miércoles, 29 de diciembre de 2010

+ 29-12-10 + El día del juicio final: Y la ira hizo aparición

Como os contaba ayer, la situación fue la siguiente. Belén estaba a punto de ser lanzada al foso mientras yo me encontraba maniatado e inmovilizado en el fondo del altar. La rabia e impotencia me consumía y yo solo podía gritar. Por mi cabeza pasaba todo tipo de cosas, todo tipo de recuerdos junto a Belén y, por momentos, me venía abajo. Las fuerzas me abandonaban y comenzaba a sentir que perdía el control de mis actos, los cuales no concordaban con las acciones que mandaba mi cerebro. Solo se que gritaba, chillaba con rabia, pero no sé ni que decía, ni siquiera sé de que servía hacerlo. Estaba todo perdido. Belén iba a ser asesinada y, acto seguido, nosotros seríamos los siguientes. Sinceramente, si Belén moría, yo tenía que hacerlo tras ella o mi vida se convertiría en un tormento. Fuese el desenlace que fuese, yo ya estaría condenado. Asesinado por ellos o muerto por un acto de desesperación mio. Pero lo que allí ocurrió fue algo que jamás habría imaginado. Algo lo cual ha cambiado el rumbo de lo que allí estaba sucediendo.

Miguel estaba a punto de empujar a Belén al foso, cuando los cánticos de la comunidad cesaron, dando paso al sonido que producen miles de cristales aterrizando en el suelo. Miguel y Juanca levantaron la cabeza rápidamente y frenaron la acción de lanzar a Belén al pozo. Yo, sin saber a que se debía aquel sonido, hice los mismo. Allí, en medio de aquel silencio sepulcral, roto solo por los gemidos guturales de los merodeadores que rodeaban el edificio, sonó un golpe seco. Había aterrizado algo en medio de la sala, en el pasillo central que había entre las dos hileras de bancos. Algo que rebotó dos veces y rodó unos metros hasta detenerse por completo. En un primer momento, no supe identificar de que clase de objeto se trataba, ya que me encontraba bastante alejado y la anaranjada luz de las antorchas no era suficiente. Descubrí de que se trataba cuando del público allí presente, se escuchó una voz, precedida de un grito, que dijo "¡Dios misericordioso! ¡Es la cabeza del hermano Martin!". No había terminado de pronunciar la frase, cuando otra de las ventanas del mismo lado del edificio estalló en mil pedazos. Por esta también entró otro objeto, el cual era más grande. Este, que si que lo pude identificar, aterrizó sobre la tercera hilera de bancos, en medio de los que allí habían sentados. Era un torso humano, seccionado desde la cintura y sin cabeza. La gente comenzó a gritar y todos los de ese lugar se levantaron de los bancos, huyendo del torso. La gente había entrado en estado de pánico y la confusión reinaba, mientras que Miguel gritaba a su gente para tranquilizarlos. Recuerdo que decía "¡¡Hermanos, tranquilizaos!! ¡¡Esta es la casa del señor, aquí nadie os podrá hacer daño!!". Como si de un aviso de tratara, un tercer objeto entró por la misma ventana. Pero esta vez no era parte de un cadáver, sino un objeto llameante, lo que parecían varios troncos en llamas. Estos aterrizaron sobre la gente, impactando de pleno sobre individuos que todavía seguían sentados y sobre algunos otros que se habían levantado con anterioridad. Ahora si que la situación era incontrolable. Toda la comunidad estaba en pie, gritando y moviéndose por toda la iglesia. Algunos intentaban buscar seguridad debajo de los bancos, otros se movían desesperados de un lado a otro. Vi como un hombre abrazaba a una mujer en símbolo de protección, mientras esta gritaba asustada. Vi a otros, un grupo de tres individuos, como se arrodillaban y comenzaban a rezar. Todo aquello era un caos y el pánico fluía de persona a persona, contagiandolos a todos. Yo, viendo aquella escena, me dejé llevar por una especie de ataque de histeria, supongo que a causa de los nervios de la situación anterior, y comencé a reír compulsivamente. Poco a poco, me reía más y más fuerte, hasta tal punto, que mis compañeros, atados a mi lado me comenzaron a mirar y a preguntarme que me ocurría. Pero yo continué riéndome y observando a Miguel dirigirse a la gente sin poder calmarlos. Fue entonces cuando le grité "¡Miguel! ¡Hijo de la gran puta! ¡¿Donde esta tu Dios ahora, eh?! ¡¿Donde?! ¡¡Ha llegado la hora de que te reúnas con él!!". Este, al escuchar mis palabras, se giró y me lanzó una mirada la cual me habría fulminado si hubiese podido. Vio como yo me reía a carcajadas y levantó su mano señalándome con el dedo indice. Entonces, exclamó "¡¡Hijo de Satán!! ¡¡Yo te maldigo!! ¡¡Que la ira de Dios caiga sobre ti y se torne maldito todo lo que este a tu lado!!". Estaba colérico, pero yo, a pesar de sus maldiciones, me reía más. Y esto lo trastornaba más. Pero fue entonces cuando ocurrió el milagro. Aquel que tanto y tanto esperaba. La gran vidriera que había tras nosotros estalló produciendo un fuerte sonido. Acto seguido, una serie de pequeñas explosiones inundaron la sala, ensordeciendome. Eran disparos de fusil de asalto. En el transcurso que tardé en girar la cabeza para ver que estaba ocurriendo, vi como un gran bulto aterrizaba en el suelo, a pocos metros de mi, mientras los disparos dejaban de oirse. Dicho bulto era una persona, la cual se puso en pie rápidamente. Al principio, no supe de quién se trataba, pero al oír su voz y las palabras que me dirigió, que fueron "Llego justo a tiempo, ¿verdad?", no tardé en reconocerlo. Se trataba de ¡Iván!. En esos instantes, comencé a creer que todo lo que estaba sucediendo se trataba de un sueño o de algún tipo de delirio. ¡Si lo había dado por muerto! ¡Era prácticamente imposible que estuviese allí después de tanto tiempo! ¿Como podía ser que casualmente aparecía ahí, en ese justo momento? Todo ello tiene una explicación, pero yo, en ese momento, creía que todo eso no estaba sucediendo y era irreal, producto de mi mente. La visión de Iván era tan imponente como agresiva. Estaba a poca distancia de nosotros, erguido y sosteniendo un fusil de asalto con las dos manos. Tenía un aspecto algo demacrado, como más delgado, pero aun así, seguía siendo un individuo terriblemente grande. La sala estaba en silencio, salvo algunos gritos aislados. Todo el mundo, incluido Miguel, estaba observando a Iván. Miguel lo miraba con cara de sorprendido, como si no comprendiese que hacía él ahí. Entoces rompió el silencio, gritando "¡¡Maldito!! ¡¡Has escapado!! ¡¡El pecado de la ira ha escapado!!". Iván, haciendo caso omiso, sacó un machete de su cinturón y se me acercó. Mientras cortaba las cuerdas que ataban mis manos, me dijo "Suéltalos a todos. Yo me encargo de estos. Cuando hayas terminado, coge a Belén y salir de aquí. Dirigiros a los coches y cuidado, los exteriores están llenos de podridos". Entonces me entregó el cuchillo y comenzó la orgía de sangre.

Mientras yo soltaba a mis compañeros y bajo la atónita mirada de todos, Iván alzó su fusil y gritó "¡¡Hijos de la gran puta!! ¡¡Aquí esta la ira, el enviado de Satán, quién os va a joder a todos, sectarios!!". El cañón de su arma comenzó a escupir fuego mientras Iván gritaba como un loco. Las balas atravesaron la sala y comenzaron a impactar por todas partes. Pude ver como Miguel corrió y se lanzó al suelo, cubriéndose tras unos de los bancos. Juanca hizo lo mismo y Belén quedó expuesta y abandonada al borde del foso. En esos momentos temí que alguna de las balas alcanzaran a Belén, pero Iván sabía a donde disparaba. Lo estaba haciendo sobre el tumulto de sectarios que se aglomeraban al fondo de la sala. Pude ver como los disparos alcanzaban a la gente, mientras estos intentaban huir y ponerse a cubierto. La sangre saltaba tintando las paredes y los trozos de carne volaban de un lado a otro. Mientras, yo solté al último de mis compañeros. En ese mismo instante, Iván vació el cargador y los disparos cesaron, dejando al descubierto los gritos de los sectarios. Había abatido a un gran número de ellos, los cuales yacían en el suelo, pisoteados por la muchedumbre asustada, pero aun quedaban más de la mitad. Iván lanzó al suelo el arma descargada y de su chaqueta sacó un hacha. Yo me quedé atónito cuando lo vi empuñar este arma y correr hacía la muchedumbre, lanzándose sobre ellos mientras profería un colosal grito. Estaba fuera de si, se había convertido en una bestia. Hacha en mano, se encontraba en medio de la gente, dando golpes certeros. Era una escena digna de cualquier película gore: la sangre saltaba a chorros y los miembros amputados caían al suelo mientras la gente gritaba despavorida, intentando huir de Iván. Yo corrí hasta llegar a Belén y comencé a cortarle las cuerdas que ataban sus manos. Cometí un error, que fue confiarme. Como salido de la nada, apareció alguien que se lanzó sobre mi y me derribo. Tumbado en el suelo y con esa persona encima mía, descubrí de quién se trataba. Era Miguel. Me tenía inmovilizado y al borde del foso. Mi cabeza estaba suspendida sobre este y pude ver como los merodeadores del interior alzaban sus brazos para atraparme. En el golpe que me había propinado, había perdido el puñal y con este, mi única posibilidad de librarme de Miguel. Recuerdo que intenté forcejear, pero era inútil, tenía sobre mi todo su peso y no podía escapar. Fue entonces cuando Miguel me rodeó el cuello con sus manos y comenzó a estrangularme. Cuando cierro los ojos, aun veo su mirada inyectada en sangre clavada en mi y diciendome "¡Tú eres el culpable de todo esto, hijo de Satanás! ¡Tú! ¡Yo soy el mesías y voy a acabar contigo!". Sus manos me apretaban con una fuerza sobrehumana y ya comenzaba a faltarme la respiración. A mi izquierda pude ver a Belén, llorando y gritándole que me soltara. Pensé que sería la última imagen que iba a ver antes de morir, pero de repente, las manos de Miguel dejaron de apretar y este se giró. Antes de caer a un lado y dejarme libre, profirió un "Maldita traidora". Tras él y con el puñal ensangrentado en la mano, estaba Eugenia, la chica muda, aquella que conocimos poco antes de llegar a la maldita iglesia de Miguel. Esta me miró y soltó el puñal. Acto seguido, salió corriendo. Yo miré a Miguel y lo vi arrastrándose como un gusano, con la túnica por la parte de la espalda empapada en sangre. No me lo pensé dos veces y ande hacía él. Este siguió arrastrándose mientras me dijo "Atrás Satanás". Yo le contesté "Dije que acabaría contigo. Reúnete con tu creador, mesías" y le propiné una patada, la cual lo hizo precipitarse al interior del foso. Los merodeadores, al verlo caer, centraron su atención en él. Pero como era habitual, estos no le atacaron, solo se dedicaron a husmearlo. Miguel se puso en pie y me gritó "¡Soy invisible para sus ojos, inepto! ¡Soy el enviado de Dios, ellos no me atacaran!". Habló demasiado pronto, ya que si bien es cierto que debido a su enfermedad los merodeadores no lo veían como "comida", la sangre que brotaba de su espalda lo delató como a un humano más. Como tiburones al olor de la sangre, todos los merodeadores allí hacinados se abalanzaron sobre él, mordiéndole por todo el cuerpo y descarnandolo a mordiscos. Todavía tengo clavados en el cerebro sus gritos de dolor y sus palabras: "¡¡Dios todopoderoso, detenlos!! ¡¡Soy tú mesías!!". Debo reconoceros algo, y es que disfruté viendo como lo devoraban vivo, tal cual él había matado a María y Elena.

Mientras soltaba a Belén, con la mirada busqué por la sala a mis compañeros. Me resultaba muy extraño que ninguno de ellos acudiera en mi ayuda cuando Miguel me estaba estrangulando. Los encontré y pronto lo comprendí. Si bien Iván estaba demasiado atareado encargandose de los demás miembros de la comunidad, Hans y Esther estaban intentando bloquear la ventana de la gran vidriera con uno de los bancos, ya que había un gran número de merodeadores intentando entrar. Nada más liberé a Belén y después de darme un fuerte abrazo, esta salió corriendo dirección a Hans y Esther para ayudarles. Yo iba a hacer lo mismo cuando un grito de Iván se elevó por encima de los gritos de espanto de la muchedumbre y me hizo detenerme. Iván gritó "¡No! ¡Mierda!". Al girarme, vi la situación. Iván, empapado en sangre y con el hacha en la mano, estaba intentando detener a un grupo de individuos que estaban abriendo las puertas de la iglesia. La gente, al ver que se estaban abriendo las puertas, se agolparon para salir, haciendo un embudo en la puerta. Iván se intentaba abrir paso a golpe de hacha, pero no lo consiguió. Consiguieron abrir las puertas y ya os podéis imaginar lo que ocurrió. Toda la horda de merodeadores que se concentraban en la puerta recibieron a lo sectarios que intentaban salir. Al ser recibidos por estos, los de las filas más avanzadas intentaron retroceder, mientras que la gente de dentro de la iglesia, ajena a todo, empujaba para salir, formando un tapón. Yo rodeé el foso y me dirigí hasta Iván, el cual seguía intentando llegar hasta la puerta para cerrarla. Cuando llegué a su altura y rodeado por sectarios, le dije que desistiera, que no podíamos hacer nada más que huir de aquí a toda prisa. Iván me obedeció y ambos nos dirigimos al fondo de la iglesia donde se encontraban los demás. De camino a esta posición, vi algo en el suelo me perturbo. Y es que allí, tendida boca arriba, con los ojos abiertos y un profundo tajo en el pecho, estaba Eugenia. Sentí lástima por ella, sobretodo porque me había salvado la vida y yo no pude hacer nada por ella. Por unos momentos sentí profundas ganas de gritar a Iván y reprocharle lo que había hecho, de decirle que había matado a quien me había salvado la vida. Pero no lo hice por lo siguiente, y es que a parte de que no era el momento más adecuado de enzarzarme en una discusión, gracias a él no estábamos muertos. Además, él no tenía ni idea de lo que esta chica había hecho por mi. Mientras estaba compadeciéndome por Eugenia, escuché a Iván decir "Vaya vaya... Mira a quién tenemos aquí". Levanté la cabeza y descubrí a Iván apartando un banco y dejando al descubierto a Juanca. Este, acurrucado y asustado, pedía que no le hiciese nada. Rápidamente me dirigí allí y le quité a Iván el hacha de las manos. Juanca, al ver esto, comenzó a suplicarme que no le matara. Yo le contesté "Tranquilo, no te voy a matar". Al escuchar esto, comenzó a darme las gracias. Yo, sin escucharle, levanté el hacha y lo dejé caer sobre uno de sus pies, cortandoselo. El grito que profirió fue sobrehumano. Después hice lo mismo con su otro pie y el resultado fue el mismo. Entonces terminé diciéndole "Yo no te voy a matar. Lo van a hacer los merodeadores". Después, le devolví el hacha a Iván y seguimos corriendo hasta llegar a los demás. A nuestra espalda, los merodeadores ya se habían abierto paso entre la multitud y estaban dentro de la iglesia. La gente ya se había percatado de esto e intentaban huir en dirección opuesta. La iglesia se había convertido en una ratonera y el tiempo corría en nuestra contra.

Mientras Hans, Esther y Belén sostenían los bancos taponando el gran ventanal para que no entraran los merodeadores, Iván y yo comenzamos a buscar una salida segura. Ninguna lo era, ya que el edificio estaba rodeado. Hans me gritó que nos diéramos prisa, que no podían aguantar más. En ese mismo instante, vi como por un hueco entre la ventana y el parapeto se coló la cabeza de un merodeador. Intenté avisar a Hans, el cual estaba más cerca de él, pero no me dio tiempo. Este acercó su boca a la pierna de Hans y... le mordió. Este gritó y soltó el parapeto para intentar soltarse de las fauces del merodeador. Cuando lo consiguió, reculó hasta dejarse caer en el suelo. Iván, que vio esto tarde, acudió rápido y golpeó con el filo de su hacha la cabeza del merodeador, el cual estaba masticando el trozo de carne que le había arrancado. En ese mismo momento, a falta de Hans en el parapeto, este cedió y Esther y Belén lo soltaron. Fue entonces cuando comenzaron a entrar los merodeadores por la ventana. Los merodeadores que habían entrado por las puertas ya estaban a la mitad de la sala. Teníamos que hacer algo desesperadamente. Iván corrió hasta una pequeña ventana, la rompió y nos dijo que lo siguiéramos. Mientras él saltaba al exterior, levanté a Hans y lo cargué sobre mis hombros. Cuando llegamos a la ventana, Belén, Esther y yo ayudamos a Hans a salir por la ventana y después comenzó a salir Belén. Los merodeadores que habían entrado por la ventana ya estaban prácticamente encima nuestra, así que empuñe el machete y ataqué al más cercano. Le lancé un corte en el cuello, el cual apenas lo frenó. De un golpe lo derribé y me centré en el siguiente, haciéndole la misma operación. Aunque con derribarlos al suelo no conseguí acabar con ellos, al menos pude retrasarlos. No tenéis ni idea, o quizá sí, de lo difícil que es matar a un merodeador con un simple cuchillo. Si no diriges el arma a la cabeza es imposible acabar con ellos. Bien, había conseguido retrasarlos cuando Esther saltó al exterior por la ventana. Entonces me dispuse a hacer lo mismo. No había salido del todo, cuando algo me agarró fuertemente del pie. En un primer momento, pensé que se trataba de un merodeador y después, que era Juanca. Pero no, se trataba de un hombre de mediana edad. Este no me soltaba y con un ataque de pánico me decía que no lo dejáramos allí, que lo lleváramos con él. Yo intenté zafarme de él, golpeándolo con el pie, pero no me soltó. Al menos no lo hizo hasta que dos merodeadores se abalanzaron sobre su cuello, fue entonces cuando me soltó y yo caí al exterior. Aterricé junto a los cadáveres de tres merodeadores. El exterior estaba completamente iluminado por las hogueras que allí ardían. Los merodeadores estaban por todas partes e Iván nos abría paso a golpe de hacha. Entre Belén y yo cargamos con Hans, el cual no paraba de lamentarse. Todo aquello era un hervidero, pero gracias a Iván que, a todo aquel merodeador que se nos acercaba lo eliminaba, pudimos salir de allí sanos y salvos. Ya nos encontrábamos lo suficiente alejados del edificio y desde esta nueva posición podíamos escuchar los gritos de los sectarios que allí habían quedado. Os aseguro que no sentí pena por ninguno de ellos. Fueron cómplices de la locura de Miguel, apoyándole, y por su culpa hemos perdido a parte de nuestro grupo. Me alegro de todo su sufrimiento, el cual espero que continué en la otra vida. En especial, para Miguel.

Cargando con Hans y con el camino despejado, nos dirigimos lo más rápido que pudimos por el camino de tierra, en busca de los coches. Hasta aquí ya no llegaba la luz de las hogueras, pero la noche era muy clara, por lo que no tuvimos problemas. Tardamos un poco en llegar a los coches, pero cuando lo hicimos, nos llevamos una ingrata sorpresa. Nuestras pertenencias estaban diseminadas por los alrededores. Mi mochila vacía junto a los pc's por un lado, la ropa esparcida por otro, un petate vaciado sobre el capó de uno de los coches, ni rastro de las armas ni de la munición... No cabía duda. Nos habían saqueado los enseres de los vehículos. Pero, ¿quién?. Pensé en los miembros de la comunidad, pero si hubiesen sido ellos, a santo de que se llevaron las armas para no utilizarlas. Y ¿por qué no se llevaron los pc's, por los cuales Juanca tenía mucho interés?. Me inclino más por pensar que nos saquearon un grupo de errantes. Sea como sea, nos han desgraciado, ya que estamos sin armas, salvo el hacha de Iván y mi puñal. Como nos veamos sumergidos en un gran apuro, estamos vendidos.
Después de recoger nuestras pertenencias, nos metimos todos en un mismo coche e Iván se puso al volante. Yo me situé en la zona de atrás, junto a Hans y agarrando fuerte el machete. Le habían mordido y temía que pudiese transformarse en cualquier momento. Entre Esther y yo le quitamos la camisa y la utilizamos para taponarle la herida. Hans me miró y me dijo "Me queda poco, ¿Verdad, Erik?". Yo no supe que contestarle, solo pude decirle que se tranquilizara. Luego se sumergió en una serie de lamentos. Nada más pudimos hacer para calmarlo.
Iván no había conducido ni una hora, cuando Hans pidió que detuviese el coche. Se lo comuniqué a Iván y este me hizo caso. Acto seguido, nos pidió que lo sacásemos al exterior. Entre Iván y yo lo hicimos, sentándolo apoyado en un pino. Esther se puso a inspeccionarle la herida, pero Hans le dijo que no se molestase, que ya tenía asumido su final. Fueron verdaderamente tristes a la vez que valientes sus palabras. Luego se dirigió a mi. Sus palabras me encogieron el alma. Sacando de su bolsillo su cartera y buscando algo en ella, me dijo:

"Quiero agradeceros todo lo que habéis hecho por mi todo este tiempo. Sobre todo a ti, Erik. Eres una gran persona, algo que solo se ve eclipsado por tu valentía. Se que si no hubiese sido por vosotros, sobretodo por ti, que me sacaste de aquella jaula, yo habría muerto hace mucho tiempo. Os confieso que con vosotros volví a tener esperanzas de comenzar de nuevo. Lo de Reus y la esperanza de encontrar allí a mi mujer y a mis dos hijos fue una inyección de moral que me ayudo a seguir hacía delante. Pero ahora... ahora ya nunca más sabre si están vivos o si están muertos... (Aquí a pronunciado unas palabras en alemán que no tengo ni idea que quieren decir). Quiero que hagas una última cosa por mi, Erik...". De su cartera sacó una foto y con un bolígrafo escribió algo detrás. Me entregó la foto y vi que en ella aparecía su mujer y sus dos hijos. Luego continuó "Es mi esposa y mis dos hijos. Atrás te he escrito los nombres y apellidos de cada uno. Quiero que cuando lleguéis a Reus, los busquéis. Si están allí, quiero que tú, Erik, les cuentes todo. Todo lo que ha ocurrido. Y que hagas mención especial de lo que vistes en el baño aquel día. Quiero que le pidas perdón de mi parte a mi mujer y que si no me lo concede, lo comprenderé, ya que ni yo soy capaz de perdonarme a mi mismo. Pero merece saberlo. En lo que respecta a mi, no quiero que esperéis a que me transforme para matarme. Quiero que os marchéis y me dejéis aquí". Al escuchar esto, todos los allí presentes nos alarmamos. Le dijimos que no podía hacer eso, que era un final que no merecía. Su respuesta fue tajante: "No. No quiero que me intentéis convencer. La decisión esta tomada y no podéis conseguir que cambie de opinión. Si mi mujer y mis hijos no están en Reus, seguro que están muertos y convertidos en una de esas cosas, por lo cual, yo quiero correr el mismo final. Quién sabe, quizás convertido en una de esas cosas pueda reunirme con ellos de nuevo. Además, no es un final tan terrible. Antes que estar en una repugnante fosa, prefiero 'vivir' convertido en una de esas cosas. Es como una segunda vida, en la cual podré seguir caminando por esta preciosa España, la cual siempre he amado y admirado. Es un último regalo. Marcharos, no perdáis tiempo. Ha sido un honor haber sido miembro de vuestro grupo. Hasta siempre, compañeros".

Al escuchar sus últimas palabras, no he podido evitar emocionarme. Al igual le ha ocurrido a Belén y Esther. Iván, aunque impasible como siempre, le ha estrechado la mano. Yo he hecho lo mismo no sin antes darle un fuerte abrazo, el cual me ha correspondido. Belén y Esther también se han despedido entre lágrimas. Después de esto, nos hemos montado en el coche y puesto en marcha. Hasta que no nos hemos alejado bastante y no ha quedado sumergido por la oscuridad, he podido ver a Hans sentado allí, diciéndonos adiós con la mano. He sentido una profunda tristeza, la cual aun me emociona al pensar. Él ha sido el tercer y último compañero que hemos dejado atrás por culpa de la locura de Miguel. De nada sirve lamentarme, no cambiaran las cosas por mucho que lo haga. Ahora debemos centrarnos en llegar a Reus y en la difícil tarea de cruzar Tarragona. Es una locura hacerlo sin armas de fuego, por lo cual hemos llegado a la conclusión de que debemos conseguir unas con máxima urgencia. Pero, ¿como? ¿de donde las sacamos?. Tendremos que improvisar sobre la marcha. También tengo que cargar las baterías de los pc's portátiles, ya que si os estoy escribiendo es gracias a un empalme que he logrado hacer con el cargador en la batería del vehículo, el cual me permite utilizar el aparato pero no me quiero arriesgar a cargarlo completamente por si esto agota la batería del coche. Aunque no creo, no me quiero arriesgar.

Por cierto, una última cosa, que lo olvidaba. Aquella noche, Iván nos contó que había sido de él todo aquel tiempo que estuvo desaparecido. Al parecer, no ha estado perdido ni nada semejante, por lo que mi viaje de busqueda fue en vano. Él llego a la comunidad al poco tiempo de marcharse, un par de meses después. Lo que ocurrió fue que nada más llegar a los alrededores de la iglesia, fue interceptado por hombres de Miguel. Por lo visto, Miguel lo tenía todo más que planeado. Lo reducieron a traición y lo han mantenido todo este tiempo aislado en uno de los cobertizos, al igual que hicieron con nosotros. Según ha contado, pudo escapar cuando fueron a por él para llevarlo a la iglesia. Lo iban a sacrificar junto a nosotros. Tuvimos una gran suerte de que pudiese escapar, sino, hoy no estaríamos aquí. Aunque hubiese sido mucho mejor que lo hubiese hecho al menos 15 minutos antes, ya que así las cosas habrían cambiado y María, Elena y Hans estarían vivos.
Por lo visto, hay otra mala noticia, la cual me comunicó también esa noche. El Skull Korps sigue en activo e Iván conoce donde acampan. Esto es una mala noticia, aunque no me pilla por sorpresa.

Nos encontramos a pocos kilómetros de Tarragona, así que desearnos suerte.


- Erik -


martes, 28 de diciembre de 2010

+ 28-12-10 + El día del juicio final: Los 7 pecados capitales

Continuo relatándoos:

Después de haberme enfrentado con toda esa cantidad de sectarios, agotado, acorralado y desesperado, no pude hacer más. Como ya os he contado, prácticamente toda la comunidad nos llevó a la fuerza, atados, a uno de los cobertizos. Mientras nos llevaban de camino, la muchedumbre nos insultó y hasta nos intentó agredir. Pese a todo esto, Esther no cesó de intentar mediar con ellos, pidiéndoles que no escucharan a Miguel, que todo era una mentira. Yo ni lo intente. Estaban cegados por el fanatismo y solo escuchaban a su líder, que gritaba "¡No la escuchéis! ¡Es Satán quién habla por su boca!". Una vez nos llevaron al cobertizo, nos ataron con gruesas cuerdas y cerraron el cobertizo con llave. A partir de ese instante, comencé una desesperada batalla por soltarme de las ataduras. Mis compañeros hicieron lo mismo. Fue inútil. Las cuerdas eran resistentes y estaban bien ligadas. No fue hasta la semana cuando perdimos toda esperanza de escapar. Cada hora venía alguien de la comunidad a echarnos un vistazo, para ver si seguíamos atados o si habíamos escapado. Y lo que es peor, una vez al día hacía aparición Miguel con un séquito de tres sectarios y este comenzaba a leernos la biblia mientras que sus acompañantes rezaban. Esto era lo peor de todo, más aun que estar atados. No sé a santo de que hacían esto. Supongo que tendría algo que ver con lo que pensaban que éramos enviados del maligno. Nos trataron como animales, como a bestias salvajes. Nos daban de comer dos veces al día. Para esto, nos desataban las manos y nos vigilaban en gran número. Si veían que intentábamos aprovechar la oportunidad para desatarnos los pies, nos volvían a atar y nos dejaban todo el día sin comida ni agua. Fueron varios días los que no comimos, sobretodo por mi culpa. También, una vez cada dos días, nos desataban por turnos y nos sacaban literalmente a pasear, totalmente custodiados. Así durante dos meses. Esto ha sido el peor infierno que he padecido en toda mi vida. Os lo aseguro. Jamás he experimentado algo similar.

Recuerdo en una de las ocasiones que vino Miguel a soltarnos el sermón que, ante mis constantes gritos de que hablase conmigo por unos minutos, accedió. La conversación no fue demasiado fructífera, por no decir nada. Lo primero fue pedirle que nos dejaran en libertad y nos iríamos sin causar problemas. Su respuesta fue un no rotundo acompañado de una de sus habituales monsergas. No recuerdo que fue lo que dijo, aunque os lo podéis imaginar, algo como "Sois los enviados del maligno, el juicio final, bla bla bla...". Esther y Elena se lo llegaron hasta suplicar, pero fue en vano. Intente negociar lo siguiente con él. Mis palabras fueron "Perfecto. Si no lo quieres así, te mejoro la oferta. Tú dices que Dios te ha dicho que somos enviados de Satán. Yo he sido quién ha traído al grupo aquí. Ellos no querían venir y yo los convencí. Por lo tanto, yo soy ese enviado. Yo soy el títere de quién tú llamas el maligno, por lo tanto, suelta a mis compañeros y quédate conmigo si quieres, pero a ellos déjalos, que no tienen nada que ver con mi decisión...". Esta respuesta si que la recuerdo. Más que nada, por el odio que sentí en mi interior. Con su odiosa sonrisa dibujada en su rostro, me contestó "Buen truco, Erik. Pero es inútil. No me vas a engañar con tu lengua de serpiente. No a mi, el enviado de Dios". Mi réplica fue "Tremendo hijo de la gran puta... Acuérdate, en el momento que tenga ocasión, te voy a enviar con tu Dios". En aquellos momentos, no tenía ni idea para que nos querían retener. Si querían acabar con nosotros, ¿por qué nos seguían alimentando y complicándose la vida vigilandonos? Pasaban los días y nuestra única esperanza era que apareciera Eduardo y nos sacase de allí. Pero eso no ocurría. Es más, no ocurrió. Yo estaba atado en un viejo arado situado en la esquina del cobertizo de madera. Desde allí y sin poder moverme mucho, miraba al exterior desde un agujero que había en la pared de madera. Desde allí, vigilaba todo lo que ocurría en la comunidad. Todos los días veía a la comunidad realizar las tareas del campo, también veía como llevaban a la iglesia materiales de construcción y sacaban los escombros. Así, día tras día, semana tras semana. Hasta que llegó el gran día.

El día 25, o sea, hace tres días, amaneció lluvioso. Los truenos sonaban con fuerza y un torrente de agua caía con fuerza, golpeando el techo de la caseta. Seguíamos tal cual hacía unos meses, retenidos en el dichoso cobertizo. A estas alturas y con el tiempo que había transcurrido, estábamos exhaustos en todos los aspectos. Yo apenas tenía fuerzas para moverme y era notable el cambio que había experimentado mi cuerpo. Prácticamente estaba en los huesos. Observando, como siempre, desde el agujero de la pared, pude ver algo que llamó mi atención. Una gran cantidad de sectarios de la comunidad, acompañados por Miguel, salieron del edificio principal. Iban todos armados con los lazos de perrera. Por unos instantes pensé que se dirigían a por nosotros, pero no, me equivocaba. Se dirigieron hacía la granja de los merodeadores. Esta estaba fuera de mi perímetro de visión, pero no tardé en adivinar cuales eran sus intenciones. Minutos más tarde hicieron aparición en grupos de cuatro, portando atrapados en sus lazos a un merodeador cada uno. Los merodeadores fueron conduciendo hasta la iglesia. Esto solo significaba una cosa: estaban llenando el foso. Así se pasaron gran parte del día, trayendo merodeadores de uno en uno. Yo se lo comuniqué a mis compañeros, les dije lo que estaban haciendo y que muy posiblemente, fuese lo que fuese por lo que nos estaban reteniendo, iba a ser hoy cuando lo íbamos a descubrir. Aproveché y les dí ordenes de que hacer en cuanto vinieran a desatarnos. A Belén, Elena y Esther les dije que, en cuanto tuviesen ocasión, salieran huyendo e intentasen dirigirse a los coches. A María y Hans les pedí que, en cuanto les soltasen, intentasen montar un tumulto en el cual yo también participaría. Busqué por el suelo cualquier cosa que me fuera útil para atacarlos. Solo encontré un clavo oxidado. Aunque no era muy grande, de algo me podría servir. Con el pie lo acerqué hasta mi posición. Como tenía las manos atadas, situé el clavo entre mis piernas, para que en cuanto me liberasen las manos, pudiese cogerlo. Pasaron las horas. La tormenta seguía azotando el lugar con casi más fuerza que antes. No sé que hora sería, solo se que estaba anocheciendo, cuando pude ver que del edificio salía un grupo entre los cuales se encontraba Juanca. Iban todos ataviados con túnicas y portaban los lazos. Venían hacía nuestra posición. Avisé de esto a Belén y los demás para que estuvieran preparados. Cuando llegaron al cobertizo, abrieron la puerta y entraron dentro. Sentí un escalofrió cuando oí que estaban cantando. Más que cantando, estaban orando en voz baja. Juanca, al verme, sonrió y me dijo "Ya ha llegado el gran día y vais a pagar por todos vuestros pecados". No le contesté y esperé a que empezaran a desatarnos. Uno de los sectarios se me acercó y clavó sus ojos en los míos mientras recitaba su oración. Comenzó a desatarme las manos. Cuando terminó y antes de levantarme, cogí disimuladamente el clavo y lo sujete con fuerza con mi mano derecha. Fue entonces cuando Hans le propinó un puñetazo a uno de los sectarios, derribandolo en el suelo. Juanca y los demás se giraron para ver que ocurría y fue entonces cuando yo entré en acción. De un rápido movimiento, dirigí el clavo con un golpe seco a la cabeza del que me había soltado. Se lo clavé en la sien y este no tuvo tiempo de reacción. Cayó abatido al instante. Nuestros captores se vieron inmersos en la confusión mientras Hans y María les atacaban. Entonces les grité a Belén, Esther y Elena "¡¡Ahora!! ¡¡Corred!!". Mientras cogía de la chaqueta a unos de los sectarios y lo golpeaba, pude ver como Belén y Esther, ya con los pies desatados, salían corriendo por la puerta, mientras Elena era arrinconada y retenida por dos individuos. En ese mismo instante, por el rabillo del ojo vi a Juanca. Estaba al lado mio y cuando intente reaccionar, me propinó un fuerte golpe con algo en la cabeza. Fue cuestión de segundos lo que tarde en caer derribado al suelo y perder el conocimiento. Ya en el suelo y antes de perder totalmente el conocimiento, con la visión desenfocada, pude ver como reducían a Hans y María. Esa fue la última imagen que pude ver antes de desvanecerme por completo.

No sé cuanto tiempo estuve desmayado. Si no me equivoco, unos cuantos minutos, ya que cuando desperté, nos estaban sacando del cobertizo. Si desperté fue gracias a los estridentes gritos de Elena y por la fuerte lluvia que golpeaba mi cara. Aturdido, observé mi alrededor. No tardé en percatarme de que estaba atado de pies y manos, siendo transportado en alto por la muchedumbre. Decenas de manos me agarraban. Comencé a gritar e insultar, pero era como si no me escucharan, estaban absortos en sus cánticos. A pocos metros de mi, a mi derecha, pude ver a Belén siendo transportada igual que yo. En su rostro pude ver una mueca de terror. Busqué a los demás y no tardé en encontrarlos. Hans y Elena estaban delante nuestra, siendo transportados también en volandas. A mi izquierda y luchando desesperadamente por escapar, María. Nos conducían a la iglesia. Las cosas pintaban horriblemente feas y solo nos quedaba esperar un milagro que nos sacara de esa situación.
Cuando llegamos a la puerta de la iglesia, Juanca abrió los portones y una potente luz escapó de dentro. Cuando nos metieron en el interior, pude ver todo con más lujo de detalle. Colgando de la pared habían decenas de potentes antorchas que ardían emitiendo una fuerte luz. El ambiente estaba cargado con un fuerte olor a incienso, el cual creo que provenía de una especie de lámpara que ardía en vivo fuego, la cual descendía del techo y quedaba a pocos metros del altar. Sentados en los bancos, se encontraba todos los miembros de la iglesia que no habían participado en nuestro transporte. Todos vestían las túnicas y entonaban el mismo cántico siniestro que los que nos transportaban. Ahora, el canto era más fuerte y resonaba por toda la iglesia. Al fondo de la sala y subido al altar, se encontraba Miguel. Este nos miraba con expresión de odio mientras aguardaba nuestra llegada. Cuando nos transportaban hacía el altar, pasamos junto al foso. Fue entonces cuando miré al interior y se me estremeció el alma de espanto. Allí dentro, hacinados a decenas, se encontraban los merodeadores. Estos, sin la posibilidad de poder escapar, alzaban sus brazos hacía nosotros y nos miraban mientras proferían gemidos que eran ahogados por los cánticos de la multitud. Estaban ansiosos y algunos parecían que expulsaban espumarajos por la boca. Al parecer, el estar tan cerca de tanta gente los alteraba. Me llamó la atención uno de los merodeadores, ya que llevaba túnica. Tenía la cara hinchada a causa de la putrefacción y parecía que sus ojos blanquecinos se salían de las cuencas. He deducido que este sería uno de los sectarios que fue muerto en los ataques que sufrimos tiempo atrás por parte de los merodeadores. No tardaron en subirnos al altar, situándonos detrás de Miguel. Este, con una sonrisa casi maquiavélica, nos miró uno a uno mientras que con un gesto con los dedos indice y corazón nos dibujaba una cruz en la frente. Cuando llegó mi turno, le escupí a los pies en símbolo de desprecio. Después, volvió a la posición inicial, cara a la comunidad. Desde nuestra posición podíamos ver parte del foso y a toda la comunidad sentada en los bancos. Tras nosotros, como custodiandonos para que no intentáramos escapar, se situaron varios individuos ensotanados, entre los que se encontraba Juanca. Miguel, con un gesto de mano, hizo callar a toda la multitud, la cual cantaba. Transcurrieron unos largos segundos de silencio, en los cuales solo se oía a Elena llorar y a mi insultar a Miguel. Haciendo caso omiso, Miguel comenzó a soltar un discurso. No lo recuerdo bien, ya que en esos momentos tenía preocupaciones más grandes que captar y recordar sus palabras. Pero si no recuerdo mal, venía a decir esto:

"¡Hermanos! ¡Hermanas! ¡El gran día ha llegado! ¡El fin de los tiempos están aquí! Sentiros felices de esto, pues somos los elegidos. Pero antes de abandonar este mundo terrenal, nos queda una última misión, que es acabar con los últimos impuros sobre la tierra. Dios nos pide su sangre y estamos obligados a dársela. Cuando hayamos terminado esto, será entonces cuando estaremos preparados para acudir a su llamada y presentarnos ante él. No debemos flaquear en este momento, no debemos temer nada, pues Dios es misericordioso y nos premiara con la vida eterna. No temáis, hermanos, ¡Ser fuertes y rezar! ¡Aclamaros a Dios pidiendo misericordia por vuestras almas y castigo para la de estos impuros!"

En ese instante, los cánticos se alzaron inundando toda la sala. Fue entonces cuando Miguel se giró hacía nosotros. A paso lento, se acercó y situó frente a nosotros. Desfiló delante de nosotros, parándose frente a cada uno y observándonos detenidamente. Cuando llegó frente a Elena, la señaló con el dedo y dirigió la mirada a los que estaban tras de nosotros. Juanca y otro individuo se dirigieron rápidamente a por Elena y la agarraron, levantándola, mientras esta pasaba de dibujar en su rostro una mueca de que no comprendía nada a gritar y patalear. Mientras Juanca y el otro se la llevaban, Miguel se dirigió a los tres que quedaban tras de nosotros, diciéndole: "Hermanos, traer el séptimo pecado y abrir las puertas de la granja. Ha llegado el momento de que dejéis libres a los reanimados que allí quedan. Antes de todo, no olvidéis encender las piras de madera que rodean el edificio para atraerlos". ¿El séptimo pecado? ¿Soltar a los merodeadores? Si bien no comprendía que quería decir con el séptimo pecado, entendía perfectamente lo de abrir las puertas de la granja. Ya sabía que estaban planeando. Querían matarnos uno a uno y culminar su orgía de locura suicidándose soltando a los merodeadores. Mientras estos tres personajes se dirigían al exterior, yo comencé a intentar soltar las ataduras de mis muñecas. Vi como Belén, a mi lado, intentaba hacer lo mismo. El tiempo corría en nuestra contra, pero más aun lo hacía en la contra de Elena. A esta la habían conducido al borde del foso y Miguel ya estaba a su lado. Sosteniéndola del pelo, levantó su voz por encima de los cánticos, diciendo "¡Dios todopoderoso! ¡Aquí va el primer impuro! ¡El que representa a la lujuria! ¡No tengas piedad con su alma!". De un rápido movimiento, Miguel empujó a Elena hacía el foso y esta se precipitó al interior. Fue horroroso contemplar esto y sentí un tremendo vuelco al corazón al escuchar sus últimas palabras. Justo en el mismo momento que Elena era empujada, gritó entre sollozos "¡No! ¡Por favor, no! ¡Erik! ¡Ayudame, Erik!". Yo, atado, no pude hacer nada. Aunque Elena nunca fue santa de mi devoción, la habría ayudado sin pensar. Pero no pude. Allí, atado e inmovilizado, solo pude escuchar los gritos de dolor de Elena mientras la devoraban. Fue terrible. Y más aun lo fue ver como la sangre y trozos de carne saltaban del interior del foso... Espantoso... Vi como mis compañeros me miraban horrorizados, como Esther lloraba desconsoladamente, como María gritaba como una poseída maldiciéndolos a todos. Eran gritos de impotencia. Mientras tanto, la comunidad seguía sumida en sus cánticos, como si ignoraran el horror que allí estaba aconteciendo y Miguel, impasible ante lo que acababa de hacer, se volvía a dirigir a nosotros. Los gritos de Elena ya no se escuchaban. Le había ocurrido lo mejor que le podía pasar en esa situación: morir lo antes posible y dejar de sufrir el dolor que presupone que la devoraran viva. Miguel acompañado de sus dos secuaces ya estaba frente a nosotros y buscando quien sería el siguiente. Yo no podía parar de insultarle, pero él, ignorándome, señaló a su nueva victima y se me cayó el mundo a los pies cuando vi de quien se trataba. Había escogido a María. Fue entonces cuando me terminé de trastornar y comencé a gritar con todas mis fuerzas que la dejaran. Mientras arrastraban a María hacía el foso, esta se revolvía con una fuerza sobre humana, creándole serios problemas a sus captores. Mientras, iba profiriendo insultos. Pero de nada sirvió. La situaron al borde del foso, sujetada porJuanca y el otro, y Miguel alzó la voz: ¡Señor! ¡Aquí te enviamos al segundo de los hijos del maligno! ¡Representa a la soberbia! ¡Envía su alma las profundidades del infierno y que se ahogue en azufre!". El instante en el que Miguel empujaba a María se hizo eterno. Fue como si este transcurriera a cámara lenta. Vi como María se precipitaba al foso y, junto a ella, también caía uno de sus captores. Por desgracia, ese no era Juanca. No sé como fue, pero ese individuo cayó al interior casi al mismo tiempo que ella. Quizás, María pudo agarrarle de alguna forma en el último instante o se cayó por un descuido, no lo sé. Solo sé que en ese mismo instante grité desesperado mientras los gritos de María emergían del foso. Entré en una especie de shock, en el cual dejé de percibir la realidad tal como era. Mi visión se volvió distorsionada, mis oídos percibían los sonidos alterados y distorsionados, mezclando los cánticos y los gritos de María en un mismo sonido. No sé que me ocurrió. Lo que si sé que acababa de morir una buena amiga que me había acompañado todo este tiempo, desde el principio. Ella era la única que había sobrevivido de mi grupo original. Primero murió Alicia en la urbanización, los primeros días que todo esto empezó. Después José, en el hospital, seguido de Raúl, que murió camino del puerto. Y ahora María. Los he perdido a todos y ya nunca jamás volverán a mi lado. Me siento destrozado por esta última perdida y no levanto cabeza desde entonces... La echaré de menos, a ella como amiga y a ella como valiente superviviente...

Como os decía, dejé de percibir la realidad tal cual era. Solo desperté del shock cuando tenía a Miguel frente a nosotros de nuevo y escogió a su nueva victima: Belén. Belén comenzó a llorar y yo a gritar que la dejara y que me cogiese a mi primero. Miguel no me hizo caso y, ayudado por Juanca, se llevaron a Belén. Mientras se la llevaban, ella me miró con el rostro lleno de lágrimas y me dijo "Te amo, Erik". Me sentía tan bloqueado que no le pude contestar, solo me centre en gritar que la soltaran. La habían arrastrado hasta mitad de camino cuando un grito sonó en la sala. Los cánticos cesaron y yo tuve la esperanza de que fuese el milagro que esperaba. Miguel se detuvo y dirigió la mirada hacía donde procedía el grito. Había gritado una señora, la cual estaba en un extremo de los bancos de la izquierda. Esta tenía la mirada clavada en una de las ventanas. Miguel se pronunció, diciendo "¿Que ocurre, hermana?". Ella contestó "¡Hay reanimados en la ventana, hermano Miguel!". De repente, toda la sala dirigieron las miradas a las ventanas más cercanas y varias voces se pronunciaron diciendo "¡Aquí también!". Miguel contestó "Sí, hermana. No temas, todo esta en los planes del altísimo. Seguir rezando, no podemos perder tiempo". Fue entonces cuando unos golpes insistentes comenzaron a sonar en el portón de entrada. Eran más merodeadores. La gente se giró. La gente se estaba empezando a percatar de que iba la cosa y se estaban asustando. Esa era nuestra única esperanza, una rebelión en masa contra toda esta locura. Pero Miguel alzó de nuevo la voz, esta vez con tono autoritario, diciendo "¡No podemos abandonar ahora! ¡No podemos dejarnos llevar por el miedo o Satán habrá triunfado! ¡Tener fe! ¡Esa es la llave del reino de los cielos! ¡¡Continuar rezando, que Dios oiga de que lado estamos!!". Para mi asombro, ¡la gente le hizo caso y volvieron a entonar sus rezos! Se me cayó el mundo a los pies. Ya no había nada que hacer, esa gente estaba tan loca como su líder. Impotente, vi como llevaron a Belén hasta el borde del foso y Miguel se pronunció: "¡Yahveh! ¡Aquí te enviamos al tercer impuro! ¡La esposa del líder de los enviados de aquel que renegó de ti! ¡Guardale un puesto entre las brasas más ardientes del infierno! ¡Representa a la avaricia!". Mi mundo se detuvo en ese instante. En ese mismo en el que el único lazo que me ataba a esta tierra iba a ser sacrificado. Y yo, allí, atado y sin poder hacer nada más que ver morir a Belén. Mi Belén... Mi pobre Belén...

Necesito juntar fuerzas para continuar con la última parte del relato. Lo siento. Darme solo un día más. Espero que lo comprendáis, todo esto no es fácil para mi.


- Erik -


lunes, 27 de diciembre de 2010

+ 27-12-10 + El día del juicio final: Enviados por el maligno

Antes de nada, quiero decir que los hechos que os voy a relatar van a estar divididos. Es decir, os lo voy a relatar en al menos dos entradas, ya que os tengo que contar muchas cosas y con una entrada no será suficiente.

En esta ocasión, no hemos pecado de confiados, ni de ignorantes, ni de poco precavidos... Nos la han clavado porque así estaba escrito, porque así tenía que pasar... Quizás se podía haber evitado si hubiéramos salido de aquí al poco de acabar la entrada anterior, pero si no lo hemos hecho no ha sido por capricho, sino por necesidad. Movernos significa planificar las rutas, recoger nuestras pertenencias, encontrar vehículos para movernos más seguros... Son muchas cosas que nos han impedido ser más rápidos de lo que hemos sido y por lo cual nos hemos visto en esta situación. Es tontería buscar culpables o errores. Como ya he dicho, lo que ha ocurrido a ocurrido porque tenía que pasar y nada más.

El día 19 nos levantamos temprano. Más que de costumbre. Desde que ocurrieron los últimos acontecimientos, dejamos de consumir alimentos manipulados por los miembros de la comunidad. De todas formas, no creo que nos hubieran servido nada. Ya habíamos dejado de ser bienvenidos y los feligreses pasaron de ignorarnos a mirarnos mal, hasta nos insultaban en nuestra cara. Si dejamos de comer de sus alimentos no fue por esto, sino porque no nos fiábamos de que estos envenenarán nuestra comida para acabar con nosotros. Por lo cual, todas las mañanas, un grupo de dos de nosotros salíamos a los campos cercanos a recoger alimentos para ese día. Frutas, verduras, algún animal de la comunidad... Sí, hemos estado robando a la comunidad y ellos conocían esto. Que se jodan. Dicho día, después de realizar esta tarea y de desayunar unas cuantas naranjas y manzanas, nos pusimos a terminar de recoger nuestros enseres y prepararlos para nuestra partida. Ese día era nuestro último día en la comunidad de tarados. No sabéis el tremendo pesar que llevaba en mi interior. El pensar que teníamos que dejar a Eduardo atrás me estaba comiendo la conciencia. Pero que podíamos hacer si él no había vuelto. Mi única esperanza en ese momento era consolarme pensando que de camino a Reus tendríamos la oportunidad de seguir su rastro.
Bien, después de desayunar, marché con María para buscar dos vehículos. Teníamos la oportunidad de coger uno de los del aparcamiento, pero hacer esto significaba llamar la atención de la comunidad y, por lo tanto, darles a conocer nuestra intención de marcharnos ese mismo día. Y eso no era prudente. Debíamos marcharnos sin que se enteraran de que lo habíamos hecho. Así no tendrían oportunidad de intentar impedírnoslo. No recuerdo a que hora salí con María, pero lo que si que recuerdo es que la tarea de encontrar dos vehículos adecuados nos llevó horas. No nos fue fácil por diversos motivos. Los coches que encontrábamos en la autovía, o bien estaban muy destrozados o bien no arrancaban. Y no hablemos de los problemas que nos dieron lo merodeadores. Mira que he transitado esta autovía veces en los últimos meses y os puedo decir que nunca la había visto tan plagada de merodeadores. No supe a que se debía, aunque supongo que es cuestión de azar, ya que esos seres no tienen otra faena que deambular y, quieras que no, siempre se terminar juntando en manada en un mismo punto en concreto. La verdad, nuestra tarea fue muy entorpecida por estos. Teníamos menos de cinco minutos por cada coche. Es decir, si en cinco minutos no habíamos puenteado el coche con éxito, teníamos que salir por piernas porque los merodeadores estaban alcanzando nuestra posición. También cabe destacar un pequeño percance. María se metió en un vehículo para intentar arrancarlo mientras yo me quedé fuera. Estaba vigilando la posición cuando me alertaron los gritos de María. Miré al interior del vehículo y me vi a María forcejeando con un merodeador. Este, totalmente escuálido y con la cabeza totalmente despellejada, la cual era toda hueso, había salido del asiento trasero del coche y estaba agarrando a María, sentada en el asiento del piloto, e intentandole morder, mientras ella lo sujetaba del huesudo cuello y me gritaba que se lo quitara de encima. Rápidamente, dejé mi rifle en el suelo y cogí la escopeta de María. Con sumo cuidado pero sin perder tiempo, le acerqué el cañón a la cabeza y apreté el gatillo. La cabeza de este explotó en mil pedazos y la masa pútrida de su cabeza nos embadurno por completo. Después de esto, nos marchamos corriendo a toda prisa ya que los merodeadores ya habían llegado a nuestra posición.

Al final, nos hicimos con dos vehículos. Nos costó pero por fin teníamos dos utilitarios en perfectas condiciones. Lo siguiente fue dirigirnos a la comunidad pero sin entrar al aparcamiento con los vehículos. Estos los dejamos en el borde del camino y realizamos la parte del otro trayecto a pie. Cuando llegamos a la comunidad fue como llegar a esta por primera vez. Al ver el edificio ante nosotros, me invadieron los recuerdos de cuando llegamos aquí aquel 4 de Junio. Sentí nostalgia, ya que las cosas habían cambiado tanto...
Lo primero que hicimos fue buscar a los demás y avisarles de que teníamos los coches y había llegado la hora de marcharnos. Tuvimos suerte, ya que todos los miembros de la comunidad estaban en una de sus tediosas y enfermizas misas, así que era cuestión de recoger nuestras cosas, llevarlas a los coches y marcharnos de aquí pitando. Yo propuse lo siguiente: me quedaría en las inmediaciones de la iglesia con la intención de avisar a todos si los sectarios terminaban la misa mientras los demás llevaban los trastos a los coches. Recalco que nuestra intención era marcharnos del lugar sin que se enterara la comunidad. Pues bien, me dirigí a la iglesia y me situé cerca de la puerta. Desde aquí podía oír a Miguel soltar su sermón. Este era muy diferente a todos los que habíamos oído tiempo atrás. Su voz, siempre tranquila y pacifica, se había convertido en agresiva y cargada de odio. No estaba hablando en voz alta como siempre lo hacía, estaba gritando, vociferando. Y sus palabras... me pusieron los pelos de punta. Hablaba de nosotros:

"...Ellos, ellos son el maligno encarnado. Por culpa de gente como ellos Dios nos ha enviado a su ejercito divino. Su ejercito ha arrasado la tierra y ha acabado con todos los impuros de este mundo. Dios los ha aplastado aunque muchos se escondieran. Se escondieron pero no les sirvió de nada, ¡porque nadie se puede esconder de Dios todopoderoso! Sin embargo, este grupo de infieles, que han escupido sobre nuestra fe, ¡sobre nuestro Dios!, han logrado escapar de su destino. ¿Y por qué? ¡Porque el mismísimo Satán esta de su parte! Sí, hermanos, el ángel caído, la bestia, el repudiado de Dios... ¡Él esta ayudándolos! Él les guía, los maneja a su antojo. Por ello vinieron aquí, ¡el maligno los envió con la misión de corrompernos! Lo ha hecho porque nosotros somos el único bastión puro del mundo, ¡somos los únicos supervivientes! ¡y él quiere sacarnos de nuestra senda! Por ello este grupo de malditos a los ojos de Dios ha sobrevivido tanto tiempo vagando por la tierra... ¡Porque Satán les ayuda! Dios me avisó de ello, él me dijo 'Vendrá un grupo de sobrevivientes liderados por un chico joven. Ellos te pedirán hospitalidad, os intentarán engañar con buenas palabras y se harán pasar por uno más entre vosotros. Pero ellos no serán quienes dicen ser. Ellos son enviados por aquel que renegó de mi y fue expulsado de mi reino. Su misión será corromper vuestra pureza, desviaros del camino que yo os he marcado. Pero no los repudiéis. Darles vuestra mejor hospitalidad, acogerlos en el terreno sagrado que yo os he dado y compartir vuestros alimentos con ellos, tratarlos como a hermanos, pero manteneros firmes en vuestra fe y no escuchéis sus palabras. Cuando vean que es imposible quebrantar vuestras almas, ellos intentarán escapar. Lo harán una y otra vez, pero yo se lo impediré, haciéndoles volver siempre que intenten escapar. Entonces vosotros, hijos míos, habréis conseguido frustrar los planes del maligno. Sus enviados estarán a la merced divina. Solo tendréis que esperar al gran día y será entonces cuando me tendréis que enviar las últimas almas impuras sobre la tierra. Entonces, todo acabará, el día del juicio final habrá llegado'. Ese fue su mensaje y yo he llevado a cabo su voluntad. Les he ofrecido nuestro techo, nuestra hospitalidad, nuestros alimentos... y ellos, tras varios intentos de acabar con nuestra fe, han intentado huir. Pero Dios se lo ha impedido. Entonces, muchos de vosotros comenzasteis a dudar y a dejaros seducir por ellos. ¿Recordáis que fuimos atacados por hordas del ejercito divino? ¡Eso fue un castigo de Dios! ¡El todopoderoso estaba enojado porque muchos de vosotros estabais comenzando a perder vuestra fe por este grupo de infieles! ¡Os estabais dejando engañar por sus palabras que hablaban de una ciudad segura! ¡Por ello nos envió ese castigo y dejó de hacerme revelaciones! ¡Pero conseguimos enmendar el error y ahora más que nunca debemos demostrarle a nuestro Señor que seguimos su palabra sagrada! ¡Él quiere que le entreguemos las almas de esos impuros en el gran día y así lo haremos!".

En este punto, la gente enfervorizó y comenzó a gritar "¡Eterna gloria a nuestro Señor todopoderoso" y lanzar otras alabanzas a su Dios mientras otros muchos gritaban "¡Abajo los infieles!" y "¡Que la ira divina caiga sobre los enemigos de nuestro Señor!". Me sentía horrorizado y me estaban invadiendo unas tremendas ganas de salir corriendo para avisar a los demás. Lo que temíamos se había iniciado. Miguel estaba pidiendo nuestra cabeza y la gente encolerizada lo aclamaba. Miguel continuó con unas breves palabras, las cuales me hicieron salir de estampida de allí: "¡Hermanos! ¡Vayamos a por ellos ahora mismo! ¡Cumplamos la orden divina!". Automáticamente después de oír esto, salí corriendo hacía el edificio principal mientras desenfundaba mi pistola. Corrí todo lo aprisa que pude y no tardé en llegar a la puerta principal. Allí me encontré a Hans, cargado con varios enseres. Prácticamente sin aliento, le dije "¡¿Donde están todos?¡ ¡¿Donde esta Belén?!". Hans, sin entender nada, me dijo "Pues supongo que dentro, recogiendo. ¿Que ocurre?". Mientras abría la puerta principal, le dije "¡Vienen a por nosotros! ¡Corre y pon en marcha los vehículos! ¡Rápido!". A mis espaldas pude oír a la muchedumbre y cuando giré la cabeza, pude ver a varios de ellos con Miguel a la cabeza. Este, al vernos, gritó "¡Ahí están! ¡A por ellos!". Hans lanzó las cosas al suelo y salió corriendo mientras yo me metí en el interior del edificio. Corrí en busca de Belén mientras todos los sectarios entraban en el edificio. Mientras corría por los pasillos, iba llamando a Belén a gritos. Esta no me contestaba. Nadie lo hacía. Nada más llegar a la habitación la abrí prácticamente de un golpe esperando encontrarla allí. Pero no, no estaba. Intenté salir de esta y huir, pero por el pasillo pude ver a la turba de gente, corriendo y gritando "¡Infiel!". Estos me vieron y yo cerré la puerta de la habitación y la bloqueé como pude con la cama. Desesperadamente busqué alguna de las armas que dejamos en la habitación días anteriores, pero no estaban. Es más, no había nada de nuestras pertenencias. Al parecer, Belén ya las había recogido y llevado al coche. No me quedaba otra opción que defenderme con la pistola, pero con un cargador de 17 balas no sería suficiente para disuadir a la turba. Los primeros golpes a la puerta sonaron. Poco a poco, estos se hicieron más insistentes y violentos, mientras la frágil puerta temblaba por cada enviste. No tenía escapatoria. Permanecí quieto apuntando mi arma mientras les gritaba que estaba armado. Pero ellos ni siquiera me escuchaban y mi voz era eclipsada por sus gritos y golpes. Al final, la puerta cedió y una gran brecha se abrió en el centro. La cama se desplazó y la puerta quedó abierta. Comenzaron entrar. Los primeros fueron dos individuos ataviados con túnicas. Estos me lanzaron una mirada de odio y comenzaron a acercarse a mi. Yo les grité "¡No deis ni un paso más o disparo!", pero no me hicieron caso. Intentaron lanzarse sobre mi pero les disparé antes. Efectué tres disparos. Al primero le alcancé en la cabeza y al segundo en hombro y pecho. Estos cayeron abatidos pero cuando me di cuenta ya habían entrado cuatro más. Y seguían entrando. La voz de Miguel sonó de entre la turba que había en el pasillo, diciéndome "¡Es inútil, Erik! ¡¿Cuantas balas puedes utilizar contra nosotros?¡ ¡Somos más y tus balas no nos frenarán! ¡Rindete, hijo del maligno!". Disparé nuevamente y acabé con los que se me intentaron acercar. La situación me desbordaba y solo podía recular disparando. A pesar de que veían que les apuntaba y no dudaba en disparar, ellos no se amedrentaban y seguían intentando atraparme. Estaban poseídos por una fe fanática que los lanzaba a la muerte sin pensarlo. De repente, Juanca apareció de entre la multitud. Este iba vestido con túnica y me miró mientras me sonreía. Lo encañoné y apreté el gatillo. Pero el arma martilleó en vació. Había vaciado el cargador. Y este era el único que tenía. Los otros estaban en mi mochila la cual no llevaba encima. Juanca y varios más comenzaron a acercarse. Yo, arrinconado en la pared, desenfundé el machete y me puse en guardia. El primero que se lanzó sobre mi recibió por mi parte una estocada en el abdomen que lo hizo desplomarse. Al segundo le alcancé en el cuello antes de que se me acercara. Fue desagradable ver como caía de rodillas profiriendo un grito ahogado y la sangre brotando de su cuello como una fuente...
La habitación estaba llena de sectarios y era imposible abrirme paso entre ellos con un simple machete. Era cuestión de tiempo que me redujeran. Por eso tomé la solución más drástica y de la única que disponía en ese momento. Salté por la ventana. No era la primera vez que hacía esto. No se cuanta distancia habría, solo puedo decir que no era pequeña. Atravesé el cristal de la ventana y caí en picado hasta aterrizar en el suelo.

El golpe fue violento e intente amortiguarlo lo mejor que pude. Un terrible dolor me recorrió desde los pies hasta la columna vertebral, pero no podía pararme a esperar a que este desapareciera. Encorvado, me puse en pie y levanté la cabeza para mirar a la ventana. Allí habían varias cabezas asomadas, entre ellas, la de Juanca. Acto seguido, un individuo saltó por esta y cayó a mi lado. Todos comenzaron a hacer lo mismo y yo solo pude salir corriendo. Corrí y corrí hasta bordear el edificio y llegar al aparcamiento. Mi sorpresa fue que, al llegar a este punto, vi a un grupo de sectarios en el centro del aparcamiento. Estaban en circulo. Intenté evitarlos hasta que vi que en el centro, atados, tenían a Belén, Esther, Hans y Elena. Un sentimiento de rabia y odio me recorrió el cuerpo y, cegado por estos sentimientos, corrí hacía sus captores con el puñal en mi mano. Belén, al verme, gritó "¡No! ¡Huye!" y los cinco captores se giraron, descubriéndome. Estos llevaban lazos de perrera y uno de ellos, una horca de granero. Cuando llegué hasta su posición, salté sobre el primero y comencé a clavarle el machete una y otra vez. No podía parar de hacerlo y la sangre me salpicaba empapándome. Uno de ellos intentó golpearme con el lazo, pero yo esquivé el golpe y le lancé un tajo a su pierna. Le corté a la altura del muslo superior. Podía oír de fondo los gritos de Belén, pero en ese momento, mi mente estaba cegada y solo deseaba matarlos a todos. Una chica de mediana edad que no vestía túnica, me golpeó con el palo de su lazo en el hombro. Me recuperé del golpe y dirigí mi machete hacía su pecho. Le asesté una estocada en el centro de su caja torácica y esta cayó desplomada en el acto. Fue entonces cuando acabó la batalla. A mi espalda, uno de los individuos consiguió atraparme con el lazo. Me capturó del cuello como hacían con los merodeadores y me inmovilizó. Yo, machete en mano intenté soltarme, pero era imposible. Este comenzó a zarandearme hasta que me hizo perder el equilibrio y caí al suelo. Tumbado sobre el asfalto y fatigado, pude ver a Belén, Esther, Hans y Elena, que me miraban con cara de horrorizados. Volví a intentar rehacerme, pero fue imposible. Me tenían bien cogido. Uno de ellos me pisó la mano y me quitó el machete. Yo, derrumbado, me dirigí a Belén. Le dije "Lo siento... Os he fallado... Os he fallado...". Al poco, vinieron cuatro individuos más. Traían a María, también del cuello con uno de esos lazos. Nos retuvieron hasta que vino Miguel seguido de toda la comunidad. Este, al verme, gritó "¡Oh, hermanos! ¡Miradlo! ¡Observar como es la bestia encarnada! ¡Esta cubierto de la sangre de nuestros hermanos!". Yo miré mi cuerpo y vi, asombrado, que estaba empapado de sangre. Parecía que me había lanzado en una bañera llena de fluido vital. Al ver esto, no pude evitar ponerme a vomitar. Fue entonces cuando, como salido de la nada, hizo aparición Thor. Nadie lo vio correr hacia nosotros y se percataron cuando este se lanzó sobre uno de lo sectarios. Lo agarró del cuello e hizo presa con sus mandíbulas. Todos los allí presentes recularon horrorizados y solo Miguel se quedó quieto e impasible. Thor asfixio a su victima y Miguel gritó "¡No tengáis miedo! ¡Dios nos protege ante esa bestia de los infiernos!". Al pronunciar estas palabras, Thor levantó la cabeza y centró su atención en Miguel. De un rápido movimiento comenzó a correr y brincó en dirección a su cuello. Pero... pero... ocurrió lo que nunca debió ocurrir. El individuo de la horca atravesó a Thor con esta y lo derribó antes de que llegara a Miguel. Hijos de puta... No os podéis ni imaginar lo que le he llorado todo este tiempo. No puedo borrar de mi mente la imagen de Thor en el suelo con la horca clavada en su costado. Aun puedo verlo allí tirado, respirando dificultosamente y sus ojos clavados en mi. Malditos. Yo, ante esa escena, solo pude gritar de rabia. Nada más pude hacer. Nada más...

Con todos nosotros allí inmovilizados, estábamos a su merced. Esperaba que nos ejecutaran allí mismo, pero no. Miguel dio orden de que me ataran de pies y manos y nos llevaran a uno de los cobertizos. Así lo hicieron. Nos arrastraron hasta uno de los cobertizos y allí, en la más absoluta oscuridad, nos ataron a cada uno en una esquina. Allí hemos permanecido poco más de dos meses. Dos meses de tormento y cautiverio en los cuales llegamos a ansiar que nos ejecutaran lo antes posible. Pero no lo hicieron. No. Nos tenían preparados otro destino...

Hoy no tengo más fuerzas para seguir escribiendo. Mañana continuaré. Os pido disculpas por ello.


- Erik -