sábado, 17 de julio de 2010

+ 17-07-10 + Seres sin escrúpulos

He pasado una noche terrible. No os lo podéis ni imaginar. Este colchón mugriento me ha dejado la espalda hecha un verdadero asco. Encima, las ratas que deambulan por esta habitación se lo han pasado de miedo molestándome. En una de las pocas ocasiones que me he podido dormir, me he despertado con uno de estos roedores encima de mi pecho, olisqueandome la ropa, mientras otras dos ratas me mordisqueaban los zapatos. Yo no se quién se ha asustado más, si yo al descubrir al roedor encima mía o ella, que la he lanzado contra la pared mientras yo soltaba un grito de sobresalto. Después de esto, me ha costado volver a conciliar el sueño y mientras daba pequeñas cabezadas, no he quitado ojo del rincón donde se han ido corriendo estos animalitos. Estos asomaban el hocico de vez en cuando. Cuando al final he podido volver a dormirme, he tenido una pesadilla, para rematar la noche. No recuerdo muy bien que he soñado, pero se que no era algo bueno. En mi sueño aparecía Miguel y su sequito de hermanos, Belén también, la cual lloraba desconsoladamente y Eduardo, el cual estaba tendido en el suelo, bocabajo. No recuerdo más, ni siquiera que pasaba en el sueño. Como siempre, quiero pensar que solo se trata de un sueño, nada más. La cuestión es que cuando me he despertado de la pesadilla, me he descubierto de pie en medio de la habitación. Por unos largos segundos me he sentido desubicado a la vez que desesperado. Hasta que me he conseguido ubicar, no he sabido donde me encontraba y he intentado abrir la puerta una y otra vez mientras en mi mente repetía "Belén, Belén...". Por lo demás, nada que destacar. No ha entrado Eusebio a despellejarme y cocinarme como he temido en algún momento. De todas formas, no he bajado la guardia.

Eusebio ha venido a abrirme la puerta a las 8, tal como dijo. Un hombre puntual y, lo más importante, un hombre de palabra. Cuando me ha abierto me ha saludado con un "Buenos días, Erik. ¿Qué tal has dormido?". Yo, sentado en mi camastro como un preso en un calabozo, le he respondido que mejor no preguntara. No me ha sentado muy bien que se haya reído y me haya dicho "Espero que las ratas no te hayan molestado mucho". No es que me haya dicho algo ofensivo, pero cuando paso una mala noche me molesta hasta que me den los buenos días, así que imaginaros que me suelten comentarios jocosos. No he tardado en levantarme y salir de mi pequeño calabozo. Al salir al pasillo esperaba ver algún rayo de luz, pero no ha sido así. No estoy acostumbrado a vivir en un refugio subterráneo de estos. He seguido a Eusebio hasta el salón principal, donde estaba la mujer de Eusebio y su suegra. Estas estaban sirviendo unas tazas de café en la mesa. Cuanto apenas me han mirado de reojo. Mientras daba el primer sorbo de café, el cual sabía a rayos, Eusebio me ha asaltado diciendo "Luego te acompañaré a por un vehículo, ya que lo necesitaras para seguir con tu camino. Tenemos varios agenciados, así que puedes elegir el que más te guste". Esto no ha sido una indirecta para que me marche, sino una directa en toda regla. No me ha quedado otra que darle las gracias. Después de esto, hemos comenzado a conversar de varios temas, en los cuales le he preguntado más cosas sobre Reus. La verdad, no me ha contado nada relevante salvo una cosa. Me ha dicho que si quiero ir allí, solo hay un camino que llega hasta Reus. Y es la carretera que comunica Tarragona con Reus. Me ha dicho que todas las demás carreteras que no son esta han sido dinamitadas. Esto no me coge por sorpresa, ya lo descubrimos cuando intentamos ir hacía allí. A mi pregunta de si sabe quién ha dinamitado todos los accesos que llevan a Reus, me ha contestado "Ni idea. Tal vez fue el ejército que tiene la base en Reus. ¿El motivo? Pues quizás con intención de frenar a los lentos y que no se acerquen a la ciudad, o lo mismo para evitar que lleguen nuevos refugiados. Quién sabe, a lo mejor ya han excedido el cupo de refugiados y no quieren más personas. Sea quién haya sido, ha hecho esto con el fin de incomunicar a Reus, al menos, desde esta zona. Yo solo sé que cuando dinamitaron las carreteras, escuchamos las explosiones desde el refugio. Esto ocurrió hace unos meses, en plena noche y las explosiones se produjeron en intervalos de una hora. Al día siguiente, nos encontramos varias carreteras destrozadas. Con el tiempo, descubrimos que todas las destruidas son las que llevan a la ciudad. Si te sirve de algo, aún queda un acceso, que sepamos, que lleva Reus y que por lo que sé, no esta destruido, al menos, hasta donde yo lo he transitado. Es la carretera que comunica Tarragona con Reus. Pero como ya te dije ayer, pisar Tarragona es una locura. Esta infestada". Si es el único camino transitable, creo que nos arriesgaremos. Hemos pasado por cosas peores. Además, con precaución no tenemos nada que temer. Cuando zanjamos la conversación de Reus, le pregunté si conocía a los de 'La iglesia del fin de los tiempos'. Su respuesta fue que no, así que me tocó hablarle de ellos y de Miguel. Eusebio no tardó en llegar a una clara conclusión, la cual, cada día que pasa, la creo más: Miguel oculta algo. Y eso significa que no es de fiar. También siento miedo por una cosa, y es que Eusebio me ha dicho "Yo de ti no estaría tranquilo de haber dejado a mi mujer y mis amigos con ese tipo". Esto me ha hecho recapacitar y comienzo a pensar que buscaré a Iván unos días más y si mi tarea no da frutos y no lo encuentro, abandonaré la búsqueda y volveré a por los demás.

Mi conversación con Eusebio ha finalizado cuando por el pasillo de entrada han aparecido toda la caterva de niños, corriendo y gritando. Mientras estos saludaban a su abuelo, ha entrado Andrés y el hijo de Eusebio. Estos iban cargados con bidones y varias bolsas, en las que destacaba una pequeña bolsa de tela, la cual llevaba Andrés. Estos han dejado los trastos en el suelo y Eusebio les ha preguntado "¿Como ha ido la cosa?". Andrés, con su habitual tono de mala hostia, ha contestado "Mal. Fatal. Solo hemos conseguido dos bidones y esto. No será suficiente. No lo van a aceptar". Este ha lanzado sobre la mesa el pequeño saco y Eusebio lo ha cogido y ha mirado el interior, diciendo "Quizás sí. Se optimista. Si no nos sirve, optaremos por el otro plan. Ese es nuestro último recurso. Saldrá bien, no te preocupes". En ese momento no he entendido nada de nada. ¿De que hablaban? ¿A que se referían con 'no lo van a aceptar'? ¿Que había en ese saco? Muchas preguntas y no podía formular ninguna. No era prudente, y menos, con Andrés delante. Cuando han terminado de hablar, Andrés se ha ido a ver a su hija y Eusebio se ha guardado el pequeño saco en la chaqueta, este me ha dicho "Bueno, chico, ¿preparado para seguir tú camino? Vamos, coge tus cosas y te llevaré a por tu nuevo vehículo". Él me estaba echando y yo no he podido aguantar la tentación de saber de que habían estado hablando, así que le he preguntado. Ante mi pregunta, Eusebio, que se acababa de poner en pie, se ha quedado quieto durante unos segundos y después se ha vuelto a dejar caer sobre la silla, diciendo "Ay, Erik, eres un tipo muy preguntón. A ver, que veo que te corroe el no saber que hay en el saco. Mira..." Cuando ha volcado sobre la mesa el pequeño saco, de este han caído varias pulseras y collares de oro, junto a un par de anillos del mismo metal, un reloj y un fardo de billetes atados con una goma elástica. Cuando he visto esto solo he podido exclamar "¿Para que queréis esto? Esto ya no tiene valor. ¿Sois saqueadores?". Él me ha contestado con una sonora carcajada y me ha dicho "¿Saqueadores? Te aseguro que no. Hoy por hoy, a esto le damos el mismo valor que tú le acabas de dar, o sea, ninguno. Pero lo necesitamos. Al igual que necesitamos esos bidones de gasolina que ha traído mi hijo y mi sobrino. Verás, hay algo de lo que no te he hablado. Y si no lo he hecho no ha sido por ocultártelo, sino que es un tema espinoso que nos esta haciendo mucho daño. Pero visto que quieres saberlo, hago el esfuerzo. Te cuento. A varios kilómetros de aquí, cerca de Mont-Roig, hay un pequeño campamento. Sí, has oído bien, un campamento, si así se le puede llamar. Más que campamento, la palabra más acertada es asentamiento chabolero. Aquí viven varias familias hacinadas desde mucho antes de que comenzara todo esto. Estas familias nunca tuvieron buena fama en el pueblo, ya que se dedicaban a ciertas actividades ilegales, como venta de droga y armas. Allí no se acercaba ni la policía. Cuando todo esto comenzó, estas personas no tuvieron problemas en repeler a todos los lentos que se acercaban, ya que en sus chabolas tenían y tienen un verdadero arsenal de armas. Con todo este desorden y sin ley, todo este tiempo se han estado dedicando al saqueo y al pillaje. En poco tiempo consiguieron saquear todos los comercios, farmacias y el ambulatorio de Mont-Roig. Hasta se han atrevido con Tarragona. Todo lo que tenga valor y pueden llevárselo a su campamento, se lo llevan. ¿Y sabes lo peor de todo? Que con todo lo que han saqueado este tiempo, ahora lo están utilizando para hacer negocio. Sí, sí, para hacer negocio. Quieren asegurarse un buen patrimonio para cuando todo esto acabe. ¿Y sabes con que hacen negocio? Con todo tipo de cosas de primera necesidad, sobretodo, con medicinas y armas. Curioso, ¿verdad?, A pesar de todo, siguen viviendo como antes. Pues bien, ¿y sabes quienes, desde hace un tiempo, son sus principales compradores? Reus. No los culpes de hacer negocios con esta basura, es simple necesidad. Les es más fácil obtener medicinas y demás útiles comprándole a esta gente que haciendo nuevas incursiones en Tarragona. Mejor pagar con dinero que ya no sirve que con la vida de hombres en una peligrosa incursión. Bueno, aquí es donde entramos nosotros. Al igual que Reus, nos vemos obligados a hacer negocio con ellos. Estas joyas y gasolina son para realizar una compra a los individuos de este campamento. Como te dije ayer, mi nieta esta enferma y necesita insulina. Una insulina que no encontramos en ningún lado, ya que esta basura ha saqueado todas las farmacias del pueblo. Así que por desgracia y desde no hace mucho, hemos tenido que recurrir a hacer negocio con ellos. Las joyas las sacamos de donde podemos, normalmente, desvalijando a los lentos. Ellos ya no necesitan esto, nosotros sí. Hay muchos de ellos que van cargados de joyas y con dinero en los bolsillos. Solo basta con abatirlos y quitarles todo lo que lleven encima. De eso se trata y eso es lo que han hecho esta mañana mi hijo y mi sobrino. Pero hace unos días que nos ha surgido un problema. La última vez que fuimos a comprarles insulina, no les pareció suficiente el pago que teníamos acordado y, a parte de quitarnos las joyas y el dinero que les llevábamos, no nos dieron la medicina. Nos dijeron que, a partir de ese día, el pago tenía que ser el doble o no nos darían las dosis de insulina. Y aquí estamos, con mi nieta muriéndose en una cama por culpa de esa basura sin escrúpulos. Ya hemos reunido el pago que nos piden y hoy vamos a ir allí para intentar que nos vendan el medicamento". Cuando me ha contado esta historia, me he quedado muy sorprendido. Había visto muchas cosas desde que todo acabo, como caníbales, saqueadores, psicópatas... pero esto ya es demasiado. Gente que se dedica a hacer negocio con material de primera necesidad... muy fuerte. No se como la gente tiene esta facilidad para entregarse tan fácilmente a lo malo. Todavía no he visto un grupo de gente que se dedique a limpiar las calles de podridos o a salvar personas que están aisladas en refugios. Lo que le he dicho a Eusebio ha sido lo siguiente "Todavía no puedo comprender como hay gente que se comporta así. Mi grupo y yo nos hemos encontrado con individuos de este tipo, muy similares. Ojalá me equivoque, pero creo que estos individuos os van a dar problemas. Así que quiero que aceptes mi oferta: os voy a acompañar. En caso de que las cosas se pongan feas, os vendrá bien un arma más de vuestro lado. Es lo menos que puedo hacer en agradecimiento por vuestra hospitalidad". Eusebio se ha quedado pensativo durante unos segundos y ha hecho el amago de rechazar mi oferta, pero he insistido. Entonces ha aceptado y ha dicho "Gracias. Saldremos en seguida. Ahora mismo te entrego tu arma para que la tengas lista".

No ha tardado en entregarme mi rifle y mi pistola. En seguida he cargado de munición las dos armas y he estado listo para salir. Eusebio me ha llamado a los pocos minutos para irnos y lo he seguido por los pasillos del refugio hasta la salida. Cuando hemos salido por la portezuela al exterior, el sol me ha deslumbrado, cegandome. Allí he visto a Andrés y al hijo de Eusebio, el primero con un rifle de caza y el segundo con una escopeta. También llevaban los bidones de combustible, los cuales han comenzado a cargar en la parte trasera de una ranchera. Andrés, al verme, se ha acercado a mi y me ha dicho "Que sepas que desapruebo que vengas con nosotros, forastero. Si por mi fuese, tú nunca habrías pisado nuestro refugio. Así que dedícate a cerrar el pico y a no hacer nada, salvo que te ordenemos lo contrario. Esto no es un juego, así que no te hagas el duro". Yo le he respondido con un ligero movimiento de cabeza. Una vez han cargado los trastos en la ranchera, el hijo de Eusebio y yo hemos subido a un Ford que había aparcado detrás de la ranchera, mientras Andrés y su tío se han montado en la ranchera. No hemos tardado en ponernos en marcha. Hemos permanecido todo el camino siguiendo a la ranchera sin ni siquiera dirigirnos una palabra. Hemos transitado por un camino de tierra durante una media hora más o menos. Pasado este tiempo, he divisado el dicho campamento. En el borde del camino se extendían una serie de chabolas, pegadas las unas con las otras. Estas estaban fabricadas de infinidad de elementos: trozos de madera, láminas de metal, trozos de tejado de fibra de vidrio, plásticos, sabanas, vallas... era un asentamiento chabolero en toda regla. Conforme nos íbamos acercando, teníamos que ir sorteando la basura que había desperdigada por el camino. Había hasta una lavadora despiezada ahí en medio. De repente, la ranchera paró delante de nosotros e hicimos lo mismo con nuestro vehículo. Cuando bajamos del coche, pude observar todo con más detalle. Casi me pongo las manos en la cabeza al ver que de la chimenea de una de las chabolas salía humo. ¿Como se atrevían a hacer esto? ¡Esto es un reclamo para los merodeadores! Por los alrededores de las chabolas habían varias gallinas y perros correteando. Entonces ha sido cuando he notado como se apoyaba en mi cabeza el cañón de un arma. No me he girado, he permanecido inmóvil. Entonces ha sonado una voz, diciendo "¿Pero tú quie' ere'? Tú ere' nuevo" (os escribo tal cual nos ha hablado y habla este individuo). He seguido sin girarme, entonces Eusebio ha hablado por mi "Tranquilo, es un amigo. Venimos a zanjar el negocio, ¿recuerdas?". El otro, mientras apartaba el arma de mi cabeza, ha contestado "No nos guzta la gente nueva. Debería' zaberlo". Aquí ha sido cuando he podido girarme y ver quién era el que me había encañonado. Este hombre, de tez muy morena, pelo largo, mal vestido y desaliñado, me ha devuelto la mirada, sonriéndome. Su sonrisa ha dejado al descubierto su sucia dentadura, en la cual faltaban varias piezas dentales. De su cuello colgaban varios cordones gordos de oro y una gran medalla. Ha guardado su pistola en el pantalón y ha dicho "A ve' que noz traei'". Los cuatro lo hemos seguido en dirección a las chabolas. Entonces me he percatado de que en la puerta de las chabolas había un montón de gente observándonos. Hombres armados, mujeres con bebés en brazos, niños... y todos conel mismo patrón de estética que el primero que he visto. Este nos ha conducido hasta el interior de una de las chabolas. Al pasar entre la multitud, varios niños se han lanzado sobre mi arma y me la han intentado quitar de las manos. Han parado de hacer esto cuando un hombre mayor que había junto a ellos ha golpeado a uno de los niños, gritándoles "¡¡ 'taros quietos!!". Cuando hemos entrado en la chabola, casi me tapo la nariz a causa del olor que hacía aquí. Era una mezcla de olores horrible, como de suciedad y humedad. Al fondo de la chabola se alzaba una pila de cajas y en medio de la habitación, una pequeña mesa con una balanza romana. Junto a esta, había un hombre bastante gordo sentado. Este nos miraba y se reía con una sonrisa repugnante. El individuo al que habíamos seguido ha comenzado a decir "A ve', tres bidone' de gazolina y que maz traei'...". Eusebio ha sacado de su bolsillo la bolsa de tela y se la ha entregado. Este ha volcado el contenido sobre la balanza, quitando el reloj y los billetes. Ha mirado el peso del oro, ha contado los billetes y ha observado el reloj. Acto seguido, ha tirado el reloj al suelo y lo ha pisado, diciendo "E'te relo' no vale. E' una mierda. ¿Me dai' 70 euro', tre' bidone', un relo' de mierda y cuatro colgante' que cazi no pezan? ¿Me tomái' por tonto? ¡E'to no e' suficiente! ¡Trae'me mas! ¡Mas! ¡O no o' damo' la medicina!". El gordo de la silla ha comenzado a reír más fuerte, prácticamente a gritos. Eusebio ha comenzado a pedirle por favor que aceptara eso por las medicinas, pero solo ha conseguido que este chillará más. Andrés ha intentado intervenir, pero su primo lo ha detenido. He podido ver como Andrés cogía con fuerza su arma y los miraba con cara de odio. Entonces, el individuo ha gritado "¡¡Llevaro'lo de aquí!!" y las cortinas de la chabola se han abierto, entrando varios hombres, los cuales nos han cogido por los brazos y, a la fuerza, nos han sacado. Todos los que habían fuera han comenzado a reír y otros a insultarnos. Los niños hasta nos han golpeado y tirado piedras. Los que nos han cogido a la fuerza nos han arrastrado y nos han empujado. Yo he caído al suelo. Entonces, el otro ha salido de la chabola y nos ha gritado "¡¡Fuera!! ¡¡Y no volvai' sin el pago completo!!". Entre Eusebio, su sobrino y yo, hemos conseguido frenar a Andrés, que estaba insultando y quería ir a por él. Como hemos podido, lo hemos metido en el coche y nos hemos montado en los vehículos, emprendiendo la marcha de vuelta al refugio.

En cuanto hemos llegado al refugio y hemos bajado de los coches, Andrés se ha dejado caer al suelo y ha estallado a llorar. Eusebio y el sobrino han intentado consolarlo, mientras Andrés, entre sollozos, decía "Mi hija... mi hija... se me muere y no puedo hacer nada...". Eusebio le ha dicho "Sobrino, te juro que tu niña va a tener su insulina, solo tiene que aguantar un día más, solo un día más. Te lo prometo...". Cuando me he percatado, en la puerta del refugio estaba toda la familia, incluido los niños. Las mujeres estaban llorando. Como hemos podido, hemos cargado con Andrés y lo hemos llevado a su habitación. Este ha intentado zafarse de nosotros, pero no se lo hemos permitido. Cuando lo hemos metido en la cama, su primo y la esposa de este, su tía y su abuela se han quedado con él, consolándolo, mientras Eusebio ha salido de la habitación. Yo sobraba en ese momento, así que he salido también de la habitación. Aquí ha sido cuando Eusebio, con lágrimas en los ojos, me ha dicho "Erik, si sigues queriendo ayudarnos, quédate una noche más. Mañana te vamos a necesitar. Si por el contrario te quieres ir ahora, tienes la puerta abierta. Pero necesito saberlo ahora mismo". Le he contestado que cuenten conmigo para lo que necesiten. Me ha dicho "Gracias. Eres un buen tipo. Te lo recompensaré". Después de decir esto, se ha alejado pasillo abajo. Le he dicho "¿Que tengo que hacer?". Él, sin darse la vuelta, ha contestado "Mañana a primera hora lo sabrás. Solo te digo que mañana mi nieta va a tener la insulina. Hasta entonces, descansa y guarda fuerzas". No me hace falta saber más. Ya se de que va el tema.

El día ha pasado rápido y sombrío. Y no ha sido sombrío por la oscuridad del refugio, sino por los ánimos de todos los miembros de esta familia. Me he sentido como un fantasma deambulando por el refugio, invisible a ojos de todo el mundo. Eusebio ha permanecido todo el día encerrado en su habitación. Lo único que ha dado un toque de vida al refugio han sido los niños, correteando de una lado a otro, ajenos a todo. Cuando ha llegado la hora de la cena, solo han aparecido las mujeres, los niños y el sobrino de Eusebio. Pero yo he sido el único, junto a los niños, que se ha atrevido a pegar bocado. He dejado el plato a mitad porque me he sentido avergonzado por ser el único adulto que conservaba el apetito en ese momento. Al final, Eusebio se ha dejado ver a las 22:30 y el motivo ha sido para acompañarme a la habitación. Tenía muy mala cara. Como si hubiese estado llorando. Y lo comprendo. Cuando me ha conducido hasta a mi habitación, me ha dado las buenas noches y yo le he ido a entregar mis armas. Me ha contestado "No hace falta. Ya no. Sé que podemos confiar en ti. Hasta mañana, hijo" y ha cerrado la puerta. Ni siquiera ha echado el cerrojo. Desde esto, aquí me encuentro, con mis amigas las ratas, las cuales parecen estar esperando a que me duerma, y dándole vueltas a la cabeza.

A pesar de que Eusebio no me ha dicho que pretende que hagamos mañana, me lo imagino. Y tengo una sensación muy extraña dentro de mi. Nunca antes he sentido esta sensación. Y esto me preocupa. Es como si algo malo fuese a ocurrir mañana...


- Erik -


viernes, 16 de julio de 2010

+ 16-07-10 + Cazador cazado

Hoy, después de repostar combustible en la única gasolinera que me he encontrado en el camino, he descubierto algo bastante interesante. Llevo varios días en los que no he encontrado signos de vida en mi camino, pero mientras extraía combustible del surtidor, he escuchado el ruido de un motor. El sonido era de una moto. Me he quedado atónito durante unos segundos, intentando averiguar la procedencia del sonido. Por más que he mirado en las carreteras colindantes no he visto el vehículo. No he perdido tiempo, he llenado el depósito a mitad, me he montado en la moto y he tomado rumbo a la autovía. Cuando he llegado a la siguiente salida, la cual llevaba a un pueblo llamado "Mont-Roig del Camp", me he desviado por esta carretera comarcal. El motivo es que el vehículo que oído no transitaba por la autovía, si no por una carretera próxima a la gasolinera y esta salida era la más cercana. He conducido por aquí durante unos minutos, esquivando a unos pocos merodeadores que me ido encontrando. Al final, he llegado a una rotonda. Mi sorpresa ha sido que la entrada a esta estaba parapetada con tierra y escombros. La entrada y todas las salidas de la rotonda. He dejado la moto con el caballete puesto, he apagado el motor y he bajado a inspeccionar. Era imposible que el vehículo que he escuchado haya transitado por aquí. Me he equivocado. Viendo el montón de tierra y escombros que bloqueaba la carretera me he dado cuenta de que se trataba de una barricada. De entre los cascotes y tierra también habían sacos amontonados. ¿Quién y con que fin había hecho esto? He bordeado la barricada y he inspeccionado los siguientes parapetos. Habían dos que hasta tenían alambre de espino. Esta claro que esto no lo han hecho para frenar a los merodeadores, ya que sería inútil porque estos no tienen problemas para bordearlo como yo he hecho saliendo de la carretera. Esto esta hecho para frenar a viajantes. Ha sido entonces cuando me he percatado de lo que había en el centro de la glorieta. Bajo una pequeña estatua ornamental de unos toros, había un cadáver, el cual parecía de un merodeador, atado en la base de mármol de la estatua. De su cuello colgaba un cartón que parecía escrito. Mientras me he ido acercando, he podido ir viendo más detalles. Atadas con finas cuerdas y colgando de todos los extremos y salientes de las dos estatuas, habían al menos una decena de cabeza cercenadas. Parecían de merodeador, pero esto es imposible saberlo. Era muy tétrico ver como se mecían con el viento. Me produjo escalofríos. Cuando llegué frente a la estatua, observe el cadáver del cartel. En este ponía: "Forasteros, no sois bienvenidos. Marcharos por donde habéis venido". El cadáver se reanimó momentos antes de que acabara de leer la frase. Este abrió los ojos, los cuales clavó en mi, y comenzó a gemir agonizantemente. Rápidamente lo encañone con mi arma, pero no disparé, ya que estaba bien atado y no podía soltarse de sus ataduras. Ahora, en frío, me alegro de no haber disparado, ya que estoy casi seguro de que en la casa de los ancianos me asaltó esa horda de merodeadores porque fueron atraídos por mis disparos. Di media vuelta y me dirigí hacía mi moto. Para mi sorpresa, había alguien junto a mi moto. Estaba agachado junto a esta y de espaldas. He empuñado el rifle y lo encañonado mientras avanzaba hacía él. Cuando he estado lo suficientemente cerca, le he gritado "¡Eh! ¡tú! ¡¿que haces en mi moto?!". Al oír mi grito, este individuo se ha girado. Y mi sorpresa ha sido el descubrir que ese individuo era un niño de apenas 12 años. Cuando me ha visto apuntándole a puesto una cara de pena que me ha conmovido el alma. Entonces he bajado el rifle y le he dicho que se tranquilizase, que no le iba a hacer daño. El niño, de pelo castaño y la cara sucia, me ha mirado a los ojos y ha transformado su cara de pena en una cara de diablillo, con una picara sonrisa en la boca. Ha abierto su mano derecha y me ha enseñado algo. En sus manos tenía una pequeña navaja y acto seguido ha dirigido la mirada a la parte baja de mi moto. Yo no entendía nada, entonces he mirado a donde él miraba y lo he comprendido todo. Las ruedas de mi moto estaban rajadas. El puto niño me acababa de pinchar las ruedas. Le he gritado "¡¡Niño de los cojones!! ¡¿Por qué has hecho eso?!". Este, soltando una sonora carcajada, ha echado a correr en dirección campo a través. Le he gritado que no corriera, que no le iba a hacer nada. Pero el niño me ha hecho caso omiso y ha seguido corriendo. Entonces he salido corriendo detrás de él.

El niño me sacaba una distancia increíble y era rapidísimo y muy ágil. Saltaba los matojos y demás obstáculos con mucha facilidad, mientras que a mi me costaba una barbaridad. Mientras corría, tuve un traspiés que casi me hace caer al suelo, pero por suerte he podido mantener el equilibrio y seguir con la marcha. Este se interno en una pequeña arboleda. Me costó llegar aquí una eternidad. Como pude, atravesé todos los matojos y me libré de las ramas de un rosal que me han dejado los brazos y las piernas hechos un asco. Cuando crucé la arboleda, divisé al niño. Este estaba bastante lejos y se encontraba saltando un muro de hormigón. El muro que saltaba parecía que era de una fábrica. En menos de dos segundos se encaramó al muro y se perdió tras de él. Fatigado y exhausto, emprendí de nuevo la carrera. En realidad, no sé muy bien porque me he encabezonado tanto en perseguir a este niño. Esta claro que no iba a conseguir una explicación convincente de porque había hecho lo que ha hecho, pero quizás ha sido porque es un niño y he sentido compasión por él al mismo tiempo que también quería averiguar si estaba solo o acompañado. Cuando he llegado al muro, he trepado por él como he podido, costandome el triple de lo que le ha costado al niño. Una vez encaramado a este, he saltado al otro lado y he buscando la ruta que había podido seguir el niño. Me encontraba en un gran patio de una fábrica de neumáticos. Delante de mi se alzaban dos inmensas naves de trabajo. Seguí mi instinto y me dirigí hacía el edificio más grande. Cuando llegué y crucé la puerta, me encontré en una inmensa sala polvorienta, con maquinaria pesada. Anduve por la sala vigilando todos los rincones. Al fondo de la sala, sobre una cinta transportadora, vi al niño de marras. Estaba gateando y metiéndose en el interior de la gran máquina. Le grité que se detuviera, que podía ser peligroso y acudí rápidamente para impedirlo. Cuando llegué, el niño ya se había metido en el interior y, cautelosamente, me asomé por la abertura de la maquinaria. Allí dentro, acurrucado y con la navaja en la mano, estaba el crío. Le alenté a salir, pero este me contestó sacándome la lengua en tono burlón. Me dispusé a entrar a sacarlo cuando desde mi espalda, una voz infantil me chilló "¡Ni lo intentes, capullo!". Me giré y vi a dos niños. Uno de ellos me estaba apuntando con una escopeta que era casi más grande que él. El otro sostenía un gran palo macizo. El de la escopeta me ordenó que tirara el arma. Hice caso omiso e intenté negociar. Les dije que no quería hacerle nada malo a su amigo, que solo estaba de paso e intentaba ayudar. El niño de la escopeta, de unos 13 años, le ordenó al otro que me quitara el arma. Me sentí ridículo viendo como un crío de 11 años me desarmaba. Pero no me podía arriesgar a hacer nada, un niño con un arma es tan peligroso o más que un adulto. Otra voz sonó. Provenía del piso superior, de una pasarela flotante. Cuando miré, vi a dos niños más, ambos apuntándome, uno con un fusil automático y otro con un tirachinas. El del fusil parecía de unos 15 años, pero el otro, el canijo del tirachinas, no sobrepasaría los 11. El más pequeño dijo "Borja, mira esto" y acto seguido descargó su tirachinas. Pude ver como la piedra surcaba el espacio aéreo de la fábrica y me impactaba en el hombro. El dolor me recorrió la zona y me dejé caer al suelo con la mano en la zona del impacto. Mientras yo casi me retorcía de dolor, toda la turba de críos se reían a carcajadas, hasta el que hace un momento lo había estado persiguiendo, el cual ya había salido de su escondite. Dos proyectiles de tirachinas más me impactaron nuevamente, esta vez en el abdomen y cabeza. El impacto de la cabeza me hizo una brecha y no tardó en brotar la sangre y correr por mi cara. Pero lo niños siguieron riéndose. Ahora comprendo el dicho de que los niños pueden llegar a ser muy crueles. El niño del fusil gritó "¡Basta! ¡Rober, átalo de pies y manos!". Este saco de su bolsillo varias bridas y me las puso en las manos y en los pies. Mientras él hacía eso, yo intenté hacerles comprender a los niños que no era un enemigo, que me dejaran marchar. Solo conseguí que el niño del palo me "acariciara" con este. Por suerte, un niño de 11 años no tiene ni la fuerza ni la destreza con una palo que puede tener un adulto. Aun así, los golpes fueron dolorosos. Una vez inmovilizado, los niños de la pasarela superior bajaron y se reunieron con los demás. Entonces, comenzaron a preguntarme que hacía aquí, que quién era. Yo me expliqué, pero como niños que son, aunque jugasen a ser adultos, ni me comprendieron ni me prestaron atención. El niño de la navaja se dedicó a hacerme burla y a hacer bailes absurdos mientras yo hablaba. Esto desvió la atención de todos y no me escucharon. Entonces comenzaron a hablar de que hacer conmigo. Esto me heló la sangre. El niño del palo dijo "Eh, eh, chicos, esto es mejor. Podíamos chafarle la cabeza con una piedra grande. ¿Nunca habéis visto lo que hay dentro de la cabeza? Yo sí, una vez, ¡y es asqueroso!". Otro dijo "No, no, mejor lo abrimos con la navaja de Charly. Yo podría hacerlo, lo he visto hacer a mi padre con los cerdos". Otro "Podíamos decírselo a los demás... (esto me dio una ligera esperanza, la cual se desvaneció con lo siguiente) O no, mejor, lo atamos a un palo y hacemos puntería con las armas, disparandole". Entonces el más mayor habló "No, yo decidiré lo que haremos. Traer un merodeador". Todos los niños menos este se alejaron corriendo entre risas. No podía ser que estuvieran planeando lo que me temía. En ese momento pensé que iba a morir de la misma forma que dejé morir a aquel caníbal que me capturó en Valencia. Le pregunté al niño que pretendían hacer con un merodeador y él me contestó "Divertirnos". Le rogué que no lo hicieran, que me soltaran. Hasta le pedí que si querían diversión, que me soltaran las ataduras para poder luchar con el merodeador, que de esta forma sería más divertido para ellos. Él me contestó "No, queremos que te coma. Si te defiendes no tiene gracia. Nuestros padres siempre nos han impedido que veamos como comen los 'lentos'. Ahora lo vamos a poder ver". Entonces le dije que si sus padres estaban vivos, que si había adultos con ellos. No me contestó. No tardó en oírse los gritos de los demás niños. Decían "¡Por aquí, 'lento' cara de culo!", "¡A que no me pillas, tonto!" y "¡Aquí tienes comida, feo!". Los niños entraron y pude ver como lanzaban piedras al exterior. Rápidamente, todos los niños incluyendo el que me custodiaba subieron escaleras arriba y tomaron posiciones en la barandilla para observar bien la escena. Por la puerta no tardó en entrar un merodeador. Este, de movimientos torpes y consumido por la putrefacción, comenzó a observar la sala. En seguida fijo sus ojos en mi. Yo, tendido en el suelo, me mantuve quieto como una piedra con la esperanza de que no me distinguiera. Pero de nada sirvió. Con un sonoro gemido y con un paso torpe hacía mi indicó que ya sabía donde ir. Por cada paso que daba, sus roídos ropajes de chaqueta y pantalón de vestir a cuadros le bailaban en su escuálido cuerpo. Yo empecé a chillarle a los niños que por favor lo evitaran, pero estos se reían y hasta animaban a gritos al merodeador. Era como quién ve una pelea de boxeo y anima a su favorito. Cada paso lento que daba comprendía que estaba condenado, pero aun así, seguí gritando e intentando soltarme de las bridas. Estaban muy fuertes y era imposible soltarse, pero yo seguí hasta que comencé a notar que me estaban haciendo sangre en las muñecas. Ya estaba a apenas dos metros de mi y los niños estaban más ansiosos, gritando vítores. El merodeador dejo caer sus rodillas al suelo y puso sus zarpas sobre mi espalda. Poco a poco, empezó a acercar su cabeza con la boca abierta hacia mi cuello. Por cada movimiento que hacia acercándose, podía oír todas las articulaciones de su cuerpo crujir violentamente. Yo intenté propinarle un rodillazo, pero me era imposible, las ataduras me tenían limitado. Intenté rodar por el suelo, pero el merodeador me tenía fuertemente agarrado. En ese instante ya podía oler su pútrido aliento. Tenía su boca a centímetros de mi cara. Era imposible escapar. Entonces fue cuando ocurrió el milagro. Una voz resonó diciendo "¡Me cago en dios!" y sonó un disparo. La bala impacto al merodeador en la cabeza y me salpicó toda la cara de mejunje sanguinolento. Este cayó desplomado encima mía. Reptando, me lo quité de encima y vi en la puerta a mi salvador. Un hombre adulto que empuñaba un rifle de caza. Acto seguido, este le gritó a los niños "¡Que cojones habéis hecho, hijos de puta!" y corrió por las escaleras en dirección a los críos. Estos empezaron a colarse por un agujero de una puerta, pero el hombre pudo atrapar a dos de ellos, entre los cuales estaba el mayor de todos. Les quitó las armas mientras estos decían "¡No hemos hecho nada! ¡Abuelo, no nos pegues!". El adulto se quitó la correa y comenzó a azotarlos. Mientras los niños lloraban e intentaban esquivar los correazos, a mi me invadió una risa nerviosa. No me podía creer que estuviera vivo. Si hubiese tardado unos segundos más, estaría muerto y vagando sin rumbo como un merodeador más. Cuando el hombre acabó de azotarlos, los cogió de la oreja y bajo hasta mi posición.

Cuando llegó a mi lado, le expresé mi agradecimiento y le conté lo sucedido, lo que habían hecho los niños y lo que pretendían. Luego le pedí que me soltara de las ataduras. Él me contestó "Tranquilo, cada cosa a su debido tiempo. Sobre lo que han hecho estos niños, obtendrán su castigo. Y uno doble además por adentrarse a zona prohibida para ellos. Desde que les dejamos ir armados se creen vaqueros, así que tendremos que empezar a pensar si es buena idea que tengan armas o no. Bueno, a lo que íbamos, ¿quién eres, que haces aquí, que buscas...?". Le expliqué todo, desde a donde voy hasta de donde vengo. Este hombre de aspecto de pueblo me escuchó sentado en un cascote de piedra y me interrumpió innumerables veces para hacerme más preguntas. Cuando acabé, sacó una navaja de su bolsillo y me cortó las bridas. Entonces me comentó "Mira, vamos a hacer una cosa. Te voy a llevar a nuestro refugio. Obviamente, tu arma estará a mi recaudo y ahora mismo voy a inspeccionar todos tus enseres en busca de más armas. Cuando esté seguro de que no eres peligroso aparentemente, te vendaré los ojos y yo te guiaré hasta nuestro escondite. Por motivos de seguridad, no quiero que veas el camino. Cuando lleguemos, te prestaremos una habitación y te daremos de comer y beber. Cuando llegué la hora de dormir, dormirás bajo llave. Espero que comprendas porque hago esto así. Seguridad. Por el contrario, puedes marcharte por donde has venido. Eso sí, tu arma me la quedaré yo. Tú decides". Lo estudié lo más rápido que pude. Era una opción muy arriesgada, pero este hombre parecía de fiar. Ya estaba en sus manos, pero con los ojos vendados o encerrado en una habitación lo estaría más. Por el contrario, podía obtener mucha información valiosa de él. Además, mi moto estaba inservible y en varias horas caería la noche, así que accedí. Cuando registró mi mochila, encontró mi pistola, la cual se guardó en el pantalón. Después de asegurarse de que no llevaba más armas, sacó una venda y me vendó los ojos. Me llevó al exterior y, una vez allí, me dio varias vueltas para desorientarme. La verdad es que lo consiguió. Entonces, ordenó a los dos niños sádicos que me cogieran de la mano y me guiaran junto a él. Por el camino, comencé a formularle preguntas. La primera fue si habían visto a Iván, del cual le di una breve descripción. Su respuesta me asombró y me llenó de esperanza: "Vimos a un chico que entra en la descripción que dices. Grandote, con pañuelo en la cabeza, con una Harley... Sí. Hace poco menos de un mes. Lo vimos husmeando en una gasolinera que hay a unos pocos kilómetros de aquí. Él no nos vio. Nosotros íbamos a coger combustible cuando lo vimos. Repostó, rebuscó en el área de servicio y se marchó. Fue hacía el norte, en dirección a Tarragona. Por su bien espero que no vaya hacía allí. Es un hervidero de muertos". O sea, pasó por aquí y estuvo en la gasolinera que yo he estado hoy. ¡Voy en buen camino!. Después le pregunté que me contará como iban las cosas por los alrededores y por qué Reus había caído. Su respuesta me lleno más aun de esperanza y sorpresa a partes iguales: "Pues bien, como te dicho, Tarragona es un hervidero. Al menos, la zona Este. Ya intentamos entrar para conseguir alimentos y nos fue imposible. Conforme te vas adentrando al interior de la ciudad, los infectados van doblándose en número. Allí cayó mi hijo hace meses" Aquí ha habido unos segundos de silencio. Le he dado mis condolencias pero él ha seguido hablando. "Sobre lo que dices de Reus, no se de donde te has sacado que ha caído. Sigue en pie y conservando a todos los refugiados". ¿Comprendéis porque digo que me he llenado de esperanza y sorpresa? Me muero por contárselo a Belén y los demás. Sabía que Miguel nos había mentido. Después de oír lo de Reus, exclamé un fuerte "¡¿Qué?! ¡No puede ser! ¡Nos dijeron que había caído!" a lo que respondió "Pues quién te lo ha dicho os ha mentido. No ha caído y sigue como el primer día. Si no me equivoco, con más terreno que cuando nosotros nos marchamos. Cuando nos fuimos, habían comenzado una expansión, limpiando calle por calle la zona no segura y ensanchando el perímetro seguro de las vallas...". Lo interrumpí diciendo "¿Como? A ver si he entendido bien... ¿Tú y los tuyos habéis estado en la ciudad segura de Reus? ¿Y que hacéis que no seguís viviendo allí?". Su respuesta fue contundente: "Pues mira, cosas que pasan. Yo he nacido en el pueblo de 'Mont-Roig'. Mi mujer e hijos también. Toda mi familia. Al principio de todo, con la confusión que había nos dejamos llevar por el pánico mediático y acudimos a Reus como miles de personas más. Nos enteramos de que estaban evacuando allí a la gente por un mensaje de radio. Entramos allí a la semana de que Reus se estableciera como zona segura y los militares tomarán el control total de la ciudad. Nos trataron muy bien. Nada más llegar, nos pusieron en cuarentena y nos hicieron pasar controles médicos para asegurarse de que no estábamos infectados. ¿Sabes? Allí no entra nadie sin pasar esos controles. Cuando se aseguraron de que estábamos limpios, nos hicieron firmar una pila de papeles y nos adjudicaron unos pisos. Allí todo funciona como funcionaba antes de todo esto. Hay leyes, oficios, comercios... todo supervisado por el ejercito. A parte, no he visto zona más segura que esa. Y ahora viene porque nos marchamos. ¿Sabes por qué? Porque somos gente de pueblo, no de ciudad. Siempre lo fuimos y siempre lo seremos. Añorábamos nuestro pueblo, el monte, todo. Y la vida de la ciudad nos estresaba. También tuvimos otras muchas discrepancias que nos llevaron a desertar de la ciudad, pero la principal fue esa, que no cambiábamos nuestra tierra y forma de vida por estar más seguros. Nosotros hemos sido cazadores toda la vida, así que no tenemos problemas en generarnos la seguridad nosotros mismos. Te aseguro que es más peligroso y difícil matar un jabalí que a un merodeador. Ya estamos llegando. En seguida te quito la venda".
Esto es algo que no he comprendido. Se van de la, posiblemente, única ciudad segura de España porque ¿les gusta vivir en el campo? ¿como se come eso? No lo entiendo. Absurdo totalmente. Y tampoco he entendido a que se refería con las discrepancias. No he podido hacerle más preguntas al respecto en ese momento.

No hemos tardado en llegar a su famoso refugio. Los niños me han soltado y este hombre me ha quitado la venda mientras me decía "Por cierto, me llamo Eusebio. ¿Tú?". Le he contestado y me ha dicho que le siguiera. He observado a mi alrededor. Estábamos frente a un pequeño caserón rodeado de campo. A lo lejos he podido divisar un pueblo, el cual he podido suponer que era el famoso pueblo de 'Mont-Roig'. Cuando Eusebio me ha dado la espalda, uno de los críos, el más pequeño, me ha sacado la lengua y me ha dado una patada en la espinilla, después, ha salido corriendo. Os juro que si pudiera, a ese niño le iba a dar unos cuantos azotes. A ese y a los otros cuatro. He seguido a Eusebio hasta las proximidades de la casa. Entonces ha comenzado a apartar unos matojos del suelo y ha dejado al descubierto una portezuela metálica incrustada en el suelo. La ha abierto y a comenzado a descender por unas estrechas escalinatas. Le he seguido y le he preguntado que si esto era un sótano. Él me ha dicho "No. Es un antiguo refugio antiaéreo de la guerra civil. El último propietario de la casa lo reformó en los años 60-70 y lo hizo más habitable y confortable. Era un antiguo ex-legionario obsesionado con el tema de la guerra fría y un posible ataque nuclear contra España. Estaba loco. Quien se iba a molestar en tirar una bomba nuclear contra este poblacho... Al menos nos ha venido bien este sitio para refugiarnos. Sígueme". Caminamos por un angosto pasillo. Este estaba iluminado por bombillas que colgaban del techo de tierra. El pasillo se adentraba descendiendo ligeramente. Al final, llegamos a una pequeña sala iluminada con una tenue luz. El techo estaba apuntalado por grandes maderos. En el centro de la sala había una mesa y varias sillas. Al fondo de la habitación había una puerta metálica. Eusebio se acercó a esta y la abrió. Yo le seguí por otro largo y estrecho pasillo. Cuando llegamos al final de este, Eusebio dijo "Traigo visita". Me situé junto a él y observé donde me encontraba. Ante mi se extendía una gran sala de unos 10x10 metros, reforzada por varias vigas de obra metálicas. En la sala habían varios sillones y hasta un aparador. Sobre este había una radio. En el centro de la sala, frente a una gran mesa, habían cinco personas, las cuales tenían clavados sus ojos en mi. En un extremo de la mesa, una mujer mayor que estaba pelando patatas sobre un bol, a su lado, una mujer de unos 45 años. En el otro extremo, un chico de unos 30 años junto a una chica de edad similar. De pie junto a ellos, otro chico de la misma edad. Este último preguntó "¿Quién es?". Eusebio comenzó a explicar todo lo ocurrido, pero él no le dejo terminar. En un tono de voz elevado, comenzó a vociferar "¡Esto es una locura! ¡¿Ahora alojamos a forasteros?! ¡¿Entonces para que nos arriesgamos en montar toda la parafernalia de la rotonda?! (al oír esto, miré a Eusebio. Me sigue sorprendiendo que hayan sido ellos los que montaron todo eso en la rotonda) Con todos mis respetos, tío... ¡eres un maldito ignorante! ¡No me extraña que el primo muriese en Tarragona!". Después de esto, cogió su escopeta, que estaba en la mesa, y se marchó por un oscuro pasillo no sin antes lanzarme una mirada asesina. Eusebio me miró y después miró a todos los presentes. La mujer de unos 45 años se pronunció: "No es prudente lo que has hecho. Siento reconocer que en eso mi sobrino tiene razón. Pero lo hecho hecho esta. Que cené con nosotros y después llévalo al almacén. Allí hay un colchón donde podrá dormir. Enséñale el refugio mientras nosotras preparamos la cena". Eusebio me invitó a acompañarle. Le pude ver afectado después de todo lo que le había dicho ese individuo. Entonces le pregunté si habían sido ellos los que habían puesto todo aquello en la rotonda. Me contestó en tono apagado. "Sí. Lo hicimos entre mi sobrino, hijos y yo. El motivo fue para alejar a los forasteros de aquí. No nos fiamos de nadie. A ti también te incluyo en el bote, así que no te engañes por nuestra hospitalidad. Por cierto, espero que disculpes a mi sobrino Andrés. Tiene muy mala leche y no se corta ni un pelo. Dos de los niños que te han asaltado hoy son hijos suyos. Los otros dos son hijos de mi hijo, el que estaba en la sala. El más mayor, de mi hijo el que murió...". Eusebio me enseño todo el refugio. Este era laberíntico, lleno de pasillos, salas y pequeñas habitaciones improvisadas. Hasta hay una segunda salida. El lugar es muy oscuro, ya que no entra nada de luz del exterior. El sitio parece muy seguro y oculto. Me llamó la atención algo. Estaba hablando con él junto a una puerta de una habitación cuando esta se abrió y apareció Andrés. Este nos miró con desprecio y cerró la puerta. Mientras cerraba esta, me pude fijar en el interior. Era una pequeña habitación alumbrada por una tenue luz. Al fondo había un pequeño camastro donde me pareció ver a alguien tapado. No me dio tiempo a ver más. Andrés terminó de cerrar la puerta y se marchó. No pude resistir la curiosidad y le pregunté a Eusebio "¿Esto es otra habitación? ¿De quién es?". Él me miró y contestó: "Sí, pero no te la puedo enseñar. Esta mi nieta, la hija de Andrés. Esta bastante enferma... Es diabética y se nos ha acabado la insulina. Va a peor cada día... y no podemos darle su insulina porque no encontramos. Hasta hace unas semanas no teníamos problemas para conseguir, pero ahora, imposible. El tiempo corre en nuestra contra".

La tarde pasó rápido. Esta la pasé junto a Eusebio y su otro hijo, ayudandoles a poner combustible al generador de electricidad del refugio. No me quitaron ojo ni me dieron la espalda en ningún momento. Cuando llegó la hora de cenar, nos sentamos en la mesa mientras la mujer de Eusebio y su suegra servían la mesa. Nos sirvieron un cocido de conejo con patatas, el cual estaba riquísimo. El momento de la cena ha sido muy incomodo. Salvó unas pocas preguntas que me ha hecho la mujer de Eusebio y el griterío de los niños, nadie más habló. Andrés ni siquiera apareció a cenar. Por lo visto, esta muy molesto con mi aparición y que haya decidido quedarme esta noche. No se fía de mi. Ni él ni nadie. Y no les culpo. Al terminar la cena, Eusebio me llevó hasta la que sería mi habitación. Cuando abrió esta y encendió la bombilla, pude ver como unas ratas corrieron a esconderse entre unos sacos de patatas. Era una sala grande, repleta de sacos, latas de comida, garrafas de agua y enseres varios. De detrás de los sacos sacó un sucio colchón con una manta y lo dejo caer en el suelo. Antes de irse me dijo: "Como te dije, voy a cerrarte con llave hasta mañana a las 8. Te agradecería que no comas nada de la comida que aquí hay. Tenemos los víveres racionados. Por el agua, no te preocupes. Bebe toda la que quieras. La de las garrafas esta limpia y ha sido hervida, así que puedes beber tranquilo. Y si necesitas hacer tus necesidades, haz uso de aquel cubo. Eso si, mañana a primera hora no olvides vaciarlo. Que descanses". Tras de él ha cerrado la puerta y he podido oír como ha echado los cerrojos exteriores. De esto hace unas horas y aquí estoy, sentado sobre un polvoriento colchón, con una mugrienta manta y viendo como las ratas corren de un lado a otro. He estado husmeando entre los trastos y he encontrado un pequeño cuchillo. Me lo he guardado en el pantalón. Ellos no son los únicos que no se fían. Yo tampoco me termino de fiar de ellos, así que mejor guardar una carta en la manga por si acaso. Parecen buena gente, pero los he conocido más hospitalarios que han resultado ser psicópatas.

Todavía me duelen los golpes y heridas de esta tarde. Al menos, la brecha de mi cabeza ha cerrado bien, aunque también me duele. Putos niños...
Voy a intentar dormir. Si nada me lo impide, mañana retomaré mi marcha. Este descanso no me va a hacer daño, al contrario. Además, sabiendo que Reus sigue en pie, voy a dormir más feliz que nunca. Aunque ese sentimiento de felicidad es contrarrestado por el pensar que Miguel nos mintió y no sé con que fin. Eso me preocupa, ya que Belén y los demás siguen allí.

Buenas noches.


- Erik -


lunes, 12 de julio de 2010

+ 12-07-10 + Tras la pista

El día 5, tras acabar la entrada y comenzar mi viaje hacía la casa de los abuelos, el tiempo dio un cambio brusco. El cielo se encapotó de nubes en cuestión de minutos y comenzó a caer una lluvia torrencial que parecía un diluvio. Por una parte, esto me vino muy bien, ya que como siempre, los merodeadores se quedaron inactivos bajo la cortina de agua y deshice mi camino sin problemas, sin correr ningún peligro. En ese momento, el peligro residía en la calzada, la cual parecía una pista de patinaje cuando yo tocaba el freno de la moto. Para evitar riesgos innecesarios, moderé bastante la velocidad. Salvo porque yo me estaba empapando y parecía una sopa, no tenía ningún tipo de prisa. Recuerdo el paisaje. Era espectacular, digno de sacarle una fotografía. El cielo cubierto de nubes negras como el carbón, descargando cada diez segundos luminosos relámpagos que eran acompañados de rayos que surcaban el cielo envueltos en un atronador trueno. Y todo esto, rodeado de montañas y naturaleza. Impactante, creerme. También tenía un toque siniestro que me erizaba los pelos de la nuca cuando los cegadores relámpagos iluminaban la carretera y, con este aporte de luz extra, podía ver la inmensidad de autovía plagada con miles de cadáveres vivientes allí plantados, inmóviles bajo la lluvia.

Como iba diciendo, estos permanecieron como simples adornos del paisaje hasta que ceso de llover. Cuando cayó la última gota, todos los merodeadores comenzaron a reactivarse lentamente y a intentar atrapar a esa cosa comestible motorizada que era yo. Solo basto con arriesgarse sobre el suelo mojado y darle caña a la moto. Solo que tuve mala suerte cuando pasé junto a un grupo de seis andantes. Nada más pasar junto a estos, noté un fuerte golpe en la espalda. Al principio pensé que alguno consiguió tocarme cuando pase a toda velocidad junto a ellos, pero me comencé a preocupar cuando noté que me tiraban de la mochila. Por unos instantes, quité la mirada de la carretera y giré la cabeza para ver que ocurría a mi espalda. Mi sorpresa fue ver a un jodido merodeador, una vieja demacrada, huesuda y consumida por la putrefacción para ser exactos, agarrada a mi mochila con una mano y el resto del cuerpo ondeando en el aire como una bandera. Luchaba contra el viento, intentando acercarse para morderme, pero le era imposible. Alarmado por esta situación, en ese momento lo único que se me ocurrió hacer fue eses con la moto con la esperanza de que se soltara. Hice esto mirando una y otra vez hasta que conseguí que se desprendiera de mi espalda. Por uno de los retrovisores pude ver como la deje atrás y se hizo pedazos al chocar y rebotar contra el suelo. Ese fue el único percance del viaje y todo transcurrió dentro de la normalidad hasta que llegué a la casa de los viejos.

Cuando llegué a esta zona, comprobé que estaba tal cual como siempre: limpia de merodeadores. ¿Que narices tiene esta zona que parece que los repele? A pesar de esto, no me pareció prudente dejar la moto en el arcén de la autovía, ya que si iba a pasar la noche en la casa, la cual esta alejada de la autovía, prefería tener esta en la puerta de la casa por si tenía que salir de allí pitando. Como pude, baje la moto por el terraplén que hay entre el arcén y el campo, y una vez aquí, conduje muy despacio. Cuando por fin llegué hasta el porche de la casa, paré la moto y observé todo a mi alrededor. Me resultó muy extraño que Joaquin no saliese escopeta en mano alarmado por el rugir de la moto. Pensé que estaría en el granero, aunque estaba anocheciendo. Llamé a la puerta con tres sonoros golpes. Mientras esperaba que él o Mercedes me abriera la puerta, me percaté que a varios metros de la casa habían seis tumbas. Rápidamente comprendí de quienes se trataban. Eran de la familia reanimada que Joaquín y Mercedes guardaban con celo bajo llave en una habitación y por culpa de la imprudencia de Iván y Elena tuvimos que acabar con ellos. Volví a llamar a la puerta mientras intentaba recordar si matamos a todos o quedó alguno en la habitación. No estaba seguro, pero me sonaba que no matamos a todos. Si no fue así, ¿por qué son seis tumbas las que hay? ¿a caso Joaquin terminó el trabajo? Llamé una vez más y salí de mis pensamientos. Viendo que nadie me abría, empuñé mi arma y giré el pomo. La puerta se abrió y entré con cautela, temiendo lo peor. Pero vi el comedor intacto, tal cual estaba cuando nos fuimos, sin signos de lucha, tan solo los agujeros de bala que dejamos en las paredes. Pero la pareja de ancianos no estaban en el salón y tampoco en la cocina. Los llamé en voz alta por sus nombres, pero no obtuve respuesta. Solo silencio. Pensé que quizás, con todo lo que había ocurrido, decidieron marcharse al poco de irnos nosotros. Pero, ¿a donde se podían haber dirigido una pareja de ancianos, solos y con todo lo que había fuera? Lentamente, subí las escaleras dirección al piso superior. Mi primer destino fue la habitación de Joaquín y Mercedes. Al abrir esta, comprendí todo. Nada más abrir esta puerta, el fuerte olor casi me tumba. Si algo he aprendido es que siempre que mi nariz huele este hedor a muerte, tengo que apuntar mi arma y prepararme para lo peor. Pero en esta ocasión no hacía falta que me pusiese en guardia. Tendida sobre la cama, bocarriba y con un impacto de escopeta en la cabeza, estaba Mercedes. La anciana yacía sobre las sábanas empapadas de sangre seca y parecía que en el momento de la muerte, estaba durmiendo o, en su defecto, esperando el tiro en la posición más digna posible. El resto de la habitación estaba impoluto y sin ningún destrozo. Salí de la habitación preguntándome que había pasado aquí y donde estaba Joaquín. Lo busqué por todas las habitaciones y no dí con él hasta que no llegué a la última habitación del piso superior, la habitación donde ocurrió el pequeño incidente con la familia reanimada de los ancianos. Nada más abrir la puerta, vi que la sala estaba envuelta en penumbra, tan solo iluminada por unos rayos de sol del ocaso que se colaban por las rendijas de la persiana. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude vislumbrar en la oscuridad una silueta en una esquina de la habitación. Aun así, no distinguí más, así que busqué en mi mochila mi linterna y cuando la encontré, hice uso de ella. Nada más alumbrar la habitación, me pegué un tremendo susto. Esa silueta de la esquina era Joaquín. Más bien, lo que quedaba de él. Sentado en una esquina, tenía la escopeta enganchada de una mano y su rostro... el rostro del anciano era irreconocible. Se había suicidado pegándose un tiro en la cabeza y el impacto le había arrancado medio rostro. El lado izquierdo de su cabeza era un mejunje de sangre seca y trozos de hueso, con la mandíbula colgando tan solo por un trozo de carne. El olor era inaguantable. Habría salido de la habitación si no fuera porque junto a su cadáver había un folio de papel que me llamó la atención y el cual me acerque a inspeccionar. Cuando lo tuve en mis manos confirme mis sospechas. Era una nota escrita del puño y letra de Joaquin. La nota de reglones torcidos y temblorosa escritura, decía:

"No hay motivo para seguir viviendo. Satán vino con aquellos forasteros, ellos destrozaron nuestro pequeño santuario, ellos lo mancillaron, nos arrebataron a nuestra familia. Ya no hay motivo para seguir en este mundo y solo espero que Dios perdone lo que he hecho y voy a hacer. Mercedes no lo aprobaría, por eso he acabado con su sufrimiento mientras dormía. Para ella ya ha terminado esta agonía terrenal y se ha ganado la entrada al reino de los cielos, pero yo, con ese acto y el siguiente que voy a realizar, me he ganado el tormento eterno. Me voy a quitar la vida. Oh, Dios misericordioso, ten compasión de mi alma y perdona estos dos pecados"

Nada más terminé de leer la nota, miré el cadáver de Joaquín. Me invadió la pena y el sentimiento de culpa en ese instante. Pero esté desapareció en cuanto el cadáver de Joaquín abrió su único ojo y lo clavó en mi. Me sobresalté y la linterna cayó de mis manos, rodando por el suelo. Reculé rápidamente mientras oía como se levantaba el cadáver de Joaquín. Descolgué el rifle de mi hombro y apunté hacía donde supuse que se encontraba Joaquín. El disparo ilumino la habitación. Ese destello me permitió ver la posición de este, pero no hizo falta un segundo disparo. Un golpe seco en el suelo me confirmo que había acertado en el blanco y se había desplomado en el suelo. Cogí la linterna y alumbré para ver que estaba en lo cierto. Tendido en el suelo yacía Joaquín. El disparo le había impactado en el cuello y prácticamente le había cercenado la cabeza. Aparté la mirada horrorizado. En ese instante, tuve mi segunda sorpresa. Unos pasos a mi espalda me alertaron de que no estaba solo. Me giré y descubrí que tras de mi estaba Mercedes, con los brazos extendidos hacía mi y la boca desencajada. De un rápido movimiento, le propiné un culatazo con el rifle en la cara y conseguí tumbarla. No le dí tiempo a levantarse y le disparé en la cabeza. La bala atravesó su frente y se clavó en el suelo de madera. Después de esto, salí a toda prisa de la habitación, cerré la puerta y me baje al salón. Allí me senté en un sillón y me quedé en silencio durante una hora. Me sentía fatal, fatal porque le arruinamos la vida a esa pareja de ancianos que vivía apaciblemente antes de nuestra llegada, fatal porque acababa de dispararles... Me sentí destrozado, pero de mis ojos no brotó ni una lágrima. Quizás es porque ya he derramado tantas desde que esto empezó que ya no me quedan. No se ni como ni cuando, pero me quedé profundamente dormido. Tampoco se cuanto dormí, 3 o 4 horas quizás, pero lo que si que sé es porque me desperté. El sonido de cientos de cristales rompiéndose me alarmaron. Por unos instantes, aturdido por el sopor, no supe donde me encontraba. Cuando me ubique, encendí la linterna, ya que ya había anochecido y estaba rodeado de oscuridad. Los ruidos de cristales seguían sonando y al primer lugar donde enfoqué fue a las ventanas. Lo primero que vi fueron varios brazos que habían atravesado el cristal de la ventana y se agitaban violentamente. Las otras dos ventanas de la izquierda estaban igual. El sonido de otro cristal rompiéndose me volvió a sobresaltar. Enfoqué a mi derecha y vi que en la ventana del fondo del salón asomaba la cabeza de un merodeador, junto a varios brazos más. De un rápido movimiento, este merodeador descolgó el cuerpo por la ventana y se dejó caer al interior del salón. Empuñe mi rifle y le disparé, impactándole el proyectil en el pecho. Solo conseguí frenarlo y ganar tiempo. Corrí en dirección a la puerta de la casa, pero tras ella pude oír como la estaban golpeando. Viendo que escapar por la única salida de la casa era imposible y que los merodeadores estaban comenzando a entrar en la casa por las ventanas, solo se me ocurrió correr en dirección a las escaleras y subir al piso superior. Una vez allí y escuchando los gemidos de los merodeadores, cogí un aparador y lo lancé escaleras abajo, con el fin de entorpecer y retrasar a los merodeadores que no tardarían en subir. Hice lo mismo con otro aparador de una de las habitaciones. Cuando alumbré hacia el piso inferior, descubrí que el salón estaba repleto de merodeadores que caminaban hacía las escaleras y por las ventanas no paraban de entrar más y más. De nada iba a servir que siguiera tirando muebles por las escaleras. Nada los iba a frenar. Ascendí al último piso y entré a la habitación donde estaban los cadáveres de Joaquín y Mercedes. Cerré la puerta y la bloqueé con un armario. Acto seguido, corrí al fondo de la habitación, tomé posición tras una cama y, fatigado, recargué el rifle. Permanecí apuntando hacía la puerta mientras la luz de la linterna enfocaba hacía esta. Iluso de mi, tuve esperanza de que cuando subieran y no me encontrarán, se marcharían. No fue así. No tardaron en comenzar a golpear la puerta. Primero, golpes que poco a poco fueron aumentando en número, hasta convertirse en terribles embestidas que hacían temblar el armario. Este, por cada embestida, se iba separando de la puerta y esta no tardó en abrirse, haciendo que el armario cayese volcado, chafando el cadáver de Mercedes. Disparé hasta agotar el limitado cargador. Abatí a unos cuantos, pero habían muchisimos. Solo me quedaba una escapatoria y la aproveché. Me levanté y corrí hacia la ventana, rompí el cristal, rompí la persiana y enfoqué la linterna al vació. Era una considerable caída, pero no tenía otra opción. Eso o ser devorado por los merodeadores. Enfoqué nuevamente a mi espalda y pude ver que todavía estaban al fondo de la habitación. Busqué en mi bolsillo el mechero y, lo más rápido que pude, prendí una de las cortinas. El fuego avanzó rápido por estas y, acto seguido, lancé mis pertenencias al vació y salté. No se ni como sobreviví a esa caída. Quizás, el suelo embarrado amortiguo mi caída. Fuese como fuese, tuve suerte y ni siquiera me rompí un hueso, solo me hice daño en los pies y en las costillas al rodar por el suelo. Nada más. Cogí mis cosas y me asusté al ver la gran cantidad de merodeadores que había agolpados en las ventanas de la casa. Pero estos estaban tan concentrados en entrar que no repararon en mi. Corriendo, busqué mi moto, monté, arranqué, y me marché campo a través. De camino hacía la autovía me encontré a varios merodeadores que iban rumbo hacía la casa. Como pude, los esquivé. Cuando llegué a la autovía, miré hacía la casa. En la oscuridad de la noche, se alzaban las anaranjadas llamas que estaban consumiendo la casa. Estas se habían propagado por parte del piso superior, pero no tardarían en consumir la casa entera. Permanecí durante unos minutos observando las llamas y me marché. Ese fuego alertaría a todo el que lo viese a kilómetros a la redonda y no era de extrañar que algún grupo de indeseables acudiese a husmear, en el cual incluyo al Skull Korps, así que me marché en seguida. Me marché con la pena de no poder dar un entierro digno a la pareja de ancianos. A ellos les habría gustado descansar junto a su familia, la cual descansa enterrada cerca del porche...

Como me indicó Iván en su mensaje, me he dirigido hacia el norte. Estoy a varios kilómetros de donde se encuentra Belén y los demás, para ser más exactos, bastante cerca de Tarragona. He permanecido estos días buscando pistas que me ayuden a encontrar a Iván y he encontrado restos de actividad humana. Hace unos días, en el arcén de la carretera, encontré cenizas de una hoguera junto a unas latas de cerveza vacías y restos de comida. Al poco de esto, encontré en plena autovía varios casquillos de bala y dos merodeadores abatidos no hace mucho. Mi último hallazgo ha sido hoy. He encontrado las marcas de un frenazo de moto. El diámetro del neumático es el mismo que el de mi Harley, por lo cual, estoy casi seguro de que se trata de la moto de Iván.

Siento que estoy cada vez más cerca de él...


- Erik -



lunes, 5 de julio de 2010

+ 05-07-10 + Partiendo en silencio

Solo hace unos días de que hice saber a todo el grupo mi intención de ir a buscar a Iván. Como era de esperar, la noticia fue aceptada con desacuerdo. Solo Elena apoyo mi idea. Los demás me lo intentaron quitar de la cabeza prácticamente al momento de exponer mi idea. Belén me dijo que ni se me ocurriera, que por nada del mundo iba a permitir que me marchase a buscar a Iván, ni solo ni acompañado. Remató su opinión diciendo que Iván, si no había vuelto, es porque casi seguro había muerto y que su vida no merecía poner en peligro las nuestras saliendo en su busca. Eduardo, la siempre voz madura y razonable del grupo, le dio la razón a Belén, matizando que mi intención era buena solo si tuviésemos la certeza de que Iván esta vivo, pero que no es así, no sabemos si esta vivo o muerto. María, moviendo la cabeza de lado a lado en forma de negativa, pronuncio tan solo un "Quitatelo de la cabeza, Erik. No merece la pena". Hans, clavando sus ojos azules en los míos, con expresión de impotencia, dijo "Yo empiezo a estar demasiado mayor para estos trotes...". Solo Elena dijo que estaba dispuesta a acompañarme con tal de que la misión se realizase. Por lo visto, echa más de menos a Iván de lo que yo pensaba. Cuando esta se ofreció a acompañarme, Belén le lanzó una mirada de odio y le dijo en tono amenazante "Ni lo sueñes. Tu no te vas con mi chico a ninguna parte". Antes de que la niña tuviera tiempo de replicar, les dije que lo olvidaran, que me lo quitaba de la cabeza. Belén me sonrió al oír esto. Después de esta conversación y sintiéndome mal por decir algo que no pensaba hacer, y, sobretodo, por mentir a Belén, me aleje para sentarme en las escaleras de la entrada. Allí permanecí un buen rato, dándole vueltas al asunto. Había estado estudiando los mapas y trazando rutas a escondidas los días anteriores. Más o menos, me había hecho una idea de hacía que lugares podía haberse dirigido Iván. En ese momento, vi a Eduardo caminando hacía mi posición. Cuando llegó a donde yo me encontraba, se sentó a mi lado y me dijo "¿Sabes una cosa? En todo este tiempo que llevamos juntos, he llegado a conocerte mejor que si te hubiera parido. Antes de que des un paso, ya se a donde te vas a dirigir, antes de que hables, ya se lo que vas a decir, antes de que pienses algo, ya se que vas a pensar. Y no es que seas predecible, créeme. Por ello, ya se que estas tramando, ya se que te ronda la cabeza. Cual asno testarudo que eres, se que te quieres marchar solo en busca de Iván. ¿A que he dado en el clavo?". Sorprendido y con miedo de que se lo dijera a los demás, le contesté que no, que en ningún momento se me había pasado por la cabeza marcharme solo. Segunda mentira. Era mi idea desde un primer momento. Eduardo soltó una carcajada y me dijo "Eso no te lo crees ni tú. Ahora me dirás que nunca lo has hecho. No vengo a recriminarte que tengas pensado eso y mucho menos a sonsacarte para decírselo a los demás. Se que eres un gran tío, muy noble, y te reconcome pensar que hay un compañero que puede estar en apuros y tú estas aquí sin hacer nada. Esa es una de tus virtudes. Por eso quiero que, antes de hacer eso, sepas que yo te acompaño. Sabes que opino igual que los demás, pero por ello no voy a dejar a un amigo en la estacada y a su suerte. Necesitaras a alguien que te cubra la espalda, ¿no?. Pues ante eso no hay nada. Así que, antes de hacer la locura de irte solo, cuenta conmigo, ¿vale?". Contesté un "Claro" sonriendo y le di una palmada en la espalda, la cual me devolvió antes de levantarse y marcharse. Tercera mentira. Aunque le agradezco su ofrecimiento, ya dije en la entrada anterior que no pensaba poner en peligro la vida de nadie por una decisión mía. En ese momento, decidí cuando poner en marcha mi plan. Lo haría el día 5 y antes de que amaneciese. Y así lo he hecho.

Hoy, día 5, no he pegado ojo en todo la madrugada. El día anterior, durante la cena junto a mis compañeros, sentí un fuerte pesar. Mientras Belén me hablaba como si nada, cuando me besaba, cuando Eduardo me decía de ir hoy a darnos un baño al río situado a 2 kilómetros de aquí, cuando todos reían, yo no paraba de pensar en que hoy tenía planeado marcharme sin decir nada. No me quería ni imaginar sus caras de asombro cuando descubriesen de que me había ido y lo que me parte más aun el alma, saber el tremendo disgusto de Belén y las lágrimas que iba a derramar por mi. Por ello, ayer por la mañana, en un descanso de las tareas del campo, me alejé para sentarme bajo un pino y allí le escribí la carta que hoy le he dejado a Belén en la mesita de noche. El contenido de la carta es este:


Estimada Belén:

Te preguntarás el porque hoy no he amanecido en la cama junto a ti como todas las mañanas. Quizás hayas pensado que me he levantado más temprano y estoy en el salón comedor. Pero al leer esta carta, te habrás dado cuenta de que no es así. Antes de nada, quiero decirte que no quiero ni que derrames una lágrima, ya que no hay motivo para que lo hagas. No me he muerto ni me he marchado para siempre. No se si recordaras que hace unos días os hable de mi intención de ir a buscar Iván. Bueno, nadie mejor que tú sabe la de vueltas que le he dado a esto desde que terminó el plazo en el que Iván tenía que estar de vuelta. Bien. Me he marchado en su busca. Cuando os hable de esto, no era para organizar un equipo de búsqueda. He tenido muy claro desde un primer momento que a esta misión tenía que marchar solo. ¿Por qué? Pues porque estoy harto de ver como no paran de morir compañeros, personas que poco a poco se han ido convirtiendo en nuestra única familia y de la noche nos han sido arrebatadas. No me acostumbro, cariño. No me acostumbro al mundo que vivimos, al hilo tan fino que separa la vida de la muerte. Siempre que ocurre esto, siento como si me golpearan el alma con una maza. Siento que, tal cual caen estas personas, puedes ser tú la siguiente que me abandones. Todo esto me atormenta. Por el mismo motivo que marcho a buscar a Iván, no os dejo participar en la búsqueda.

Se que ahora estarás diciéndome de todo por haberte hecho esto. Y te comprendo. Yo haría lo mismo. Pero ya sabes como soy. Me pierden mis principios. Pero no te preocupes. No me va a pasar nada y en cuanto zanje este asunto, para bien o para mal, vuelvo junto a ti (se que me recibirás con un buen sopapo, el cual me merezco :P) y no me vuelvo a separar de tu lado jamás.
No se cuantos días me llevará esto. Es posible que unas semanas, todo depende de como transcurran los días y me duren las provisiones. Por lo demás, estate tranquila. Voy armado y con suficiente munición, por lo cual, no hay nada que temer. Ya sabes que en todo este tiempo, todos hemos aprendido lo suficiente como para salir airosos de situaciones difíciles. Así que no padezcas. Y... si en el peor de los casos, sucede lo que NO va a ocurrir, o sea, que yo no vuelva, cosa que, repito, NO va a ocurrir, quiero que sepas algo. Lo eres todo para mi. Si del apocalipsis dependiese que nos volviéramos a conocer, no dudes que firmaría porque ocurriese de nuevo. Eres lo que siempre he buscado, el equilibrio que ha faltado en mi vida desde que existo. Ese equilibrio que me ha devuelto las ganas de vivir, las ganas de ver un nuevo amanecer, de respirar un día más, de EXISTIR. Ese algo que nunca tuve y que no pienso renunciar ahora que por fin lo he encontrado. No hay día que no recuerde la primera vez que te vi. Tu hermoso pelo, tus preciosos ojos, tus labios, me enamoraron desde un primer momento. Eras un ángel en medio del infierno. Lo último que esperaba encontrar entre tanto horror. Y mucho menos esperaba que ese ángel fuese para mi. Quien me lo iba a decir... Por todo eso, no pienso permitir que me arrebaten de tu lado. No ahora. Así que solo te pido que me esperes y que no pierdas la esperanza, ya que volveré en cuanto menos te lo esperas. Te lo prometo, cariño. Tú solo espérame.

Te amo, cielo.

Erik


P.D. Explícales a todos porque me he marchado sin avisar. Sobretodo a Eduardo, y pídele perdón de mi parte, por faltar a mi palabra. ¡Ah! ¡Lo olvidaba! Ni se os ocurra salir en mi busca. No lo hagáis, por favor. Se lo que me hago.


La carta la he dejado en la mesita de noche, junto a la lámpara, lo suficientemente a la vista para que Belén la vea. En el momento de marcharme, he sido lo más silencioso posible para evitar despertarla. Antes de salir por la puerta, he mirado a Belén. Ella estaba tan bonita como siempre, durmiendo y ajena a todo lo que yo me disponía a hacer. He sentido una tremenda nostalgia y las lágrimas han saltado de mis ojos. No he podido contenerme y me he acercado a ella, le he acariciado el pelo suavemente y le he besado la mejilla muy despacio. Quizás sería la última vez que la viera. En ese momento, le he susurrado que volvería antes de que empezara a echarme en falta, que se lo prometía. En ese mismo instante, Belén, entre sueños, ha empezado a hablar. Era como si estuviera asustada y repetía mi nombre una y otra vez. Con mucha delicadeza, me he alejado de la cama y he salido por la puerta. Entre la oscuridad del pasillo, he andado en dirección al cuarto trastero donde guardamos parte de nuestras armas. Este esta ubicado al fondo del pasillo, cerca de la puerta de la habitación de Miguel. Mientras me iba acercando a esta habitación, he comenzado ha distinguir una serie de ruidos y voces que me ha llamado la atención. Al principio, me hicieron dudar de si seguir o abortar la misión, pero decidí continuar. Parecía que se trataba de una discusión en alguna de las habitaciones, nada más. Mi sorpresa ha sido cuando he averiguado de que habitación se trataba: los ruidos provenían de la habitación de Miguel. He sentido tanta curiosidad por lo que estaba pasando que no he podido resistirme a pegar la oreja en la puerta. Era como si allí dentro hubiese una batalla campal. Pude distinguir como si alguien estuviese rompiendo todo el mobiliario de la habitación. De repente, los ruidos cesaron y unos lamentos se hicieron oír. Era Miguel. Este comenzó a decir: "Señor, ¿por qué? ¿por qué me has abandonado cuando más te necesito? ¿por qué ya no te revelas ante mi, tu humilde siervo? ¿que estamos haciendo mal? ¿por qué hemos despertado tu cólera hacia nosotros? Dímelo, hazme una revelación y yo enmendaré el error...". Después de esto, Miguel ha estallado a llorar desconsoladamente. Ahora ya no me cabe duda de que hasta él mismo se creé su propia historia. Al menos, si es así y la cosa no cambia, seguirá siendo un simple inofensivo beato. No he querido arriesgarme a escuchar más y he continuado hasta llegar al cuarto trastero. Como yo esperaba, las armas seguían en su sitio y ni siquiera nadie las había tocado. Cogí el rifle semi-automático, llené la mochila con toda la munición que pude y me marché camino a la salida del edificio.

Cuando he abierto la puerta, he visto una silueta prácticamente encima mía que me ha sobresaltado y me ha hecho encañonar mi arma rápidamente. Menos mal que no hice caso a mi instinto y no abrí fuego. Se trataba de Eugenia, la famosa chica que no hablaba. Ésta, al verme apuntándole se ha sobresaltado y ha puesto cara de espanto. Rápidamente he bajado el arma y la he comenzado a tranquilizar. Ésta se ha alejado de mi y se ha acurrucado en una esquina, como si temiera que le hiciese daño. Le he preguntado que hacía sola en el exterior del edificio a esas horas, que no había amanecido y que era peligroso. Obviamente, no contestó. Le dije que se metiera dentro del edificio y, antes de que acabará la frase, corrió hacia el interior. Sin tiempo que perder, me he dirigido hacía el que sería mi vehículo: la Harley-Davidson. Aún conservaba las llaves que me dio Iván antes de su partida. Sabía que poner en marcha la moto en el mismo aparcamiento iba a ser una locura, ya que si las Harleys son conocidas por ser unas motocicletas preciosas, también lo son por su inconfundible y ruidoso rugido, por eso me he alejado del lugar llevando la moto apagada. La he puesto en marcha cuando he calculado estar lo suficientemente alejado. Habría andado un poco más, pero andar este camino en plena oscuridad me ponía cada vez más nervioso. No he parado de pensar que enfrente de mi podía haber un merodeador y no lo iba a ver hasta que lo tuviera mordiéndome el cuello. Cuando metí la llave y la giré, esta arrancó sin problema. Una vez encima, he comprobado que el depositó estaba prácticamente lleno, he acelerado y me he alejado a toda velocidad. Con el viento acariciando mi cara, he recordado la última vez que cogí una motocicleta de este calibre. Como recordaréis, el desenlace no fue nada bueno y todo por mi exceso de confianza al manillar, por lo cual, hoy he conducido de forma prudente y sin excederme en la velocidad. En esta ocasión no me acompaña Thor para sacarme las castañas del fuego.

He permanecido toda la mañana conduciendo y mi primera parada ha sido la gasolinera en la cual Iván encontró la hebilla del Skull Korps. Si me he dirigido aquí ha sido con la esperanza de encontrar alguna pista que me conduzca a donde se ha dirigido Vladimir (por mucho que diga Iván, sigo sin creerme que este vivo) y sus hombres. Averiguando esto, me haría una idea de hacía donde se había dirigido Iván. Llegar a la gasolinera me ha costado varias horas, y por el camino me he encontrado con multitud de merodeadores vagando por la carretera y con alguna pequeña horda que me ha obligado a desviarme. Cuando he llegado a mi destino y después de comprobar que la zona estaba despejada, he comenzado a indagar. He comenzado por el exterior. La zona, aparentemente, estaba igual que el día que llegamos por primera vez. No parecía que nadie hubiese ido después. Me he fijado en todos los detalles y solo algo ha llamado mi atención. Había un charco de aceite de motor y unas pisadas de bota que habían chafado el charco, dejando varias huellas. En seguida he pensado en Iván y las botas que calza, pero luego he recordado que esa clase de botas y similares también las calzara el Skull Korps al completo, por lo tanto, no se si esas pisadas son recientes o posteriores a nuestra visita. Viendo que no encontraba nada, he entrado al comercio de la gasolinera. Aquí, el aire era prácticamente irrespirable. Un pútrido hedor envolvía la sala y era imposible permanecer aquí sin taparse la nariz. A varios metros de la entrada, cerca del mostrador, yacía el cuerpo inerte del merodeador al cual Iván le cogió la hebilla. Este ya era una masa pútrida y purulenta, embadurnada en líquidos pegajosos y de diversos colores parduzcos. Casi vomito cuando he visto que estaba completamente lleno de gusanos y tenía un brazo separado del cuerpo. Por lo visto, las alimañas se habían dado un festín con él. He inspeccionado la sala lo más rápido que he podido, pero no he encontrado nada que me llamé la atención. No, al menos, hasta que me he girado para salir. En la pared y escrito con spray de pintura negra, ponía: "ERIK, CABRONAZO, TE DIJE QUE NO ME BUSCASES. POR SI TE INTERESA, ESTOS PERROS SE FUERON HACIA EL NORTE, DIRECCIÓN TARRAGONA-REUS. NO ME PREGUNTES COMO LO SÉ. IVÁN 18/06/10". Al parecer, esto lo escribió a los siete días de irse. Y como no, sabía que iba a ir en su búsqueda. Mucho ha llovido desde entonces. Si al menos hubiese sido un escrito reciente, podría saber que sigue vivo.

He perdido casi todo el día trazando nuevas rutas en los mapas. Esta pista me ha obligado a cambiar todas las rutas que pensaba tomar y que había trazado días anteriores. Al menos, ya se algo, y es que se ha dirigido en dirección norte, por lo tanto, me toca desandar todo lo andado. Aun me quedan horas de luz, pero creo que no voy a seguir por hoy con el camino. Quiero buscar algún lugar seguro para pasar la noche. Y creo que se donde me voy a dirigir. A la casa de los abuelos. Se que lo que ocurrió durante nuestra estancia allí hizo que se cabrearan bastante con nosotros, por lo cual nos echaron, pero quizás me dejan pasar solo una noche allí y, ya de paso, les informaré de la 'Iglesia del fin de los tiempos'. Quizás, cuando les hablé de que son religiosos como ellos y demás, accedan a ir. La verdad, dejar a esa pareja de ancianos allí, es una espinita que se me ha quedado clavada. Y más después de la metedura de pata que hicimos. Si no me dejan pasar noche en la casa, dormiré en su granero sin que ellos se enteren. Ya comprobamos que esa zona es segura, además, es la mejor opción, ya que tengo que pasar por esa zona de todas formas.

Bueno, os mantendré informados.


- Erik -