viernes, 7 de enero de 2011

+ 07-01-11 + Desbordados y encerrados

Esta mañana, recién nos hemos levantado, nos hemos puesto manos a la obra. Lo primero que hemos hecho ha sido contactar por walkie con Antonio. Este, al escuchar la llamada, se ha puesto extremadamente contento a la vez de nervioso. Iván lo ha puesto al corriente y le ha dado instrucciones de lo que debe de hacer. Ante la respuesta de que no cuenta con ningún arma de fuego, le ha pedido que permanezca en la ventana atento a nuestra llegada, que cuando vea que hemos despejado la entrada, coja a su hija y baje a toda prisa sin detenerse un segundo. Tras estas instrucciones, hemos cortado la comunicación y salido de la trastienda del comercio directos a la puerta. Una vez hemos llegado a esta y tras comprobar por los cristales de que todo estaba "despejado", hemos abierto la puerta y salido de uno en uno. Agazapados y tras los vehículos, como ya viene siendo habitual, ha comenzado nuestra nueva andadura. Sorteando coches y merodeadores, de los cuales alguno se ha percatado de nuestra presencia, hemos ido buscando un vehículo adecuado que reuniese los requisitos que buscábamos. El más parecido, una gran furgoneta de ocho plazas. El problema, estaba volcada de lateral sobre el asfalto. Imposible ponerla de pie. Iván ha planteado el problema que me rondaba la cabeza desde hacía un rato "Lo jodido no va a ser encontrar el vehículo, sino transitar con él entre todo este desastre. Imposible. Y no podemos permitirnos el lujo de vernos atascados con el trasto, ya que en el momento lo arranquemos, seremos el centro de atención de toda esta basura andante...". Cuanta razón. Pero como si el de allá arriba nos hubiese escuchado, tras andar unos cuantos metros, hemos comenzado a ver nuestro camino más espaciado, mucho más despejado. Ojo, no del todo, pero por cada paso nuestro, poco a poco íbamos saliendo de ese puñetero embotellamiento. Uno de los motivos, a parte de que ya estábamos muy alejados de la autovía, hacía donde se supone que la gente se dio de tortas por llegar, ha sido que la avenida se ha ensanchado ligeramente. Ahora sí que sí podíamos movernos con libertad con un vehículo. La contra, ahora si que no nos podíamos ocultar tan fácilmente. Eramos blanco fácil para los merodeadores. Ante la imposibilidad de ocultarnos con facilidad ha surgido el plan b, correr a paso ligero. Sin necesidad de esprintar pero sin ir andando, hemos comenzado a movernos. Como siempre, Iván se ha situado en la cabeza del grupo y yo a la retaguardia. Belén y Esther, esta última cargando en brazos con Marta, en el centro. A nuestro paso y evitando abrir fuego a menos que fuese necesario, nos hemos dedicado a esquivar ágilmente a todo merodeador que se nos ha intentado tirar encima. Yo no se si esto tendrá que ver, pero que estos cabrones hayan estado tan sumamente rápidos en sus movimientos me hace pensar que llevan bastante tiempo sin pegar bocado. Ya os digo que esto solo son tribulaciones mías que no puedo afirmar. El mantenernos alejados todo este tiempo de ellos para sobrevivir, si bien sirve para mantenernos con vida no sirve para un profundo estudio sobre su mentalidad y costumbres. Mientras corría y esquivaba, no he podido evitar pensar en si habría alguien viéndonos, desde su casa, correr por la ancha avenida. Si alguien lo ha hecho, no se si nos ha envidiado o nos ha compadecido, lo que si que se que debe de haber sido una imagen de lo más ridícula. Cuatro individuos haciendo footing en pleno apocalipsis y esquivando a muertos andantes que les intentan dar caza a su paso. No sé si es para echarse a reír o a llorar.

El sudor me empapaba la frente y el fresco viento mañanero me estaba calando los huesos, cuando Belén ha dado la señal que andábamos esperando. "¡Allí, junto al semáforo!" y todos hemos girado la cabeza automáticamente. Aquello a lo que se ha referido Belén ha resultado ser un bendito furgón blindado, uno de esos que eran usados por empresas de seguridad para recaudar el dinero de los bancos. No hemos tardado en correr como posesos hacía el vehículo. He tenido un leve incidente con un merodeador, y es que este, salido de unos matorrales de un parque y vistiendo un uniforme militar, se me ha abalanzado. Menos mal que he sido lo bastante rápido como para propinarle un codazo en el pecho evitando así que me acercara sus fauces a mi cuerpo. Este ha caído derribado y restandole importancia a la preocupación de mis compañeros, hemos seguido corriendo. Lo primero que he hecho nada más llegar al furgón ha sido apoyarme y jadear fatigado. Joder, casi tiro el corazón por la boca... Mientras Belén comprobaba si la puerta del conductor estaba abierta, que si lo estaba, Iván ha comenzado a forzar los portones traseros. Sin abrir estos iba a ser imposible ir todos en el furgón. Justo cuando Iván ha podido abrir las puertas, Belén ha salido pitando de la cabina gritando "¡No¡ ¡No abráis las...!". No ha hecho falta que terminase la frase para comprender que quería decir, ya que como cuando se abre un armario y te caen todas las cajas de dentro encima, Iván ha abierto las puertas y se le han venido encima tres merodeadores ataviados con uniforme de seguridad. Al intentar esquivar a estos reculando ha terminado tropezando y ha caído de espaldas en el suelo. Esther, con la niña en brazos, se ha quedado pálida mientras que Marta se le ha abrazado al cuello gritando. La situación requería una rápida actuación o Iván iba a ser mordido, así que he hecho lo más efectivo pero menos apropiado. En ese momento no estaba empuñando mi fusil, el cual colgaba de mi hombro por la correa, e intentar hacer uso de él iba a ser perder unos segundos decisivos, por lo cual, he tirado mano a la pistola que la tenía guardada en el pantalón. De un rápido movimiento, he desenfundado y descerrajado tres disparos sobre los merodeadores. Los tres disparos han acertado en la cabeza de estos, cayendo desplomados al instante para suerte de Iván, que ya tenía encima de él a uno. He ayudado a Iván a incorporarse mientras le preguntaba si le han mordido. Este, cabreado no, cabreadísimo, me ha empujando apartándome la mano y ha dicho "¡Joder, Erik! ¡Tus putos disparos ya habrán alertado a todos los jodidos podridos! ¡No me hacía falta ayuda, lo tenía todo controlado!". La próxima vez le va a salvar la vida su madre por jodido arrogante. De un salto se ha puesto en pie y ha corrido al asiento del conductor. Por lo visto, las llaves del vehículo estaban puestas y tras unos intentos de arrancar girando el contacto, el furgón se ha puesto en marcha. He ayudado a subir a la parte trasera a las chicas y tras dar un beso a Belén, que me ha dicho que tenga cuidado ahí delante, he cerrado las puertas y he corrido a ocupar mi puesto en el asiento del copiloto. No hemos tardado en ponernos en movimiento de un brusco acelerón.

Con Iván al volante, algo más tranquilo tras el pequeño incidente, me he puesto a buscar por toda la cabina cualquier cosa que nos sirviera de utilidad. No he encontrado nada, ni siquiera en la guantera. Al menos, en mi breve inspección he descubierto un pequeño ventanuco que comunicaba con la parte trasera. Me he asomado por este y he visto a las chicas sentadas en unos asientos soldados a las paredes del furgón. Marta me ha mirado y sonriéndome, me ha saludado con la mano. Yo le he devuelto la sonrisa y me he vuelto a sentar en mi asiento. Iván estaba muy concentrado en la carretera y manteniendo la velocidad sin bajar de los 80 km/h. Aunque no es una velocidad muy elevada, esta sí se notaba por cada volantazo que daba Iván para esquivar a los vehículos. Lo que no se ha esmerado en esquivar ha sido a los merodeadores. Es más, yo creo que se ha afanado en llevarse por delante a todos los que le ha sido posible. Estos, cuales insectos que se revientan contra el parabrisas de un vehículo, se han ido estampando, tintando de rojo los cristales, hasta tal punto que Iván ha tenido que accionar el limpiaparabrisas para quitar los manchurrones de sangre y los tropezones. No me he molestado en decirle nada como hice ayer, ya que este vehículo es blindado y muy difícilmente va a romper los cristales con los impactos. Lo he dejado divertirse con su juego de perturbados. Con el transcurso de los minutos me ido percatando de algo, y es que la actividad de merodeadores era cada vez más alta. Si antes, cada cinco segundos Iván atropellaba a un merodeador, ahora era cada uno o dos segundos. Me he comenzado a alarmar. Empezaban a ser muchos y por todas partes. Iván ha tenido que aminorar algo la velocidad. Allá donde mirara habían merodeadores. Mujeres, hombres, niños, militares... todos con aspecto cadavérico y abalanzándose sobre el furgón. Los golpes que propinaban al vehículo sonaban como si sobre el coche estuviese cayendo una lluvia de piedras. Belén, desde atrás, no paraba de preguntar si todo estaba bien. Yo, para no alarmarla, le he dicho que sí. Pero de nada ha servido, ya que por lo visto Esther se ha asomado por una de las ventanas de las puertas traseras y ha descubierto el panorama, ya que ha gritado un sonoro "¡Dios mio!". Pero la cosa estaba por complicarse más. Al final, nos hemos visto envueltos en el medio de una inmensa muchedumbre de merodeadores que zarandeaban el furgón a nuestro paso. Los teníamos por todas partes, ¡por todos los lados! Era como una antigua y popular manifestación. La velocidad del vehículo ya era de 20 km/h, ya que ni siquiera se podía ver el asfalto por donde transitábamos. Algunos merodeadores ya habían comenzado a trepar por la parte delantera del vehículo e Iván los quitaba de encima frenando en seco. En esos momentos, si nos llegamos a quedar sin gasolina, el furgón habría sido nuestra tumba, ya que no habríamos podido salir aunque quisiéramos. Para abrirnos paso con las armas habríamos necesitados toneladas de munición, ya que sin exagerar, ¡habían miles! Es una de las peores situaciones en las que me he visto envuelto, y como ya sabéis, no han sido pocas. Iván estaba maldiciendo a todo lo habido y por haber, mientras que conducía abriéndose paso sobre los merodeadores. El furgón avanzaba sobre estos, pasando sus ruedas sobre ellos y produciendo un crujido espantoso al triturar los huesos de los andantes. De repente, el walkie ha sonado. Era Antonio, diciendo "¡Os veo! ¡Estáis casi debajo de nosotros! Es la finca que tenéis justo enfrente a la derecha". Rápidamente la he buscado con la mirada. No he tardado en divisar un gran edificio con grandes letras injertadas en el ladrillo, en las que ponía 'Gran Torre del Sol'. Me disponía a responder a Antonio cuando Iván me ha quitado el aparato de las manos y ha comenzado a gritar "¡¡Grandisimo hijo de puta!! ¡¡¿Donde nos has metido?!! ¡¡Te ha salido bien el callarte el número de merodeadores, ¿verdad?!! ¡¡Ojala te pudras ahí solo como la rata mentirosa que eres, bastardo!!". Me he quedado alucinado ante el ataque de ira de Iván. No he sabido como actuar. La voz de Antonio ha tardado en volver a pronunciarse para hacerlo de forma cautelosa: "Lo siento si no he sido más especifico, pero quiero que comprendas que si no llego a hacerlo de esta forma... nunca habríais accedido a ayudarnos". Iván me ha mirado con los ojos desorbitados y me ha dicho "Encima tiene la gran cara de reconocerlo. Será..." y ha pulsado el botón del walkie diciendo "¡¡Maldito perro...!!". No ha terminado la frase. Le he arrancado el aparato de las manos gritándole un "¡Basta! ¡Céntrate en conducir, joder!". Iván, sorprendido por mi actuación, me ha gritado "¡¿Pero ahora tú de que coño vas?! ¡Devuélveme el walkie!". Mientras le he respondido un sonoro NO me he percatado de lo violentos que se estaban volviendo los zarandeos al furgón. A este paso nos iban a hacer volcar. Iván ha repetido de nuevo "¡Erik, no me toques los cojones! ¡No te lo voy a repetir más veces! ¡Devuélveme el jodido walkie!". Mi respuesta, la misma, un sonoro NO acompañado de un CÉNTRATE EN CONDUCIR. Este ha sido el detonante de la debacle. Iván ha soltado una mano del volante y la ha dirigido sobre mi en forma de zarpazo. Agarrándome de la chaqueta me ha arrastrado e intentado quitar el walkie. De un golpe he intentado repeler su brazo, pero Iván ha perdido más aun los estribos y al ver que le he salido respondón, me ha propinado un fuerte derechazo en la mandíbula. Desde la parte trasera podía escuchar a Belén gritar "¡Chicos, basta ya! ¡Parar! ¡Nos están desbordando los merodeadores! ¡Centraros, por favor!". Pero se me ha nublado la mente hasta tal punto que solo me he centrado en devolverle el golpe a Iván. Y vaya si lo he hecho. Le he dado un buen puñetazo en el pómulo que le ha hecho temblar la cabeza. Aquí la cosa ha terminado de irse de madre, ya que este ha soltado el volante y lleno de ira ha comenzado a propinarme golpes. Apenas he recibido el primero cuando he empezado a devolvérselos mientras me cubría la cara con el antebrazo izquierdo. Tras esto y para bloquear sus golpes, me he lanzado sobre él agarrándole por el cuello. Los gritos de desesperación e impotencia de Belén y Esther eran ensordecedores mientras yo golpeaba una y otra vez, contra el cristal de la ventanilla, la cabeza de Iván. Este, con su brazo derecho me intentaba separar de él mientras que con el izquierdo me golpeaba. La cuestión es que entre tanto dar y recibir y cegado por la pelea, Iván ha apretado más de la cuenta el pedal del acelerador y sin nadie dirigiendo el volante, el furgón se ha puesto a gran velocidad sin rumbo fijo. Los golpes de los merodeadores contra el morro del vehículo y el parabrisas eran constantes, mientras el furgón circulaba a toda velocidad dando botes sobre el asfalto. Solo cuando he visto que el velocímetro marcaba 90 km/h he entrado en razón y me he apartado de Iván. Este ha tardado un poco más en percatarse y cuando ha intentado ponerse al volante ha sido demasiado tarde. El furgón ya estaba despedido y volando por los aires.

Solo nosotros somos tan estúpidos de enzarzarnos en una pelea en pleno corazón de una muchedumbre de miles de merodeadores. Tan culpable Iván por comenzar la pelea como yo por continuarla. Hemos sido unos inconscientes arriesgando la vida de todos por semejante estupidez. La cuestión es que, como iba diciendo, cuando Iván ha intentado hacerse con el volante para controlar la situación, el furgón ya iba por los aires. ¿Por qué? Ni idea. Supongo que a esa velocidad y entre tanto merodeador, hemos debido chafar algún montículo o saliente del asfalto que nos ha hecho salir despedidos. El aterrizaje ha sido brutal y el furgón ha dado varias vueltas de campana para terminar derrapando a gran velocidad. Mientras todo esto ocurría, Iván y yo parecía que estábamos dentro de una lavadora. Mientras el coche derrapaba de lateral, yo he podido ver a través del agrietado parabrisas como iban cayendo todos los merodeadores que se encontraban en la trayectoria del vehículo. Al final, hemos colisionado contra algo y el furgón se ha parado en seco. Dolorido, me he incorporado dificultosamente y me he dirigido al ventanuco que comunica con la parte trasera. Al asomarme me he tranquilizado, ya que he visto a Belén incorporarse y a Esther poner en pie a Marta. Luego me he dirigido hacía Iván. Este, hecho un ovillo bajo el volante y con una brecha en la frente, se ha levantado como ha podido. Rápidamente ha buscado su escopeta. Yo he hecho lo mismo con mi arma. Mientras buscaba el fusil, he descubierto todo mi brazo y parte de la mano en carne viva y con algo de sangre. Desde atrás, Belén ha gritado "¿Como pensáis salir de aquí?". Cuando me disponía a responder me he percatado de la gravedad de la situación. Un tumulto de merodeadores rodeaba el furgón. Estos golpeaban y empujaban la carrocería y los cristales. Iván se ha pronunciado, diciendo "¿Como pensamos salir? ¡Por la puerta!". Levantando el brazo, ha tirado de la manivela de la puerta y la ha empujado, abriendo esta de par en par. Después de esto y con la mochila cargada a su espalda, ha trepado por los asientos y ha sacado medio cuerpo fuera. Acto seguido y mientras terminaba de salir, ha comenzado a disparar la escopeta. Era una locura, pero que otra opción nos quedaba. He cargado la mochila a mi espalda y he imitado a Iván. Trepando por los asientos, he sacado medio cuerpo fuera y la visión ha sido horrenda. Los merodeadores se extendían desde nuestra posición hasta donde se perdía la vista. Y todos se concentraban hacía un punto: nuestra posición. Era imposible salir de ahí. O al menos, imposible sin un golpe de suerte. Irguiéndome sobre la carrocería de la volcada furgona, he empuñado mi fusil y he comenzado a abrir fuego sobre todos los merodeadores que intentaban trepar. Las detonaciones de la escopeta de Iván solo cesaban cuando este recargaba nuevos cartuchos en la recámara. Era inútil disparar y disparar, jamás podríamos acabar con todos los merodeadores. Iván me ha gritado "¡Dile a las chicas que abran la puerta y vayan subiendo mientras nosotros las cubrimos!". Le he contestado "¿Subir? ¿Para qué? ¡Si no tenemos escapatoria! ¡Para eso merece la pena que continúen seguras en el interior!". Él ha replicado "¡Pues dime tú que hacemos entonces!". Mientras le propinaba una patada en la cabeza a un merodeador que estaba trepando, he comenzado a buscar desesperadamente la forma de salir de ahí. Ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que apenas a unos seis metros de nosotros, estaban las puertas del edificio de Antonio. Pero, ¿como íbamos a llegar hasta allí con tantos y tantos merodeadores rodeándonos? Jugandonos el todo por el todo. Me he dirigido a Belén, diciéndole "¡Cuando dé un golpe a la carrocería, abrir las puertas y disparar sin cesar! ¡Cuando hayáis vaciado los cargadores, recargar y mientras bajaremos nosotros manteniendo el fuego! ¡Después, seguirnos!". Ella me ha respondido un fuerte "¡Entendido!". Tras esto, me he dirigido a Iván y le he explicado el plan. Este se ha puesto ansioso por llevarlo a cabo. Cuando hemos cambiado los cargadores y ya preparados, he dado un fuerte golpe sobre la carrocería del furgón y las puertas traseras de este han comenzado a chirriar para terminar abriéndose de par en par. Todos los merodeadores allí apelotonados han comenzado a intentar entrar, pero una lluvia de disparos procedente del interior ha comenzado a barrerlos y desmembrarlos. Nosotros no hemos apoyado el fuego para conservar intactos los cargadores y así mantenerlos llenos hasta la hora de entrar nosotros en acción. No ha pasado mucho tiempo hasta que Belén y Esther han vaciado sus cargadores. La brecha que han abierto ha sido considerable y más que suficiente para bajar sin peligro. Pero no podíamos tardar mucho, ya que el hueco se estaba tapando con nuevos merodeadores. Sin pensar, hemos dado un salto y aterrizado sobre una alfombra de cadáveres. Acto seguido, nuestras armas han comenzado a escupir plomo. A nuestra espalda, las chicas han recargado y comenzado a apoyar el fuego. Poco a poco, nos hemos ido abriendo paso. Los merodeadores se nos intentaban aproximar desde todos los ángulos, pero los hemos ido rechazando a plomazo limpio. Cuando Iván ha agotado los cartuchos cargados, ha colgado el arma en su hombro y ha sacado el hacha. Con esta en una mano y la pistola en la otra, ha comenzado a arremeter contra la horda. Lentamente y con el ritmo de dispara, carga y vuelve a disparar, hemos abierto pasillo hasta las puertas del edificio. Menos mal, ¡ya que solo me quedaba un cargador lleno! Iván, de un fuerte golpe con el hacha, ha roto el cristal de una de las puertas. Este se ha hecho añicos y de un salto nos hemos metido en el interior.

El patio era bastante grande y dividido en dos sectores: escalera izquierda y escalera derecha. He comenzado a buscar en la mochila el walkie, que momentos antes de salir del furgón había guardado aquí. Apenas lo he encontrado cuando de nuevo nos ha tocado salir corriendo. Un gran número de merodeadores ya estaba dentro y otros muchos estaban entrando ya. Sin poder contactar con Antonio para preguntarle que escalera debíamos tomar para llegar a su casa, hemos salido a toda prisa y tomado el camino más cercano, el izquierdo. Hemos comenzado a subir por las escaleras y nos hemos detenido al llegar al quinto piso. El motivo, Esther y la niña no estaban con nosotros. Belén se ha puesto a llamarla a voces, pero ella no ha contestado. He intentado volver a bajar, pero Iván me ha detenido, diciendo "No seas ignorante. No vas a conseguir nada bajando. Si se han quedado abajo, ya estarán muertas. Es inútil". Belén se ha puesto a llorar y yo no he tenido tiempo ni para lamentarme. He sacado el walkie y he dicho "Antonio, rápido, tenemos problemas. Necesitamos saber cual es tu piso y puerta". La respuesta no se ha hecho esperar: "¡Dios bendito! Os había dado por muertos. Noveno piso, puerta 36, escalera derecha. ¿Por qué?". Al escuchar 'escalera derecha' se me ha caído el mundo encima. Vuelta otra vez para abajo. Y esta vez con el agravante de todo el patio infestado de merodeadores. Estos ya habían subido hasta el segundo piso. Hemos tenido que tirar de arma nuevamente. Sin cargadores disponibles, me he visto obligado a utilizar la pistola. La horda se aglomeraba por las escaleras y esto me ha recordado a aquel fatídico día en el hospital Clínico de Valencia. Hemos podido hacer recular a la horda hasta el primer piso y una vez aquí, nos hemos descolgado por el hueco de las escaleras. A pesar de que la altura era considerable, hemos aterrizado sin problemas. No ha habido tregua, ya que el número de merodeadores aquí no era inferior, sino todo lo contrario. Solo poniendo toda la carne en el asador y haciendo de tripas corazón, nos hemos abierto camino. Yo ya ni siquiera disparaba mi arma, sino que cogiéndola del cañón la he utilizado como si de un garrote se tratara. A golpe limpio y sin perder de vista a Belén, hemos conseguido llegar a la escalera derecha. Corriendo, hemos ido subiendo los peldaños de tres en tres. Por esta escalera también habían subido bastantes merodeadores, aunque muchos menos. Golpeando y lanzando por el hueco de la escalera a todo merodeador, nos hemos ido deshaciendo de todos los que se interponían en nuestro camino. Justo cuando hemos llegado al tercer piso, he levantado la culata de mi arma y cuando me disponía a asestar un nuevo golpe contra otro merodeador, este no ha resultado ser tal y me he quedado petrificado. Estaba sorprendido ante lo que estaban viendo mis ojos. No podía ser cierto. Tenía que ser un espejismo. Me he llevado las manos a la cara y, frotándome los ojos, he vuelto a mirar. No era una visión producto de mi mente. Esto se ha confirmado cuando la persona que tenía delante ha exclamado "¡Lo sabía! ¡Sois vosotros! ¡Lo he sabido en cuanto te he escuchado por el walkie!". Era Eduardo. Sí, habéis leído bien. El mismísimo Eduardo, mi fiel amigo y por el cual me he preocupado tanto. En su mano portaba un bate de béisbol completamente ensangrentado. No he podido evitar darle un fuerte abrazo el cual me ha correspondido y le he dicho "Me alegro de volver a verte, amigo". Su respuesta "Y yo también a vosotros, compañeros. Ya habrá tiempo de hablar, ahora debemos subir antes de que nos alcancen los merodeadores. Arriba esta Esther y la niña que le acompaña. ¡Vamos!". Segunda buena noticia. Esther y la niña están sanas y salvas. A fin de cuentas, ha valido la pena tanto sufrimiento.

Nada más llegar al noveno piso, Eduardo ha abierto la puerta y hemos entrado rápidamente a la casa. Después, ha echado el cerrojo y parapetado la puerta con un mueble. Hemos seguido a Eduardo por un largo y ancho pasillo hasta llegar al salón. Cuando hemos llegado a este, un comedor tremendamente espacioso e iluminado por la luz que entra a través de las grandes ventanas, he visto a Esther y Marta sentadas en un sofá. De pie, junto a estas, estaba un hombre de mediana edad, rechoncho y con bigote, que ha resultado ser Antonio. Junto a Antonio, una joven de unos 17 años, de larga melena rubia que he supuesto que sería la hija de este. Antonio, al vernos, se ha acercado a nosotros y justo cuando ha comenzado a decir "Me alegro de que estéis bien...", Iván le ha propinado un fuerte empujón, gritándole "¡Nos has enviado directos al matadero, cabrón!". Antonio ha caído derribado sobre el sofá. Eduardo y yo nos hemos metido por medio mientras separábamos a Iván, que intentaba encararse con Antonio. Este se ha levantado torpemente y más blanco que la pared. Casi tartamudeando ha dicho "Yo... yo... lo siento, de verás. No era mi intención...". Eduardo ha tranquilizado a Iván a duras penas, pero lo ha conseguido. Tras este incidente, me he sentado en el sofá y me he puesto a rellenar los cargadores que he vaciado en el trascurso del día. Marta se ha sentado a mi lado y me ha ido ayudando, pasándome balas sueltas. He escuchado como Esther le contaba a Belén lo siguiente: "Me he temido lo peor, Belén. Por momentos lo he visto todo perdido. Cuando me he dado cuenta estabais subiendo por la escalera izquierda y la niña, asustada, ha salido corriendo por la escalera contraria. La he tenido que perseguir y cuando me he hecho con ella, ya era demasiado tarde para bajar y seguiros. Estaban por todas partes. Creía que íbamos a morir hasta que ha aparecido Eduardo...". Le he preguntado a Antonio si tenían electricidad y agua corriente. La respuesta ha sido negativa, como me temía. Me ha llevado a la cocina y me ha mostrado varias garrafas que han llenado con agua de las escasas lluvias. Luego me ha mostrado los pocos víveres con los que cuentan: una pata de jamón prácticamente acabada. Me ha dicho "Con esto hemos estado subsistiendo este último mes. Apenas queda ya, así que veremos como nos la ideamos para alimentar cinco bocas más. No contaba con este desenlace, así que veremos como lo hacemos...". Cierto que con la carne que queda en la pata poco vamos a hacer. Lo que esta claro es que tenemos que idear un plan para salir de aquí lo antes posible. Despues y junto a Eduardo e Iván, he salido a la terraza. La visión de la ciudad desde esta altura ha sido más que aterradora. La devastación se extiende por todos los rincones y la ancha avenida esta completamente infestada de merodeadores, todos ellos dirigiéndose y agolpándose ante las puertas del edificio. Saben que dentro hay 'comida'. Viendo todo desde esta panorámica no sé como hemos sido capaces de meternos hasta aquí con el furgón, por muy blindado que fuese. Es una locura. Y doy la razón a Iván en su opinión de que Antonio ha sido un insensato al ocultarnos con su silencio la gravedad del asunto. Sea como fuere, ya estamos aquí y tenemos que dar gracias de que no hemos tenido que lamentar ninguna baja. Ahora solo debemos centrarnos en escapar de este piso. Desde la terraza, he barajado la posibilidad de trepar a pisos superiores. He calculado la distancia entre pisos, pero Eduardo me ha dicho "Ni te molestes. Cuando el patio era seguro, subí hasta el último piso... y nada. No hay terraza por la que se pueda huir a fincas colindantes. No quiero desalentarte, pero creo que en todo el tiempo que llevo en esta casa, he barajado y probado todas las opciones posibles". No ha querido desalentarme, pero lo ha conseguido. De todas formas, alguna forma de salir de aquí tiene que haber, alguna que haya pasado por alto Eduardo.

He pasado el resto del día quebrandome la cabeza buscando una forma. Mientras, Eduardo e Iván han estado conversando y la hija de Antonio, Susana se llama, junto a Esther, han estado jugando con Marta. Yo he hecho varios viajes a la puerta de la casa para mirar por la mirilla de esta. Muy a mi pesar, he podido comprobar que el rellano y, supongo, todo el edificio, esta infestado de andantes. Por lo menos todavía no saben a que puerta deben golpear, por ello, le he dicho a los demás que hablen lo más bajo posible y que no hagan ruido. También he cerrado la puerta del salón para aislar nuestras voces.
Hace tan solo unas horas que ha caído la noche. A pesar que estamos en el noveno piso, se hacen insoportables los gemidos de la horda de ahí abajo. También se oyen a los que están en la escalera. Antonio me ha dicho que ellos ya están acostumbrados a esto. Este nos ha conducido a una de las habitaciones en la que hay dos camas. La casa consta de tres habitaciones. La grande la utiliza Antonio con su hija, la segunda Eduardo y ahora Iván, y la tercera es para mi, Belén, Esther y la niña.

No creo que hoy pueda pegar ojo. Lo he intentado y como no he podido conciliar el sueño (y eso que estoy cansado), me he levantado y me encuentro en la terraza, sentado y escribiendo esta entrada. Hace frío y la horda de aquí abajo me pone de los nervios, pero aparte de que no quiero despertar a Belén y compañía con la luz del pc y el sonido de las teclas, he decidido salir para que me de el aire. No sé, puede sonar estúpido, pero quiero sentirme lo menos encerrado posible. Es como si sintiera claustrofobia ante la situación que nos encontramos. También parece ser que no soy él único que no puede dormir, ya que antes, cuando he salido de la habitación y he pasado junto a la de Antonio y su hija, he podido ver que por la junta de la puerta escapa un hilo de luz de una vela.

Bueno, creo que voy a cerrar la entrada por hoy. Ha sido un día duro y quiero ahorrar la energía de las baterías del portátil. No sé cuanto tiempo vamos a estar aquí y sin poder recargar estas. Mañana tengo muchas cosas de las que hablar con Eduardo y, porque no, con Antonio. Y también quebrarme la cabeza buscando la forma de salir de aquí.


- Erik -


13 comentarios:

Irving Zaid dijo...

Hola que bueno que ya sabemos que Eduardo sigue vivo adios

seeyouinthenextlife dijo...

De puta madre por lo de Eduardo, creía que se lo iban a encontrar al lado de Reus, pero así es mejor porque el grupo es más fuerte ahora y como se les ha ido la cabeza a estos pegandose en la furgo...será fruto de la tensión del día a día y lo que llevan a sus espaldas.

Un poco más y no lo cuentan, ahora veremos como salen de ese puto infierno...

jvillalva0 dijo...

Genial como siempre! sigue asi
Saludos

Richzendy dijo...

Ya se necesitaba un poco de ayuda y apoyo contra el loco de Iván y Eduardo la va a proporcionar, por cierto tremendo atolladero en el que están, me atrevo a asegurar que es el peor en el que han estado

irving zaid dijo...

no aguanto mas la espera pero se lo que los escritores tienen que esperar de seguro orita estas pensando en como escaparian y que paresiera real entren www.diarioapocaliptico.es.tl

Richzendy dijo...

Nos tienes abandonados :-/

Miembro de la resistencia dijo...

Buenas a todos!

Cierto, he estado un poco apartado últimamente, así que os pido disculpas. Lo que ocurre es que no he parado y no he tenido tiempo para colgar ninguna entrada, pero no os preocupéis que en breve tendréis doble ración! Así que estad atentos :)

Un saludo!

Rosy Ponce dijo...

Hola es la tercera vez que escribo, pero dejame felicitarte,, creo que no eres profesional en la escritura de libros, (o sea que no te dedicas a esto o vives de ello) pero pareciera que si lo haces,he leido casi todos los libros de zombies que han publicado ultimamente y tu publicación me tiene mas enganchada que muchos de ellos, esta a la altura de apocalipsis zombie, o de diario de un zombie que han sido mis favoritos, por favor no nos dejes con mas dudasm publica más que esto es buenisimo, gracias y sigue asi. saludos desde México.

jackeline ramirez dijo...

Hola,me alegro que existan personas que se dediquen a animar y entretener a los sedientos de relatos zombies, este es un genero que todavia esta en pañales, pero dejame desirte que tu historia es exelente.
Esperamos tu proxima entrega desde Costa Rica

Miembro de la resistencia dijo...

Muy buenas a las dos!

En primer lugar agradecer vuestros comentarios. Para todos aquellos que tenemos un blog, sea de la temática que sea, no hay nada más gratificante que recibir comentarios como los vuestros. Gracias!

En segundo lugar, decir a todos los lectores que en breve tendréis vuestra dosis de historia! Siento el estar tardando tanto en publicar, pero ya sabéis como es el verano...ieie.

Un saludo y permanecer atentos!

seeyouinthenextlife dijo...

Queremos devorar unas entradas....

Salut i força al canut ;)

Atmoral dijo...

Muchas gracias por la historia, he descubierto hace poco mas de una semana y tu relato es muy bueno.
Ya llegue hasta este capitulo y solo pedirte que no te olvides de nosotros....
Un saludo y gracias.

ln dijo...

Estupendo blog de esta temática, y eso es escaso. Te invito al mío. Saludos.