Las balas atravesaron la sala y comenzaron a impactar por todas partes. Pude ver como Miguel corrió y se lanzó al suelo, cubriéndose tras unos de los bancos. Juanca hizo lo mismo y Belén quedó expuesta y abandonada al borde del foso. En esos momentos temí que alguna de las balas alcanzaran a Belén, pero Iván sabía a donde disparaba. Lo estaba haciendo sobre el tumulto de sectarios que se aglomeraban al fondo de la sala. Pude ver como los disparos alcanzaban a la gente, mientras estos intentaban huir y ponerse a cubierto. La sangre saltaba tintando las paredes y los trozos de carne volaban de un lado a otro. Mientras, yo solté al último de mis compañeros. En ese mismo instante, Iván vació el cargador y los disparos cesaron, dejando al descubierto los gritos de los sectarios. Había abatido a un gran número de ellos, los cuales yacían en el suelo, pisoteados por la muchedumbre asustada, pero aun quedaban más de la mitad. Iván lanzó al suelo el arma descargada y de su chaqueta sacó un hacha. Yo me quedé atónito cuando lo vi empuñar este arma y correr hacía la muchedumbre, lanzándose sobre ellos mientras profería un colosal grito. Estaba fuera de si, se había convertido en una bestia. Hacha en mano, se encontraba en medio de la gente, dando golpes certeros. Era una escena digna de cualquier película gore: la sangre saltaba a chorros y los miembros amputados caían al suelo mientras la gente gritaba despavorida, intentando huir de Iván. Yo corrí hasta llegar a Belén y comencé a cortarle las cuerdas que ataban sus manos. Cometí un error, que fue confiarme. Como salido de la nada, apareció alguien que se lanzó sobre mi y me derribo. Tumbado en el suelo y con esa persona encima mía, descubrí de quién se trataba. Era Miguel. Me tenía inmovilizado y al borde del foso. Mi cabeza estaba suspendida sobre este y pude ver como los merodeadores del interior alzaban sus brazos para atraparme. En el golpe que me había propinado, había perdido el puñal y con este, mi única posibilidad de librarme de Miguel. Recuerdo que intenté forcejear, pero era inútil, tenía sobre mi todo su peso y no podía escapar. Fue entonces cuando Miguel me rodeó el cuello con sus manos y comenzó a estrangularme. Cuando cierro los ojos, aun veo su mirada inyectada en sangre clavada en mi y diciendome "¡Tú eres el culpable de todo esto, hijo de Satanás! ¡Tú! ¡Yo soy el mesías y voy a acabar contigo!". Sus manos me apretaban con una fuerza sobrehumana y ya comenzaba a faltarme la respiración. A mi izquierda pude ver a Belén, llorando y gritándole que me soltara. Pensé que sería la última imagen que iba a ver antes de morir, pero de repente, las manos de Miguel dejaron de apretar y este se giró. Antes de caer a un lado y dejarme libre, profirió un "Maldita traidora". Tras él y con el puñal ensangrentado en la mano, estaba Eugenia, la chica muda, aquella que conocimos poco antes de llegar a la maldita iglesia de Miguel. Esta me miró y soltó el puñal. Acto seguido, salió corriendo. Yo miré a Miguel y lo vi arrastrándose como un gusano, con la túnica por la parte de la espalda empapada en sangre. No me lo pensé dos veces y ande hacía él. Este siguió arrastrándose mientras me dijo "Atrás Satanás". Yo le contesté "Dije que acabaría contigo. Reúnete con tu creador, mesías" y le propiné una patada, la cual lo hizo precipitarse al interior del foso. Los merodeadores, al verlo caer, centraron su atención en él. Pero como era habitual, estos no le atacaron, solo se dedicaron a husmearlo. Miguel se puso en pie y me gritó "¡Soy invisible para sus ojos, inepto! ¡Soy el enviado de Dios, ellos no me atacaran!". Habló demasiado pronto, ya que si bien es cierto que debido a su enfermedad los merodeadores no lo veían como "comida", la sangre que brotaba de su espalda lo delató como a un humano más. Como tiburones al olor de la sangre, todos los merodeadores allí hacinados se abalanzaron sobre él, mordiéndole por todo el cuerpo y descarnandolo a mordiscos. Todavía tengo clavados en el cerebro sus gritos de dolor y sus palabras: "¡¡Dios todopoderoso, detenlos!! ¡¡Soy tú mesías!!". Debo reconoceros algo, y es que disfruté viendo como lo devoraban vivo, tal cual él había matado a María y Elena.

Mientras soltaba a Belén, con la mirada busqué por la sala a mis compañeros. Me resultaba muy extraño que ninguno de ellos acudiera en mi ayuda cuando Miguel me estaba estrangulando. Los encontré y pronto lo comprendí. Si bien Iván estaba demasiado atareado encargandose de los demás miembros de la comunidad, Hans y Esther estaban intentando bloquear la ventana de la gran vidriera con uno de los bancos, ya que había un gran número de merodeadores intentando entrar. Nada más liberé a Belén y después de darme un fuerte abrazo, esta salió corriendo dirección a Hans y Esther para ayudarles. Yo iba a hacer lo mismo cuando un grito de Iván se elevó por encima de los gritos de espanto de la muchedumbre y me hizo detenerme. Iván gritó "¡No! ¡Mierda!". Al girarme, vi la situación. Iván, empapado en sangre y con el hacha en la mano, estaba intentando detener a un grupo de individuos que estaban abriendo las puertas de la iglesia. La gente, al ver que se estaban abriendo las puertas, se agolparon para salir, haciendo un embudo en la puerta. Iván se intentaba abrir paso a golpe de hacha, pero no lo consiguió. Consiguieron abrir las puertas y ya os podéis imaginar lo que ocurrió. Toda la horda de merodeadores que se concentraban en la puerta recibieron a lo sectarios que intentaban salir. Al ser recibidos por estos, los de las filas más avanzadas intentaron retroceder, mientras que la gente de dentro de la iglesia, ajena a todo, empujaba para salir, formando un tapón. Yo rodeé el foso y me dirigí hasta Iván, el cual seguía intentando llegar hasta la puerta para cerrarla. Cuando llegué a su altura y rodeado por sectarios, le dije que desistiera, que no podíamos hacer nada más que huir de aquí a toda prisa. Iván me obedeció y ambos nos dirigimos al fondo de la iglesia donde se encontraban los demás. De camino a esta posición, vi algo en el suelo me perturbo. Y es que allí, tendida boca arriba, con los ojos abiertos y un profundo tajo en el pecho, estaba Eugenia. Sentí lástima por ella, sobretodo porque me había salvado la vida y yo no pude hacer nada por ella. Por unos momentos sentí profundas ganas de gritar a Iván y reprocharle lo que había hecho, de decirle que había matado a quien me había salvado la vida. Pero no lo hice por lo siguiente, y es que a parte de que no era el momento más adecuado de enzarzarme en una discusión, gracias a él no estábamos muertos. Además, él no tenía ni idea de lo que esta chica había hecho por mi. Mientras estaba compadeciéndome por Eugenia, escuché a Iván decir "Vaya vaya... Mira a quién tenemos aquí". Levanté la cabeza y descubrí a Iván apartando un banco y dejando al descubierto a Juanca. Este, acurrucado y asustado, pedía que no le hiciese nada. Rápidamente me dirigí allí y le quité a Iván el hacha de las manos. Juanca, al ver esto, comenzó a suplicarme que no le matara. Yo le contesté "Tranquilo, no te voy a matar". Al escuchar esto, comenzó a darme las gracias. Yo, sin escucharle, levanté el hacha y lo dejé caer sobre uno de sus pies, cortandoselo. El grito que profirió fue sobrehumano. Después hice lo mismo con su otro pie y el resultado fue el mismo. Entonces terminé diciéndole "Yo no te voy a matar. Lo van a hacer los merodeadores". Después, le devolví el hacha a Iván y seguimos corriendo hasta llegar a los demás. A nuestra espalda, los merodeadores ya se habían abierto paso entre la multitud y estaban dentro de la iglesia. La gente ya se había percatado de esto e intentaban huir en dirección opuesta. La iglesia se había convertido en una ratonera y el tiempo corría en nuestra contra.

Mientras Hans, Esther y Belén sostenían los bancos taponando el gran ventanal para que no entraran los merodeadores, Iván y yo comenzamos a buscar una salida segura. Ninguna lo era, ya que el edificio estaba rodeado. Hans me gritó que nos diéramos prisa, que no podían aguantar más. En ese mismo instante, vi como por un hueco entre la ventana y el parapeto se coló la cabeza de un merodeador. Intenté avisar a Hans, el cual estaba más cerca de él, pero no me dio tiempo. Este acercó su boca a la pierna de Hans y... le mordió. Este gritó y soltó el parapeto para intentar soltarse de las fauces del merodeador. Cuando lo consiguió, reculó hasta dejarse caer en el suelo. Iván, que vio esto tarde, acudió rápido y golpeó con el filo de su hacha la cabeza del merodeador, el cual estaba masticando el trozo de carne que le había arrancado. En ese mismo momento, a falta de Hans en el parapeto, este cedió y Esther y Belén lo soltaron. Fue entonces cuando comenzaron a entrar los merodeadores por la ventana. Los merodeadores que habían entrado por las puertas ya estaban a la mitad de la sala. Teníamos que hacer algo desesperadamente. Iván corrió hasta una pequeña ventana, la rompió y nos dijo que lo siguiéramos. Mientras él saltaba al exterior, levanté a Hans y lo cargué sobre mis hombros. Cuando llegamos a la ventana, Belén, Esther y yo ayudamos a Hans a salir por la ventana y después comenzó a salir Belén. Los merodeadores que habían entrado por la ventana ya estaban prácticamente encima nuestra, así que empuñe el machete y ataqué al más cercano. Le lancé un corte en el cuello, el cual apenas lo frenó. De un golpe lo derribé y me centré en el siguiente, haciéndole la misma operación. Aunque con derribarlos al suelo no conseguí acabar con ellos, al menos pude retrasarlos. No tenéis ni idea, o quizá sí, de lo difícil que es matar a un merodeador con un simple cuchillo. Si no diriges el arma a la cabeza es imposible acabar con ellos. Bien, había conseguido retrasarlos cuando Esther saltó al exterior por la ventana. Entonces me dispuse a hacer lo mismo. No había salido del todo, cuando algo me agarró fuertemente del pie. En un primer momento, pensé que se trataba de un merodeador y después, que era Juanca. Pero no, se trataba de un hombre de mediana edad. Este no me soltaba y con un ataque de pánico me decía que no lo dejáramos allí, que lo lleváramos con él. Yo intenté zafarme de él, golpeándolo con el pie, pero no me soltó. Al menos no lo hizo hasta que dos merodeadores se abalanzaron sobre su cuello, fue entonces cuando me soltó y yo caí al exterior. Aterricé junto a los cadáveres de tres merodeadores. El exterior estaba completamente iluminado por las hogueras que allí ardían. Los merodeadores estaban por todas partes e Iván nos abría paso a golpe de hacha. Entre Belén y yo cargamos con Hans, el cual no paraba de lamentarse. Todo aquello era un hervidero, pero gracias a Iván que, a todo aquel merodeador que se nos acercaba lo eliminaba, pudimos salir de allí sanos y salvos. Ya nos encontrábamos lo suficiente alejados del edificio y desde esta nueva posición podíamos escuchar los gritos de los sectarios que allí habían quedado. Os aseguro que no sentí pena por ninguno de ellos. Fueron cómplices de la locura de Miguel, apoyándole, y por su culpa hemos perdido a parte de nuestro grupo. Me alegro de todo su sufrimiento, el cual espero que continué en la otra vida. En especial, para Miguel.

Cargando con Hans y con el camino despejado, nos dirigimos lo más rápido que pudimos por el camino de tierra, en busca de los coches. Hasta aquí ya no llegaba la luz de las hogueras, pero la noche era muy clara, por lo que no tuvimos problemas. Tardamos un poco en llegar a los coches, pero cuando lo hicimos, nos llevamos una ingrata sorpresa. Nuestras pertenencias estaban diseminadas por los alrededores. Mi mochila vacía junto a los pc's por un lado, la ropa esparcida por otro, un petate vaciado sobre el capó de uno de los coches, ni rastro de las armas ni de la munición... No cabía duda. Nos habían saqueado los enseres de los vehículos. Pero, ¿quién?. Pensé en los miembros de la comunidad, pero si hubiesen sido ellos, a santo de que se llevaron las armas para no utilizarlas. Y ¿por qué no se llevaron los pc's, por los cuales Juanca tenía mucho interés?. Me inclino más por pensar que nos saquearon un grupo de errantes. Sea como sea, nos han desgraciado, ya que estamos sin armas, salvo el hacha de Iván y mi puñal. Como nos veamos sumergidos en un gran apuro, estamos vendidos.
Después de recoger nuestras pertenencias, nos metimos todos en un mismo coche e Iván se puso al volante. Yo me situé en la zona de atrás, junto a Hans y agarrando fuerte el machete. Le habían mordido y temía que pudiese transformarse en cualquier momento. Entre Esther y yo le quitamos la camisa y la utilizamos para taponarle la herida. Hans me miró y me dijo "Me queda poco, ¿Verdad, Erik?". Yo no supe que contestarle, solo pude decirle que se tranquilizara. Luego se sumergió en una serie de lamentos. Nada más pudimos hacer para calmarlo.
Iván no había conducido ni una hora, cuando Hans pidió que detuviese el coche. Se lo comuniqué a Iván y este me hizo caso. Acto seguido, nos pidió que lo sacásemos al exterior. Entre Iván y yo lo hicimos, sentándolo apoyado en un pino. Esther se puso a inspeccionarle la herida, pero Hans le dijo que no se molestase, que ya tenía asumido su final. Fueron verdaderamente tristes a la vez que valientes sus palabras. Luego se dirigió a mi. Sus palabras me encogieron el alma. Sacando de su bolsillo su cartera y buscando algo en ella, me dijo:

"Quiero agradeceros todo lo que habéis hecho por mi todo este tiempo. Sobre todo a ti, Erik. Eres una gran persona, algo que solo se ve eclipsado por tu valentía. Se que si no hubiese sido por vosotros, sobretodo por ti, que me sacaste de aquella jaula, yo habría muerto hace mucho tiempo. Os confieso que con vosotros volví a tener esperanzas de comenzar de nuevo. Lo de Reus y la esperanza de encontrar allí a mi mujer y a mis dos hijos fue una inyección de moral que me ayudo a seguir hacía delante. Pero ahora... ahora ya nunca más sabre si están vivos o si están muertos... (Aquí a pronunciado unas palabras en alemán que no tengo ni idea que quieren decir). Quiero que hagas una última cosa por mi, Erik...". De su cartera sacó una foto y con un bolígrafo escribió algo detrás. Me entregó la foto y vi que en ella aparecía su mujer y sus dos hijos. Luego continuó "Es mi esposa y mis dos hijos. Atrás te he escrito los nombres y apellidos de cada uno. Quiero que cuando lleguéis a Reus, los busquéis. Si están allí, quiero que tú, Erik, les cuentes todo. Todo lo que ha ocurrido. Y que hagas mención especial de lo que vistes en el baño aquel día. Quiero que le pidas perdón de mi parte a mi mujer y que si no me lo concede, lo comprenderé, ya que ni yo soy capaz de perdonarme a mi mismo. Pero merece saberlo. En lo que respecta a mi, no quiero que esperéis a que me transforme para matarme. Quiero que os marchéis y me dejéis aquí". Al escuchar esto, todos los allí presentes nos alarmamos. Le dijimos que no podía hacer eso, que era un final que no merecía. Su respuesta fue tajante: "No. No quiero que me intentéis convencer. La decisión esta tomada y no podéis conseguir que cambie de opinión. Si mi mujer y mis hijos no están en Reus, seguro que están muertos y convertidos en una de esas cosas, por lo cual, yo quiero correr el mismo final. Quién sabe, quizás convertido en una de esas cosas pueda reunirme con ellos de nuevo. Además, no es un final tan terrible. Antes que estar en una repugnante fosa, prefiero 'vivir' convertido en una de esas cosas. Es como una segunda vida, en la cual podré seguir caminando por esta preciosa España, la cual siempre he amado y admirado. Es un último regalo. Marcharos, no perdáis tiempo. Ha sido un honor haber sido miembro de vuestro grupo. Hasta siempre, compañeros".

Al escuchar sus últimas palabras, no he podido evitar emocionarme. Al igual le ha ocurrido a Belén y Esther. Iván, aunque impasible como siempre, le ha estrechado la mano. Yo he hecho lo mismo no sin antes darle un fuerte abrazo, el cual me ha correspondido. Belén y Esther también se han despedido entre lágrimas. Después de esto, nos hemos montado en el coche y puesto en marcha. Hasta que no nos hemos alejado bastante y no ha quedado sumergido por la oscuridad, he podido ver a Hans sentado allí, diciéndonos adiós con la mano. He sentido una profunda tristeza, la cual aun me emociona al pensar. Él ha sido el tercer y último compañero que hemos dejado atrás por culpa de la locura de Miguel. De nada sirve lamentarme, no cambiaran las cosas por mucho que lo haga. Ahora debemos centrarnos en llegar a Reus y en la difícil tarea de cruzar Tarragona. Es una locura hacerlo sin armas de fuego, por lo cual hemos llegado a la conclusión de que debemos conseguir unas con máxima urgencia. Pero, ¿como? ¿de donde las sacamos?. Tendremos que improvisar sobre la marcha. También tengo que cargar las baterías de los pc's portátiles, ya que si os estoy escribiendo es gracias a un empalme que he logrado hacer con el cargador en la batería del vehículo, el cual me permite utilizar el aparato pero no me quiero arriesgar a cargarlo completamente por si esto agota la batería del coche. Aunque no creo, no me quiero arriesgar.

Por cierto, una última cosa, que lo olvidaba. Aquella noche, Iván nos contó que había sido de él todo aquel tiempo que estuvo desaparecido. Al parecer, no ha estado perdido ni nada semejante, por lo que mi viaje de busqueda fue en vano. Él llego a la comunidad al poco tiempo de marcharse, un par de meses después. Lo que ocurrió fue que nada más llegar a los alrededores de la iglesia, fue interceptado por hombres de Miguel. Por lo visto, Miguel lo tenía todo más que planeado. Lo reducieron a traición y lo han mantenido todo este tiempo aislado en uno de los cobertizos, al igual que hicieron con nosotros. Según ha contado, pudo escapar cuando fueron a por él para llevarlo a la iglesia. Lo iban a sacrificar junto a nosotros. Tuvimos una gran suerte de que pudiese escapar, sino, hoy no estaríamos aquí. Aunque hubiese sido mucho mejor que lo hubiese hecho al menos 15 minutos antes, ya que así las cosas habrían cambiado y María, Elena y Hans estarían vivos.
Por lo visto, hay otra mala noticia, la cual me comunicó también esa noche. El Skull Korps sigue en activo e Iván conoce donde acampan. Esto es una mala noticia, aunque no me pilla por sorpresa.

Nos encontramos a pocos kilómetros de Tarragona, así que desearnos suerte.


- Erik -


martes, 28 de diciembre de 2010

+ 28-12-10 + El día del juicio final: Los 7 pecados capitales

Continuo relatándoos:

Después de haberme enfrentado con toda esa cantidad de sectarios, agotado, acorralado y desesperado, no pude hacer más. Como ya os he contado, prácticamente toda la comunidad nos llevó a la fuerza, atados, a uno de los cobertizos. Mientras nos llevaban de camino, la muchedumbre nos insultó y hasta nos intentó agredir. Pese a todo esto, Esther no cesó de intentar mediar con ellos, pidiéndoles que no escucharan a Miguel, que todo era una mentira. Yo ni lo intente. Estaban cegados por el fanatismo y solo escuchaban a su líder, que gritaba "¡No la escuchéis! ¡Es Satán quién habla por su boca!". Una vez nos llevaron al cobertizo, nos ataron con gruesas cuerdas y cerraron el cobertizo con llave. A partir de ese instante, comencé una desesperada batalla por soltarme de las ataduras. Mis compañeros hicieron lo mismo. Fue inútil. Las cuerdas eran resistentes y estaban bien ligadas. No fue hasta la semana cuando perdimos toda esperanza de escapar. Cada hora venía alguien de la comunidad a echarnos un vistazo, para ver si seguíamos atados o si habíamos escapado. Y lo que es peor, una vez al día hacía aparición Miguel con un séquito de tres sectarios y este comenzaba a leernos la biblia mientras que sus acompañantes rezaban. Esto era lo peor de todo, más aun que estar atados. No sé a santo de que hacían esto. Supongo que tendría algo que ver con lo que pensaban que éramos enviados del maligno. Nos trataron como animales, como a bestias salvajes. Nos daban de comer dos veces al día. Para esto, nos desataban las manos y nos vigilaban en gran número. Si veían que intentábamos aprovechar la oportunidad para desatarnos los pies, nos volvían a atar y nos dejaban todo el día sin comida ni agua. Fueron varios días los que no comimos, sobretodo por mi culpa. También, una vez cada dos días, nos desataban por turnos y nos sacaban literalmente a pasear, totalmente custodiados. Así durante dos meses. Esto ha sido el peor infierno que he padecido en toda mi vida. Os lo aseguro. Jamás he experimentado algo similar.

Recuerdo en una de las ocasiones que vino Miguel a soltarnos el sermón que, ante mis constantes gritos de que hablase conmigo por unos minutos, accedió. La conversación no fue demasiado fructífera, por no decir nada. Lo primero fue pedirle que nos dejaran en libertad y nos iríamos sin causar problemas. Su respuesta fue un no rotundo acompañado de una de sus habituales monsergas. No recuerdo que fue lo que dijo, aunque os lo podéis imaginar, algo como "Sois los enviados del maligno, el juicio final, bla bla bla...". Esther y Elena se lo llegaron hasta suplicar, pero fue en vano. Intente negociar lo siguiente con él. Mis palabras fueron "Perfecto. Si no lo quieres así, te mejoro la oferta. Tú dices que Dios te ha dicho que somos enviados de Satán. Yo he sido quién ha traído al grupo aquí. Ellos no querían venir y yo los convencí. Por lo tanto, yo soy ese enviado. Yo soy el títere de quién tú llamas el maligno, por lo tanto, suelta a mis compañeros y quédate conmigo si quieres, pero a ellos déjalos, que no tienen nada que ver con mi decisión...". Esta respuesta si que la recuerdo. Más que nada, por el odio que sentí en mi interior. Con su odiosa sonrisa dibujada en su rostro, me contestó "Buen truco, Erik. Pero es inútil. No me vas a engañar con tu lengua de serpiente. No a mi, el enviado de Dios". Mi réplica fue "Tremendo hijo de la gran puta... Acuérdate, en el momento que tenga ocasión, te voy a enviar con tu Dios". En aquellos momentos, no tenía ni idea para que nos querían retener. Si querían acabar con nosotros, ¿por qué nos seguían alimentando y complicándose la vida vigilandonos? Pasaban los días y nuestra única esperanza era que apareciera Eduardo y nos sacase de allí. Pero eso no ocurría. Es más, no ocurrió. Yo estaba atado en un viejo arado situado en la esquina del cobertizo de madera. Desde allí y sin poder moverme mucho, miraba al exterior desde un agujero que había en la pared de madera. Desde allí, vigilaba todo lo que ocurría en la comunidad. Todos los días veía a la comunidad realizar las tareas del campo, también veía como llevaban a la iglesia materiales de construcción y sacaban los escombros. Así, día tras día, semana tras semana. Hasta que llegó el gran día.

El día 25, o sea, hace tres días, amaneció lluvioso. Los truenos sonaban con fuerza y un torrente de agua caía con fuerza, golpeando el techo de la caseta. Seguíamos tal cual hacía unos meses, retenidos en el dichoso cobertizo. A estas alturas y con el tiempo que había transcurrido, estábamos exhaustos en todos los aspectos. Yo apenas tenía fuerzas para moverme y era notable el cambio que había experimentado mi cuerpo. Prácticamente estaba en los huesos. Observando, como siempre, desde el agujero de la pared, pude ver algo que llamó mi atención. Una gran cantidad de sectarios de la comunidad, acompañados por Miguel, salieron del edificio principal. Iban todos armados con los lazos de perrera. Por unos instantes pensé que se dirigían a por nosotros, pero no, me equivocaba. Se dirigieron hacía la granja de los merodeadores. Esta estaba fuera de mi perímetro de visión, pero no tardé en adivinar cuales eran sus intenciones. Minutos más tarde hicieron aparición en grupos de cuatro, portando atrapados en sus lazos a un merodeador cada uno. Los merodeadores fueron conduciendo hasta la iglesia. Esto solo significaba una cosa: estaban llenando el foso. Así se pasaron gran parte del día, trayendo merodeadores de uno en uno. Yo se lo comuniqué a mis compañeros, les dije lo que estaban haciendo y que muy posiblemente, fuese lo que fuese por lo que nos estaban reteniendo, iba a ser hoy cuando lo íbamos a descubrir. Aproveché y les dí ordenes de que hacer en cuanto vinieran a desatarnos. A Belén, Elena y Esther les dije que, en cuanto tuviesen ocasión, salieran huyendo e intentasen dirigirse a los coches. A María y Hans les pedí que, en cuanto les soltasen, intentasen montar un tumulto en el cual yo también participaría. Busqué por el suelo cualquier cosa que me fuera útil para atacarlos. Solo encontré un clavo oxidado. Aunque no era muy grande, de algo me podría servir. Con el pie lo acerqué hasta mi posición. Como tenía las manos atadas, situé el clavo entre mis piernas, para que en cuanto me liberasen las manos, pudiese cogerlo. Pasaron las horas. La tormenta seguía azotando el lugar con casi más fuerza que antes. No sé que hora sería, solo se que estaba anocheciendo, cuando pude ver que del edificio salía un grupo entre los cuales se encontraba Juanca. Iban todos ataviados con túnicas y portaban los lazos. Venían hacía nuestra posición. Avisé de esto a Belén y los demás para que estuvieran preparados. Cuando llegaron al cobertizo, abrieron la puerta y entraron dentro. Sentí un escalofrió cuando oí que estaban cantando. Más que cantando, estaban orando en voz baja. Juanca, al verme, sonrió y me dijo "Ya ha llegado el gran día y vais a pagar por todos vuestros pecados". No le contesté y esperé a que empezaran a desatarnos. Uno de los sectarios se me acercó y clavó sus ojos en los míos mientras recitaba su oración. Comenzó a desatarme las manos. Cuando terminó y antes de levantarme, cogí disimuladamente el clavo y lo sujete con fuerza con mi mano derecha. Fue entonces cuando Hans le propinó un puñetazo a uno de los sectarios, derribandolo en el suelo. Juanca y los demás se giraron para ver que ocurría y fue entonces cuando yo entré en acción. De un rápido movimiento, dirigí el clavo con un golpe seco a la cabeza del que me había soltado. Se lo clavé en la sien y este no tuvo tiempo de reacción. Cayó abatido al instante. Nuestros captores se vieron inmersos en la confusión mientras Hans y María les atacaban. Entonces les grité a Belén, Esther y Elena "¡¡Ahora!! ¡¡Corred!!". Mientras cogía de la chaqueta a unos de los sectarios y lo golpeaba, pude ver como Belén y Esther, ya con los pies desatados, salían corriendo por la puerta, mientras Elena era arrinconada y retenida por dos individuos. En ese mismo instante, por el rabillo del ojo vi a Juanca. Estaba al lado mio y cuando intente reaccionar, me propinó un fuerte golpe con algo en la cabeza. Fue cuestión de segundos lo que tarde en caer derribado al suelo y perder el conocimiento. Ya en el suelo y antes de perder totalmente el conocimiento, con la visión desenfocada, pude ver como reducían a Hans y María. Esa fue la última imagen que pude ver antes de desvanecerme por completo.

No sé cuanto tiempo estuve desmayado. Si no me equivoco, unos cuantos minutos, ya que cuando desperté, nos estaban sacando del cobertizo. Si desperté fue gracias a los estridentes gritos de Elena y por la fuerte lluvia que golpeaba mi cara. Aturdido, observé mi alrededor. No tardé en percatarme de que estaba atado de pies y manos, siendo transportado en alto por la muchedumbre. Decenas de manos me agarraban. Comencé a gritar e insultar, pero era como si no me escucharan, estaban absortos en sus cánticos. A pocos metros de mi, a mi derecha, pude ver a Belén siendo transportada igual que yo. En su rostro pude ver una mueca de terror. Busqué a los demás y no tardé en encontrarlos. Hans y Elena estaban delante nuestra, siendo transportados también en volandas. A mi izquierda y luchando desesperadamente por escapar, María. Nos conducían a la iglesia. Las cosas pintaban horriblemente feas y solo nos quedaba esperar un milagro que nos sacara de esa situación.
Cuando llegamos a la puerta de la iglesia, Juanca abrió los portones y una potente luz escapó de dentro. Cuando nos metieron en el interior, pude ver todo con más lujo de detalle. Colgando de la pared habían decenas de potentes antorchas que ardían emitiendo una fuerte luz. El ambiente estaba cargado con un fuerte olor a incienso, el cual creo que provenía de una especie de lámpara que ardía en vivo fuego, la cual descendía del techo y quedaba a pocos metros del altar. Sentados en los bancos, se encontraba todos los miembros de la iglesia que no habían participado en nuestro transporte. Todos vestían las túnicas y entonaban el mismo cántico siniestro que los que nos transportaban. Ahora, el canto era más fuerte y resonaba por toda la iglesia. Al fondo de la sala y subido al altar, se encontraba Miguel. Este nos miraba con expresión de odio mientras aguardaba nuestra llegada. Cuando nos transportaban hacía el altar, pasamos junto al foso. Fue entonces cuando miré al interior y se me estremeció el alma de espanto. Allí dentro, hacinados a decenas, se encontraban los merodeadores. Estos, sin la posibilidad de poder escapar, alzaban sus brazos hacía nosotros y nos miraban mientras proferían gemidos que eran ahogados por los cánticos de la multitud. Estaban ansiosos y algunos parecían que expulsaban espumarajos por la boca. Al parecer, el estar tan cerca de tanta gente los alteraba. Me llamó la atención uno de los merodeadores, ya que llevaba túnica. Tenía la cara hinchada a causa de la putrefacción y parecía que sus ojos blanquecinos se salían de las cuencas. He deducido que este sería uno de los sectarios que fue muerto en los ataques que sufrimos tiempo atrás por parte de los merodeadores. No tardaron en subirnos al altar, situándonos detrás de Miguel. Este, con una sonrisa casi maquiavélica, nos miró uno a uno mientras que con un gesto con los dedos indice y corazón nos dibujaba una cruz en la frente. Cuando llegó mi turno, le escupí a los pies en símbolo de desprecio. Después, volvió a la posición inicial, cara a la comunidad. Desde nuestra posición podíamos ver parte del foso y a toda la comunidad sentada en los bancos. Tras nosotros, como custodiandonos para que no intentáramos escapar, se situaron varios individuos ensotanados, entre los que se encontraba Juanca. Miguel, con un gesto de mano, hizo callar a toda la multitud, la cual cantaba. Transcurrieron unos largos segundos de silencio, en los cuales solo se oía a Elena llorar y a mi insultar a Miguel. Haciendo caso omiso, Miguel comenzó a soltar un discurso. No lo recuerdo bien, ya que en esos momentos tenía preocupaciones más grandes que captar y recordar sus palabras. Pero si no recuerdo mal, venía a decir esto:

"¡Hermanos! ¡Hermanas! ¡El gran día ha llegado! ¡El fin de los tiempos están aquí! Sentiros felices de esto, pues somos los elegidos. Pero antes de abandonar este mundo terrenal, nos queda una última misión, que es acabar con los últimos impuros sobre la tierra. Dios nos pide su sangre y estamos obligados a dársela. Cuando hayamos terminado esto, será entonces cuando estaremos preparados para acudir a su llamada y presentarnos ante él. No debemos flaquear en este momento, no debemos temer nada, pues Dios es misericordioso y nos premiara con la vida eterna. No temáis, hermanos, ¡Ser fuertes y rezar! ¡Aclamaros a Dios pidiendo misericordia por vuestras almas y castigo para la de estos impuros!"

En ese instante, los cánticos se alzaron inundando toda la sala. Fue entonces cuando Miguel se giró hacía nosotros. A paso lento, se acercó y situó frente a nosotros. Desfiló delante de nosotros, parándose frente a cada uno y observándonos detenidamente. Cuando llegó frente a Elena, la señaló con el dedo y dirigió la mirada a los que estaban tras de nosotros. Juanca y otro individuo se dirigieron rápidamente a por Elena y la agarraron, levantándola, mientras esta pasaba de dibujar en su rostro una mueca de que no comprendía nada a gritar y patalear. Mientras Juanca y el otro se la llevaban, Miguel se dirigió a los tres que quedaban tras de nosotros, diciéndole: "Hermanos, traer el séptimo pecado y abrir las puertas de la granja. Ha llegado el momento de que dejéis libres a los reanimados que allí quedan. Antes de todo, no olvidéis encender las piras de madera que rodean el edificio para atraerlos". ¿El séptimo pecado? ¿Soltar a los merodeadores? Si bien no comprendía que quería decir con el séptimo pecado, entendía perfectamente lo de abrir las puertas de la granja. Ya sabía que estaban planeando. Querían matarnos uno a uno y culminar su orgía de locura suicidándose soltando a los merodeadores. Mientras estos tres personajes se dirigían al exterior, yo comencé a intentar soltar las ataduras de mis muñecas. Vi como Belén, a mi lado, intentaba hacer lo mismo. El tiempo corría en nuestra contra, pero más aun lo hacía en la contra de Elena. A esta la habían conducido al borde del foso y Miguel ya estaba a su lado. Sosteniéndola del pelo, levantó su voz por encima de los cánticos, diciendo "¡Dios todopoderoso! ¡Aquí va el primer impuro! ¡El que representa a la lujuria! ¡No tengas piedad con su alma!". De un rápido movimiento, Miguel empujó a Elena hacía el foso y esta se precipitó al interior. Fue horroroso contemplar esto y sentí un tremendo vuelco al corazón al escuchar sus últimas palabras. Justo en el mismo momento que Elena era empujada, gritó entre sollozos "¡No! ¡Por favor, no! ¡Erik! ¡Ayudame, Erik!". Yo, atado, no pude hacer nada. Aunque Elena nunca fue santa de mi devoción, la habría ayudado sin pensar. Pero no pude. Allí, atado e inmovilizado, solo pude escuchar los gritos de dolor de Elena mientras la devoraban. Fue terrible. Y más aun lo fue ver como la sangre y trozos de carne saltaban del interior del foso... Espantoso... Vi como mis compañeros me miraban horrorizados, como Esther lloraba desconsoladamente, como María gritaba como una poseída maldiciéndolos a todos. Eran gritos de impotencia. Mientras tanto, la comunidad seguía sumida en sus cánticos, como si ignoraran el horror que allí estaba aconteciendo y Miguel, impasible ante lo que acababa de hacer, se volvía a dirigir a nosotros. Los gritos de Elena ya no se escuchaban. Le había ocurrido lo mejor que le podía pasar en esa situación: morir lo antes posible y dejar de sufrir el dolor que presupone que la devoraran viva. Miguel acompañado de sus dos secuaces ya estaba frente a nosotros y buscando quien sería el siguiente. Yo no podía parar de insultarle, pero él, ignorándome, señaló a su nueva victima y se me cayó el mundo a los pies cuando vi de quien se trataba. Había escogido a María. Fue entonces cuando me terminé de trastornar y comencé a gritar con todas mis fuerzas que la dejaran. Mientras arrastraban a María hacía el foso, esta se revolvía con una fuerza sobre humana, creándole serios problemas a sus captores. Mientras, iba profiriendo insultos. Pero de nada sirvió. La situaron al borde del foso, sujetada porJuanca y el otro, y Miguel alzó la voz: ¡Señor! ¡Aquí te enviamos al segundo de los hijos del maligno! ¡Representa a la soberbia! ¡Envía su alma las profundidades del infierno y que se ahogue en azufre!". El instante en el que Miguel empujaba a María se hizo eterno. Fue como si este transcurriera a cámara lenta. Vi como María se precipitaba al foso y, junto a ella, también caía uno de sus captores. Por desgracia, ese no era Juanca. No sé como fue, pero ese individuo cayó al interior casi al mismo tiempo que ella. Quizás, María pudo agarrarle de alguna forma en el último instante o se cayó por un descuido, no lo sé. Solo sé que en ese mismo instante grité desesperado mientras los gritos de María emergían del foso. Entré en una especie de shock, en el cual dejé de percibir la realidad tal como era. Mi visión se volvió distorsionada, mis oídos percibían los sonidos alterados y distorsionados, mezclando los cánticos y los gritos de María en un mismo sonido. No sé que me ocurrió. Lo que si sé que acababa de morir una buena amiga que me había acompañado todo este tiempo, desde el principio. Ella era la única que había sobrevivido de mi grupo original. Primero murió Alicia en la urbanización, los primeros días que todo esto empezó. Después José, en el hospital, seguido de Raúl, que murió camino del puerto. Y ahora María. Los he perdido a todos y ya nunca jamás volverán a mi lado. Me siento destrozado por esta última perdida y no levanto cabeza desde entonces... La echaré de menos, a ella como amiga y a ella como valiente superviviente...

Como os decía, dejé de percibir la realidad tal cual era. Solo desperté del shock cuando tenía a Miguel frente a nosotros de nuevo y escogió a su nueva victima: Belén. Belén comenzó a llorar y yo a gritar que la dejara y que me cogiese a mi primero. Miguel no me hizo caso y, ayudado por Juanca, se llevaron a Belén. Mientras se la llevaban, ella me miró con el rostro lleno de lágrimas y me dijo "Te amo, Erik". Me sentía tan bloqueado que no le pude contestar, solo me centre en gritar que la soltaran. La habían arrastrado hasta mitad de camino cuando un grito sonó en la sala. Los cánticos cesaron y yo tuve la esperanza de que fuese el milagro que esperaba. Miguel se detuvo y dirigió la mirada hacía donde procedía el grito. Había gritado una señora, la cual estaba en un extremo de los bancos de la izquierda. Esta tenía la mirada clavada en una de las ventanas. Miguel se pronunció, diciendo "¿Que ocurre, hermana?". Ella contestó "¡Hay reanimados en la ventana, hermano Miguel!". De repente, toda la sala dirigieron las miradas a las ventanas más cercanas y varias voces se pronunciaron diciendo "¡Aquí también!". Miguel contestó "Sí, hermana. No temas, todo esta en los planes del altísimo. Seguir rezando, no podemos perder tiempo". Fue entonces cuando unos golpes insistentes comenzaron a sonar en el portón de entrada. Eran más merodeadores. La gente se giró. La gente se estaba empezando a percatar de que iba la cosa y se estaban asustando. Esa era nuestra única esperanza, una rebelión en masa contra toda esta locura. Pero Miguel alzó de nuevo la voz, esta vez con tono autoritario, diciendo "¡No podemos abandonar ahora! ¡No podemos dejarnos llevar por el miedo o Satán habrá triunfado! ¡Tener fe! ¡Esa es la llave del reino de los cielos! ¡¡Continuar rezando, que Dios oiga de que lado estamos!!". Para mi asombro, ¡la gente le hizo caso y volvieron a entonar sus rezos! Se me cayó el mundo a los pies. Ya no había nada que hacer, esa gente estaba tan loca como su líder. Impotente, vi como llevaron a Belén hasta el borde del foso y Miguel se pronunció: "¡Yahveh! ¡Aquí te enviamos al tercer impuro! ¡La esposa del líder de los enviados de aquel que renegó de ti! ¡Guardale un puesto entre las brasas más ardientes del infierno! ¡Representa a la avaricia!". Mi mundo se detuvo en ese instante. En ese mismo en el que el único lazo que me ataba a esta tierra iba a ser sacrificado. Y yo, allí, atado y sin poder hacer nada más que ver morir a Belén. Mi Belén... Mi pobre Belén...

Necesito juntar fuerzas para continuar con la última parte del relato. Lo siento. Darme solo un día más. Espero que lo comprendáis, todo esto no es fácil para mi.


- Erik -