miércoles, 22 de septiembre de 2010

+ 22-09-10 + Una verdadera tragedia

Ha pasado un tiempo desde mi última entrada, más de dos meses para ser exactos. Ha sido mucho tiempo. Muchos de vosotros habréis pensado que mi ausencia estaba debida a que había muerto. Lo comprendo. Es lógico, ya que después de mi última entrada, las cosas no pintaban demasiado bien. Os voy a relatar que ocurrió tras la entrada del 17 de julio, entonces lo comprenderéis todo.

El día 18 fui despertado por Eusebio algo temprano. No recuerdo bien la hora exacta. Este cuanto apenas me dirigió la palabra y solo me dijo que el desayuno estaba en la mesa, que en cuanto acabase, fuera a buscarlo. Así lo hice. Me tomé el dichoso café con sabor a rayos y fui en su busca. Busqué por los pasillos del refugio y hasta en los exteriores, pero ni rastro. No di con él hasta que encontré a su mujer, ya que fue su ella quién me condujo hasta la habitación donde él se encontraba. Al abrir la puerta, me lo encontré sentado ante una pequeña mesa, realizando algo sobre esta. La luz aquí era muy tenue, pero no tardé en ver todo lo que guardaba esa habitación. Era un verdadero arsenal de armas. Prácticamente amontonadas, habían armas de todas clases. Escopetas, rifles, ametralladoras... de todo tipo. También habían varías cajas de madera cerradas y apiladas. Eusebio me invitó a pasar y yo entré observando detalladamente la sala, entonces le dije "Vaya, no sabía que estabais tan bien equipados. Sois una caja de sorpresas". Esperaba al menos una sonrisa por su parte, pero no, totalmente serio, me contestó "Gran parte del arsenal proviene de un cargamento que iba para Reus. Lo encontramos en una furgona militar, en plena autovía. Al parecer, los lentos se interpusieron entre Reus y los militares que llevaban el cargamento. Al menos, eso deducimos, ya que los militares estaban en la furgona con las tripas fuera, ya me entiendes... Necesito que me ayudes a hacer unas cosas". Cuando dijo que le ayudara, me fijé en que estaba haciendo en esa pequeña mesa. Encima de esta, había una extraña máquina con una palanca, la cual estaba manipulando. Le pregunté "¿En que quieres que te ayude? A todo esto, ¿que es esa máquina y que haces con ella?". Su respuesta fue "Esta máquina que tú llamas sirve para recargar munición, y es lo que estoy haciendo. Necesito que mientras yo hago esto, rellenes aquellas botellas de vidrio con gasolina y les pongas un trapo en la boca. Cócteles molotov, vamos...". Lo miré extrañado, pero no sé de que me extrañaba, ya que sabía de que iba el tema y para que quería que hiciera eso. Me puse manos a la obra y, mientras Eusebio recargaba munición, yo me dediqué a llenar botellas de cristal con gasolina. Cuando preparé la séptima botella, me dijo que no hacía falta que llenara más, que eran más que suficientes. Dudé en preguntar, ya que se notaba que no era su mejor día, pero quería saber cual era el plan a seguir, así que le pregunté "¿Cual es el plan a seguir? ¿Lo habéis pensado?". Como si yo no hubiese hablado, rellenó una bala con pólvora, la preparó y la ensambló con la máquina, entonces me contestó "¿Cual es el plan? Fácil y sencillo. Vamos a darles caza como a jabalís. Los vamos a sacar de su madriguera y los vamos a abatir uno a uno. Ese es el plan". Yo me quedé un poco sorprendido por su contestación. Era un plan muy poco elaborado y, por lo tanto, peligroso. Le pregunté si estaba seguro de hacerlo así. En que mala hora pregunté. Eusebio me lanzó una mirada que casi me fulmina y entonces me gritó"¡¿Que si estoy seguro?! ¡¿Me preguntas que si estoy seguro?! ¡Mi nieta esta agonizando en la habitación de al lado y te atreves a preguntarme eso! ¡Por supuesto que lo estoy! ¡Que no te quepa la menor duda de ello!". No sé que cara se me quedo en ese momento, pero Eusebio se quedo callado unos segundos y en seguida se disculpo. Me dijo que lo perdonara, que estaba muy alterado por la situación y que yo no tenía culpa. Le acepté las disculpas. Se como se siente uno en su pellejo.

Pasaron las horas y Eusebio paso todo el día en la habitación. Yo le estuve ayudando en todo lo que pude. Entonces apareció Andrés. Este venía con las armas en la mano y por lo visto había estado vigilando desde la lejanía el campamento de los traficantes. Andrés comenzó a decirle a Eusebio "No ha habido ningún movimiento extraño en el campamento, tío. Están todos allí, incluido Josué. (según me explicó Eusebio, Josué fue quién nos trató en nuestra visita al campamento) No han salido del campamento para nada, salvo los críos, que han estado correteando por el exterior. Ni siquiera han salido a cazar ni a hacer incursiones a Tarragona. Quizás hoy no hagan nada, aunque queda mucho día por delante. El primo se ha quedado allí, vigilando. Si hay algún movimiento raro, me lo comunicará por walkie". Eusebio le preguntó"¿Habéis mirado lo que te dije?", a lo que contestó "Sí, es tal cual pensábamos. El material lo tienen en una de las chabolas de la entrada, junto donde cierran los negocios. Tendremos que iniciar el fuego por la zona oeste, ya que es la zona más alejada y el fuego tardará en llegar hasta donde guardan la mercancía. Nos dará tiempo a encontrar y sacar las cajas sin problemas". A partir de aquí, no logro recordar mucho más. No se que hice durante el mediodía ni a principios de la tarde. Lo siguiente que recuerdo es durante bien entrada la tarde, a pocas horas del ocaso. Había llenado mi petate con la munición y preparado el rifle, cuando Eusebio entró a mi habitación y me dijo "No pensaras utilizar ese rifle para esto, ¿verdad? Espera, te voy a traer algo mejor". No comprendí que tenía de malo mi rifle. Cuando volvió, me lanzó otro rifle, algo más largo y con mira telescópica. Me dijo "Este te vendrá mejor, sobretodo, para el papel que vas a jugar en todo esto. Cuando lleguemos al campamento, te explicaré. Además, tiene más capacidad de munición que el que tú llevas. Venga, coge lo que tengas que coger, que nos vamos". Cuando salió de la habitación, observé detenidamente el rifle y no tardé en reconocerlo. Era un fusil Dragunov. Lo sé porque, hace unos años, leí artículos sobre este rifle, pero jamás pensé que tendría oportunidad de tener uno entre mis manos. Quién me lo iba a decir a mi por aquellos años... Trasteé durante unos minutos el arma para familiarizarme con el fusil y su mecanismo y, cuando comprendí más o menos el funcionamiento, me lo colgué del hombro y salí de la habitación. Cuando llegué al salón, me encontré con un panorama muy desolador, el cual me entristeció. Andrés, su primo y Eusebio estaban con las mujeres y los niños. Las mujeres lloraban y los abrazaban, mientras que los niños hacían preguntas sin comprender nada. Vi como Andrés besaba a uno de los niños mientras este preguntaba que a donde iba. El niño más mayor dijo "Se van y no volverán. Morirán como todos mueren, como murió mi papá". El silencio se hizo en la sala y nadie se atrevió a replicar. El corazón se me encogió al ver a ese niño pronunciar esas palabras. Eusebio contestó "Claro que volveremos. No nos va a pasar nada, ya verás, enano". Yo me alejé del salón rumbo al exterior, pensando en las palabras de Eusebio y en que desearía que Belén hubiese estado ahí para que se despidiera de mi y me pidiese que volviera sano y salvo. Vaya... que nostalgia sentí... Indescriptible.

Esperé en el exterior, junto a los coches, hasta que los tres salieron. Vi que en sus rostros habían lágrimas. No me atreví a pronunciar ni una palabra, solo me metí en uno de los coches y permanecí en silencio. Eran momentos muy duros para ellos, así que me mantuve al margen. Como el día anterior, yo subí en el utilitario, pero esta vez fue Eusebio quién subió en mi coche, poniéndose él al volante. Andrés y el primo subieron a la ranchera. Mientras nos poníamos en marcha, Eusebio sacó de su bandolera algo y me lo dio. Cuando miré que era descubrí que eran dos granadas de piña. Me dijo "No se si sabrás utilizarlas. Es tan fácil como quitar la anilla y lanzar. Eso sí, date aire para lanzarlas o no lo contarás". Fue una explicación que no me hacía falta. Quién no conoce el mecanismo de una granada de mano. Transitamos con los coches por la vía que transitamos el día anterior. De vez en cuando observaba a Eusebio. Estaba muy nervioso. Su labio superior temblaba ligeramente cada cierto tiempo. Llevábamos un poco conduciendo, cuando la ranchera se paró delante nuestra. Pensé que estábamos cerca del campamento, pero no lo divisé por ningún lado. Al parecer, habíamos parado muy alejados del campamento con la intención de no ser divisados por estos. Bajamos del coche y Eusebio habló: "Bien. Lo que vamos a hacer es simple. Erik, tú iras junto a mi hijo a aquella pequeña colina. Quiero que os apostéis allí con los rifles y en cuanto comiencen a salir, los elimináis. Indiferentemente quienes sean. Andrés y yo bordearemos el poblado y con los cócteles los haremos salir. Esa sera la señal para que comencéis a disparar. Después y bajo vuestra cobertura, cuando todo este más o menos limpio, entraremos a por el material. Se que mi hijo tiene buena puntería con el rifle, solo espero que tú también la tengas, Erik. Vamos, cada uno a sus puestos". Entonces, Andrés se nos acercó rápidamente y nos dijo antes de que nos alejásemos "Josué es mio. No lo matéis si lo tenéis a tiro". Asentí con la cabeza y el hijo de Eusebio y yo corrimos en dirección a la colina. Estaba un poco alejada y ya estaba comenzando a anochecer. Mientras corríamos, le pregunté "Por cierto, ¿como te llamas? Se que no es un buen momento para este tipo de preguntas, pero es que todavía no sé tú nombre". Este me contestó "Manuel. Me llamo Manuel". Yo dije prácticamente en voz baja "Como un viejo amigo...". Tardamos un poco en llegar a la colina, pero cuando lo hicimos, nos movimos ocultos en el follaje de los arboles y buscamos un buen puesto de tiro. Yo me situé tumbado frente a un reborde de piedra. Este me serviría de parapeto si desde el campamento nos descubrían y nos disparaban. Manuel se situó a un par de metros de mi, también tumbado y con su rifle de precisión a punto. Desde esta posición divisábamos todo el poblado chabolero. Preparé la mira de mi rifle con el aumento adecuado y comencé a husmear todo el poblado. Lo que vi fue lo siguiente. A pocos metros de la entrada del poblado había un individuo sentado sobre una vieja nevera. Este estaba fumando y con un fusil de asalto a su lado. En la puerta de una de las chabolas que tiraba humo por la chimenea, habían tres viejas gordas pelando lo que parecían patatas. Más adentro del poblado, paseaban unos tres individuos, los cuales, con sus armas colgadas del hombro, conversaban y reían. Luego busqué la posición de Eusebio y Andrés. Me costó encontrarlos. Los pude ver corriendo, ocultándose tras los matorrales y un ribazo. Estaban algo alejados del poblado, pero lo suficiente cerca para atacar. Manuel me habló "¿Nervioso, Erik?", a lo que contesté "Un poco. Pero no es la primera vez que hago esto, así que estoy un poco inmunizado en lo que se refiere a nervios". Manuél, sin dejar de mirar por la mira de su rifle, me dijo "Te envidio. Yo estoy acojonado. Nunca he disparado contra un hombre vivo, pero espero que sea tan fácil como disparar a un jabalí o a un lento". Permanecí en silencio, pero repliqué "Bueno, es algo más complicado. Pero más difícil es conllevarlo en la conciencia durante el resto de nuestros días". Su respuesta me sorprendió por la crudeza: "Para mi, en este caso, eso es lo de menos. No voy a tener ningún remordimiento en acabar con todos los que pueda. Y no voy a tener compasión ni miramiento en si disparo a una mujer o a un niño. No espero que lo comprendas, pero si estuvieras en nuestro lugar, lo entenderías. Los de ese poblado no son humanos, son alimañas, bestias salvajes. Ellos con nosotros harían lo mismo. De hecho, ya nos han hecho mucho daño y les voy a hacer pagar por ello". En ese mismo instante fuimos alertados por gritos que provenían del campamento. Cuando miré, descubrí la zona oeste en llamas. Varías chabolas estaban ardiendo y la gente salía de las casas para ver que ocurría. Pude divisar a Andrés y a Eusebio como lanzaban un par de cócteles más y retrocedían. Era la señal. Lo primero que hice fue abrir fuego contra el individuo que tenía más a tiro, el que hace unos minutos estaba sentado encima de la nevera desguazada. Este ya estaba en pie, con su arma en mano y observando que ocurría. Situé la cruceta de mi mira sobre su cabeza y apreté el gatillo. El retroceso del arma hizo que la culata del rifle golpeara mi hombro violentamente, pero pude ver como mi bala impactaba en el blanco. Le acerté justo en la cabeza y vi como su cabeza estallaba. Manuel me dijo "Buen disparo", pero yo sentí un profundo asco hacia mi persona. Tuve que mentalizarme que esa gente era como es el Skull Korps. Gente sin escrúpulos, gente que hacía daño a otra gente, personas que sobraban en este mundo. Solo así reuní fuerzas para seguir disparando. Manuel efectuó varios disparos que creo que acertaron en el blanco. Busqué un nuevo objetivo y lo encontré en varios individuos que corrían hacía el fuego. Efectué varios disparos, de los cuales, solo dos acertaron en el blanco. Uno de estos individuos cayó malherido al suelo, pero no lo rematé. Mi punto de mira pasó por encima de mujeres y niños, pero no disparé. No pude. Manuel si lo hizo. Él disparaba a todo lo que se cruzaba por su mira telescópica. Vacié mi cargador y me dispuse a cargar este. Mientras introducía las balas una a una, desde el poblado sonaron disparos. Mis temores se confirmaron cuando Manuel me gritó "¡Mierda! ¡Los han descubierto y están disparando! ¡Date aire en cargar, joder!". Cargué lo más rápido que pude y volví a apuntar con mi arma. Vi como los hombres se apostaban en parapetos en la zona norte y disparaban. Sus disparos iban dirigidos a Eusebio y Andrés, los cuales corrían entre los matorrales, ocultándose y devolviendo el fuego. Dirigí mis disparos hacía aquellos hombres apostados y Manuel hizo lo mismo. Los que estaban a la vista fueran abatidos, pero nos fue imposible acertar a aquellos que se escondían en las casas. Entonces fue cuando desde la posición de Eusebio y su sobrino salió un fogonazo seguido de un proyectil que impactó en una de las chabolas, la cual explosionó y salto a trozos. Acababan de utilizar un lanzacohetes de mano. Manuel gritó de alegría y en ese mismo instante, una ráfaga de balas alcanzó nuestra posición. Yo agaché la cabeza mientras las balas impactaban en las piedras y me saltaban trozos de estas. Le grité a Manuel que nos habían descubierto, pero cuando lo miré... cuando lo miré estaba tumbado bocabajo y con media cabeza destrozada por un impacto de bala. Los maldecí todo lo que pude y más, mientras que una nueva ráfaga de balas llegaba hasta mi posición. Si no cambiaba de posición era hombre muerto, así que retrocedí arrastrándome entre los matorrales y busqué nueva posición de tiro. Mi nueva posición fue en un ribazo, entre unos arbustos y bajo un pino, en el lateral de la colina. Desde aquí busqué a quienes nos habían descubierto y disparado. No tardé en encontrar a quienes eran. Desde el techo de varias chabolas se encontraban apostados varios hombres con ametralladoras pesadas de posición. Estos hijos de puta se habían estado preparando bien para un asalto de este tipo. Uno de estos individuos seguía disparando con la ametralladora a mi antigua posición. Le apunté y disparé, pero mi disparo no le alcanzó y este descubrió mi nueva posición. Mientras lo encañonaba de nuevo, él me disparó una ráfaga que no me dio de milagro e impactó por mi alrededor. Una o unas de estas balas impactaron en el tronco del pino donde yo me resguardaba, partiendolo y cayéndome el árbol prácticamente encima. Menos mal que este pino era un árbol joven y no pesaba lo suficiente como para aplastarme. Disparé de nuevo y esta vez si que alcancé a mi objetivo. El individuo cayó derribado y se quedó colgando de la ametralladora. Otra nueva explosión hizo saltar por los aires otra chabola. Mientras los individuos de las ametralladoras centraban su fuego en Andrés y Eusebio, yo los fui eliminando uno a uno con disparos certeros. Cuando acabé con ellos, los disparos en el campamento cesaron. Ahora reinaba la calma entre el fuego y los escombros. Dudé en si seguir ahí agazapado o bajar. De repente, escuché algo que provenía de mi antigua posición. Era como una voz. Pensé que era imposible que Manuel siguiera vivo, ese tiro había sido mortal de necesidad. Subí la colina silenciosamente, entonces descubrí que la voz provenía del walkie de Manuel. Con cuidado, di la vuelta al cuerpo y le desenganché el walkie del cinturón. Volvió a sonar la voz. Era Eusebio, diciendo "¿Manuel? ¿Estáis por ahí?". Contesté un "Sí" y me dijo "Bajar al poblado con cuidado. Parece que hemos acabado con todos, pero no nos podemos fiar. Nos encontraremos en la chabola donde guardan el material". No tuve valor a decirle que Manuel estaba muerto. Me guardé el walkie y comencé a bajar colina abajo. Cuando llegué abajo, dejé el rifle entre unos matojos y saqué mi pistola. Para esta ocasión era más cómodo y ligero utilizar la pistola. Poco a poco me fui acercando al poblado. Parecía una fosa común. Los cadáveres estaban desperdigados por todas partes y tenía que ir sorteándolos a mi paso. Cuando llegué al punto de reunión, me sobresalté al ver que de esa chabola salía alguien. En seguida apunté mi arma, pero era Andrés, el cual me dijo "Eeeh, baja el arma, forajido. ¿Donde esta Manuel?". No supe que contestar, pero mi silencio habló más que si lo hubiese dicho claramente. Su cara se transformó por momentos. Me dijo "No le digas nada a mi tío. No todavía". De la chabola salió Eusebio y se me quedó mirando. En ese instante pensé que había escuchado todo, pero no. Dijo "¿Y mi hijo, Erik?". No sabía que decir. Andrés se me adelantó, diciendo "Se ha quedado en la colina. Nos esta cubriendo". No sé hasta que punto es bueno mentir en estos asuntos, ya que tarde o temprano hay que decir la verdad y entonces el golpe es más fuerte. Andrés dijo "Voy a por la ranchera. La cargamos y nos vamos pitando de aquí" y se alejó. Eusebio me pidió que le ayudara a sacar las cajas de la chabola. Al entrar, vi allí tendido en el suelo el cadáver de aquel gordo que se reía a carcajadas de nosotros en nuestra anterior visita. Este tenía un tiro en la cabeza. Comencé a ayudar a Eusebio a bajar cajas y mirar el interior de estas. Al final dimos con las que buscábamos. Dos grandes cajas repletas de cajetillas de insulina. Seguimos buscando y encontramos una más. Cogimos las cajas y las sacamos al exterior. Estábamos dejándolas en el suelo, cuando un ruido nos sorprendió. Miramos rápidamente al frente, pero no nos dio tiempo a nada. Absolutamente a nada. Del techo de la chabola más cercana a nosotros había una ametralladora apuntándonos, la cual soltó una ráfaga de plomo. Pude ver como la mayor parte de los disparos impactaron en el cuerpo de Eusebio, el cual salió volando hacía atrás envuelto en sangre. Las últimas balas de la ráfaga fueron para mi. Sentí como el plomo candente me atravesaba el hombro, parte del brazo y el muslo derecho. Caí derribado al suelo. Desde aquí y aguantando como podía el intenso dolor, levanté el brazo para apuntar mi pistola, pero era imposible. Sentía un tremendo peso en el brazo que me impedía levantarlo y apuntar. En la ametralladora pude ver a Josué. Su mirada era una mirada cargada de odio. Por su frente brotaba un reguero de sangre que había empapado su camiseta. Me dedicó estas palabras "Mardito hijo de una hiena" y movió la ametralladora, encañonándome. No tuvo tiempo a más. Antes que él disparara, una bala atravesó su cabeza, seguido del sonido de un disparo lejano. Su cadáver cayó de lo alto de la chabola al suelo. En ese momento, me retorcí de dolor en el suelo mientras me apretaba con fuerza la herida del hombro. Por si fuera poco, un par de cadáveres que había a mi alrededor comenzaron a reanimarse. Me arrastré hasta la pared de una de las chabolas y empuñando la pistola con mi mano izquierda, les disparé. Necesité nueve disparos para acabar con los dos merodeadores. La ranchera con Andrés al volante hizo aparición. Este bajo con un Dragunov en sus manos y corrió hacía mi. Me preguntó que si estaba bien y me dijo que él había abatido a Josué. Cuando descubrió el cadáver de su tío, estalló a llorar. Tardo en calmarse, pero cuando lo hizo, me subió a la parte trasera de la ranchera y cargó las cajas. Después se subió al vehículo y comenzó a conducir rumbo al refugio. Yo pasé todo el camino retorciéndome de dolor.

Cuando llegamos al refugio, me sacó de la parte trasera del vehículo y cargó conmigo a hombros. Pude ver el tremendo charco de sangre que había dejado en la ranchera. Mientras me llevaba por los pasillos del refugio, vi a las mujeres al fondo de este. Estas comenzaron a chillar y Andrés les gritó que escondieran a los niños. Llegamos al salón y Andrés me tumbó sobre la mesa. Las tres mujeres comenzaron a preguntar por Eusebio y Manuel, y Andrés gritó "¡Muertos! ¡Todos muertos!". Ellas estallaron a llorar y la mujer de Eusebio se apoyó en una esquina de la habitación, dejándose caer. Continuó en un tono más relajado "Y si no hacemos algo por este chico, también estará muerto en breves. Traerme agua limpia, pólvora del almacén y gasas, muchas gasas". Ninguna se movió, era como si no lo hubieran escuchado. Lo siguiente que recuerdo es a Andrés lavándome las heridas y diciéndome "Tienes suerte, la bala del brazo y el muslo te han dado de refilón. Sin embargo, la del hombro te ha impactado de lleno, pero aún así, has seguido teniendo suerte. La bala te ha atravesado y ha hecho orificio de salida. Muerde este trapo, esto te va a doler". Me metió un trapo en la boca y con una navaja abrió una bala. Vertió la pólvora en la herida del hombro y la prendió con un mechero. No me dio tiempo a nada, solo a pegar un berrido y a retorcerme, mientras el me sujetaba con fuerza y me decía "Aguanta. Esto ha sido para cauterizarla. Cortará la hemorragia". El dolor fue tan intenso que me desmayé. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en una cama que no era la mía. Una habitación mucho más decente. Al abrir los ojos, descubrí junto a mi cama a una niña de cabellos rubios, observándome. Me asusté e intenté moverme, pero un punzante dolor recorrió mis heridas. Esta niña, al ver mi reacción, cogió una muletas y se fue a toda prisa por la puerta. En seguida apareció Andrés, el cual me dijo "Vaya, ya estas despierto". Le pregunté cuanto tiempo había estado dormido, Su contestación me dejo boquiabierto: "Casi dos días. Los has pasado delirando, pero al final, conseguimos que te bajara la fiebre. Por cierto, esa niña era mi hija". Le dije que me alegraba que su hija estuviese bien por fin y el se sentó a los pies de mi cama. Comenzó a hablarme: "Si, ha mejorado bastante desde que tiene su insulina. Pero aún no esta bien del todo. Quiero agradecerte todo lo que has hecho por nosotros y siento haberte tratado tan mal desde que llegaste. Se que no tengo escusa, pero espero que al menos comprendas la situación por la que estaba pasando. Mi hija se moría y yo no podía remediarlo. Al final, hemos podido solucionarlo, pero a que precio...". Aquí agachó la cabeza y derramó varias lágrimas. Le pregunté que tal lo estaban llevando los demás. Me miró y me dijo "¿Tú como crees? Pues fatal. Mi tía intento suicidarse ayer. Le quité el cuchillo de las manos cuando se iba a cortar las venas. La mujer de Manuel no ha salido de la habitación desde entonces, ni siquiera para atender a sus hijos. Me toca vigilarla para que no haga ninguna locura. Mi abuela no habla con nadie. Los niños no paran de preguntar por el abuelo y los hijos de Manuel, por su padre. Se ha roto la familia. Es el segundo golpe que nos llevamos desde que mi otro primo murió en Tarragona. No se si superaremos esto. Y yo tengo que sacar fuerzas de donde no las tengo, porque ahora yo soy el líder de la familia y si me desmorono yo, todo se ira a la mierda. Espero que no pases nunca por mi situación. Ayer tuve que volver al campamento de nuevo para acabar con el cadáver reanimado de mi tío, coger el cadáver de Manuel y darles sepultura a ambos. ¿Como crees que me siento yo después de hacer todo esto? Como una puta mierda. Y encima me siento culpable. No paro de pensar que era yo y solo yo quién debió solucionar el tema de mi hija. Así, al menos, ellos estarían vivos y mi familia solo habría tenido que soportar una perdida en el peor de los casos. Si no fuera el pilar de la familia, ahora mismo me volaría los sesos. Pero no puedo. Ni puedo ni debo". Después de esta pequeña charla, en la que lo intenté consolar, Andrés se marchó de la habitación y yo me quedé a solas con mis dolores.

Los días han pasado muuuuy lentos. Demasiado. He pasado varias semanas encamado, sin apenas moverme y con fuertes dolores. Después, comencé a hacer pequeñas salidas para comer en el salón. Luego comencé a pasear por el refugio. Hace unas pocas semanas que he salido a los exteriores del refugio. Tras tantas semanas aquí encerrado sin ver la luz del sol, cuando por fin salí, apenas podía abrir los ojos. Me dolían horrores, ya que estaban acostumbrados a la oscuridad. Mis heridas ya han mejorado bastante, sobretodo la herida del hombro. No hace mucho, Andrés me quitó los puntos. Me esta quedando una cicatriz horrenda, pero eso es lo de menos. Con respecto a los ánimos de todos, la cosa no ha mejorado mucho. La mujer de Eusebio es prácticamente un alma en pena y su madre, más de lo mismo. Normal, se ha desquebrajado la familia. La mujer de Manuel tampoco es una excepción, pero ella ha canalizado su dolor centrándose en sus hijos. Hace todo lo posible para que estos no tengan tiempo en lamentar la perdida de su padre. Ella carga con las penas de todos ellos. Y Andrés... Andrés se mantiene muy ocupado en velar por todos. Lo noto aliviado por ver a su hija bien, pero hundido por la perdida de su tío y su primo. Por otro lado, es espectacular el cambio que ha realizado este chico desde que lo conocí. Ha pasado de ser una persona irascible a alguien que se preocupa por todos. Ahora, su trato conmigo es exquisito. En todo este tiempo que he estado aquí, no ha parado de preocuparse por mis heridas y cambiarme las gasas periódicamente.
Desde que me levanté de la cama y comencé a volver a la normalidad, he estado meditando algo. Voy a abandonar la búsqueda de Iván. En cuanto salga de aquí, me voy directo de vuelta al lado de Belén y los demás. Es mucho tiempo que no saben nada de mi, algo que no entraba en mis planes, y Belén lo estará pasando mal. Es posible que me haya dado por muerto. Lo siento mucho por Iván, pero he hecho todo lo que ha estado en mi mano. Además, con el tiempo que ha pasado, si no ha vuelto a la 'Iglesia' es que le ha ocurrido algo. Me duele pensarlo, pero es lo que hay.

Tal cual veo mi estado y como he mejorado, creo que esta semana o la siguiente podré retomar mi rumbo. No ansío otra cosa que volver junto a Belén y poder besarla. Paciencia... Es cuestión de unos pocos días.


- Erik -